Los cerebros de la imperialización del mundo se han planteado el reto de tener capacidad solvente para sostener varias guerras en el planeta, simultáneamente. Lo reflexionaron cuando la época de Saddam Hussein, durante la guerra de Irak, cuando el plano bélico estaba especialmente convulsionado en el Medio Oriente. Entonces también estaba Libia y Gadafi en otros espacios, y, por supuesto, siempre ha estado Rusia y China, sin olvidar a Corea del Norte, sumando más recientemente a Irán.
En el diseño del mundo unipolar este asunto es una piedra de tranca. Después del desmembramiento de la URSS, época de Gorbachov, los diseñadores se frotaron las manos porque, al parecer, el mundo se reducía a una serie de tentáculos conectados a una cabeza única. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sería el pulpo que atenazaría el globo terráqueo. El trato hecho con los rusos consistió en no desplazarse ni un metro hacia el este de Europa, de ninguna manera hacia las fronteras rusas. Y esta palabra dada, en el diseño, sería uno de los objetivos a incumplir de modo artero, como, en efecto, lo hicieron a lo largo de décadas en Ucrania, según se evidenció con lo descubierto con la actual guerra de este país con Rusia.
Con satélites, misiles intercontinentales, revoluciones de colores, golpes de estados y alianzas, problemas pequeños en América Latina (Venezuela, Nicaragua, Cuba), así como pequeños espacios revoltosos en Asia (Corea del Norte, Irán), sin olvidar el señoreamiento de los colonizados estados africanos, el control del planeta no parecía plantear gran reto. En cada problema había que colocar una antena controladora: bases militares en Colombia para Venezuela y el continente suramericano; zona verde en Irak para estar cerca del vecino iraní; Corea del Sur contra la del Norte; células terroristas en Siria para desestabilizarla…
Semejante tentaculización del mundo tendría que funcionar como tenazas para intimidar a los grandes dolores de testa: Rusia y China. A Rusia se le proyectó un rodeo silente y progresivo; y a China se le colocó su antena de control en Taiwán, recitándole la receta maquiavélica de dividir para dominar.
Pero el despertar a la realidad y a la historia es desconsolador. Ninguna potencia imperial ha logrado, completamente, someter al mundo: Alejandro Magno (Macedonia), el imperio romano, el mongol, el español, el británico y el colonial francés –por mencionar los más conspicuos- carecieron de la capacidad administrativa y sistémica para el control: cuando no eran fallas procedentes de la misma debilidad humana (Alejandro alcoholizado, por ejemplo), eran fallas técnicas de la misma maquinaria conquistadora, incapaz para la sobredimensión.
Hoy, siglo XXI, los estadounidenses sueñan con que, a fuerza de tecnología e invasiones, el mundo se les doblega y que son el más grande imperio de la historia. Pero no hay otra cosa tan descabellada: Rusia posee una tecnología hipersónica en misiles no superada y China es un poderío económico y tecnológico que no ha terminado de parir sus sorpresas. Atiéndase esto: un ataque simultáneo de China a Taiwán, de Rusia y Bielorrusia a Kiev, de Rusia a Finlandia y Suecia, de Corea del Norte a la del Sur, de Siria y Líbano a Israel, y de Irak, Siria e Irán a las células terroristas que pululan sobre el territorio robando trigo y petróleo, colapsaría al nunca conformado y soñado imperio estadounidense.
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