Consumadas ya las elecciones regionales 2.008, de alcaldes y gobernadores, no queda más que analizar los resultados sin perder de vista dos puntos cruciales para el proyecto de cambios políticos esbozados para Venezuela desde la instancia gubernamental: la transición hacia el Socialismo del Siglo XXI y la reelección presidencial indefinida, considerada ésta última por algunos como factor clave para la continuación de las transformaciones.
Como si se dijera que sin Hugo Chávez no hay socialismo a la venezolana que valga, por aquello de valorar justamente al padre de la criatura y por reconocer (y aprovechar) también en su justa medida las capacidades oratorias y carismáticas del líder de la revolución, con un nivel de aceptación estacionado en un 70%. Y como si se dijera la perogrullada, también, que para ratificar proyectos y ganar propuestas de reelección se requiere contar con el favor contundente de la población sufragante de un país.
El presidente Hugo Chávez requería, con la urgencia política que le impone la continuidad vigorosa del proceso de cambios previsto para Venezuela, con modélicas repercusiones en América Latina, un triunfo de mayor densidad política en el país, mismo que lo facultaría para, en breve, sobre el efecto de una alta autoestima política, proponerle a los venezolanos un referendo sobre la reelección ilimitada presidencial. De modo que candidato y proyecto político, padre y criatura, como muchos están convencidos sea, fuesen a la una a ocupar las instancias del gobierno para asegurar resultados óptimos.
Pero ya se vieron los resultados. A despecho de que la figura del Presidente de la República conserva su 70% de aceptación, y sobre el hecho que inusitadamente participó más de un 65% de la población votante ("el más alto [...] en los últimos años en una elección regional y local"),¹ queda en el ambiente la impresión que ni prestigio personal presidencial ni mayor participación (5 millones y medio de votos chavistas en relación a los 3 y pico de los anteriores comicios) lograron cubrir las metas pautadas, como si el elector, razonadamente, hubiera realizado los correspondientes distingos a la hora de ejercer su voto, escarmentando o premiando lo que le pudiera dictar su conciencia. Sin duda una crítica para quien tenga que ser criticado y, a fin de cuentas, un extraordinaria conciencia de funcionalidad democrática.
Y sin duda efecto -hay que reconocerlo- de un mejor manejo del aparato y estrategia propagandísticos del bando opositor que, así como en los comicios reformatorios anteriores utilizó a su favor la presunta actitud confiscatoria gubernamental de la propiedad privada y empapeló la ciudad con aseveraciones de que un presunto dictador se quería eternizar en el poder, para esta ocasión desistió atacar directamente la figura presidencial para evitar, como dice James Petras,² polarizar el voto entre un prestigioso Hugo Chávez y su contraparte antichavista, pudiendo salir con la peor parte. Prefirió la oposición alabar los programas sociales "chavistas", pero criticando siempre el mal manejo de su implementación; que es a lo que se refiere la gente en la calle cuando dice que "el hombre tiene buenas intenciones, pero quienes lo rodean son quienes lo hacen mal".
Queda en entredicho, pues, la aseveración última que se le oyó al presidente -y que ya se había labrado su sitial como explicación de la derrota sufrida en las votaciones del 2 de diciembre de 2.007, cuando la Reforma Constitucional-: que no había sido una derrota propinada por la oposición, sino por los mismos militantes, quienes habían dejado de votar en una cifra rondante a los 3 millones. Es decir, una autoderrota por causa de una baja motivación y participación de la militancia. Se llegó aducir también, con base en datos ciertos, que entonces la oposición política no había crecido, porque menos de su militancia había ido a votar en relación a las estadísticas de asistencia de los anteriores comicios.
Pero ya se ve el resultado, como se dijo: fueron más chavistas a votar -como se quería- y votó menos oposición (200.000, aproximadamente), y los resultados no se instituyeron en los mejores, al menos desde el punto de vista de las gobernaciones, que no alcaldía. ¿Cómo explicarlo? He aquí nuestra tesis de la densidad política, que no es más que la poblacional por estados, es decir, el triunfo -aunque por la mínima diferencia- del bando opositor en los estados más densamente poblados del país (Zulia, Miranda, Carabobo, parcialmente el Dto. Capital), mientras el chavismo se imponía holgadamente en los estados de menor población, a excepción de Lara y Aragua. De modo que parece pertinente la expresión de que el chavismo ganó estas elecciones regionales más por extensión formal que por densidad de contenido: 17 entidades no muy pobladas (a excepción de Aragua, Lara y parte del Dtto. Capital) contra tres o cuatro ganadas por la oposición, que por sí solas concentran casi el 40% de la población nacional ( Zulia, Miranda, Carabobo y parte del Dtto. Capital).³
"contra tres o cuatro ganadas por la oposición, que por sí solas concentran casi el 40% de la población nacional ( Zulia, Miranda, Carabobo y parte del Dtto. Capital)"
El chavismo casi duplicó, duplicó y hasta triplicó el voto opositor en lugares como Apure, Bolívar, Delta Amacuro, Guárico, Lara (triplicó), Monagas (triplicó), Portuguesa, Vargas y Yaracuy, sitios cuya población no rebasa el 30% porcentual del país; mientras que, como llevamos dicho, la oposición ganó, aunque por márgenes mínimos (8 y hasta 3 puntos porcentuales, como en Carabobo) en las entidades de mayor población nacional. Ello lleva a aseverar, no obstante, que sí, no hay duda, el chavismo es la principal fuerza política del país, que su militancia acudió masivamente a votar, ganando 17 de la 23 entidades en contienda (incluyendo el Dtto. Capital, pero sin incluir las Dependencias Federales ni el estado Amazonas); mas no pudo contra la focalización que desplegó el sector opositor en los estados más densamente poblados, donde nadie puede negar, sin embargo, que el partido de gobierno conserva un poder elector casi igual al que los derrotó.
Ciertamente, el mapa de Venezuela quedó rojo en extensión, como dijimos, triplicando o más el chavismo (psuvismo) a la oposición por entidades; pero no duplicándolo en fuerza electora efectiva, como se demostró en la recién culminada justa (obtuvo el Partido Socialista Unido de Venezuela 5,5 millones de votos o más). Hay, pues, que considerar que las pequeñas fragmentaciones de los bandos no deja sincerar de una vez por todas la fuerza votante de cada uno.
En balance: recupera el PSUV cuatro entidades que habían pasado al bando contrario por "traición política" (Aragua, Guárico, Sucre y Yaracuy), como manifestó el vicepresidente del Partido, Müller Rojas, y recibe un duro golpe con la pérdida del estado Miranda y Carabobo; por su parte, el segmento opositor conserva el importantísimo estado Zulia, quita Carabobo y Táchira al chavismo, levanta tienda en la Alcaldía Metropolitana, pero pierde Sucre, un estado de tradición opositora, a pesar de haber sido gobernado en su último período por un funcionario afín a la causa del chavismo (al menos inicialmente).
En fin, tales resultados comportan ciertas connotaciones, más allá del hecho que el sector opositor quedó en dominio sobre cuatro estados claves del país, tanto por la población electora como por geoestrategia (Miranda, Zulia, Táchira y Carabobo). Y tales connotaciones tendrán su concreción en la práctica, en el oficio político opositor del cada día, en el supuesto que continúe la tolda opositora con su plan de hacer política en el país bajo la impronta de la desestabilización y la conspiración extranjeras. Táchira y Zulia: más problemas en la frontera con Colombia, mayor incidencia del narcotráfico y paramilitarismo, mayor escudamiento de factores conspiradores; Miranda y Carabobo: mayor espacio para el maniobrar de la desestabilización urbana, apoderamiento de los recursos para los fines (control policial), mayor proximidad operativa a Caracas, el corazón político del país. La toma del estado Carabobo puede comportar toda la simbología mágica que se quiera, por ser emblema y asiento de uno de los hechos históricos de la Independencia americana.
Una cosa y otra piden dos cosas -a su vez- de parte de gobierno, de modo inmediato: presencia efectiva en la frontera con Colombia, para prevenir la desestabilización interna y externa, y un más rápido control por parte del poder central de las policías regionales (implementación rápida de la Policía Nacional).
Tips al cierre:
Táchira: se perdió por 7 mil votos. Ocupa un lugar estratégico de cara al desestabilizador vecino: Colombia
Carabobo: a pesar de haber obtenido un 6,5% de los votos, el escándalo de corrupción protagonizado por el saliente gobernador afectó la propuesta de Mario Silva, quien, significativamente, perdió por tres puntos porcentuales. Como si se pudiera decir, desde el punto de vista del elector: para tener un corrupto en el gobierno, nada mejor que un candidato de la oposición. ¿Para qué revolución?
Zulia: el lenguaje de confrontación del presidente de la república en contra del gobernador saliente, Manuel Rosales, a quien también en los últimos días electorales se le recetaba cárcel desde varios frentes institucionales, no sirvió más que para victimizarlo y exacerbar el tan famoso regionalismo de los zulianos. No sólo se dejó de ganar la gobernación, sino la Alcaldía de Maracaibo. Tendrán que esperarse confabulaciones fronterizas con el ahora opositor estado Táchira
Miranda: cae por la mala gestión de la autoridad en su municipio más importante, desde el punto de vista geoestratégico y electoral: Sucre (Petare).
Alcaldía Metropolitana: el índice de popularidad y gestión del Alcalde Mayor, Juan Barreto, no era la mejor carta de recomendación como para que el chavismo repitiese en el cargo. Nada peor puede llamar la atención sobre lo inadecuado o ineficiente de una gestión cuando un adeco se posesiona del cargo.
Perla final: el Municipio Sucre, de Miranda, fue clave en su caída misma y la del Estado al cual pertenece; la Alcaldía Metropolitana, en el Dtto. Capital, fue clave, también, en su propia caída, ahora en manos adecas. El mismo efecto lo tuvo Acosta Carlez para la causa de quien él llamó su "padre político", a saber, Hugo Chávez Frías.
Notas:
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