Uno lo ve y no lo cree. Con la “ingenuidad” se ha conquistado el mundo, puede decirse, cuando uno nota cómo determinadas inteligencias se esconden detrás de una apariencia para lograr sus propósitos. Es tema milenario, si se quiere, conocidamente encarnado en la fábula del lobo disfrazado de oveja. Clisé.
El punto recuerda al emperador romano Claudio, quien, sin pretender ser lobo con ocultos propósitos, intentó hacerse el pendejo –es decir, ser oveja- para salvar el pellejo ante la conspiradera del imperio, acostumbrada a asesinar emperadores sistemáticamente. Ya sabemos que el ardid no le funcionó: igual murió envenenado, como sus similares que le precedieron.
Su fama de cojo, tartamudo y hasta de bobo no revistió definitivamente la fisonomía ansiada de “ovejita" inofensiva, dado que durante el ejercicio de su imperio no se pudo ocultar que había sido un estudiante excelente, un hombre de inteligencia, hábil estratega militar como gobernante, de paso querido por su pueblo. Habrá que suponer que semejante develamiento de personalidad empezó a molestar a quienes inicialmente confiaron en su eterna imbecilidad, es decir, los guardias pretorianos y el Senado de entonces, extremistas de la conspiración y bichitos de nobleza o patriciado parecidos en sus remilgos de clase a la oposición política venezolana. Sin ir muy lejos.
Pero Claudio fue puesto en el trono, según no existen claros indicios que lo impliquen en la conspiración y el asesinato de su sobrino Calígula y familia; de modo que quedará para la Historia sin fin la especulación de algunos autores que lo involucran en el complot.
En todo caso, el punto del emperador es que un “bobito” como Claudio, con sus “ingenuidades” pudo muy arteramente arreglárselas para lograr sus cánidos propósitos, para decirlo de tal modo que traiga a colación la idea inicial de las ovejitas utilizadas para solapar inconfesables designios.
Para el supuesto que así haya sido, modalidad tan vieja no deja de tener vigencia en la actualidad, cuando otros imperios y emperadores se revisten de aparente “ingenuidad” o progresismo para ejercer la política de coronamiento de sus propósitos en el mundo. Dos tipos hay de esta actitud, muy propios de las “mosquitas muertas”, como se dice cuando una tonta aparenta un modo de ser con sus acciones para ocultar una contraria y verdadera naturaleza. Aplícase con frecuencia a mujeres (me perdona el género) aparentemente santurronas, quita-maridos en el fondo, hasta el daño intrigantes o chismosas.
Un tipo es ese comportamiento santificado de utilizar las “formas” convencionales para lograr los objetivos. Como cuando los EEUU –para ir ya al grano- dicen que invaden a un país y matan a un montón de gente bajo el argumento de que lo hacen para salvar al mundo o protegerse ellos del terrorismo o cualquier otra plaga que su ingenua, transparente y pura condición de paladín invente. Digamos que es el tipo velado que utiliza la institucionalidad –como la OEA y la ONU- para, a través de discursos irrebatibles de “democracia” y “progreso”, imponerle sus bobadas a los demás. Se atienen a reglas y resoluciones, y lo demás es cuento.
Porque es de un impresionante ver cómo con tan formales y hasta tontos argumentos te controlan a un mundo entero, cuando lo ponen a apoyar idioteces como que Manuel Antonio Noriega, por ejemplo, sembraba marihuana en el patio de su casa, siendo por ello un peligro de narcotráfico para el "subhemisferio” americano, como ellos nos llaman a nosotros los suramericanos; o como cuando se ponen a decir que Hugo Chávez comanda un terrible eje del mal, siendo necesario salvar los modos convencionales de vida casi que en el planeta completo. Nada hablemos de otros tantísimos ejemplos de la formalidad institucional que reviste a esta modalidad de conquista del mundo con los más puros arrestos de una bondad providencial, ingenua en la confianza de suponer que los demás han de seguir a pie juntillas las reglas que ellos inventan. Las invasiones de Irák y Afganistán son los más claros emblemas de los últimos tiempos, cuando el disfraz de oveja se usó para ocultar las apetencias petroleras y geoestratégicas de tan solapado lobo emperador del mundo.
Lo mejor de todo es que lo hacen de modo impecable e irrebatible, en su criterio de justicia franca, irrefutable para cualquier mentalidad progresista. Creyentes lineales de la piedad del mundo, respetuosos del libre albedrío de los pueblos y sus leyes, se ven a veces –casi sin darse cuenta- en la necesidad de actuar con “mano dura” para corregir entuertos, violaciones, naturalmente sin darse a ver que la mano es dura, puesto que quien anda en la gloria no puede andar al mismo tiempo en pecado y es muy probable que no conozca sus abominables pormenores terrenales. Así de tonto.
Hay forajidos y ya. Hay terroristas y ya. Hay narcotráfico y ya. Hay dictadura, violación de los derechos humanos y ya. Hay leyes y convenciones quebradas y ya. Hay progreso y punto. Y hay, por consiguiente, países al margen de la convencionalidad saludable del mundo que requieren ser combatidos, y una vez más y ya. Así de simple, tonto o ingenuo. Para quien es sincero, respetuoso de la ley, amante de la paz, carente de malicia, la maldad del mundo se le presenta como un contraste insufrible, y va más allá de lo natural –a lo instintivo, se dirá- su reacción de erradicación y combate.
El otro tipo de no-malicia redentora (acepción de “ingenuidad”) requiere de una gran capacidad de estupidez de quienes observan. Como cuando te dejas convencer con el argumento de “necesidad de matar” de un asesino en el preciso momento en que desguaza a su víctima. Asesinos por naturalaza, pues, hecho espontáneo que requiere tu comprensión y condescendencia, sin dejar colar en la explicación matiz alguno que pueda cargar de culpa a los victimarios. Así de ingenuo.
Montan los gringos un teatro bélico de operaciones al lado de tu casa pero no con el propósito de atacarla. ¡Ummm, que va! ¿A quién se le ocurre? A lo más, es para protegerla, unir lazos con sus habitantes, congeniar, ser amigos, practicar el progreso, casi casi que para hacer el amor. Infinidad de veces ha sido visto: operaciones al lado de Irák, y luego invadido, como en tanto otros casos ya históricos que huelga mencionar. O como se le hizo recientemente a Venezuela con la ocupación del Caribe por fragatas misilísticas, dizque para defender la libertad o fraternidad continental, argumento que, como es obvio, no admite remilgos (por lo “progresista”) so pena de darte por aludido. Como se dice en Venezuela: el que se pica “es porque ají come”.
O como se hace hoy mismo en Georgia, el país que intentó hacerse con Osetia del Sur, generando una breve guerra con Rusia. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) realiza ejercicios militares en conjunto con otros países, en el interior del pequeño país caucásico, en la misma frontera rusa, pero en ningún momento con la intención de generar molestias, provocar, intimidar ni nada parecido. Se hace con el propósito de unir lazos, fortalecer el intercambio, la democracia y otras grandes pazguatadas dignas de estatuas.
Semejante tipo de “inocencia” es de proceder directo, incisivo, franco en la fe que convence montañas. Nadie tiene que sospechar de un conjunto de países que ayuda a otro, asolado por una derrota de guerra. Menos de un país al que se le intenta dignificar como nación, esforzándosele por incluirlo en la organización bélica que es la OTAN, sin que ello tenga que interpretarse –¡pero ¿por qué, señores desconfiados y pecaminosos?!- como un gesto contrario a la paz y al progresismo del mundo. Nada de eso, caballeros.
Y he aquí la movida principal de tan pulcra conciencia del actuar, no diremos ya falsa, de lobo cubierto de oveja, sino cínica, de lobo despojado de ella, pero requirente del concurso de una idiotez universal: los EEUU saben que los rusos, en contraataque, pueden plantearle un teatro de operaciones en Cuba, como en los viejos tiempos de la Guerra Fría y la famosa Crisis de los Misiles, y hoy mismo, del modo más inusitado posible, han puesto a hablar de concordia a unos de sus funcionarios más hostiles hacia la isla durante sus funciones, Thomas Shannon. ¿Se ha visto semejante desfachatez, que pide a gritos que seamos unos desmesurados idiotas?
Semejante cambio de brújula, que no busca más que quitarle capacidad de respuesta a Rusia, en ese eterno juego de estrategia de las potencias, se disimula en el hecho esperado del reestablecimiento de las relaciones diplomáticas y la suspensión del embargo económico a la que han sometido a Cuba durante tanto años. Un loable accionar, en apariencia, digno de los mejores aplausos de quienes tienen años esperando un cambio de política de una de las Américas hacia la otra. Pero acción política al fin, calculada, confiada no tanto en la presunción de la inocencia propia, esa que engaña, pureza que confía en la buena fe de los demás a la hora de interpretar sus acciones como potencia “magnánima”; sino en la estupidez del mundo entero para que no le descubran sus movidas de piezas. Las movidas de “alma” de los EEUU y sus esbirros europeos. Su naturaleza lobuna, aunque se vista de oveja, y de oveja tonta y confiada en la reglamentaridad del mundo.
Tales tipos de ingenuidad, de burda ingenuidad política, requieren del concurso tuyo, lector, pero no en tu forma de ser suspicaz, sino idiota. No se dirá que puede conquistarse el mundo completo con semejante cinismo político, sino el universo mismo, dado que su pila de ingenuos habitantes hacen posible la faena. De ser cierta la suspicacia respecto de Claudio, hay que reconocer que engañó a medio mundo con su aire de “mosquito muerto”. De allí que valga decir que con santurronerías también se conquistan galaxias. El tonto no está en quien predica, sino en quien cree y se atiene a los sofismas de sus discursos.
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