Las neuronas de la clase política liberal en América Latina ─devenida en neoliberal, como sabemos─ han experimentado una evolución insólita, desde el punto de vista humanista, con repercusiones en su carácter de lo que debe de ser humanitario y su visión de mundo de lo que debe de ser la vida humana.
Su dirigencia fue a la universidad, no cabe duda, dado que bajo el sistema de castas y privilegios por ella cultivada era lo mínimo que le calzaba en el zapato, inclusive a la fuerza, para ilustrar un poco la imbecilidad de muchos ricachones que se iban a las aulas de clases a hacer bohemia, vagar, consumir drogas y, finalmente, graduarse de cualquier manera, no importando que comprando el título, dinero y poder suficientes mediante. Venezuela tiene records olímpicos en la materia. Barraganería se le dio por llamar después de mucha práctica, considerando que la palabra supone el amparo o acompañamiento de algún poder detrás.
Tal es el aprendizaje: la vida misma desarrollada, perfectamente individualista, si se quiere en mofa frente a los poderes constituidos del Estado mismo procurado históricamente (hablo de la derecha política neoliberal, que lo pinta ajeno por definición ideológica a intervenir en los sacros asuntos civiles). Nada digamos que el neoliberalismo, como forma corolario de vida, es la reducción al máximo de la tal figura interventora estatal. De modo que cualquier estupidez, abulia moral, acto de corrupción, es susceptible de escudarse bajo ese gran invento burgués de la democracia moderna: el Estado de Derecho, la ley sometiente, pero ley al fin implementada en espíritu y obra por las castas dominantes del sistema. (Un civil poderoso te cierra ilegalmente una vialidad y no es tan delictuoso como sí lo es si lo hace un pendejo pata en el suelo, como se le dice en Venezuela a los más huevones).
Como si dijéramos, para más señas, que el sueño neoliberal es tal discernimiento: el Estado y quienquiera que sea se quedan fuera del juego político del ejercicio de unos derechos ciudadanos “inalienables” conquistados por la especie humana durante tantas revoluciones humanistas, pero escurriendo el bulto de que “ciudadano” no es quien vive en la ciudad, sino quien manda. Una vil cortina de humo de la explotación del hombre por el hombre y la impunidad que toda transformación socialista ha de combatir. Como una flor, con un lado feo, el “libre albedrío” no es necesariamente todo mar de brillos; puede ser un discurso con innombrables propósitos.
Por cierto, nadie tiene nada en contra del ejercicio de la vagancia o la bohemia como derecho de escogencia de vida, para retomar el ejemplo; pero, ¡caramba!, por qué venir a joder mi inteligencia con que un rico vago no es tal, sino un bohemio, y un pobre vago es peor que aun, un delincuente. De paso obligándome casi a sentir admiración por uno, presuntamente artista, y aversión por otro, bajo el señalamiento de antisocial.
Porque tal es el fruto del cultivo del individualismo, del mundo apartheid, de la sociedad sólo para unos, de los ciudadanos más o menos valiosos: la diferenciación privilegiante, el clasismo, el sentido de casta… El odio, el egoísmo. A eso se llevan las neuronas a la universidad neoliberal, allá en las bienaventuradas universidades del mundo: a ser cinceladas en la matrícula del darvinismo social, buscándole siempre la quinta pata al gato para evitar la intromisión de cualquier tipo de conciencia en el interés individual que ejerce el poder. Fuera el Estado interventor y cualquier arresto socialista. Nadie podría pasar por encima del derecho conquistado de ejercer el dominio sin que alguien se meta, mucho menos se dé cuenta. ¡Al diablo con las revoluciones sociales y los otros derechos civiles! El derecho de los potentados es una materia prelatoria en cualquier pensum universitario mundial.
No es difícil imaginarse el sistema de valores tallado en tales mentes, la prodigalidad humanitaria y hasta el mismo humanismo como modelos visores de vida. No va más allá la pobreza de ser una oportunidad para ejercer un acto de magnanimidad para regalarle un mendrugo de pan, comprendiendo que es necesaria para el soporte de la vida propia dispendiosa. De cerca los he oído cuando se les sobrecoge el corazón y lamentan que ya no vaya habiendo pobres tontos y tontos pobres a quienes invitar a comer a la mesa de su casa, de tal modo que les permitan marcar en el cielo un punto positivo supraterrenal. No es difícil ponerse a saber sobre quienes dan peces sin preocuparse por enseñar a pescar, dado que el cultivo de la ignorancia en los demás (eso también lo aprenden en la universidad, tanto así que ya se les hace instinto) desde los orígenes de los tiempos se les ha declarado como las más perfecta herramienta de la explotación humana.
Y no va más allá su conocimiento filosófico ─para hablar con simplismo─ de las máximas por ejemplo aristotelianas que sentencian que cada hombre nace con la predeterminada condición de esclavitud o amo, todo una elaboración del humano arte sofístico de convertir un razonamiento hacia un interés particular, en cualquier aspecto del pensamiento que se les toque. Aman la idea aristocrática, por ejemplo ─y no sin presumir alta cultura─, del futurista Marinetti cuando proclama que las guerras son la “única higiene del mundo”, única vía también, en su criterio, de reducir la pobreza y sus pobres en el mundo. Adoran sin medida el hecho espontáneo de que las ratas, cuando se sienten amenazadas por su propia superpoblación, se lancen a ahogarse en los ríos, resguardando la continuidad de la especie. Y no dan en ocultar que ellos, los reales ciudadanos del firmamento, son la única muestra genética a preservar para la circunstancia de que se tenga que escenificar una guerra.
¡Madre trampa de la naturaleza social, y de la historia de los derechos del hombre, y del engaño humano, y del pérfido cultivo ideológico de la ignorancia y la manipulación! El gordo plutócrata utilizando a los burgueses, a la clase media, como muro de contención y voz plañidera de las libertades individuales para obliterar al Estado y para disimular ante el resto (pobre) de la humanidad que él es realmente el Estado final, completamente personal, individual, subsumido, egoísta, esplendente…
Se erige la burguesía como clase independiente de conciencia ante el poder feudal sólo para devenir al presente en un apéndice paraideológico de las clases plutocráticas, quienes se han aprovechado del marco reclamante de sus libertades civiles para fundar su poder paraestatal, de tendencia monárquica, como es la esencia de la derecha política mundial, con tendencia hacia el imperio, hacia el poder de uno, hacia un rey, como ha sido desde los viejos tiempos hasta que, por cierto, la misma burguesía la “destrona” de las alturas del poder.
Crea la burguesía, bajo el marco de su independencia económica histórica y sobre el contexto de los derechos del hombre, el Estado de derecho y hasta separa a la Iglesia del Estado (amén de desbancar al mismo sistema monárquico), sólo para devenir en sofisma argumental del viejo poder de siempre, quien se vale de su larga lucha por la independencia y libertad, de su viejo enfrentamiento con los poderes constituidos, para contraatacar al Estado de hoy con el formato neoliberal y reducirlo hasta los límites de la impotencia, e implantar su también viejo poderío. El viejo feudad, el de reyes o monárcas, el imperial…
Tiene su sarcasmo, pues, afirmar que el buen burgués va a la universidad a aprender y a afinar sus herramientas de libertad, a veces en el mismo paquete con el ricachón, sólo para seguir siendo argumento del sistema, que no permite la luz comprensiva. Un contrasentido, sin duda. Pero la verdad es que nunca ha sido libre de nada, sino juguete del poder de otros intereses, eternamente constituidos; ni siquiera cuando en la Edad Media se ufanó de libertad, libre del yugo del señor feudal. La verdad es que siempre estuvo comiendo de la mano del poderoso, como hoy mismo, bajo el entramado ideológico de la ceguera sistematizada, con arrestos ilusorios de libre albedrío. La verdad es que las revoluciones, fementidamente escritas sobre sus gloriosas espaldas (pero coordinadas por un plutócrata enfrentado a otro), han sido siempre una vieja lucha, impulso ya de asolados sectores humanos por saciar sus necesidades, el hambre primordialmente, empujadas desde el estrato inmediato inferior hacia la vida o la conquista: las clases desposeídas, el hambre de ojos brillantes, el ansía de vida, inalienable (esta sí) condición de la especie animal.
De forma que no parece audaz aseverar que la llamada clase media es un engaño histórico, boba herramienta hoy de los poderes liberales que compiten con el Estado como ente rector de una nación determinada, siempre obliterando la emersión de la idea socialista, verdadero terror del Estado capitalista, más cerca de la libertad individual, de la real y masiva justicia en el mundo, más cerca del hombre, de la humanidad, en tanto la pobreza y la desigualdad social están animadas por la mayor cantidad de seres humanos del planeta. No hay mala ni buena burguesía que en el fondo no le asombre ser un millonario magnate, de esos dueños de vidas (como en el pasado), que controlan Estados, como en el presente, aunque con la realización del sueño corran el riesgo de perder el don con el que históricamente se han caracterizado como “redentora” de mundos (su intelectualidad); y no hay ni siquiera un mal plutócrata que desee ser un hombre de clase media, ni siquiera porque con ello corra el riesgo de contraer alguna materia pensante. No tiene sentido ser un adlátere del sistema cuando se es el sistema mismo.
Así, pues, se va a la universidad del mundo neoliberal a no darse cuenta de que se es juguete de una historia convencional, incluso bajo el alerta de que toda convención comporta una regularidad de idea que puede hacerse rutina e invisible en sus paisajes. A no darse cuenta de que no se ha coronado ninguna sincera conquista con el sistema actual político de presunto ensalzamiento de los derechos humanos y las libertades civiles, discurso con el que manejan los poderosos del sistema a sus entrenadas mesnadas de más abajo. A no ver, por ejemplo, que no puede ser justo ni humanitario (a menos que se pertenezca a otra especie) que el 44% de la riqueza mundial (más de un billón de dólares) se aloje en 350 personas, todas ellas habitantes del país capitalista por antonomasia del mundo (EEUU), y ello a contrapelo de la enorme miseria que cubre al planeta.
¿Es que no suena a neurona chamuscada una circunferencia mental de tal presentación? ¿No parece andar perdiendo los papeles la derecha política en el mundo cuando, ante semejante inhumanización, se le tenga que certificar, además, niveles de estupidización se dirá ilustrada, a falta de mayor imaginación, cuando incurre en actos de percepción deliberadamente sesgado? Y no nos apartamos del tema ni erramos el destinatario: clases altas y medias trabadas en el mismo pivote mental, como ya hemos razonado, unos usando a los otros y los otros soñando con los unos e imaginándose libres. Por una parte, evolucionados especimenes del dinero sueñan a diario con rebanar la pesadilla del Estado entrometido, luchando contra la concreción de las libertades en el mundo, acaparando, colonizando, aterrando, sembrando el mundo con sus tenazas; por otra, taxistas imaginándose dueños de flotas de líneas siderales; amas de casa, saturadas de novelas, soñando con el oro y el amor del mundo; pulperos y panaderos y bancarios y científicos y deportistas soñando a diario la gloria de obtener la gran mercancía, secreto o poder con qué chantajear al mundo entero, sobre el consabido dicho de que la vida es una carrera por el dominio. De los más pobres no hablo porque de ellos se ha dicho todo ya y constituyen el causal de las luchas humanitarias en el mundo. ¿Cómo agregarle más a quien no tiene?
En Venezuela, por ejemplo, para domiciliar esta discusión que apunta a la salud mental de la derecha política, el extremo del chamuscamiento a derivado en confundir los números con arena del mar, el color negro con el blanco, el uno con el todo y viceversa, etc. A nadie se le esconde que en el país se desarrolla un proceso de cambios que amenaza la historia de un poder celosamente conservado y estratificado en el país; es decir, crece la semilla del socialismo, desde las capas bajas de la tierra, amenazando con un tronco desbancador de viejos árboles, otrora robles. Y semejante corriente contrahistórica, como ya se ha visto en miles de especimenes del orden político, parece detonar en las clases acomodadas por la historia la locura, la ansiedad, el miedo, el espanto. Es decir, la estupidización de la que hablábamos.
Y no es raro que la mente ilustrada de tanta capa social “excelente” se confunda de continuo y confunda y confunda, dando tantos ejemplos que ya parecen haber llenado mares. Por nombrar unos ejemplillos, marchas pequeñas de la oposición (derecha política) convertidas en ríos humanos; la derecha política del país, con niveles de apoyo que oscilan de 20 a 40%, convertida en un fenómeno político vigoroso con apoyo del 95%; la derecha política eterna; la corriente socialista con un 1%, haciendo trampa al ganar decenas de elecciones; el modo de vida mejor de los EEUU, país del frío amado; la vida pasada mejor que la futura, para no hablar del presente; la historia, ¡ay la historia!, con ellos como protagonista; el color blanco mejor que el negro, y prevalente…
En días pasados me quedé lelo con una argumentación académica leída: el socialismo en Venezuela, es decir, Hugo Chávez y su proceso, busca crear un sistema de igualdad social a costa de las instituciones y las libertades individuales; y la derecha política, es decir, el liberalismo o neoliberalismo, intenta conservar las libertades individuales (¿qué les dije?: la propiedad privada, la libertad de expresión y el cuento) a costa de la igualdad social. Ambos tópicos desencontrados, pero curiosamente argumentado por una de esas personas que fueron a la universidad. Usted juzgue la facilidad con que se argumentan graves razones y también cómo se banalizan en su importancia.
Hay que cerrar sentando que sí, que es verdad, que avanza un cambio, una corriente que brota de abajo, de la realidad de las mayorías, sembrando el miedo y la estampida en el sistema neoliberal que aqueja al mundo, descubriendo sus llagas, sus crisis, sus injusticias, su latrocinio… Desenmascarando, quitando discursos y vigas en el ojo ajeno, dejándolo con los viejos baúles de su tan chillada propiedad privada, esperando generacionalmente que la luz de los nuevos tiempos lo olviden.
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