jueves, 12 de septiembre de 2024

EL LÍO ENTRE ESPAÑA Y VENEZUELA. ¿QUIÉN PIERDE?

No hay que pisar el peine del escándalo tan rápido con una toma de decisión presidencial. El congreso español aprobó con 177 votos a favor y 164 en contra recomendar a su gobierno reconocer a Edmundo González Urrutia como el presidente electo de Venezuela. Una vergonzosa acción contra un país, es cierto, con el poder de sublevar corazones. Hasta podría decirse que, a quien no le palpita con indignación, es un venezolano muerto.
En reacción, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Jorge Rodríguez, instó al parlamento a votar una recomendación de ruptura con España al presidente de la república. España ya estaría reincidiendo en la "imbecilidad"  de reconocer por segunda vez como presidente de Venezuela a un político no proclamado por el ente electoral venezolano, siendo Juan Guaidó el anterior, quien ni siquiera participó en ninguna elección.
La medida parlamentaria es magnífica porque constituye una acción de simetría política en tanto referida a un congreso o asamblea, y en este sentido y hasta este nivel sí qué es apropiado y político pisar el peine del escándalo. Se hacen traslucir protestas y posiciones, y se puede preocupar a una de las partes con la interrupción de alguna ventaja comercial proveniente de la relación mutua. Si España se erige en un Consejo Nacional Electoral (CNE) paralelo para Venezuela para reconocerle presidentes, justo es que Venezuela le devuelva la piedra con una eventual amenaza de ruptura y suspensión de beneficios. Porque no es fácil romper relaciones con la patria de Bolívar, rebosante no sólo de mujeres hartamente bellas, sino de petróleo. El mundo necesita a Venezuela, debería dejarse sentado de una vez por todas. Y España anda por acá, calladita sobre nuestras tierras, extrayendo el oro negro con su empresa Repsol.
Pero es claro que tales decisiones parlamentarias no son de obligante acatamiento para los presidentes de los gobiernos, quienes, finalmente, deben de manejar y no manipular el timón de los intereses nacionales. Y en este ámbito es donde cabe la recomendación de sopesar y no pisar peines escandalosos. Ya Pedro Sánchez en tal sentido se pronunció y rechazó la moción de su congreso, y lo más seguro es que Nicolás Maduro haga lo mismo respecto de la Asamblea Nacional, pero, eso sí, recargándola con alguna medida de escarmiento contra la insolente España, la primera en la provocación. Los vuelos son un buen tema y el gobierno venezolano ya ha infligido pérdidas a varios países bocones en la región latinoamericana. Mientras la medida no sea acatada por los respectivos presidentes con un "¡cúmplase!", será, no obstante, un arma espectacular de insinuaciones de ataque y de combate político.
De acuerdo con un informe del Observatorio de Complejidad Económica (OCE, https://www.aporrea.org/economia/n396556.html), la balanza comercial entre ambas naciones favorece a Venezuela en una proporción de 9 a 1, exportando España a Venezuela $20,3 millones en 2024 y Venezuela a España 188,6. Concluye el informe que ambos flujos de países crecieron, el de España en un 64,9% y el de Venezuela en un 186. El dato estremecedor es que de la totalidad venezolana el 84,17% es por concepto de rubro petrolero.
Esto pone en el tapete para la consideración presidencial que lo atinente a la española petrolera Repsol en Venezuela constituye la real arma de guerra, con afectación recíproca de llegar a dispararse. Aunque habría que razonar que España, a pesar de la balanza comercial que aconseja discreción a Venezuela, lleva las de perder. Al oro negro no falta quien lo compre o enamore, y ya Nicolás Maduro lanzó la bomba que tenía que lanzar cuando amenazó a los EE. UU. de quitarles sus concesiones petroleras y entregárselas a los BRICS. Y, ya usted ve, si lo hizo con la altanera potencia del norte, hacerlo con España es como tirarse un pequeño pedo al aire.

EL FUTURO POLÍTICO DE MARIA CORINA MACHADO

Cabe preguntar qué sentido político tiene María Corina Machado (MCM) después de la estampida de Edmundo González Urrutia (EGU) hacia España, su tapadera o "tapa" como se le reconoció narrativamente. MCM es una política inhabilitada que, audazmente, en abierto desprecio hacia la institucionalidad venezolana, se valió de la persona de EGU para lanzar su candidatura presidencial, amén de un sistema de escrutinio electoral paralelo montado y financiado en los EE. UU.
Sin su avatar para participar ahora en la contienda política, su actividad queda francamente expuesta, pudiéndose mirar con claridad dentro de su interior ilegal y subversivo: política inhabilitada que, como si no lo estuviera, hizo campaña electoral presidencial, usurpando funciones oficiales al publicar cifras y actas de votos, y persistiendo en la manida actitud de desconocer la figura del Estado venezolano y llamar a su agresión desde el exterior, incurriendo en traición patria.
Con su "tapa" como escudo podía llamar a concentraciones de calle, declarar en su nombre a los medios y hasta llamar a la invasión extranjera ("la comunidad internacional"), como repetidamente lo hizo; pero sin su EGU al lado es una personera política más que pierde el frágil velo de oficialidad y protección que el candidato le ofrecía, reforzado con el coro de quienes desde el exterior pujan por desconocer a Venezuela.
Si con la presencia de EGU ya le resultaba cuesta arriba llamar a una concentración política, sin el viejito la experiencia ahora no sólo sigue igual de difícil para su persona, sino que se le convierte en un riesgo de aprehensión judicial para el caso de que el Ministerio Público proceda a acusarla de lo  mismo que a EGU: usurpación de funciones, incitación al odio, etc.
Así, pues, sin esa aura política prestada y sin corpulencia política propia, MCM es nada, y, al retumbo acusatorio de un pronunciamiento del Ministerio Público (inminente, por cierto), no le quedará otra opción que huir del país, asilándose probablemente en Colombia junto a Pedro Carmona Estanga o en Panamá muy cerca de los yanquis, gentilicio que le quita el sueño.
MCM ni siquiera es venezolana ─podría aventurarse─ de tanto persistir en desdibujar a su patria: nadie que se llame de un lugar reniega de él y llama a otros a destruirlo. Nació en la patria de Bolívar, como todos los llamados venezolanos nacidos en ella; pero ya se sabe que mucho "venezolano" nacido en Venezuela se alió en tiempo pasado con la corona española. Juan Vicente Gómez nació en Venezuela y entregó a los gringos el país. El encandilamiento, sino la ignorancia, genera semejantes, traspiés. Del mismo modo que el hábito no hace al monje, no debería considerarse que un acta de nacimiento fabrica el gentilicio venezolano, sino su formación y expediente cívicos.  El gentilicio de fondo, el sentido de pertenencia, siempre serán asuntos que habrán de estar bajo lupa certificatoria, al menos en Venezuela.  Para ser venezolano hay que defender la integridad soberana del país como requerimiento mínimo, se esté de un lado o de otro.
MCM es tan venezolana como espartano fue en época antigua Efialtes, el traidor más espantoso de la historia humana. Aquella llama para invadir a su patria después de sacar a sus hijos hacia el exterior; éste muestra al extranjero persa el camino de la invasión después de saber que sus conciudadanos están metidos de cabeza entre un desfiladero. Salvar a parientes del efecto de una invasión o meterlos de cabeza para que mueran en el evento, no ejerce peso diferencial en la horripilante definición de la traición patria.
Conclúyase, en fin, que la dama, en lo que concierne a la interioridad de su país, transita por una penosa soledad. Sin su avatar, como se dijo, sin fuerza política para llamar a nadie para morir por su causa libertaria, inhabilitada y abandonada por la plataforma política que la respaldó en la campaña presidencial (la misma que ahora piensa en la elecciones regionales y municipales de 2025, y no quiere mancharse con problemas), MCM está olímpicamente derrotada, no quedándole más remedio que la retirada.
Como se comprenderá, no se puede decir lo mismo en lo concerniente a la exterioridad del país, donde radica su única fortaleza, dispendiada por quienes desde hace décadas sueñan con quebrar al estado venezolano y arrancarle sus riquezas. Allí sí que ella en breve formará su reino virtual como eximia alumna de la ultraderecha que es, con rey virtual incluido, apoyada por quienes como criatura política la han forjado desde su nacimiento.

jueves, 5 de septiembre de 2024

ENTRE COMEGORGOJOS Y ALIENÍGENAS (FICCIÓN POLÍTICA)

Había una vez un país asediado por incontables desaprobaciones y envidias de muchos otros. Este país, inmensamente rico al grado que las excretas de sus habitantes se transformaban en oro después varias horas expuestas al sol, se granjeó mortificantes enemistades por negarse a regalar su riqueza. En un mundo globalizado, con dueños y lacayos por doquier, ese país se había inventado que sus bendiciones y dones eran suyos y de nadie más, y que, para acceder a su posesión, era menester pagarlos o intercambiarlos por otros bienes.

Tales condiciones, fortuna y tan odioso gentilicio, derivaron en una mesa de guerra, donde los poderosos le recitaron que el mundo tenía dueños, que estos eran el motor de las cosas creadas y que, en consecuencia, todos debían cooperar ofreciendo sus dotes para el cabal funcionamiento. Es decir, en términos políticos y económicos aproximativos, que la sociedad humana era de naturaleza capitalista y que su riqueza se obtenía de modo comunista.

Los líderes de aquel singular país respondieron “¡No!”, que no podían creer que los demás se creyeran el cuento y que sus tierras y sus tesoros les pertenecían. Que no era imaginable que no pudiesen existir otras maneras, dignidades... De inmediato se suscitó la guerra, en la que participaron hasta sus vecinos, otrora “amigos”.

Al principio la guerra se desarrolló silenciosamente, mientras los enemigos desde afueran maquinaban el despojo sin violentar notablemente las apariencias. Porque el mundo era una sinergia donde todos daban sin chistar y se doblaban con aquiescencia. ¡Y aquel país, podrido en riquezas ─mascullaban los presuntos amos─, valía cualquier cautela! Calculadoramente, como doctrina de shock para su población, decidieron repudiar aquella su riqueza, no aceptándola en ningún mercado o sistema financiero, obstruyéndola, maldiciéndola, hasta que aquel opulento pueblo explotara de pobreza.

Puesta la rueda a rodar, los habitantes de aquella tierra fueron odiados por amigos y enemigos.  Sus vecinos, países hermanos, hinchados en sus rodillas, no podían digerir semejante discurso de independencia. “Afean la región”, declararon, “recordándole al progreso primitivas eras”. Entonces los odiaron con más fuerza, mancomunadamente, y llegaron al extremo de cazarlos cuando se salían de sus fronteras para esclavizarlos o devorarlos, y así tratar de comprender tan peculiar gentilicio.

Como a un secuestrador cuando se hace con sus rehenes, lo cercaron cortándole la electricidad, el suministro de agua, de alimentos… ¡Y no es que aquel país hubiera tenido necesidad de tales cosas desde afuera, dado que las poseía en abundancia, sino que el enemigo penetró a su interior y estropeó sus cauces, maquinarías e inteligencias de surtimiento! A la táctica la denominaron sanciones; a la estrategia, libertad.

Así trascurrieron décadas hasta que lograron quebrantar la unidad de su pueblo, dividiéndolo en nacionalistas y alienígenas, traidores estos para los primeros y rastreros esclavos aquellos para los segundos. El enemigo externo, mediante la siembra del sabotaje y el terror, finalmente había cosechado uno a su semejanza, pero interno, proveyéndolo hasta de una doctrina: el mundo es una aldea, los países son bosques con recursos, no hay individualidades, el libre albedrío es relativo, el poderoso te alimenta y la riqueza de nada sirve si nadie te la compra.

Sin embargo, los habitantes de aquella extraña nación hacían gala de gran cultura, se conocían grandes teorías políticas de convivencia y hasta deletreaban el cuento del contrato social de Juan Jacobo Rousseau. Junto a sus líderes, demandaron la protección de su Estado. Y así fue como se proveyó a cada familia del país del pan y el agua, entregados en las puertas de los hogares, incluyendo a los alienígenas mismos.

Pero he aquí donde entraron en combate los extranjeristas. Recibían los alimentos, los consumían, pero después los satanizaban, denigrando de su calidad, exponiendo que contenían alimañas, especialmente gorgojos, esos animalillos del pan y las harinas… Coleópteros, como sus consumidores.

Y fue cuando se suscitó la inevitable guerra civil, tan soñada desde afuera, silenciosa ella, de cuarta generación, aquella que se da sin el cruce del sable entre la carne ni la ballesta. Entonces se decantaron los términos: los comegorgojos, bichos de la tierra, pasaron a ser llamados patriotas, y traidores los afueristas. Y fue así cómo se dividieron el país, su modalidad política y sus recursos: los primeros, autonomistas, como mayoría se proclamaron dueños de las riquezas de sus tierras, legislándola para la subsistencia propia; los segundos, extranjerizantes, como minoría poderosa exportaron sus heces, soñando con diluirse algún día en la libertad del mundo entero.

Los comegorgojos morían por borrar la vergüenza de que hubiera nativos que vivieran de su humanidad misma, vendiendo sus viscerales excretas; y los extraterrestres perdían el sueño por apoderarse completamente de la opulencia patria, aniquilar tan horripilantes insectos y poder así ofrecer íntegramente su tributo a la omnipotencia del cosmos.