─Llámame a Edmundo urgentemente, por favor ─ordenó María Corina a su asistente.
De inmediato se va al patio de su casa a dar vueltas de preocupación, con la mano en el mentón, mirando hacia la nada. La muchacha jorunga insistentemente el celular, localizando al viajero. A María Corina le gusta un montón esa su propiedad cercana al Ávila porque pareciera soplar un viento sagrado para la relajación, adorándolo en su cabellera; pero en las circunstancias presentes, con guardaespaldas metidos hacia el camino de escape en el monte y periferia, lo menos que sentía era tranquilidad. Además, su cabellera estaba recogida en un moño muy severo.
Finalmente, se establece la comunicación y le traen la llamada.
─¿Dónde estás, Edmundo, por favor?
─En Ciudad de Panamá, María, claro está ─se oyó la voz lenta de Edmundo─. ¿Ocurre algo?
─¿Exactamente dónde, Edmundo?
─Estaba en el Hotel La Compañía, ¡qué bárbaro!, pero nos tuvimos que trasladar al Casco Viejo para poder hablar con Marco Rubio. ¡Es una cosa extraordinaria ese hotel, haciéndole justicia a los 2 mil 500 dólares que cobran por día…!
─¡Edmundo, basta ya!
─Está bien, jefa, todo está bien. Nos costó demasiado hablar con Marco después que salió de esa misa de la iglesia de la Merced, ¡una belleza…! Perdón, quise decir que sólo me concedió como siete minutos, el tiempo que tardó mientras se dirigía con su gente a la limusina…
─¡Fotos…! ¿Lograron la foto oficial? ─lo interrumpió María Corina con voz templada─. ¿Estás consciente de que los chavistas se reunieron con Grenell? Esto funciona así. Requerimos la foto a millón para contrarrestar. Las cosas no están circulando de lo mejor y ese viaje tuyo no está funcionando… Necesitamos una noticia de impacto, por favor, Edmundo. ¡No he recibido nada de imágenes, no joda!
─Es porque Marco se negó a dar la imagen. Dijo que su misión en Panamá era lo del canal y no quiere dar impresiones de desvío de objetivos, y que después no reuniríamos mejor.
Hubo silencio. María Corina buscó el alivio del viento entre la tarde de ese domingo que, increíblemente, ya se le estaba haciendo odioso por contraría el clima sagrado de una de sus casas favoritas; pero nada se movió. «Debe de ser verano», se respondió a sí misma, pensando en que ni siquiera los guardaespaldas camuflados con vegetación se movían.
─¡No puede ser, no jodas! ¿Cómo es posible? Pero… ¿cómo lo viste? Dame detalles. Luego me dices lo que hablaron, que ya lo adivino. Sólo dime cómo lo viste, que impresión te dio con relación a la causa… Sus ojos, su sonrisa… ¡Serio...! ¿Lo viste serio? ¿Será que nos encontraremos todos algún día?
─El tiene buena disposición, pero me dijo que habrá que postergar un poco por la relevancia de otros intereses inmediatos para los EE. UU.
─¡Qué vaina, Edmundo! ─resopló María Corina, exasperada por la voz adormecida del viejito, como si el pobre no comprendiera lo grave de lo que estaba pasando─. ¿Tú sabes de que te habló, verdad? ¿Sabes cómo están las cosas? Mira, esa gira hay que pararla… No está sirviendo… Hay que cambiar la táctica. España no te recibirá porque se jodió el asilo… ¿A dónde carajo te quedarás? No puedes andar rodando eternamente. Todo se está haciendo un lío.
─Estamos preparando el viaje para Israel, jefa. Las muchachas están ansiosas y no conocen esa tierra sagrada. Netanyahu nos tendió una alfombra… ¡Usted viera la cara de María y Carolina! Aunque esto es hermoso por acá, todo lleno de historia, tierra de piratas. También mi esposa…
─¿De qué diablos hablas, Edmundo? ¡Tenemos problemas, entiende!
─¡Disculpe, jefa, disculpe! ─corrigió Edmundo─. Soy nuevo en esto de la política de calle. Soy diplomático. Lo que pasa es que los paisajes son tan hermosos que afectan el entendimiento. Mire, lo que podemos hacer es cancelar el viaje a Israel y diseñar una gira por Centroamérica, detrás de Marco Rubio…
María Corina cortó la llamada y tiró el teléfono sobre un arreglo de matas de orquídeas, haciéndole un mohín a la asistente. Respiró a profundidad, lentamente, caminando debajo de sus árboles amados, soltándose la cabellera, pensando con irritación que así por lo menos sentiría el viento sobre su piel, sobre su alma.