martes, 18 de agosto de 2009

Colombia, el pacto histórico de la entrega

Colombia parece la encrucijada de la dignidad para América Latina.  Siempre parece haberlo sido, desde que hay memoria de historias republicanas en el continente.  Todo un peine tendido al caminante.

En un principio, ya lo sabemos, su casta gobernante jugó al asesinato de Bolívar y a la aniquilación de su gesta.  Entonces había empezado a resultarle incómodo el pequeño jinete de los ideales, a la hoy rancia casta de los poderes plutocráticos del país.  Casualmente, entonces, los EEUU habían encontrado en ella, en la élite clasista que se formaba en el país, la vía para sus majaderías imperiales.  No lo inventan estas líneas; lo apoyan los hechos, la historia, la Manuelita Sanz corriendo de una esquina a otra para evitar el asesinato de El Libertador. Usted lea.

Casualmente, también, era una hora en que había empezado la funesta sincronía:  Francisco de Paula Santander, icono plutocrático de la incipiente Colombia de aquel entonces aspiraba a la erradicación física de El Libertador, como los EEUU aspiraban a ”meter su cuchara” en el continente para evitar las consolidaciones nacionalistas o republicanas, frutos de su lucha.

Hoy, 180 años después, la historia continúa con su inicio y desarrollo, tentando un final.  La Colombia de las élites, de las verriondas castas que sueñan con dejar de ser a lo que le obliga un territorio libre y soberano, sigue siendo la muletilla de las aspiraciones de los EEUU en América Latina, Central y norteña:  dividir, evitar consolidaciones patrias, asegurar fuentes de energía y recursos para sostener su propio e insólito modelo desarrollista.  Y no lo dicen estas líneas, sino la pretensión hoy de instalar siete bases militares sobre su territorio.  Tanto interés de un país por erradicar el “problema” de otro (la producción de droga) confunde.

El territorio neogranadino es, pues, la cabeza de playa de los planes imperiales en el continente, como Honduras en Centroamérica.   ¿Para qué repetirlo?  Es ya lugar común.  Pisar su territorio figura pisar un sendero armado de trampas.  En el acto se te abre en el panorama la toma de una decisión, para que de una vez te decantes:  o te vas con el pueblo o con sus opresores, bajo la oferta de que, si lo haces con el primero, te espera Gaitán en el infierno, y si con los segundos, te esperan los verdes pastos y el turismo sobre el territorio norteamericano.  Esto es, visa, viaje, riqueza y “libertad”, con el añadido de esperanzarse en ser su delineada colonia en cualquier momento.

Ni más ni menos. Sin exageraciones.  Porque Colombia es al sol de hoy la estructura social con el tinte colonial más original posible del continente, perdida en el tiempo, hecho que podría llevar a pensar a sus gobernantes que ya reúnen el recaudo principal para la final anexión de su territorio a los EEUU.  El estado número cincuenta y tanto. Santander no habría nunca estado en desacuerdo, si con la medida conserva las descomunales riquezas heredadas de los tiempos de la Independencia.  Colombia es el país de los blancos, de los dueños, de los señores, de las sangres azules pervivientes desde épocas primeras, tentaculizados sobre la gente sencilla, los dueños de nada, los paisas, los pobres de la Tierra.

En consecuencia, parece un país de fantasías, mundo enrarecido por el telarañaje de las épocas.  Allá las cosas no cambian y jamás habrá la necesidad (de ficción) de colocarle cartelitos a los objetos para recordar su uso.  Más de “cien años de soledad” e inacción perfilan los destinos.  Polvo de los tiempos sobre los ojos del pueblo llano, quien seguramente habría sufrido el intento de que le colgasen un cartel con la leyenda “Para todo uso”.

Álvaro Uribe, su presidente, no es precisamente hombre de contabilizada sangre azul.  No lo registra la alcurnia por ningún lado, y ello, en su delirante desprecio, lo mantiene pegado al diván de un connotado terapeuta ─éste sí─ de las clases gobernantes.  Usted dirá que el comentario no pega por ningún lado, así como tampoco el hecho de que parezca un hombre arrasado por innumerables complejos, rechazado en los altos sitios que pisa la aristocracia, con todo y su título de presidente.  Pero de un hombre con tal complejo de “baja estatura”, parecido a un niño cuando afronta con irracionalidad el tema de la guerrilla (porque le mató a su padre), pasado en consecuencia al bando contrario de los paracos y los narcos porque sí, dispuesto a hacerle tragar a la aristocracia el desprecio de clase que le dispensa; usted puede especular si tales linduras no han de afectar la sindéresis de un gobernante.

Nada aristócrata el hombre, pues, pero sí imbuido (y tal vez compensado) en el taimado modelo sembrado por su prócer, esto es, por Santander, el de sonreír para disimular el juego de las dagas oculto detrás de las espaldas.  Un modo traído por los pelos –se dirá- de parecerse a un aristócrata, de buscar la aceptación final.  Y modelo ejercido una y otra vez contra sus “amigos” presidentes vecinos, Hugo Chávez en primer término, de quien aprovechó su buena fe hasta que obligó a la insostenibilidad de las relaciones diplomáticas.

“Nosotros creemos que si tuviéramos que elegir un gobierno modelo y un líder modelo en la región para que los demás países lo siguieran, el actual liderazgo de Venezuela no sería ese modelo.”

De manera que las cosas, para efectos colombianos de pura casta y cepa, nada han cambiado:  la Venezuela de las luchas revolucionarias es el objetivo, dado que Colombia no parecer pensar desde siempre por mente propia sino por el préstamo de intereses y preocupaciones extranjeras; y para ello promete convertirse en el país primero en el mundo en bases militares de otro, obligando a Venezuela a la compra también de pertrechos defensivos militares.  Todo en aras de la ruptura de la unidad nacionalista en el continente y en su final segmentación territorial, como si los países se trataran nomás de una gigantesca mina de recursos y riquezas a ser conquistada, como en los viejos tiempos de la Conquista.

Considera la satrapía colombiana llegado su momento de reacción cuando una corriente de cambios revolucionarios, de toma de conciencia social, sacude al continente; y cuando, en consecuencia, la presencia imperial de los EEUU empieza a ser combatida y desalojada, militarmente de Manta, Ecuador, para mencionar el último capítulo; cuando un golpe de Estado arraiga en Honduras, dado por sus iguales castizos extrafronteras, sobre la base y compresión del mensaje simbólico enviado al resto de los mortales, quienes han de escarmentar al ver lo que ocurre cuando los poderes establecidos se amenazan; cuando hasta el Brasil inicial de las soberanías (promovido por Lula) se ha tenido que replegar a la presión norteña de preterir a Venezuela y sus lineamientos para con el MERCOSUR aceptar el tutelaje de Washington.

El que tenga conciencia propia que piense y tome sus arrestos de dignidad.  EEUU y Colombia le han echado las cartas a la América de Bolívar, San Martín, O’Higgins y Martí, y no parecen sino perfilarla hacia un futuro de guerras, porque en medio de ellas, como el aprovechador sobre el árbol caído, es de donde sacan su leña los viejos poderes empeñados en permanecer sin mutar jamás, a efectos de domeñar a los pueblos y custodiar sus intereses (los suyos, el de los plutócratas), mismos que, si una vez son amenazados, los animan a empezar de nuevo el mismo esquema político, pero a jamás finalizarlo para dar forma a otro sistema de conciencia social.  ¡Ni pensarlo!  Se permanece o se empieza de nuevo en el mismo hábito, pero nunca se puede llegar a su final.

Si los EEUU ─que es como decir Colombia para lo que hablamos─ albergaran la sana intención de arreglo y retiro de su influencia traumática en la región, ya desde hace un rato lo habría demostrado con el capítulo de Honduras, donde permanece como el único país miembro de la OEA ─¡ah, se me olvidaba Colombia!─ que se niega a retirarle su aval a los golpistas.  Una oportunidad histórica desaprovechada que deja sin ningún tapujo el verdadero rostro de la intencionalidad estadounidense sobre nuestras patrias.  El presidente Uribe también hizo lo suyo al no asistir a la reciente reunión de la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR.

Por ello hay que decir que quien tenga conciencia que piense, del mismo modo que quien con ojos vea, como dice el dicho.  Una clara guerra y retroceso a eras coloniales están planteados en la hora presente.  La derecha política ejerce un dominio político a fuerza de chantajes económicos y ejercicio de las armas y transgresiones constitucionales, pero, si esa conciencia de la que hablamos pensase un poquitín, desde hace mucho rato estaría en huelgas, en huelga general (¡cuanto le hace falta a Colombia!),  de brazos caídos, no importando que alimentada de dignidad, quebrando a las oligarquías, dado que ellas no podrían mover “ni un tornillo, ni una rueda ni un foco”¹ por cuenta propia.  Porque una clase obrera, armada con una huelga general y un programa socialista ─como apunta el filósofo Fernando Buen Abad, de quien es la cita anterior─ necesariamente estaría enfocada a golpear el engranaje mismo del modelo capitalista, base del poder descomunal de las derechas políticas en el mundo.

Ello consolaría la preocupación de muchos de no armarnos para no enfrentarnos entre pueblos hermanos, por aquello de “quitarnos un amo de encima para adoptar otro” (aludiendo a los rusos como medio para enfrentar a los imperialistas EEUU), y por aquello ético y moral de no incurrir en violencia al ejercer una huelga pacífica como mecanismo de lucha contra los poderes opresores; pero no debería nunca obviar máximas de otras experiencias que sentencian que el poder político nace del cañón de los fusiles (Mao Tse Tung), sin embargo comprensiones que “entuban” a la misma derecha política a acuartelarse en sus posiciones para la guerra.

Finalizo dejando unas declaraciones del vocero del Departamento de Estado estadounidense, Phillip Crowley, dadas el 20 de julio de año corriente, ante la necesidad de asumir sus acostumbradas posiciones ambiguas respecto del golpe de Estado hondureño; declaraciones que vienen al pelo respecto del tema de este escrito, donde se pretende dejar sentado que el objetivo de los EEUU y sus esbirros latinoamericanos (Colombia, Perú, Chile) es desbancar el espíritu bolivariano de lucha social del continente:

“Nosotros creemos que si tuviéramos que elegir un gobierno modelo y un líder modelo en la región para que los demás países lo siguieran, el actual liderazgo de Venezuela no sería ese modelo. Si esa es la lección que ha aprendido el Presidente Zelaya de este episodio, bueno, entonces sería una buena lección.” ²

Como para que no queden dudas.

Notas:

¹  Fernando Buen Abad Domínguez:  “Venezuela: nueva etapa en la Guerra de IV Generación.  Las bases militares yanquis en Colombia vendrán armadas hasta los dientes con propaganda magnicida” [en línea].  En Aporrea.org. – 27 jul 2.009. - [Pantalla 4]. - http://www.aporrea.org/actualidad/a83149.html. - [Consulta:  18 ago 2.009].

²  Eva Golinger:  “La ofensiva imperial en América Latina” [en línea].  En Aporrea.org. – 25 jul 2.009. - [Pantalla 1]. - http://www.aporrea.org/tiburon/a83018.html. - [Consulta:  18 ago 2.009].

lunes, 10 de agosto de 2009

“Libres a balazos y costa de nuestra sangre”

Fidel Castro soltó recientemente en una de sus reflexiones que si el golpe de Estado hondureño no se revertía, una ola de transgresiones constitucionales se desataría en la región.  Vale decir, como lo dijo él mismo, estaríamos asistiendo a la muerte de la constitucionalidad e institucionalidad en Suramérica, porque la extrema derecha se envalentonaría y, haciendo caso omiso de la letra y ley del orden democrático, empezaría a repartir palos golilescos bajo la certeza servil de que el señorío de los EEUU la estaría apoyando.¹

Tan simple lógica asesta, también, golpes de conciencia por los cuatro costados, dado que detrás de semejante silogística aseveración se contiene todo un mundo semántico de amenazas y provocaciones que rebasan lo matemático discursivo para extenderse hacia los predios de lo simbólico y de la psicología de las masas, terreno fértil para la manipulación y el juego político.

La estratagema de primero provocar (golpe de Estado en Honduras) para luego mirar la reacción y probar la capacidad de fuerza del conglomerado latinoamericano que se afana en los cambios (la izquierda política) aspira a concluir en una cavernícola carrera de golpes de Estado en la región, cuando no en su solapada recomendación en los países donde las conciencias populares despiertan y empiezan a darse cuenta del descalabro social que le ha comportado la historia y su modelo liberal a ultranza.

Siempre asumiendo que el motor generatriz de tal amenaza es el gobierno de los EEUU, en contubernio con las élites económicas lugareñas de los países suramericanos, habría  que decir que Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua  han asumido una vanguardia en los despertares políticos dichos, siendo depositarios de procesos de cambios consolidados y siendo también, en consecuencia, los enemigos a vencer por la baza imperial, además de la eterna Cuba; pero, por esta misma línea, habría que decir también que no se hace difícil a la adivinación prever traumas en los países donde aún el espíritu de los cambios no ha prendido en las las instancias del poder político.

Por ejemplo, el Perú de los cambios, encarnado en el Ollanta Humala candidato para las próximas elecciones presidenciales, tiene un futuro incierto, casi de imposible reconocimiento en su eventual triunfo si el statu quo (derecha política) toma desde ya la “recomendación” hondureña de no “retroceder” hacia el llamado “comunismo” que ahora promueve el presidente Venezuela.  Simple deducción.  México, allá en el norte a la pata supervisora del coloso estadounidense, ya pisó el camino de la negación digamos revolucionaria, cuando con la elección de Felipe Calderón se le presumió fraude y desconocimiento de resultados electorales en detrimento de Andrés Manuel Obrador, candidato por la izquierda.  Nada digamos de Chile (es difícil abandonar una dictadura así nomás y quedar ileso) ni Colombia, países donde las castas políticas y económicas secuestran el poder y lo dosifican en apariencia de democracia; inclusive, en la misma Venezuela, presunto “eje del mal”, donde un proceso de cambios intenta consolidarse con más ventaja que en los demás países, se esperan situaciones de convulsión para cuando Hugo Chávez vaya a reelección, en el 2.012.

De forma que no es dantesco afirmar que la experiencia hondureña de toma del poder por la fuerza, a pisoteo de las instituciones democráticas, lo menos que comporta es una “recomendación” de permanecer bajo la calma del stablishment político neoliberal a los demás países; es una orden llana, y orden de los EEUU, quienes sostienen y financian su experimento golpista en Honduras, ejemplificándola hacia las demás repúblicas del hemisferio, so pena de plagar la América entera con golpes de Estado en nombre de la libertad. Como si lo ideal fuese una sola región, países todos sumados, bajo la dirección de un general, para gusto norteamericano.  El Inca de gobierno continental propuesto por Francisco de Miranda en su tiempo –se dirá-, pero muy pervertido en su originalidad y acomodado a específicos intereses de lucro y explotación; o el pretor o general romano de una de las provincias del imperio.

Lo dijo el vocero del Departamento de Estado, Phillip Crowley:  “Nosotros creemos que si tuviéramos que elegir un gobierno modelo y un líder modelo en la región para que los demás países lo siguieran, el actual liderazgo de Venezuela no sería ese modelo. Si esa es la lección que ha aprendido el Presidente Zelaya de este episodio, bueno, entonces sería una buena lección.”²  De forma, pues, que la contraparte semántica recomendada, es decir, Honduras y su golpe, es lo que tiene que aprender la América Latina para evitarse problemas con su porvenir “democrático”.  No hay lección más clara.  Venezuela, como en el pasado independentista, es la cabeza de playa contra el imperio, ahora norteamericano; y Hugo Chávez es la reencarnación del viejo comunismo, uno de los argumentos estrellas de guerra fría en los que son campeones los EEUU.  No canta ni pinta más claro un gallo. O es Honduras o es Venezuela; o es ALCA o ALBA, último éste uno de los argumentos que precipitó el golpe militar en Honduras.

En fin, los sentidos están claros.  Hay una propuesta (mejor dicho invitación) de paso por encima de la institucionalidad establecida en las repúblicas latinoamericanas, por ellos denominadas bananeras, con el mayor desprecio.  O dicho de otro modo:  hay una propuesta de guerra sobre la mesa, detrás de la cual subyace una conminación a existir como colonia o a no existir como más nada, para redondear mejor la poca estima que una de las Américas tiene respecto de la otra.  Huelga decir:  hay una invitación a comprender que el futuro libre no estará en la esquina sino a través del uso de las armas y del inevitable derramamiento de la sangre.  Es la acepción de la palabra guerra, por si no había quedado claro.

“Tiempo atrás había ya Mao Tse Tung rematado que el poder político nacía del cañón de los fusiles, para redondear nuestro pesimismo”

“Estados Unidos tiene una larga historia de dominación en el hemisferio. El Presidente Barack Obama y la Secretaria de Estado Hillary Clinton tienen la oportunidad de cambiar el curso de esta historia y apartarse de una tradición oscura de dictaduras militares, represión y muerte [con el caso de Honduras, rechazándolo]”³ , leo en  un interesante artículo norteamericano; pero como es de conocimiento por todos, no lo ha hecho.  Por el contrario, financia soterradamente al gobierno de facto hondureño, negándose a catalogarlo como golpe de Estado, dado que la legislación estadounidense le impediría ipso facto consiguientemente proseguir con su estrategia bélica de sostenimiento de un gorila militar y provocación política en la región.  Es de claro ver que las cartas están echadas:  quienes somos, como nos ven y qué se piensan otros de sí mismos, a contrapeso de nosotros.

Es EEUU un país de guerras.  Así sobrevive históricamente, del subyugamiento del otro, siempre disfrazando el sometimiento humano detrás de la cortina de los derechos civiles o humanos; necesita petróleo, energía, perfil, mando, todo un porte de convencimiento para alimentar entre sus ciudadanos la ficción de democracia que sus clases dominantes cultivan intrafronteras, para luego tener “moral” y permitirse hacer “recomendaciones” a otros; necesita de la otra América, de esa parte geográfica hermana, de sus islas, sus aguas, sus tierras, sus gentes; nos necesita.  Pero con la contrariedad de que nos ven como unos guarismos, como una fuente energética, como un mercado esclavo, como un depósitio, como una venta de plátanos, como geoestrategia, como pieza de tablero ajedrecístico en su rivalidad con otros mundos por la Tierra, como burdel o palmera o brisa antillanos para calmar algún sofoco, cualquier cosa menos como institucionalidad y constitucionalidad de repúblicas que abrasan principios de soberanía nacional y valores de respeto humano.  Como si ninguna página de Platón, Aristóteles, Montesquieu o Rousseau no se hubiera jamás volado por estos lares y como si los logros humanísticos no fuesen un patrimonio universal de la especie.

Semejante violencia de percepción y trato no necesariamente conduce a la paz. ¿Cómo? Porque sucede que el hombre, ser de carne e ideas, así como da para la traición en su versión patriótica degenerada (las élites vendidas latinoamericanas), así rinde también para lo elevado, para la idea, para la noción de patria propia y soberana, como lo corroboran nuestros propios héroes latinoamericanos.  Crece, reflexiona, madura y hace la guerra cuando comprende que el destino que encarna es impuesto por otros humanos a través de burdas articulaciones del dominio y el engaño.  Cuando se comprende, el formato del engaño se agota, y cuando la forma del engaño se agota o hay libertad o guerra, tanto más cuanto una de las partes se la impone a la otra.

Sin duda, una situación preocupante, más aun si traemos a colación algunos detalles simbólicos de inevitable asociación cuando de autoridad, imposición guerra o muerte se habla.  Diremos que la Honduras golpista es la versión contraria del Palatino demarcado por Rómulo, fundador de Roma, terreno que habrá de procurar destrucción a quien no lo derribe o pise.  Es decir, es el experimento o provocación de la derecha política motorizada por los EEUU, mismo que al sol de hoy prosigue en pie, a la espera de una mayor contundencia latinoamericana, esa misma que viene perfilando este artículo en el sentido de considerar inevitable una confrontación por las armas y que se resiente que al presente no disponga el continente de mecanismos constituciones que puedan obligar por la fuerza al retroceso de una aberración.  Porque el hombre, símbolo o palabra, es ante todo semántica, y no otra acepción agresora comportan las movidas de piezas de los EEUU en Sur y Centroamérica.

Y del viejo Fidel, guerrero curtido en la Guerra Fría, como combatiente presto a su hora final, habrá que tomarle como proféticas sus palabras respecto de la plaga que nos depara el imperio de los EEUU, a la vieja usanza de los guerreros antiguos que, cuando menguaban, solían vaticinar el fin o la enfermedad de lo que le estaba dado augurar.  Le dijo Héctor a Aquiles cómo habría de morir a manos de Paris, ¡a Aquiles, aquel guerrero invencible!  Más acá, el mismo Bolívar nos dejó un legado de alertas en relación a la opresión de los EEUU sobre América.  Y si usted se pone a examinar, no es sólo la historia de América Latina una de guerras, sino del hombre mismo.  ¿Qué esperanza, pues?  ¿Hay o no hay la guerra como mecanismo entendido y precipitado de liberación?  No hubo dudas para Sandino cuando sentenció que “Nicaragua será libre solamente a balazos y a costa de nuestra propia sangre”; y no la hubo para otros tantos próceres de los hombres libres.

¿Qué cree usted? ¿Supone que irresponsablemente empujamos a disparar un fusil?

¿Queda alguna otra opción cuando una de las partes coloca en la mesa una declaración de guerra, so pena de vivir siempre bajo el oprobio al rehuirla?  Fuera del prejuicio humanista y haciendo abstracción de sus horrores (cosa monstruosa), la consumación de una guerra siempre supondrá la erradicación de una injusticia, so pena, como se dijo, de vivir mansamente bajo oprobiosa existencia.  No se dirá que tiene la guerra un punto plausible, pero tampoco habrá de afirmarse que es celebrable la “recomendación” de vivir bajo el mancillaje y la indignidad de modo permanente.  Tiempo atrás había ya Mao Tse Tung rematado que el poder político nacía del cañón de los fusiles, para redondear nuestro pesimismo.

Dos cuidos se imponen ante tan desolador panorama (nadie me obliga al optimismo):  (a) no pisar el peine de la guerra cuando se pone para tal fin (caer en el juego del otro) y (b) en lo sucesivo comprender que cuando hasta se afirma que las revoluciones no tienen marcha atrás en la América bolivariana es porque sólo a través de la guerra es que se está planteado discutir sus conquistas civiles, sociales, patrias y de conciencia alcanzadas.

Notas:

¹  Fidel Castro Ruz:  “Muere el golpe o mueren las constituciones” [en línea].  En Cubadebate. – 10 jul 2.009. - [Pantalla 7]. - http://www.cubadebate.cu/reflexiones-fidel/2009/07/10/muere-el-golpe-o-mueren-las-constituciones/. - [Consulta:  10 ago 2.009].

²  Eva Golinger:  “La ofensiva imperial en América Latina” [en línea].  En Aporrea.org. – 25 jul 2.009. - [Pantalla 1]. - http://www.aporrea.org/tiburon/a83018.html. - [Consulta:  10 ago 2.009].

³  Amy Goodman:  “Revertir el golpe” [en línea].  En Democracy Now! – 2 jul 2.009. - [Pantalla 2]. - http://i4.democracynow.org/es/blog/2009/7/2/revertir_el_golpe. - [Consulta:  10 ago 2.009]