El gran líder político una vez quiso ir al mercado como cualquiera a comprar una tajada de queso. Añoraba esa libertad perdida, y extrañaba ser ese hombre libre y anónimo cuyo cuerpo inadvertido se puede desplazar entre las masas de siempre. Pero medio país lo odiaba y lo reconocería donde fuese para escupir su rostro y, extremamente como ocurre en política, hasta matarlo. La otra mitad lo adoraba, como se susurraba él mismo en sus momentos de vanidad, y eso lo reconfortaba.
"─Un líder más magno ─se decía a sí mismo frente al espejo mientras se pegaba un bigote postizo y oscurecía su cara con maquillaje, así como también se calzaba unos lentes oscuros─ debería ser amado por más y odiado por menos. Cincuenta por ciento y cincuenta por ciento es una mediocridad."
Preocupado, mientras escondía sus divagaciones detrás de su excelente disfraz de parroquiano y cruzaba la calle, después del terrible trabajo de escabullirse de la seguridad de sus guardaespaldas, un elector lo atropelló. Se había lanzado a la calle como se lanza por un pasillo quien es dueño de su casa.
─Un líder perfecto inspiraría a cien... ─fue lo que le dijo a la peatona que lo socorrió mientras intentaba devolverle el bigote despegado a su sitio.
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