domingo, 17 de febrero de 2019

LA CRISIS DE LOS MISILES RUSO-CUBANA A LA INVERSA RESPECTO DE VENEZUELA

El artículo 13 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) prohíbe la instalación de bases militares en el país: "El espacio geográfico venezolano es una zona de paz. No se podrán establecer en él bases militares extranjeras o instalaciones que tengan de alguna manera propósitos militares, por parte de ninguna potencia o coalición de potencias".  Es un hecho.  Tiene un fundamento soberano especialmente histórico: Venezuela es cuna de próceres, madre de independencias, gesta de naciones, vencedora de una de los imperios colonialistas del momento; mal puede albergar en su seno un ramal que denote tutoría.

Hugo Chávez expulsó una "misión" estadounidense de la Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda (La Carlota), y costó no poco.  A su decir, y hablando desde el sentido anterior de soberanía, desde allí se conspiraba contra el país, se mantenía un puesto de espionaje y se ordenaba a una oposición interna vendida a intereses mercenarios.  Por la misma línea, queda aún la embajada de los EE.UU., en la calle Suapure, Urb. Colinas de Valle Arriba, renuente a abandonar el país no obstante la orden de desalojo dictada por el gobierno venezolano.  O sea, si se atiende al chiste viejo "¿Por qué nunca habrá un golpe de Estado en Estados Unidos? Porque en Washington no hay ninguna embajada de EE.UU.", el país todavía conserva semillas de golpe (ramales colonizadores) dentro de sus entrañas, como es hecho en la actualidad.

Pero este hecho formal de prohibición patria de bases militares extranjeras en el país, no obstante su constitucionalización, no es un amarre práctico si el caso es que la República está amenazada por un ataque enemigo.  Lógicamente priva un estado de excepción, perfectamente delineado en la CRBV, en su artículo 337, que se acciona cuando se afecta "gravemente la seguridad de la Nación" con la restricción temporal de ordenanzas  establecidas en el mismo texto constitucional.  Y aunque no haya sido declarado oficialmente por el gobierno venezolano, es tácito.  Se trata de una guerra no convencional, llamada de Cuarta Generación,  en la que se ha sumido al país.   Por supuesto, quien aboga por la indefensión de Venezuela, niega que exista una guerra y se acoge oportunamente a la literalidad constitucional.

Háblese, pues, claro.  Que no hacerlo, así como no haber hecho operativamente, es lo que ha generado la presente situación de asedio en el país.  Para empezar, esa embajada gringa ha debido ser desmontada desde hace años: ¿quién puede dudar que allí, sótanos abajo, existe un complejo de espionaje extraordinario contra la patria de Bolívar, en sus propias entrañas?  Ex funcionarios del viejo cuerpo de la Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP), desde aquellos tiempos prechavistas en que campeaba el coloniaje, dan testimonio de sorprendentes y magnificentes instalaciones técnicas en sus interior. Allí se instruía técnicamente a funcionarios venezolanos para el vasallaje.

Para terminar, ya Rusia, aliada y comprometida en inversiones cuantiosas en Venezuela, así como China, ha debido tener instalada una base militar en La Orchila, como mínimo. ¿Acaso no tienen los EE.UU. siete en Colombia en detrimento de Venezuela, lo cual desde entonces comporta una excepcionalidad?  Tal vez no sea tarde, pero el gobierno venezolano, debería precipitar tal opción. Se mueven tantas opciones sobre la mesa contra la madre de Suramérica (¡Venezuela!), que sorprende la poca reacción defensiva desde su dirigencia político-militar.   Véase esta: analistas y asesores proponen repetir una crisis de los misiles cubano-rusa a la inversa con Venezuela; es decir, rodearla aisladoramente ya para evitar la venida de un cargamento salvador desde la Federación Rusa, tanto más cuanto este país acaba de sacar a flote a Siria con su apoyo y tanto más cuanto la modalidad de guerra imperialista  en la actualidad es realizarla a través de terceros, tontos que insurgen contra su propia patria.

Si hay una guerra, no hay estamento que impida. Para atacar, los EE.UU. violentan el concierto organizativo internacional (Consejo de Seguridad de la ONU, sobremanera) con ejemplificaciones que sobran mencionar (Irak, Libia, Siria); para defenderse, justo es que un país responda de modo proporcional.  Ser timorato para, esperanzadoramente congeniar con algún eventual cambio de opinión del atacante, es una condena: los EE.UU. vienen por doctrina, por plan, por configuración genética, como ya Bolívar lo asomó con profecías ("Los Estados Unidos parecen destinados  por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad"). Para actuar respecto de la embajada gringa, no es momento ahora; pero el apoyo ruso-chino operacional se tendría que haber precipitado desde hacer rato.  Vacilar es perder.


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