jueves, 11 de abril de 2019

LA REELECCIÓN DE DONALD TRUMP Y EL TRASERO PATEADO DE IVÁN DUQUE

Donald Trump, estupefacto por el efecto desolador de su autoritaria gestión (dilapidada en líos de fronteras, inmigrantes, cierre de su propio gobierno, etc.), afronta ahora la propuesta de su reelección presidencial.
Difícil el panorama para sus ambiciones dado que es un hombre odiado e impopular como no lo ha sido ningún sujeto en la historia de ese país.  Abominan de él la propia especie política y, por supuesto, sus electores.  ¿Qué cómo es presidente entonces?  En la "mejor" democracia del mundo, si usted no lo sabía, no gana las elecciones quien más votos de sus electores obtiene.  Métale el ojo a esos colegios electorales y luego vuelva acá a discutir el punto.
Lo soportan sus allegados y el armazón del oficio político, con un trapo en la nariz, tanto los de su mismo partido como el adversario.  El hombre avergüenza el oficio de la política y sus mismos correligionarios parecen reprocharle el desnudo al cual los somete,  evidenciando la podredumbre que se puede esconder detrás de un personaje que detenta el poder político.  Tal vez lo que más se aproxime para ilustrar sea la imagen de un verdugo que se ufane de serlo.
Ya anda en preparativos y ya, de manera espectacular, se notan sus consecuencias. La primera es el golpe bajo que le calza al presidente colombiano, Iván Duque, a quien acusa de enviar intencionadamente droga a su país. Se puede querer o no a una persona como Duque, especialmente como político, pero semejante tratamiento, después de haberle éste demostrado una pleitesía sin duda servil, es algo que, en verdad, indigna tanto a esclavos como a amos (para hablar en el lenguaje neogradino).  No hay comedimiento ni de uno ni vergüenza del otro.  ¿Dónde queda, en fin, esa alianza con Colombia, denominada rimbombantemente "Alianza del Pacífico", previamente aliñada con la inclusión del país de Santander en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)?
Estudios hay por allí, sociológicos, en tesis de grado especialmente, que barruntan que esa dirigencia colombiana puede sentir vergüenza, no obstante tantas acciones que algunos puedan calificar de indignas, impropias, traicioneras.  Un mexicano no vacilaría en definir a esa estirpe como la Malinche de Suramérica.  Apoyó a Inglaterra contra Argentina en la Guerra de las Malvinas, descaradamente convive con el negocio de la drogas, metió bases militares estadounidenses en su territorio, está dispuesta a guerrear contra un país hermano como Venezuela.  El antecedente histórico, psicosociológico, es el santanderismo: esa cultura, esa actitud y aptitud que nace de la figura de Francisco de Paula Santander, su prócer de la independencia, el hombre detrás de los intentos de asesinatos de Simón Bolívar.
La explicación de tan ruda condición humana, tanto del esclavista como del esclavo, es el perfil mismo de Trump: así es la política convencional, la que se escribe con "p" minúscula.  Un tarro de suciedad.  En función de ganar a cualquier precio esas elecciones, no hay nada extraordinario que no se pueda acometer, lógicamente bajo las reglas de esa tan repugnante profesión de ser un político como un presidente estadounidense.
Y la repugnante profesión con sus repugnantes manuales de análisis y comportamientos debe de tener algo para Venezuela ─extendiendo la reflexión─, cuanto más si la tierra de Bolívar parece ser el meollo del mundo en la actualidad.  Venezuela con sus S-300, sus Sukhoi, sus 150 mil efectivos militares, apoyo ruso y chino, no es precisamente un fácil trofeo de guerra para subir puntos electorales.  De manera que, así como a Duque de repente le dan de patadas por ese trasero arrodilladizo, se puede pronosticar que a Venezuela no se le atacará abiertamente en lo sucesivo desde el discurso imperial, al menos hasta finales de año.  Ya lo asomó por ahí Craig Faller, el jefe del Comando Sur de los EE.UU. con una nueva amenaza: será a finales de este año (por lo electoral dicho arriba) que los EE.UU. valorarán entrar a Venezuela si es posible con sus militares regulares.
Sépase que si los oráculos electorales estadounidenses considerasen que Venezuela es una plaza blanda para tomarla, realzando así el perfil de Donald Trump mediante una rápida victoria, tipo Grenada o Panamá, ya los marines estarían desembarcando en las costas.  El cuento político preelectoral gringo es archiconocido: cada presidente busca un paisito por allí para hacerle la guerra, invadirlo y subir en las encuesta.  Venezuela no es el caso.

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