I
Con la proyección de que para el 2.050 los blancos en los EEUU perderán su condición de grupo étnico mayoritario, la situación empieza a ponerse color de "hormiga vieja" (como leí una vez en Miguel Ángel Asturias) para eso que conocemos e idealizamos como "democracia". Se trata de una prueba durísima para el sistema capitalista, ese mismo que ha querido sinonimizarse en su plausibilidad con la bendita palabra, y que no ha hecho más que convertirla en herramienta de dominio para sus intereses.
Porque, para empezar, como se sabe desde el discurso de las hegemonías, son democráticas sólo las sociedades capitalistas, como nos lo enseñan tan bien desde el corazón mismo del capitalismo del mundo, lugar donde, por cierto, los que arriban a la presidencia del país no son aquellos que precisamente obtiene el mayor favor de la votación del pueblo y donde 400 personas solas tienen más dinero que 150 millones de paisanos juntos, es decir, más que la mitad de la población de los EEUU.
Tan poderoso ha sido el catecismo acondicionador de realidades que para la mente humana no le resulta fácil concebir democracia ahí donde no hay una sociedad de ejercicio capitalista. O sea, donde no se haya occidentalizado el globo terráqueo, como si la helenización del mundo no hubiera terminado, por el cuento ese de que la democracia fue inventada en Grecia. Así, Europa es democrática y, como se dice axiomáticamente, EEUU es la mejor democracia del mundo; y en aquellos lugares donde no hay capitalismo, ...perdón..., democracia, se lucha por la libertad.
A nadie "helenizado" se le ocurrirá jamás afirmar que en Cuba, China o Corea del Norte hay pizcas de democracia, por el hecho de que en algún momento profesaron (o profesan) el credo ideológico contrario al capitalista; o en Irak, donde hay gente con otra cultura, enfoque político y religión, además de mucho petróleo. En Colombia, por ejemplo, uno de los países más convulsionados del mundo, donde una estamental casta colonial maneja el país a su antojo, y muy amiga de los EEUU en eso de dejarse penetrar por los postulados de la doctrina capitalista-democrática; siempre habrá más democracia que en Venezuela, pongamos por caso, país donde en los últimos años se han practicado modificaciones sobre el enfoque catequista, hasta el grado que ya se dice, desde los medios de comunicación de la sacralidad ideológica, que comulga con el terrorismo, la guerrilla y el narcotráfico, muy cerca de ser una plaga o “amenaza” para el mund civilizado (como lo fue Irak con su incierta bomba atómica).
Y cuando es el caso que se trate de una una nación ajena culturalmente a la matriz occidental, es decir, sin principios cristianos, señoriales, imperiales y racionales (las épocas históricas de la civilización europea), entonces se habla de "guerra de culturas", de confrontación de civilizaciones, para intentar reclamar por qué no hay capitalismo y democracia, los consabidos y fundamentales componentes del "modelo único". Se hace el reclamo y ya, con gran desparpajo, no importando que tales elementos hayan sido milenariamente extraños al modelo de vida juzgado.
Sobre cualquier nación del mundo, sea socialista, budista o cualquier cosa diferente a la matriz cultural europea, pesará siempre la acusación de antidemocracia, aunque políticamente se trate de una sociedad donde a su modo se ejerza mayor democracia que en la matriz misma de donde procede el cuestionamiento, esto es, la sociedad occidental. Ser diferente es un pecado que, si no se paga, se cobra. Por ejemplo, ser socialista conceptualmente es un antivalor europeo (y al mismo tiempo valor europeo), porque confronta el modo de ser (y de haber sido) de una sociedad señorial, de señores feudales con castillos y todo. El hecho que las estúpidas masas empiecen injerir en los asuntos de la clase dominante, es un acto criminalizable por todos los monarcas y mentes afines del mundo.
Luego tenemos que capitalismo es, tras bastidores, monarquía, imperialismo, señorío, cristianismo inquisitorial y razonamiento de cómo unos pocos pueden someter a unos muchos, necesarios acondicionadores de dónde se puede implementar la fementida y prostituida "democracia". En sociedades con tales elementos es donde corre con mayor éxito el experimento "democrático" de que el Estado no meta la mano en el mercado y lo deje fluir como fluyen las pasiones de la vida misma. Eso sí que es democracia, y semejante aseveración tiene la fuerza del ejemplo con el "mejor" país del mundo, EEUU, con todo y que en la crisis presente se haya visto su gobierno obligado a intervenir para regular el mercado y salvar a los salvados. A quien difiera no se le acusará jamás por no ser neoliberal o capitalista, pero no se salvará de una incoación de dictadura o tiranía, supuestamente lo contrario a democracia, en su lenguaje de las “instituciones”.
II
G.K. Chesterton escribió su ensayo Democracia y capitalismo, donde de una vez intenta combatir la espinita que se quería meter de que ambos conceptos son dos amores que corren tomados de la mano. Rápidamente acota que
La modernidad no es democracia. La maquinaria industrial no es democracia. Dejar todo en manos del comercio y el mercado no es democracia. El capitalismo no es democracia. Esta más bien en contra de la democracia por su sustancia y sus tendencias. Por definición la plutocracia no es democracia. Pero todas estas cosas modernas se abrieron camino en el mundo al mismo tiempo, o poco después, que los grandes idealistas como Rousseau y Jefferson estudiaban el ideal de la democracia.
y no vacila más adelante en dejar dicho que "Por eso la gente empieza a decir que el ideal democrático no está vigente en el mundo moderno. Estoy totalmente de acuerdo. Pero me quedo con el ideal democrático, que es al menos un ideal y por lo tanto una idea, antes que con que el mundo moderno, que no es más que la actualidad y por lo tanto ya es historia antigua."¹
Y sobre tales palabras viene uno y se pregunta por qué la aclaratoria esta de que el capitalismo no es democracia, respondiéndonos en el acto que procede del afán de evidenciar cómo semejante sistema político-económico depredante de la condición humana intenta apoderarse semánticamente de la bondad idealista del concepto. Así, volvemos al principio de lo afirmado y caemos en el cuento desviado de que sólo son democráticas las sociedades capitalistas y no lo son, por lo tanto, aquellas que son socialistas o que empiezan a cuestionar al modelo de los modelos, como Venezuela, por ejemplo, que desde hace rato empezó a mirar sobre sus llagas.
Otros países hay, como Honduras, perfectamente acoplados a la matriz imperial, que han empezado a protestar por un sistema "democrático" que lo único que le ha dado es siete pobres por cada diez personas. Desde ya, no importando fidelidades del pasado, ha empezado a ser considerado como potencial sociedad antisistema, esto será, a lo largo del tiempo, no democrática.
De manera que no puede dejar de sorprender cómo un modelo, básicamente económico, haya intentado erigirse en el modelo político más perfectamente idealizado por el hombre (la democracia, pues, señora Grecia), no obstando que su ejercicio histórico haya tenido un concentrado precipitado de pobreza y que en la sede de su mayor adlátere (EEUU) los presidentes lleguen al cargo sin que necesariamente cultiven la máxima democrática de ser elegidos por el mayor favor popular. Son incomprensiones de éstas, nuestra vidas.
Nos resta, pues, decir lo que es ya una verdad a gritos. La democracia, tal cual como está pervertida por el martilleante discurso de la clase dominante, no es más que un engaño de las élites para permear su modelo económico de la esclavitud, insólito programa de fundamentales contradicciones con la democracia genuina. Por este calibre, no queda más que seguir diciendo lo obvio: no hay una real democracia en los EEUU, ni en Europa, ni en cualquier otro país donde cabalgue el modelo de la fundamental incompatibilidad del que hablamaos. Todo país capitalista es una presunción de solapada dictadura.
Que se ganen elecciones sin votos mayoritarios y que el modelo económico prevalezca sobre la forma política, sacando la garra para ayudar a los suyos, es decir, a los plutócratas, como ocurre ahora con la crisis en los EEUU y Europa, es un cuadro sintomático de que a la mentira institucionalizada le va llegando su hora.
III
Y, en efecto, es sólo cuestión de tiempo, quizás de unos cincuenta años, un poco más allá del hecho cuando las minorías se conviertan en mayorías en los EEUU. La democracia entonces -y no la idealizada griega, sino la misma del ejercicio capitalista- habrá pasado a la Historia como modelo imposible, es decir, como inútil disfraz discursivo y procedimental del sistema. Hasta puede que se diga lo que hoy se dice del socialismo: una doctrina trasnochada, ridícula utopía de los humanos. Porque el capitalismo, en fase de decantación, se habrá hecho más sincero, más fuerte, más desenfadado, más concentrado, en fin, como cabe esperar si es resultado de su propia doctrina de la supervivencia, esa, la del más apto, la de quien más se coma a su competencia.
De modo que, evolucionado hacia un estadio donde ya no sean precisas las falsas apariencias, como esa de presumir de democracia; cercano al colmo de su decantación final, con el poder económico casi absolutamente en sus manos; habrá que esperar se quite de una vez la máscara y proclame abiertamente su verdadera naturaleza política, expresión necesaria de la económica: un señorío, una monarquía, un imperio, como si se dijera que se retrocede en la historia hacia modelos superados por la vida humana. Una dictadura mundial, pues, ni más ni menos.
Lo de hoy, la circunstancia de un Estado político metiendo la mano para ayudar a la más poderosa clase económica, a propósito de la crisis financiera en los EEUU, es un pequeño asomo del plutocapitalismo por venir. El sistema metiendo las manos a favor de sí mismo, descaradamente, para correr la llaga de tapar mejor su "democracia" y soportar lo más que se pueda la mascarada. Es la crisis una tremenda vuelta de tuerca hacia la situación final de las concreciones, donde el plutocapitalismo se divorcie definitivamente de su discurso democrático e instaure su nueva doctrina política del "progreso", necesaria a sus expresiones. Donde el poder económico requiera un nuevo vestido político.
Y probablemente este golpe final del sistema económico imperante contra el otro político, tergiversado a más no poder, según lo conocemos, llegue en el momento dicho en que las minorías en los EEUU conquisten el poder de mando que eventualmente podrían derivar del voto, la herramienta de la "democracia". ¡Vaya payasada, señor Tiempo! ¡Vaya burla de los más poderosos sobre los más débiles cuando entonces toque desmontar un aparataje político que a la forma económica ya no le conviene! Vota, negro o latino, pero ¿de que os servirá si ya no vivimos bajo tan viejas ideas por las que vosotros suspiráis?
Blancos son quienes detentan el poder económico en los EEUU, y el hecho demo y etnográfico de que los suyos hasta hoy sean mayoría en el país, es un argumento de manejo político para mantener el discurso de la democracia hasta cuanto se aguante. Rinde una seguridad de bomba de tiempo, de resistir el formato "democrático" de soportarse en el poder hasta que la correlación blanca y sufragante no pierda el poder de elección frente a los otros grupos hoy minoritarios, como los negros y los latinos.
Pero de qué democracia y sacralidad del voto elector estaremos hablando cuando la sociedad norteamericana, negra y latina por mayoría, con todo lo que ello implique en el aspecto de las valoraciones culturales y visiones de mundo, empiece a inclinarse por situaciones nada convenientes a esa clase reducidísima y blanquísima del poder político e histórico de los EEUU, esa misma que, dueña del dinero, lo es también de la Historia, y a quien nadie convencerá de que el criterio mayoritario de un negro, por ejemplo, tenga nada que ver con la génesis y destinos de la "gran nación del mundo". Adiós democracia -se podrá decir-, con todo y tus actualizadas perversiones que, por lo menos así, sujetas a un discurso engañoso, andas por allí aunque sea de palabra o como recuerdo. O adiós, pues, para decirlo de otro modo, a lo que de tí habían hecho o quedaba. Como vaca diste ubre para el ordeño plutocrático, y como vaca darás también la carne para el festín final.
Nota:
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