Durante los hechos de abril de 2.002, y previamente, por supuesto, en el acaecer de las acciones que le dieron lugar, era lugar común (naturaleza, se dirá), que la irracionalidad política fuese carácter del sector opositor. No había espacio ni para el encuentro ni para el reconocimiento, mucho menos para la reflexión. No era raro oír, por ejemplo, a propósito de cualquier medida positiva que hubiese implementado el gobierno, que tal cosa no era cierta, que venía de atrás, de la época adeca, o que simplemente era expresión de la demencia presidencial.
Con semejantes argumentos se generalizaba la vida. Todo había empezado a ser negro o loco con la nueva gestión de gobierno, cosa que, en consecuencia, merecía desmontarse del poder por contra-paradigmático, fuera de uso, extraño o revolucionario, para utilizar una palabra de mayor malestar. Si el gobierno presidido por Hugo Chávez tenia mayoritario apoyo popular, como lo tiene ahora, era simplemente porque la ignorancia de las masas menesterosas incurría en el yerro de falsear el concepto de la democracia, modalidad de vida aparentemente sólo apreciable por los sectores de mayor grado de instrucción o potencial económico.
Lo demás no era gente, para rozar casi el contenido del extremo al que se quiere llegar cuando se le niega la condición ciudadana a un habitante de un barrio. Son los barrios quienes apoyan a Chávez, y eso lo descalifica, lo hace menos presidente, porque, aunque la democracia hable de mayorías, en este caso la mayoría es una nulidad.
Prueba de ello es que el presidente intentase entonces (y ahora) sustraerse de la influencia colonizadora de los EEUU y Europa, ensayando aperturas hacia otros mercados y paradigmas políticos y económicos. Por ejemplo, que su gestión de gobierno, sus voceros, sus ministros o funcionarios, hubieran empezado a hablar un lenguaje de descalificación contra lo pilares de la cultura más tecnificada de la Tierra, era una temeridad; locuaz lucía que se empezase a desmontar sus bases militares en Venezuela, a pedírsele credenciales a sus funcionarios o a negarlas, a reprochárseles sus declaraciones, a mofarse de su supuesto potencial económico, a retirar las reservas económicas de su seno, a dificultar, pues, en general, el tráfico humano y comercial entre los pequeños pueblos de Venezuela y las grandes urbes de los EEUU.
Locura. A un gobierno así no había más que darle "golpes", soltarle conspiraciones, tumbarle la mesa y hundirlo así sea con su equivocado apoyo popular. Cosa que, como se vio, se le dio curso y se intentó llevar a cabo con el golpe de Estado de abril de 2.002. No podía un loco, negro de paso (así lo descalifican las irracionalidades racistas), gobernar país alguno: o se salía de un loco del poder o se enloquecía todo el país para no notarlo. Como el cuento aquel de la bruja que envenena el agua de un pueblo y todos enloquecen al beber, menos el rey, hecho que dispara la más locas protestas ciudadanas en procura de su derrocamiento; al grito "el rey está loco", todos intentaban de cualquier modo erradicarlo. El asunto se arregló cuando el rey, finalmente, se decidió a tomar el agua y curarse en salud, inutilizando su cordura.
Como si fuera ayer, recordamos tal locura, emprendida por los cuerdos ciudadanos, quienes, armados de pitos y banderines, la tomaban contra cualquiera que se le ocurriese manifestar la demencia de apoyar al "tirano". Frecuente fueron los encontronazos en las aceras, transporte públicos o en cualquier otro lugar donde coincidiese un "ignorante" con un ciudadano. Por ejemplo, en el Teleférico, o en una oficina obligada de servicio público, o una carretera nacional, en una de esas tantas paradas donde los viajeros se bajan para tomar agua (elemento natural, por cierto, que toman todos).
Entonces se hizo proverbial, como medida para vivir en paz y no causar malestar a diario, que el afecto a Hugo Chávez callase, para no molestar a tan refinados agentes de la ciudadanía. Jamás podía un desdentado competir (sino con violencia) contra la altura de un intelectual de aquellos, seres con nivel universitario y elevadas luces, quienes, si no te convencían dialécticamente, entonces parecían concluir que eras un caso perdido, digno de ser erradicado a través de cualquier medida de profilaxis social, como una guerra, un exterminio, un asesinato o, como se dice ahora, “un daño colateral”. El golpe de abril fue expresión de tales humores.
Pasado el golpe de Estado, cuando el marasmo confirmó por los cuatro costados que la acción violenta figuraba una brutalidad digna en su dimensión sólo de la gente a quien se había pretendido erradicar (Hugo Chávez y su apoyo popular), cundió por breves momentos la esperanza de que los sectores políticos opositores reflexionasen y cejasen un poco en su recalcitrancia; que fuesen llamados por la cordura y el ánimo de encuentro, para, por decir poco, respetar las reglas del juego democrático y darle una oportunidad histórica al país de enmendar su desastre económico generacional.
Pero ya sabemos la historia: los sectores "ilustrados" de la democracia venezolana habían tomado, por lo visto, mucha agua de la fuente embrujada. Apenas unos días callaron, como impactados por los efectos reflexivos de sus propios actos; mucho fue el que se hizo la ilusión de que, finalmente, había llegado la hora del reencuentro y la concordia.
Nada más lejos de la verdad. Concientes de que habían errado con su frustrada acción política, se lanzaron entonces (¡peor aun!) a enmendar su falla y a continuar con lo que habían empezado, esto es, el golpe de Estado, hasta hace poco concretado en fallidos intentos de magnicidios. Para el primer efecto, se izaron con un mediático discurso pro democracia, haciendo lucir a cualquier ciudadano de la oposición como modélica figura del equilibrio y la convivencia, no importando que detrás de las cámaras sus acciones e intenciones distasen un kilómetro de la realidad. Viviendo con el doble traje de la palabra y los actos, diciendo y deshaciendo, con doble fondo, pues, como si se tuviera luego que decir que los golpes lanzados no serían tales sino puñados de flores. Allá los malos intérpretes de finuras tan exquisitas...
Y así se arrastraron a tantos…, a tanto desdentado mental, hay que decir, si se hace la referencia a quienes jamás lograron presentir el doble rasero de quienes le hablaban. Dueño de los medios de comunicación social, casi convencen con su esfuerzo de “civismo”, y hasta se respiró en el aire en algún momento que faltaba no más el acaecimiento de alguna elección política para tener oportunidad de demostrar su capacidad de reflexión. Dispuestos, inclusive, a ceder en cuanto a que aquel famoso "vacío de poder" no había sido tal, sino una argucia de su sobrada inteligencia natural; dispuestos a ceder y conceder ciudadanía a los demás, reconociendo resultados electorales, o el espacio de los demás, su ideas, porte y estampa...
Pero nada. Ya usted vio la cosa. Se sucedieron tantas elecciones como todas fueron tachadas de "fraude", especialmente aquellas donde no obtenían ventajas. Se sucedieron, nuevamente, tantas marchas y confrontaciones callejeras en las que no se vio por ningún lado recapacitación alguna, como casi lo decía la TV venezolana opositora cuando a ratos se enfocaba en la grandeza de intelecto de clase tan dotada en el país..., “sembrando la esperanza”.
En fin, se volvieron a torcer los ánimos y en los corazones del venezolano que no aprobaba tanto relajo para el país, nació nuevamente la esperanza de que los humores cambiasen y se llenasen -¡algún día!- de recapacitación política. ¡Hasta el grado que mucho fue el que manifestó su deseo de que la oposición ganase de cualquier modo representación política para verificar luego si su orfandad de poder público y debilidad popular eran los reales responsables de tanta recalcitrancia personal! ¡Qué se le concedan cargos, si señor, donde sea, en la Asamblea, en las alcaldías, las gobernaciones, así así, como se concede un papelito en la mano, sin esperar resultados electorales, como un voto a la paz y el entendimiento, dado que una factoría política sin aplicación, en el aire, sin cargo, es sólo un nombre sin sentido!
Y vea usted lo que ocurrió: nadie le tuvo que regalar nada. Por trabajo propio, decepción de los afectos chavistas o lo que fuere, obtuvieron en buena lid la ansiada cuota de poder para regir cinco estados en el país (de los más importantes), más una Alcaldía Mayor, teniendo ahora la mágica oportunidad de acreditarse ante el país cívico como una fuerza política en cuyo pasado apenas cursa ese manchón violento del golpe de Estado de 2.002, si al hecho convenimos en olvidar el desastroso pasado de los cuarenta años de "democracia". De hecho muchas cosas fueron olvidadas desde el mismo 2.002, cuando el presidente llamó al país a la reconciliación y cuando luego, seis años después, decreta una amnistía en el país para concitar la buena volunta de los seres humanos opositores venezolanos.
Pero mucho fue el que despertó del letargo inducido por la agresiva propaganda y el lavado de cerebro, con el mismo efecto posterior a los hechos de abril el día después: sorpresa y temor por los actos propios. Sobrecogimiento por lo que ahora acomete la oposición venezolana. Ciertamente hoy no da golpes de Estados, pero las factorías del poder conquistado causan estragos en las entidades ganadas electoralmente: persecución de no-ciudadanos (desdentados), desalojo agresivo de los espacios y servicios públicos para suplirlos con su valiosa investidura, discursos de guerra en los que se recuerda que el agua y el aceite no se entienden, para dar una idea.
Hasta el punto que los decepcionados se preguntan: ¿qué es, pues, al cabo la oposición venezolana, factoría política a la que se le ha dado tanta concesión para buscar su rostro cívico, cuando responde de manera tan cruda, tan carente de altura, en el momento en que legítimamente se hace con una cuota de poder en el país? ¿De qué se trata? ¿De lo que se ha sospechado siempre: de un aventurero grupo político que utiliza la formalidad y convenio sociales para dar la zancadilla? ¿Una fachada? ¿Una punta de lanza oculta tras engañosos discursos? ¿De un eterno retorno del pasado aficionado a arruinar países?
A estas alturas cursa una gran decepción en el país político, hasta el grado que cabe preguntar (no obstante sus casi 4 millones de subscriptores) si realmente existe una oposición leal en Venezuela, sincera, ejemplar, como ella misma se autoensalza infinitamente en las pantallas de sus medios de comunicación. (Si existe al menos en su dirigencia, para respetar a las personas honestas que le dispensan su apoyo). Porque mucho fue el que guardó su expectativa para un momento como éste, cuando se va al ruedo a ejercer poderes públicos, para calibrar su real dimensión democrática, efecto que, como se ha visto en Miranda y Táchira con las agresiones, parece irse por la borda.
Si en un principio se vivió el efecto "Chávez es un tirano" (hasta hace poco), hoy la cosa no cambia mucho y se vive el efecto "el satélite es mentira", que no es más que decir lo mismo desde el punto de vista de las negaciones. Lamentablemente hay que exclamar decepción con el refrán venezolano que reza: "Perro que come manteca, mete la lengua en tapara", como una manera de reconocer que no hay arreglo cuando en el espíritu se lleva la facción, la naturaleza hacia el golpe y la anulación, o hacia el fascismo, para no hablar tantas pajas.
Por los vientos que soplan, habremos de seguir esperando por los milagros en el firmamento político venezolano, esos pequeños ademanes que nos llevarían a vivir con más civismo, mayor reconocimiento mutuo, esperanza, prosperidad nacional, respeto a las leyes y derecho y criterio de los demás. Hay mucha gente que todavía espera, por decir una nimiedad, que ella, la oposición política venezolana, reconozca los anteriores triunfos electorales del chavismo y la legitimidad misma del presidente; que algún día salga de su burbuja de “vacío de poder” y se sincere en una actitud de amor real por la patria.
¿Cosa extraordinaria, no?
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