martes, 16 de diciembre de 2008

Reeleccion, clase media y otras verdades dulces y amargas de la situación política actual venezolana

Imagen tomado de Google Imágenes Ya vimos:  las apariencias pueden llevar a apreciar un desmedido crecimiento de la oposición venezolana en las zonas populares.  La oposición gana la Alcaldía de Sucre (Petare), la Metropolitana y estados superpoblados como Zulia, Miranda y Carabobo.  Y tiene con ello suficientes argumentaciones para acomodarse una campaña mediática de cualquier cuño, más hoy cuando el país se prepara para afrontar, políticamente, la eventualidad de una enmienda constitucional.

Pero tras el velo de las apariencias, también sabemos qué subyace, como lo han dicho los números:  el chavismo, con excepción de Nueva Esparta y Táchira, abrumó con dominio interno en todos los estados del país, lo cual significa que en aquellas entidades donde la oposición conquistó las gobernaciones debe congeniar con gobiernos municipales políticamente adversos.  Las cifras del dominio chavista en el aspecto municipal se ubicó en el contexto del 75% de la generalidad del triunfo:  263 alcaldías a escala nacional de 321.

De forma que el chavismo* ejerce un dominio en los entidades incluso sin la formalidad espectacular del triunfo, perdiendo, por ejemplo, una gobernación como Carabobo pero dominándola municipalmente en una proporción de 11 a 3.  Primera verdad amarga para unos y agridulce para otros, porque no parece existir una correspondencia entre internalidad y externalidad:  ¿cómo se puede perder una gobernación cuando internamente, en el poder municipal, se gana abrumadoramente?  Retos para el análisis, que debe escarbar tras el cariz de las apariencias.  Por lo pronto, sospéchese que estuvimos en presencia de un elector muy conciente con su voto, por más que nos parezca irracional que, pongamos por caso, un Manuel Rosales, continúe ejerciendo alguna forma de poder popular; para el caso, habrá que interpretar crítica, castigo o cualquier otra especie respecto del aparato chavista.  La razón en política no es muy helénica que digamos:  obedece en gran medida a los humores.

Lo otro:  la enjundia del chavismo al celebrar su triunfo "arrasador" (453 de 603 cargos públicos postulados y las 263 alcaldías ya dichas, además de las 17 gobernaciones de 22 en juego) tampoco parece corresponderse con la realidad proporcional que ofrecen los números:  en modo alguno acapara el chavismo (hablamos del Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV) al electorado en proporción tan amplia (al menos considerando al universo votante).  La diferencia votante para un bando y otro se ubicó en 11 puntos porcentuales, un 53% para el PSUV y un 42% para la oposición, lo que equivale a hablar de un millón de votos de diferencia, aproximadamente (6 millones 171 mil 382 para el PSUV y 5 millones 69 mil 602 para la oposición, incluyendo los resultados de las alcaldías Metropolitana y Libertador).  Déjese constancia que hay un voto aproximado al medio millón de gente que votó por Hugo Chávez desde otras toldas aliadas

Significa que la oposición, incluso con defectos de crecimiento electoral, no es doblada todavía por el voto chavista (indirecto, estemos claros: no es Chávez el candidato), hecho que tira al suelo la expectativa generada por el discurso presidencial previo a la medición electoral:  arrasar, doblar o triplicar.  Si bien es cierto que en el mapa geopolítico venezolano el chavismo casi cuadriplica a la oposición, mal puede decirse, en honor a la verdad, que lo mismo ocurre en la proporcionalidad de votos.  La oposición estuvo cerca del chavismo, significativamente, en la medición.  No puede haber lugar a engaños ante tan evidente segunda verdad amarga, para ambos:  ni la oposición crece como propalan sus porrista ni el chavismo alza el vuelo arrasador como sugieren las apariencias.  Desde luego, semejante baño de agua fría, para un bando y otro, sólo puede sentirse debajo de la costra de las apariencias.

Y sirva lo anterior para no dejar pasar de largo otra redonda verdad, como no parecen verla algunos dirigentes del PSUV que se empeñan en culpar a la clase media por la pérdida de Petare y Miranda:  como explica el periodista Eleazar Díaz Rangel, toda ella (estrato C de un 16%), más los estratos A y B de la población, suman un 20%, y ni votando a plenitud en contra del chavismo habría sido suficiente para justificar la derrota, cosa que evidencia a las claras que "importantes sectores populares (D y E) votaron por los candidatos de la oposición".¹  De manera que viene al pelo la consideración de cuánto chavista no votó, pero también cuanto dejó de hacerlo por la causa de la revolución.  Ello sin dejar pasar por alto que la clase media, en el supuesto que mayoritariamente le sea adversa a la corriente chavista, parece estar conceptuando como suya el eslogan de lucha de clases.

Hecho a lo sumo pervertido, dado que evidenciaría importantes fallas en el discurso y obrar de proceso de cambios:  la lucha no es contra la clase media ni nada parecido, sino contra el capitalismo bochornoso de los tradicionalmente sectores plutocráticos del país.   Los ricos, pues, y no contra ese mediano pero importantísimo filtro de la intelectualidad y conciencia de todo país que es la clase media.  Cuantioso es el clisé que la coloca como punto neurálgico en la conquista del poder en toda sociedad, siendo casi refrán, por más burgués que suene, que quien la enamora gobierna.  Porque ella funge de filtro, como dijimos, como paradigma, trapiche conceptuador de toda sociedad, meollo ejemplar con efecto influyente sobre las clases de más bajo estrato, allí donde comanda Chávez, para nuestro caso.

"despectivamente ignorando a los grandes sectores populares y colocando el discurso en el plano claro de una lucha de clases, en la que más vale un ciudadano ilustrado o rico que un desdentado "pata en el suelo" chavista, cuya incondicionalidad política se funda en la dádiva que recibe"

Si es puesta a ejercer su intelectualidad en contra de un sistema de gobierno, es seguro que lo mina de manera importante, a despecho de la máxima democrática de contar el chavismo con el aval mayoritario de los estratos inferiores, D y E, de enorme proporción estadística.  Ya de hecho hay una corriente mediática de la derecha venezolana que propala que no necesariamente quien tiene las mayorías ejerce la democracia, despectivamente ignorando a los grandes sectores populares y colocando el discurso en el plano claro de una lucha de clases, en la que más vale un ciudadano ilustrado o rico que un desdentado "pata en el suelo" chavista, cuya incondicionalidad política se funda en la dádiva que recibe.

Sea lo dicho sobre la base incuestionable de que el proceso de cambios no ha abolido a este sector de la consideración de sus políticas; por el contrario,  se ha propuesto, como ha dicho el presidente, hacer de la  sociedad venezolana una única y poderosa clase media.  De hecho, nunca como ahora tal sector se ha beneficiado de las políticas oficiales, pero, quizás, por causa de su misma condición informática e intelectual (la clase que lee, analiza y propugna ideas) esté expuesta más que cualquiera al bombardeo mediático manipulador y ella misma avance, en consecuencia, contra sí. (La propaganda es un arsenal en política).  Los sectores del poder económico en Venezuela han tenido el éxito de hacer creer al país que cuando el Presidente de la República se dirige recriminatoriamente contra las "élites", contra las "cúpulas" o "ricachones", lo hace contra la clase media.  A la amenaza de que la revolución le quitará lo ganado, se responde con cuantiosa tinta derramada sobre los periódicos en defensa de un televisor, automóvil o apartamento, emblemas conducidos de la superación personal.

Finalmente, es irresistible mencionar el hecho que luce paradigmático dentro del panorama político venezolano, a pesar de los numerosos análisis que lo mellan de cara a los resultados de las recientes elecciones:  el prestigio de Hugo Chávez, su personalidad, su honestidad, como lo único translúcido dentro de tan complejo juego de los análisis.  Su popularidad sola, sin el efecto de portaaviones para otros candidatos, supera el 70%, según casi todos los estudios de encuestas realizados en el país.  Sectores populares, clase media y hasta altos sectores de la sociedad venezolana no pueden despojarse de la racionalidad de realizar el debido reconocimiento, por más gafas mediáticas que intenten cruzar sobre sus mentes.

Es el fenómeno, el paradigma, lo único cierto, pues, que así como suscita odios y pasiones concita también el amor esperanzado de millones por la prosperidad de la patria, cosa que ha de ser, por cierto, una de las más amargas y contundente verdades que ha de dolerle al sector político diametralmente opuesto.  Y dado que Hugo Chávez se erige en lo único meridianamente concreto en el panorama político, afín o adverso, no es descabellado afirmar que por sí solo comporta oposición y gobierno, si se considera que la oposición no tiene más plan político que el de llevarle la contraria, hecho que parece licenciar la aseveración de que en Venezuela la política no va más allá del chavismo y el antichavismo, huérfana de oposición programática.

La planteada prueba de consulta para la enmienda constitucional, si bien es cierto no constituye en sí un evento electoral presidencial, donde Hugo Chávez ha resultado tradicionalmente un rival contundente, no deja de estar muy próxima a esa semántica, circunstancia que recomienda, dada la aprobación de su gestión, la realización del referendo para los presentes momentos.  El hecho que la consulta en nada tenga que ver con las recientes elecciones regionales, donde no estaba en juego su figura directa, con resultados de escrutinio no del todo alentadores para la causa partidista, no tiene que poner en entredicho, sin embargo,  la aseveración de que el presidente concita la única oposición de Venezuela (antichavismo), con proyecciones estadísticas –seguramente- muy distintas a las obtenidas en las pasadas elecciones regionales.  No se debe olvidar que un 35% de la población electoral no votó, y tampoco que aquellos gobernadores votados en las elecciones regionales, perdedores o ganadores, no eran Hugo Chávez.

  Notas:

* Sigamos denominando así, porque, según se aprecia sobre los resultados últimos electorales, en el país no parece existir oposición sino antichavismo.  Lucha de clases, según distintos análisis.   Estratos bajos contra los medios, según manipulación mediática, y no contra los altos, pero, como sea, enfrentamiento de estratos.
¹  Eleazar Díaz Rangel:  "Camino peligroso" [en línea].  En Aporrea.org. - 30 nov 2.008. - [Pantalla 3]. - http://aporrea.org/actualidad/a67905.html. - [Consulta:  16 dic 2.008].

viernes, 12 de diciembre de 2008

Antichavismo y razón democrática

Discurso idiota político Siendo el hecho que en la oposición política venezolana no puede hablarse de un bloque unitario que no sea el furibundo antichavismo (lo demostraron las recientes elecciones), muchas penas quedan para la reflexión, de entre ellas para la oposición misma, que no puede ostentar la tan mentada unidad sobre la base de unos principios programáticos políticos (para no hablar de ideologías) que privilegien al país próspero, igualitario y soberano como meta final.

A la oposición la une el antichavismo, y ello es un hecho que consterna, porque el único plan de desarrollo de país que podría ofrecerle a los venezolanos es una agenda cimentada en el plan del "otro", sobre unas ideas ajenas, pero desde un enfoque contrario.  Como si la negación fuese su principio primordial, su plan de gobierno fundamental, más conciso cuanto mejor ensambladas estén las fuerzas contrarias de la revolución bolivariana.  Reacción maniquea antes que propuesta razonada de patria (porque eso es lo ha de proponer un político a su país, en esencia).  Mayor irracionalidad política como axioma ante el uso inobjetable de ella, alusión ésta última   que enarbola el proyecto de transformación socialista cuando se hace a la mar con el viento favorable de las comunidades.

¿No es, pues, la democracia, con su implicación de mayoritarias masas, el eje sostenedor de toda práctica política en cualquier sociedad "progresista" y "evolucionada"?*  Como si cupiera decir la perogrullada que si se tiene la mayoría se tiene la razón democrática, no quedando fuera de tal argumentación más que discurso periférico y hasta extremismo político cuando se emprenden acciones contra ella.  Ni más ni menos la oposición venezolana, con su tentación de extremos, sintiéndose desarmada de palabra y razones, cuanto más si carece de bases ideológica programáticas como propuesta política.  No puede ser que se tenga la determinación de hacer política partiendo de la realidad ideológica del otro y no desde la convicción misma de hacerlo porque hay que incidir sobre un espacio político determinado según bases progresistas convenidas por el Hombre.  Eso, de que a mayor chavismo, mayor radicalismo, comporta un primitivismo psicológico humano sólo rozante en extremismo con su contraparte evolucionada, civilizada y universitaria, como se postulan ser en naturaleza los adeptos y líderes de la oposición venezolana.  Para estas personas, el chavismo, con sus barrios, está constituido por unos monos dirigidos por un macaco principial, el presidente de la república.

El chavismo en Venezuela, con una fuerza demostrada del poder público nacional mayor que 75% (453 cargos de 603 obtenidos en las elecciones regionales), tiene el argumento democrático de su parte, probablemente por compendiar un más generoso plan de atención social y concitar un mayor liderazgo nacional, encarnado en la figura de Hugo Chávez Frías (hay la tesis del "No volverán", que explica el proceso de cambios actual sobre la base del castigo político al pasado); y en modo alguno es responsable de la quiebra argumentativa del adversario, quien dispuso del país a voluntad durante bastante tiempo para desplegar su intencionalidad política, desastrosa en sus resultados desde todo ángulo, por cierto.  El actor político opositor cayó como clase política por peso propio, producto del apuntalamiento de una conciencia nacional que impidió el hundimiento del país en primer término.  El chavismo, como expresión de fuerza de cambio, lo que hizo fue apalancar una esperanza, sumando descontentos.

En su concepción ideológica mayor, como movimiento bolivariano, insurge en una hora de desgaste del ejercicio capitalista y neoliberal en el mundo, escuelas político-económicas hoy en el banquillo de los cuestionamientos.  Fresca estaba en la memoria la desgracia de los países vecinos, emblemáticamente la de Argentina, quien había sido reventada internamente en su economía, entregada como estaba a la doctrina neoliberal.  Venezuela marchaba por el mismo camino, de cómo estaba penetrada por la garra neocolonialista de las potencias occidentales, escalada por una descomunal franja social de pobreza.  El advenimiento de Hugo Chávez, necesariamente bajo la aureola redentora socializante, encuentra el momento histórico para ensamblar un poderosísimo aparato de conciencia y de cambios políticos, sobre el descrédito y ruina de la práctica política imperante.

Mal, pues, se puede argumentar que nadie haya ido contra nadie, como en las viejas épocas de persecuciones partidistas y de cacería de brujas.  Ni siquiera en momentos en los cuales el Estado pudo justificar el uso de la fuerza (como en los hechos de abril de 2.002), fue contra el oposicionismo la fuerza del chavismo; todo lo contrario, durante y después del golpe de Estado de ese año, ha estado a la defensiva por el sólo hecho de ser cónsono con el humanismo que predica:  el encuentro, el hallazgo de país, la superación de Venezuela.  El oposicionismo (o el poder viejo) cae, en fin, por si mismo, por desgaste propio, perdido en el marasmo dialéctico del fraude y el robo, y la guarda de apariencias democráticas; sin liderazgo, desenmascarado por los hechos históricos (como la pobreza), vertiginosamente envejecido en pose y discurso por las fuerzas renovadoras del presente, sin argumentos, quedando como cuenco vacío.  Para nadie se oculta que Hugo Chávez ha abogado siempre porque emerja una oposición sería, leal con el país, política de gran política, como él mismo ha dicho.

"Para estas personas, el chavismo, con sus barrios, está constituido por unos monos dirigidos por un macaco principial, el presidente de la república"

Hoy, ganando el chavismo en las barriadas, tal vez perdiendo en los predios de la clase media (conformada por un 17% de la población, aproximadamente) y perdiendo con seguridad en el escuálido sector de los más ricos (2 ó 3%), se viste su movimiento político con el argumento fundamental de toda democracia:  las mayorías, sean éstas ilustradas o no  (en ningún acta de los derechos humanos o desderechos consta que una persona apta para votar es menos ciudadana que otra, aunque viva en las alturas de un cerro o posea otras características propias de su indumentaria, cultura y hábitat).  De modo que hay que sentar dos cosas:  la existencia de una enorme capacidad de encanto político (carismático liderazgo) y un programa "recuperador" de gobierno, con efecto de redención social en las masas, puntos ambos de los que adolece la oposición política, hecho mismo que la conduce a la irracionalidad política y a actuar por reflexión de las ideas ajenas.  (Hugo Chávez es su quiebra por contraste, no por ataque).

Véase:  el hecho moral y programático (socialista) de atender a los sectores más depauperados, deja sin argumentos al oposicionismo venezolano, que no encuentra el modo cómo inferir barbarie sobre un gesto de enorme valor humano y ecuménico:  la atención al prójimo, mejor si más necesitado (decía Jesús que no venía en busca de justos, sino de pecadores); por el contrario, incurre ella, el oposicionismo, en barbarie y extremismo político cuando adversa semejante accionar de gobierno, tildándolo de bajo, populista, si es que no se desliza por la vía del racismo o el etnocentrismo.   Otro punto:  Hugo Chávez comporta liderazgo, dolor crítico sobre el vacío organizativo opositor, que luce desmembrado y huérfano como sistema, y que es combatido con el mismo argumento primero del populismo y de la política de baja ralea.

Semejante peculiaridad, liderazgo carismático y programa de gobierno de alta calidad humana, deja sin argumentos y programación que valgan, como dijimos, a ese dislocado sector del oposicionismo venezolano, que sólo encuentra sentido de unidad cuando asume la teoría y praxis de ir contra el plan de gobierno de Hugo Chávez como eje propulsor del chavismo.  Como si pudiéramos decir que en Venezuela no existe oposición como tal, con sus credenciales alternativos de propuesta de gobierno, sino antichavismo, efecto preciso de nada poder en contra de su liderazgo incuestionable y de su alta concepción del hacer político.  Tal es la fortaleza de la definición ideológica, que trasciende y suple de ideas al vacío opositor; ante su contundencia de ir hacia los sectores más necesitados, no queda otra alternativa que unirse o desbarrancarse por la irracionalidad de objetarla.

A menos que se pretenda llamar propuesta de país a la tesis de su disolución, la oposición (el antichavismo) tiene la obligación de hacerse con un plan serio de gobierno, que olvide el entreguismo del pasado y la propuesta apátrida de que sean los asesores norteamericanos quienes gobiernen en Venezuela.  No puede -menos- andar concibiendo tampoco que sus ideas políticas se funden en la otredad.  Tiene el reto de olvidar que un país democrático es aquel donde una sola ideología política comanda los espíritus y engaña a las mentes con la apariencia de diversidad, con la variante del bipartidismo.  Como en el pasado lo fueron Acción Democrática y Copei en Venezuela, o como lo son hoy los demócratas y republicanos en los EEUU, o los mismos Partido Popular en España y el Partido Socialista Obrero, todas facciones, dígase lo que se diga, expresión de la misma derecha política.

La actitud adeca o copeyana (para de algún modo decir oposición), ni en el pasado cuando ejercía el gobierno, ni en el presente cuando ejerce el antichavismo, ha dado con una figura central en torno a la cual arremolinarse, a pesar que su era política haya sido calificada como de caudillista.  No hay nada parecido, porque a los exponentes más conspicuos, como Rafael Caldera o Rómulo Betancourt, no se les puede atribuir otra agenda que el personalismo y el pillaje, sin distingos, como dos malandros reunidos en una celda que obraban a favor de exclusividades.  De allí ese aire elitesco y "superior" con el que muchos exponentes oposicionistas se revisten, como para denigrar  de los nuevos tiempos y guardar las distancias, propias de las estirpes más clasistas.

Sin duda, ha de pasar una generación para que viejas actitudes mueran con sus mismos exponentes. Mientras tanto, la figura imponente de Hugo Chávez, con su plan socialista de gobierno, ha impactado de tal manera que ha sembrado de lo inusual el panorama opositor, de lo inesperadamente invencible cuando de contar con el favor popular se trata, o de hacerse con la razón democrática de manera incontestable.  Ante semejantes perlas de la razón política, si no se recapacita y se invoca una unidad de intereses nacionales para el trabajo, tiene que recurrirse a las mil argucias y sutilezas para iniciar un contraataque, intentando escurrir el bulto de la carencia política propia:  no es Hugo Chávez ni sus programas, sino su entorno; no es Hugo Chávez, sino su populismo, cuya permanencia amenaza la estabilidad republicana; no es Hugo Chávez, sino su verborrea, sus cadenas, su molesto empeño de andar dirigiéndose a los pobres a través de las vías comunicaciones de los ricos; no es Hugo Chávez, quien es un hombre bueno, con grandes intenciones y actitudes cristianas, sino su familia..., etc.

Y ante tanta negación no queda más que inferir lo negado:  que la oposición política tiene por discurso político una sola letra:  el antichavismo, nada de cuño propio a no ser añoranzas por detentar el poder nuevamente, como por arte de magia, así no cuente con el pueblo.  No puede la derecha política esgrimir plan político que valga cuando no tiene el bautizo de la razón democrática, como la tiene la propuesta socialista que cursa para Venezuela:  liderazgo, apoyo popular  y programa ético de gobierno, de redención social, recuperación y construcción de patria.

Notas:

*  Proceden las comillas porque mucho es el país en el mundo que pareciera querer redimensionar, pervertidamente, los términos sin dejarse de acompañar por la noción de democracia.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Debajo de la costra de las apariencias: reelección presidencial y oposicionismo fascista

 Chávez rayo Después de las Elecciones Regionales del 23 de noviembre del año en curso, ya usted ve como están las cosas:  ni el chavismo duplicó siquiera a la oposición venezolana en cuanto a votos, después que la consigna esbozada fuera una "barrida"; ni la oposición, por su parte, logró colocarse siquiera sobre la mitad de las primeras catorce proyectadas gobernaciones a obtener.  Ambas factorías tienen que andar saboreando un gusto a objetivos no cumplidos, para no hablar, amargamente, de derrotas.  El caso opositor es tétrico, como veremos en breve, porque hay más de fachada que de fondo en la aparencial victoria obtenida en cuatro entidades:  Zulia, Carabobo, Miranda y Alcaldía Metropolitana; y el caso del chavismo, especial, porque al arrasamiento que hizo por gobernaciones y municipios en todo el país no se le corresponde una suma de votos proporcional, que duplique o triplique el voto obtenido por la oposición.

En total, el primero sumó 6 millones 171 mil 382 votos, frente a los 5 millones 69 mil 602 de los segundo, incluyendo gobernaciones y las dos alcaldías más conspicuas del país en la sumatoria (Metropolitana y Libertador).  Fuera de la consideración de si es o no una elección regional, con sus acostumbrados márgenes  de baja participación, en comparación con la presidencial,  la medición no deja de tener su significación dado que la participación popular rompió la marca histórica, y la ventaja del chavismo, en consecuencia, no tendría que haber permitido “huecos” de tantas gobernacionaciones fuera de su control, aunque no perdidas, dado el hecho que internamente las dominan.  Recuérdese que las elecciones fueron para elegir por voto a los estratos políticos de más cercana conexión con las comunidades, como alcaldes y concejales, y, si bien es cierto que en este plano el chavismo respondió a las expectativas generadas por el trabajo desplegado sobre las comunidades, el hecho de la pérdida de las gobernaciones (aunque sea de modo formal) constituye golpe efectista opositor de significativo peso.

Vistos así, los resultados evidencian una holgura de un millón de votos chavistas sobre opositores, mismos que se distribuyeron estratégicamente en el país, entidad por entidad, para rendir una espectacularidad de triunfo de 17 gobernaciones contra 5, de las 23 en juego, incluyendo a la Alcaldía Metropolitana.  Sin embargo, desenmascarando la dulzura engañosa de las apariencias, hay que decir que lo que habría sido verdaderamente espectacular es que el chavismo hubiera duplicado o más el voto opositor, en ningún momento permitiéndole posesionarse de entidades demográficas que agrupadas acumulan más de un 40% de la población nacional (Miranda, Carabobo, Zulia, Distrito Federal, sumándole Nueva Esparta y Táchira).

Por supuesto, hay que realizar las respectivas salvedades que en cada una de esas entidades el chavismo tuvo una presencia casi igual a la del factor opositor triunfante, siendo las diferencias porcentuales muy pequeñas.  De modo que la conclusión lógica, aunque la oposición haya quedado al frente gubernamental de la entidad, es que el chavismo está allí de manera significativa y hasta determinante, si se considera que arrasaron en los mandos locales del gobierno municipal:  13 de 19 alcaldías en Zulia, 11 de 13 en Carabobo, 15 de 20 en Miranda.  Ello tiene que llevar a dejar sentado hasta este punto que ni tan derrota es la pérdida chavista de una gobernación, si la tiene tomada por dentro, como ni tan triunfo es la ganancia de ella por parte de la oposición, si la tiene perdida también por dentro.  He allí el quid del asunto:  simple juego de apariencias.

La oposición parece haber coronado un triunfo formal en tales entidades, con pérdida de sus contenidos, apenas ejerciendo gobierno real (sin ser oposición) en Nueva Esparta y Táchira, donde tomaron la gobernación y casi hasta la mitad de los municipios.  De hecho, los números son fulminantes a nivel nacional, más allá de las 17 gobernaciones alcanzadas, penetrando en las honduras de los estados:  de 321 alcaldías en juego, tomó el chavismo 263, y de 603 candidatos a cargos, 453.  Algo así como un 75 a 80% del poder público nacional.

"Ello tiene que llevar a dejar sentado hasta este punto que ni tan derrota es la pérdida chavista de una gobernación, si la tiene tomada por dentro, como ni tan triunfo es la ganancia de ella por parte de la oposición, si la tiene perdida tambien por dentro.  He allí el quid del asunto:  simple juego de apariencias."

Mal podría, pues, hablar la oposición de triunfo, cuando internamente resultó arrasada en las gobernaciones ganadas, así como tampoco puede el chavismo hablar de arrasamiento cuando, a pesar de haber barrido formalmente en el número de entidades conquistadas, no logró doblar siquiera el voto opositor.  Véase cómo se despliega el juego de las apariencias para un bando y otro:  unos creyendo tener el poder en las entidades de más peso poblacional en el país (la oposición cuando dice gobernar en cinco estados y el Dtto. Capital) y otros (el chavismo) aduciendo arrasamiento por tener más entidades conquistadas a escala nacional, pero sin lograr doblar al contrario en votos.

Semejante recapitulación viene al pelo para  caer reflexivamente sobre dos puntos fundamentales de la política actual venezolana:

(1)  El presidente de la república, Hugo Chávez, requería de una mayor espectacularidad del reciente triunfo electoral para, en lo inmediato, sobre la ola de una alta autoestima política, promover la propuesta de la enmienda constitucional con miras a su reelección continua.  La toma -formal, como dijimos- de los estados Zulia, Miranda, Alcaldía Metropolitana, Carabobo, por parte del sector opositor arruinó en significativo grado la emotividad expresa de la propuesta, teniendo que recurrir el chavismo a los recursos del análisis para explicarle al país que detrás de la aparente toma opositora de seis  entidades lo que subyace es una fulgurante mayoría "roja rojita".  Ello constituye un punto no tan favorable, sabida cuenta que en política, con su arte fundamental de la propaganda, lo expreso y fácil es ganancia.  Será de muy dura lucha tener que confrontar la maquinaria opositora aduciéndole constantemente al país que controla casi su 50% por el hecho de "gobernar" las entidades más pobladas, tres o cuatro.  Que no solamente poseen la calidad, sino la cantidad. Un juego de las apariencias que puede resultar crucial, pero que no impide al análisis (y al chavismo) proponer que existen condiciones de fondo definitivas para promover la enmienda constitucional con miras a implementar la reelección continua.

(2)  El prurito victorioso de la oposición venezolana con la toma de cinco estados (tres de ellos densamente poblados, más la Alcaldía Metropolitana), que no se compadece con las realidades internas aquí desglosada, donde quedó demostrado que no se puede hablar con propiedad de triunfo efectivo electoral-popular; se perfila como factor clave en la erección de una oposición altamente desestabilizadora, si asumimos -como parece es la tónica- que después de los recientes comicios sigue siendo la misma franquicia política de siempre, conspiradora, aliada con países extranjero para derrocar al presidente constitucional de Venezuela, elitesca e irrespetuosa de la voluntad popular.  Mejor explicado:  si antes, con el sólo dominio político de Zulia y Nueva Esparta ya se hacía la idea mediática de que era dueña de Venezuela, ahora con seis entidades lo menos que puede aspirar es a un liderazgo regional, para exagerar un poco el asunto.  Ello en la práctica, dueña del poder formal –no esencial, como dijimos-, y dotada también de apoyo popular -hay que reconocerlo-, más el dominio de los medios de comunicación de masa, se traducirá en breve en una franca puerta abierta a la injerencia extranjera con fines desestabilizadores.  No hay por ningún lado ninguna paz asegurada para Venezuela, sumida en la discordia y la confrontación a la que apuntan estos signos, en la desestabilización e injerencia externa, si partimos del hecho conocido por todos: que el liderazgo opositor  sigue viviendo a la usanza antigua:  sin amar a su patria ni respetar las reglas de la convención democrática.

La toma o pérdida de poder por parte de uno de los bandos, aparencial o efectiva, tiene que traducirse necesariamente en una reflexión de país:  el chavismo, con su propuesta revolucionaria, pensando en lo que está permitiendo avanzar desde el sector de la derecha política; y la oposición, con su propuesta conservadora, pensando en lo que está dejando de ganar como fuerza política leal a su país, de seguir incurriendo en la práctica de la violencia y el aventurerismo, permeándose a la injerencia extranjera.  Los conatos fascistas y revanchistas en los que ha incurrido recientemente, en ocasión de la toma de las sedes conquistadas (persiguiendo y desalojando a la gente), no deja albergar gran esperanza respecto a la necesidad que tiene Venezuela de estrenarse una oposición leal y cónsona con los propósitos republicanos y soberanos de aquel concepto que denominamos patria.

Antonio Ledezma Capriles Radonski Bandera EEUU César Pérez Vivas Manuel Rosales

martes, 2 de diciembre de 2008

Oposición política venezolana: de la esperanza a la decepción

Durante los hechos de abril de 2.002, y previamente, por supuesto, en el acaecer de las acciones que le dieron lugar, era lugar común (naturaleza, se dirá), que la irracionalidad política fuese carácter del sector opositor.  No había espacio ni para el encuentro ni para el reconocimiento, mucho menos para la reflexión.  No era raro oír, por ejemplo, a propósito de cualquier medida positiva que hubiese implementado el gobierno, que tal cosa no era cierta, que venía de atrás, de la época adeca, o que simplemente era expresión de la demencia presidencial.

Con semejantes argumentos se generalizaba la vida.  Todo había empezado a ser negro o loco con la nueva gestión de gobierno, cosa que, en consecuencia, merecía desmontarse del poder por contra-paradigmático, fuera de uso, extraño o revolucionario, para utilizar una palabra de mayor malestar.  Si el gobierno presidido por Hugo Chávez tenia mayoritario apoyo popular, como lo tiene ahora, era simplemente porque la ignorancia de las masas menesterosas incurría en el yerro de falsear el concepto de la democracia, modalidad de vida aparentemente sólo apreciable por los sectores de mayor grado de instrucción o potencial económico.

Lo demás no era gente, para rozar casi el contenido del extremo al que se quiere llegar cuando se le niega la condición ciudadana a un habitante de un barrio.  Son los barrios quienes apoyan a Chávez, y eso lo descalifica, lo hace menos presidente, porque, aunque la democracia hable de mayorías, en este caso la mayoría es una nulidad.

Prueba de ello es que el presidente intentase entonces (y ahora) sustraerse de la influencia colonizadora de los EEUU y Europa, ensayando aperturas hacia otros mercados y paradigmas políticos y económicos.  Por ejemplo, que su gestión de gobierno, sus voceros, sus ministros o funcionarios, hubieran empezado a hablar un lenguaje de descalificación contra lo pilares de la cultura más tecnificada de la Tierra, era una temeridad; locuaz lucía que se empezase a desmontar sus bases militares en Venezuela, a pedírsele credenciales a sus funcionarios o a negarlas, a reprochárseles sus declaraciones, a mofarse de su supuesto potencial económico, a retirar las reservas económicas de su seno, a dificultar, pues, en general, el tráfico humano y comercial entre los pequeños pueblos de Venezuela y las grandes urbes de los EEUU.

Locura.  A un gobierno así no había más que darle "golpes", soltarle conspiraciones, tumbarle la mesa y hundirlo así sea con su equivocado apoyo popular.  Cosa que, como se vio, se le dio curso y se intentó llevar a cabo con el golpe de Estado de abril de 2.002.  No podía un loco, negro de paso (así lo descalifican las irracionalidades racistas), gobernar país alguno:  o se salía de un loco del poder o se enloquecía todo el país para no notarlo.  Como el cuento aquel de la bruja que envenena el agua de un pueblo y todos enloquecen al beber, menos el rey, hecho que dispara la más locas protestas ciudadanas en procura de su derrocamiento; al grito "el rey está loco", todos intentaban de cualquier modo erradicarlo.  El asunto se arregló cuando el rey, finalmente, se decidió a tomar el agua y curarse en salud, inutilizando su cordura.

Como si fuera ayer, recordamos tal locura, emprendida por los cuerdos ciudadanos, quienes, armados de pitos y banderines, la tomaban contra cualquiera que se le ocurriese manifestar la demencia de apoyar al "tirano".  Frecuente fueron los encontronazos en las aceras, transporte públicos o en cualquier otro lugar donde coincidiese un "ignorante" con un ciudadano.  Por ejemplo, en el Teleférico, o en una oficina obligada de servicio público, o una carretera nacional, en una de esas tantas paradas donde los viajeros se bajan para tomar agua (elemento natural, por cierto, que toman todos).

Entonces se hizo proverbial, como medida para vivir en paz y no causar malestar a diario, que el afecto a Hugo Chávez callase, para no molestar a tan refinados agentes de la ciudadanía.  Jamás podía un desdentado competir (sino con violencia) contra la altura de un intelectual de aquellos, seres con nivel universitario y elevadas luces, quienes, si no te convencían dialécticamente, entonces parecían concluir que eras un caso perdido, digno de ser erradicado a través de cualquier medida de profilaxis social, como una guerra, un exterminio, un asesinato o, como se dice ahora, “un daño colateral”.  El golpe de abril fue expresión de tales humores.

Pasado el golpe de Estado, cuando el marasmo confirmó por los cuatro costados que la acción violenta figuraba una brutalidad digna en su dimensión sólo de la gente a quien se había pretendido erradicar (Hugo Chávez y su apoyo popular), cundió por breves momentos la esperanza de que los sectores políticos opositores reflexionasen y cejasen un poco en su recalcitrancia; que fuesen llamados por la cordura y el ánimo de encuentro, para, por decir poco, respetar las reglas del juego democrático y darle una oportunidad histórica al país de enmendar su desastre económico generacional.

Pero ya sabemos la historia:  los sectores "ilustrados" de la democracia venezolana habían tomado, por lo visto, mucha agua de la fuente embrujada.  Apenas unos días callaron, como impactados por los efectos reflexivos de sus propios actos; mucho fue el que se hizo la ilusión de que, finalmente, había llegado la hora del reencuentro y la concordia.

Nada más lejos de la verdad.  Concientes de que habían errado con su frustrada acción política, se lanzaron entonces (¡peor aun!) a enmendar su falla y a continuar con lo que habían empezado, esto es, el golpe de Estado, hasta hace poco concretado en fallidos intentos de magnicidios.  Para el primer efecto, se izaron con un mediático discurso pro democracia, haciendo lucir a cualquier ciudadano de la oposición como modélica figura del equilibrio y la convivencia, no importando que detrás de las cámaras sus acciones e intenciones distasen un kilómetro de la realidad.  Viviendo con el doble traje de la palabra y los actos, diciendo y deshaciendo, con doble fondo, pues, como si se tuviera luego que decir que los golpes lanzados no serían tales sino puñados de flores.  Allá los malos intérpretes de finuras tan exquisitas...

Y así se arrastraron a tantos…, a tanto desdentado mental, hay que decir, si se hace la referencia a quienes jamás lograron presentir el doble rasero de quienes le hablaban.  Dueño de los medios de comunicación social, casi convencen con su esfuerzo de “civismo”, y hasta se respiró en el aire en algún momento que faltaba no más el acaecimiento de alguna elección política para tener oportunidad de demostrar su capacidad de reflexión.  Dispuestos, inclusive, a ceder en cuanto a que aquel famoso "vacío de poder" no había sido tal, sino una argucia de su sobrada inteligencia natural; dispuestos a ceder y conceder ciudadanía a los demás, reconociendo resultados electorales, o el espacio de los demás, su ideas, porte y estampa...

Pero nada.  Ya usted vio la cosa. Se sucedieron tantas elecciones como todas fueron tachadas de "fraude", especialmente aquellas donde no obtenían ventajas.  Se sucedieron, nuevamente, tantas marchas y confrontaciones callejeras en las que no se vio por ningún lado recapacitación alguna, como casi lo decía la TV venezolana opositora cuando a ratos se enfocaba en la grandeza de intelecto de clase tan dotada en el país..., “sembrando la esperanza”.

En fin, se volvieron a torcer los ánimos y en los corazones del venezolano que no aprobaba tanto relajo para el país, nació nuevamente la esperanza de que los humores cambiasen y se llenasen -¡algún día!- de recapacitación política.  ¡Hasta el grado que mucho fue el que manifestó su deseo de que la oposición ganase de cualquier modo representación política para verificar luego si su orfandad de poder público y debilidad popular eran los reales responsables de tanta recalcitrancia personal!  ¡Qué se le concedan cargos, si señor, donde sea, en la Asamblea, en las alcaldías, las gobernaciones, así así, como se concede un papelito en la mano, sin esperar resultados electorales, como un voto a la paz y el entendimiento, dado que una factoría política sin aplicación, en el aire, sin cargo, es sólo un nombre sin sentido!

Y vea usted lo que ocurrió:  nadie le tuvo que regalar nada.  Por trabajo propio, decepción de los afectos chavistas o lo que fuere, obtuvieron en buena lid la ansiada cuota de poder para regir cinco estados en el país (de los más importantes), más una Alcaldía Mayor, teniendo ahora la mágica oportunidad de acreditarse ante el país cívico como una fuerza política en cuyo pasado apenas cursa ese manchón violento del golpe de Estado de 2.002, si al hecho convenimos en olvidar el desastroso pasado de los cuarenta años de "democracia".  De hecho muchas cosas fueron olvidadas desde el mismo 2.002, cuando el presidente llamó al país a la reconciliación y cuando luego, seis años después, decreta una amnistía en el país para concitar la buena volunta de los seres humanos opositores venezolanos.

Pero mucho fue el que despertó del letargo inducido por la agresiva propaganda y el lavado de cerebro, con el mismo efecto posterior a los hechos de abril el día después:  sorpresa y temor por los actos propios.  Sobrecogimiento por lo que ahora acomete la oposición venezolana.  Ciertamente hoy no da golpes de Estados, pero las factorías del poder conquistado causan estragos en las entidades ganadas electoralmente:  persecución de no-ciudadanos (desdentados), desalojo agresivo de los espacios y servicios públicos para suplirlos con su valiosa investidura, discursos de guerra en los que se recuerda que el agua y el aceite no se entienden, para dar una idea.

Hasta el punto que los decepcionados se preguntan:  ¿qué es, pues, al cabo  la oposición venezolana, factoría política a la que se le ha dado tanta concesión para buscar su rostro cívico, cuando responde de manera tan cruda, tan carente de altura, en el momento en que legítimamente se hace con una cuota de poder en el país?   ¿De qué se trata?  ¿De lo que se ha sospechado siempre:  de un aventurero grupo político que utiliza la formalidad y convenio sociales para dar la zancadilla?  ¿Una fachada?  ¿Una punta de lanza oculta tras engañosos discursos? ¿De un eterno retorno del pasado aficionado a arruinar países?

A estas alturas cursa una gran decepción en el país político, hasta el grado que cabe preguntar (no obstante sus casi 4 millones de subscriptores) si realmente existe una oposición leal en Venezuela, sincera, ejemplar, como ella misma se autoensalza infinitamente en las pantallas de sus  medios de comunicación. (Si existe al menos en su dirigencia, para respetar a las personas honestas que le dispensan su apoyo).  Porque mucho fue el que guardó su expectativa para un momento como éste, cuando se va al ruedo a ejercer poderes públicos, para calibrar su real dimensión democrática, efecto que, como se ha visto en Miranda y Táchira con las agresiones, parece irse por la borda.

Si en un principio se vivió el efecto "Chávez es un tirano" (hasta hace poco), hoy la cosa no cambia mucho y se vive el efecto "el satélite es mentira", que no es más que decir lo mismo desde el punto de vista de las negaciones.  Lamentablemente hay que exclamar decepción con el refrán venezolano que reza:  "Perro que come manteca, mete la lengua en tapara", como una manera de reconocer que no hay arreglo cuando en el espíritu se lleva la facción, la naturaleza hacia el golpe y la anulación, o hacia el fascismo, para no hablar tantas pajas.

Por los vientos que soplan, habremos de seguir esperando por los milagros en el firmamento político venezolano, esos pequeños ademanes que nos llevarían a vivir con más civismo, mayor reconocimiento mutuo, esperanza, prosperidad nacional, respeto a las leyes y derecho y criterio de los demás.  Hay mucha gente que todavía espera, por decir una nimiedad, que ella, la oposición política venezolana, reconozca los anteriores triunfos electorales del chavismo y la legitimidad misma del presidente; que algún día salga de su burbuja de “vacío de poder” y se sincere en una actitud de amor real por la patria.

¿Cosa extraordinaria, no?