miércoles, 22 de octubre de 2014

Mi Venezuela virtual y pesimista

Piso la calle a diario.  Soy afecto, activista y crítico a una vez del sistema, de esta propuesta de cambios que vivimos en Venezuela con proyección “salvadora” para el mundo.  Cuando camino ando con la conciencia clara de que somos un país petrolero, que a diario se retuerce por no sentirse así no más, monoproductor, casi país virtual si se nos fuera de las manos por momentos el ingreso por concepto de venta de petróleo.  Y ya con esto tengo un peso de conciencia que me aplasta hasta que llego, por ejemplo, al mercado a comprar mis artículos, quizás, para expresarlo con más consonancia, sintiéndome como un hombre invisible.

Mientras doy pasos digamos reflexivos, miro mi entorno y no puedo evitar pensar que estamos fritos, para expresarlo con jerga de chicharronero.  Entonces otro pensamiento se suma al primero para terminar de aplastarme, quizás como una chiripa sobre el pavimento:  nosotros mismos la estamos poniendo, para hablar ahora de tortas de fiestas.  La mayoría de nuestra gente, de nuestro pueblo, es la plaga mayor, y lo digo sin rubor y sin, por un momento, substraerme del concepto generalizador dado que yo no soy mejor que nadie.

 

“Somos corruptos, ladrones, vivos, tramposos, impuntuales y forajidos.  No tenemos patria ni la amamos.”

 

Si pienso con consuelo que el gobierno tiene una directriz humanista y socialista, propicia para el cambio necesario, y lo celebro, la erección se me cae cuando avanzo dos cuadras por la avenida Baralt del centro de Caracas y analizo lo que hace nuestra gente de a pie en la calle:  informalizar el comercio, robar con la marrullería del buhonero, ser vivo, vandalizar el tráfico con los motorizados, cometer la infracciones estrictamente relacionadas con los alimentos básico, ser irrespetuoso, ¡joder al mismo pueblo!  Substraerse del esfuerzo directriz que desde arriba acomete el gobierno. Ha debido Bolivar expresar, tajantemente:  “Un pueblo que atenta contra sí mismo”..., y quizás terminar la frase a lo Lincoln con su metáfora sobre la casa dividida. Concluyo que somos nosotros mismos, la gente que tanto habla y chilla en la calle, los que tenemos acogotados al país.  Somos corruptos, ladrones, vivos, tramposos, impuntuales y forajidos.  No tenemos patria ni la amamos.  No tenemos conciencia de país, es decir, no visualizamos que con nuestras pequeñas actitudes jodemos al cosmos entero.  Si en micro no tenemos una conciencia de elemento integrador del conjunto, en macro somos una dispersión con los días contados. Una cagada.

Retiro mi vista de lo inmediato y pienso entonces en el gobierno, en el equipo político que direcciona a Venezuela, y allí salgo aporreado de nuevo.  Sin duda tenemos valores en la dirigencia central (el Pdte. Nicolás Maduro como sucesor de Hugo Chávez y aquellos cerebros anónimos  y honestos del sistema); pero cuando pienso en la corrupción, en el robo, las mafias (CADIVI), las roscas (vivienda), los favores, el nepotismo, me imagino que de nuevo estoy mirando el caos de la viveza callejera del centro de la ciudad, y me pongo filosófico y pienso de nuevo en que estamos fritos como país, que nos soportamos a duras penas con el milagro del ingreso petrolero y que la corrupción parece la expresión de un agresivo gen activado en la especie humana, lamentando que eso sirva para excusar un poco al venezolano.

Pienso en China y en otros países que han reconocido el vicio y fantaseo con severos castigos, con penas de muerte, con cabezas colgadas en las plazas; y en el acto me retrotraigo pensando que ése es un camino fácil y sangriento, histórico e inútil, y que existe el otro, el de la reeducación, el lento, el serio, el desafiante, el reto, el de los valores, el que nos propone una meta que parece calzarnos grande y patearnos de impaciencia en el mero trasero, ahitos como estamos de tanta substancia capitalista, plenos del vacio ideológico del humanismo y del sagrado socialismo propuesto.

sábado, 4 de octubre de 2014

La “conexión gocha” ya está en Caracas

El Táchira se mudó a Caracas.  El Táchira de la guarimba frustrada, es claro.

Ya había señales, planes develados, resentimiento contragubernamental acumulado.  El primero fue la guarimba, derrotada por ella misma.  No hubo gobierno que pudiera, para ser sinceros.  Se cayó sola al caer en descrédito ante la opinión pública, que empezó a cansarse.  El gobierno central hizo como Gandhi, resistir pacíficamente hasta el final, tolerando el desmán, esperando que el crimen se hastiara de sí mismo.  Sus razones:  el temor a desatar una verdadera guerra si actuaba con expresión.  Factores poderosos, colombo-estadounidenses, andaban detrás del encendido de la chispa.

Pero quedó el resentimiento contragubernamental profundo en esa oposición extremista, ahíta de guerra, frustrada por continuar.  Les advino un obligado período de silencio, de aparente inactividad, interpretado como triunfo por el gobierno venezolano, los más ingenuos como arrestos de toma de conciencia y comprensión democrática.  Una locura neuronal.

Mientras tanto las autoridades realizaban pesquisas sobre los escombros humeantes de la guarimba, especialmente en el estado Táchira.  Inteligencia.  ¿Quién, quiénes?  ¿De dónde? ¿Motivaciones? ¿Financiamiento?  ¿Colombia?  ¿La frontera?  ¿Secesión? ¿Uribe? Entonces se filtraron algunos hallazgos:  evidencias de planes, grupúsculos, células, ansiedades por trasladar la “fiesta” guarimbera a Caracas.  Hágase memoria.    Uno de los detalles más memorables fue el comportamiento “voluntarioso” del gobernador Vielma Mora, apresurado por llevarse los méritos del trabajo post-guarimba sobre los escombros, cuando fresco en el recuerdo estaban sus declaraciones blandengues y acobardadas respecto de las acciones de los grupos violentos.  Hay un programa de radio grabado con un conocido periodista opositor donde se recoge su “patriotismo”.

Pero tales intentos de trasladar San Cristóbal a Caracas, en piedra y humo, terminaron por disiparse, aparentemente.  Hubo detenciones y los impulsos concebidos para trasladar el terrorismo fueron exorcizados.  Mientras tanto el gobierno descubrió lo que todo el mundo sabía:  el Táchira, San Cristóbal, un estado subversivo.  Es decir, lo descubrió como tentáculo alimentador de la guarimba y de los actos de desestabilización en general. Como vía de paso desde Colombia. El Táchira pertenecía más a Colombia que a Venezuela.  Se la había ganado el paramilitarismo y el contrabando.  Hacia la zona de la frontera todo el mundo era informal y hacían del contrabando y el “bachaqueo” un estilo de vida.  Como los buhoneros en Caracas:  familias que compran los productos venezolanos en Mercal o abastos Bicentenario y lo acaparan y especulan.  Familias tachirenses completas dedicadas a vivir del contrabando:  llevaban a Colombia nuestros productos, extraídos de Mercal y abastos Bicentenario.  Hasta el más tonto vendía una paca transfrontera de cualquier cosa, si no meaba gasolina.

 

“Una declaración de guerra:  tú me tomas mi muchacho (Lorent Saleh), yo te tomo el tuyo (Robert Serra)”

 

Cuando el gobierno, ¡por fin!, mete el guante en Táchira y desmiembra al contrabando, dejó sin empleo a un gentío en el estado, y tocó intereses de militares corruptos albaceas de la frontera. Eso lo sabe medio pueblo.  El humor se fermentó y se transformó en bilis.  No se hizo esperar la protesta de los factores colombianos posesionados de Táchira y de su población comprada.  Ocurrieron colmos. Se molestaron con el gobierno venezolano por izar bandera sobre un estado que republicanamente es de su pertenencia.  Hablamos del paramilitarismo añejo ya en su afán de subvertir y pervertir a Venezuela, y de Álvaro Uribe Vélez, aquel a quien le faltó cojones para atacar a nuestro país cuando fungió de presidente de su país, en palabras del difunto Hugo Chávez.  Todos sabemos que trabajan, bajo directrices del Departamento de Estado de los EEUU, para desestabilizar a Venezuela.  Les dolió el Táchira arrebatado de sus garras, regulado en su frontera, patrullado, cerrado en sus trochas de contrabando.  Un montón de gente quebró con la toma de lanchas, bidones, camiones, domicilios.  Mantenían a la gente del Táchira, en la zona de la frontera, bajo protectorado, viviendo de la informalidad y el delito, como acostumbran hacer los carteles de la droga en las barriadas, construyendo infraestructuras para beneficio de los pobladores en lugar del Estado.  Pablo Escobar Gaviria, pues.

Cuando detuvieron en Colombia al joven estudiante Lorent Saleh (ahijado político de Uribe) y develaron sus planes de asesinatos selectivos y operaciones terroristas, no es difícil barruntar que la muerte del diputado Robert Serra es un mensaje de uno de esas organizaciones colombianas de muerte al Estado venezolano.  Una declaración de guerra:  tú me tomas mi muchacho (Lorent Saleh), yo te tomo el tuyo (Robert Serra).  La misiva de un barón de la guerra y el paramilitarismo como Uribe Vélez.  Quien mató a Serra, materialmente hablando, será siempre un pobre pendejo, un miserable instrumento que no servirá para llegar a la autoría intelectual del hecho.  Todo el mundo podrá saber quién lo asesinó fundamentalmente y no se podrá hacer un carrizo.  Ok, fue Uribe... ¿Y entonces?

Actualmente mucha gente en el estado Táchira, resentida por la intervención del Estado venezolano en el asunto del contrabando y el bachaqueo, está ganada para una guerra contra su propio país, gente manipulada por factores de guerra colombianos.  Ya han hecho, descaradamente, hasta marchas y protestas defendiendo el contrabando, su “oficio” injustamente saboteado por el gobierno de Venezuela.  Hasta allí se ha llegado, el pueblo venezolano perdiendo la cédula.  El objetivo final, en el marco del pautado inicio de “toma de calle” de la oposición venezolana, es trasladar el descontento “gocho” a Caracas para incendiarla.   Más paramilitarismo disfrazado en la protesta. Eventualidad ya conocida y sufrida.

La pautada toma de la calle por parte de la Mesa de la Unidad (MUD) para el 4 del mes corriente debió ser suspendida porque los factores extremos que en ella militan no obedecen a reglas y se echaron al pico a Robert Serra asincrónicamente.  Es muy significativo que el ex presidente Ernesto Samper, colombiano, Secretario de la UNASUR, haya declarado al respecto que la muerte del diputado es una señal de la penetración del paramilitarismo en Venezuela.

La “conexión gocha”, la bisagra paramilitarista en Venezuela, ya está en Caracas, y no es descartable que asesten más golpes si de lo que se trata es de una guerra declarada al país desde la baja Colombia. Atentos.