Continuando con el efecto Trump, que ya afectó las lustrosas rodillas de María Corina Machado (pues desde ya busca con desesperación fotografiarlas otra vez al lado de un presidente gringo para presumir poder), dígase que ahora adopta forma de remolino en el río, después de discurrir traviesamente a la deriva, jalando hacia su centro un variopinto basurero opositoril, que palidece y oscurece a ratos, según sea el viento de terror que sople desde el norte.
El botón que desabrochó el ojal del desastre para la ultraderecha venezolana fue Richard Grenell, el enviado espacial de Donald Trump para Nicolás Maduro, que ya estrechó manos y liberó unos cuantos presos ante el rostro atónito de la derecha venezolana. Como se vea, su visita se traduce en un acercamiento de los EE. UU. hacia Venezuela y evidencia su preocupación primordial y pragmática: el petróleo.
Y, por supuesto, evidencia también el pragmatismo del presidente estadounidense de no conversar con payasos sin poder para mover una paja, como María Corina o Edmundo González, sino con quien detente el poder, como anunció hace largo rato el senador Bernie Moreno. ¿Se recuerda?
De manera que tuvo que venir Grenell a dar el golpe de gracia a la inefable ultraderecha venezolana, desplegada en Florida, España y Colombia, escondida en embajadas o de gira por países afectos a la defenestración de presidentes, como el de Dina Boluarte. La situación estaba contenida hasta que ocurrió la juramentación del magnate. Mientras tanto, la ultraderecha soñaba: que si Edmundo había sido invitado al evento, que si declararían a Venezuela terrorista, que si la invasión era inminente, que si patatín, patatán…
Pero se pronunció Trump y las rodillas de María Corina palidecieron, como si su lustrosidad fuese un indicio del clima político imperante. Lo primero fue pasarle factura a la golpista venezolana, quien apoyó en la campaña presidencial de los EEUU a Kamala Harris, así como ya se le pasó la navaja a Lula da Silva por la misma razón (no lo invitaron a la juramentación); lo segundo es cortar el chorro del financiamiento a la ultraderecha venezolana e investigar en qué se gastó ese dineral aportado por los EEUU en tiempo pasado para sacar al rozagante Nicolás Maduro (bajo el concepto de "ayuda humanitaria" y lucha por la libertad y la democracia); y lo último es poner en orden el tema de los inmigrantes y el petróleo con Venezuela, hablando con quién pueda operar al respecto y no quien viva de sueños, patulequeando por doquier. Aunque la corriente del terror ya fluía de modo subterráneo por debajo de la piel opositora, fue con este punto último que Grenell desató el odre de los vientos y evidenció el reguero neural. Bastó su presencia estrechando manos.
Al momento no se cuenta con ninguna declaración de la lideresa, seguramente sumergida en una clandestinidad de pacotilla que nadie quiere develar porque nadie la busca. La única que ha sacado la cara en las redes sociales por la infamia ha sido Carla Angola, quien salcocha de lo lindo con la desinformación intentando afear cualquier buen pensamiento que se pueda concebir en relación con el gobierno bolivariano. Juan Guaidó fue captado en in fraganti borrando mensajes posteados en X con los que intentaba torpedear la veracidad de la reunión Grenell-Maduro, alcanzando a escribir «Ellos la filtran porque saben que es visita sin foto oficial y el psicópata necesita promocio…» (https://www.aporrea.org/oposicion/n400765.html); y se dice que los Borges, López, Vecchio, Guevara, Pizarro, Smolansky y el mismo Guaidó, además de un montón de ONG, han entrado en pánico ante la posibilidad de que tengan que justificar las enormes cifras aportadas por los EEUU para la ayuda humanitaria y el derrocamiento de Maduro, y que se robaron.
No es difícil imaginar a una mente entrenada en negocios, como la de Trump, oliendo fiasco por doquier entre los bolsillos de esa fauna venezolana, hartamente millonaria de la noche a la mañana (¡mírese a Julio Borges!); y no es de extrañar que en cualquier momento el mandatario gringo declare en público que los esfuerzos para traer la democracia a Venezuela se han visto estropeados por los actos de chulería de los mencionados arriba, quienes se han robado los reales. Ya Trump lo dijo respecto de la OTAN, la OMS y Ucrania, malos negocios para los EE. UU. Y tampoco habrá de ocultársele que el último parásito en entrar al club ha sido el viejito ese que anda de gira por todos lados con el cuento de formar una alianza universal para derrocar al presidente "ilegítimo" de Venezuela.
Para redondear la pela, como se dice en Venezuela, quizás como efecto de lo transado entre Maduro y Trump, y también como resultado de las insistentes imploraciones hechas a Trump por los empresarios petroleros tejanos, EE. UU. renovó la licencia a Chevron, que representa un 25% del total de la producción en la tierra de Simón Bolívar. El detalle es significativo porque contraría lo recientemente declarado por Trump en el sentido de no renovar más licencias a nadie con tal de no favorecer la economía venezolana. ¡Cambio de rumbo!
Finalmente, para mayor pesar de Guaidó y su sarta de chulos antivenezolanos, incluyendo a la entristecida María Corina con sus rodillas, se oyen por doquier los lamentos de la ministra de Asuntos Interiores de Canadá, Melanie Joly, ante la inminencia de la imposición arancelaria de Trump a las exportaciones de su país. Su sollozo y razonamiento es que, de aplicarse los aranceles a los productos de su país, EE. UU. quedará dependiendo del petróleo venezolano porque Canadá ya no podría refinar el rubro en Texas, quedando la plaza libre para el país bolivariano: «Enviamos petróleo con descuento que, en última instancia, se refina en Texas. Si no somos nosotros, es Venezuela. No hay otra opción sobre la mesa, y esta administración no quiere trabajar con Venezuela.» (https://worldenergytrade.com/disputa-comercial-con-canada-podria-obligar-a-eeuu-a-comprar-petroleo-venezolano/)
Sopla, pues, un viento de desastre para ese sector de la oposición venezolana, con amenazas de fortunas auditadas, tanto de particulares como jurídicas (ONGs y empresas fantasmas), y con lo peor a cuesta: el reconocimiento abierto o solapado de la presidencia de Maduro, además del hórrido peso de derrota que eso comporta en una psique tan reaccionaria.
Es lo que ocurre cuando de virtualidades se vive y de pronto adviene un atisbo de realidad. La mala noticia es que, de fortalecerse el gobierno venezolano, no habrá foto de rodillas peladas que valga para conjurar el desmoronamiento político que se avecina para un montón de saurios. Es difícil imaginarse a Trump (por lo mismo de hombre práctico y por los líos de falda que ha tenido) dejándose seducir por la piel de unas extremidades femeninas ya en franca quiebra.
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