jueves, 30 de abril de 2009

De la leche y los virus “derramados”, entre otras crisis

  Sin ir muy lejos, aquí mismo en Venezuela, durante los hechos próximos al 11 de abril de 2.002 (antes y después), algunos empresarios nuestros tiraron la producción de leche al río para así generar desestabilización y presionar al gobierno central hacia el abandono del poder.  Su holgura económica fue entonces el duro de su razonamiento para justificar la acción, criaturas dueñas de todo –como se pintaban-,  además que en su imaginación se izaban como especies de próceres de la libertad al figurarse que colocaban su grano de arena para salir del “régimen” y de su incómodo “tirano”.

Perdieron su leche, no ganaron nada y, por el contrario, su sueño político de seguir vegetando entre los olores medievales de sus señoríos feudales tuvo que despertar.   Llegaba un proceso de cambios cuya mayor virtud era el reclamo popular de por qué tenía que haber tanto pozo con caimanes alrededor de tanto castillo también, suerte de anaqueles de acumulación de la riqueza.  Se empezaba a pedir una mejor distribución de los dineros, o, para molestar más, su socialización.

Fue entonces cuando tanto dinosaurio político disecado, dueños de la tierra y otros bosques, empezó a sacar titularidades y linajes por doquier.  Amañaron papeles de propiedad, ahumándolos mediante la técnica del fraude; echaron mil veces la historia que los pintaba como descendientes de la reina Victoria o los reyes Borbones, como si ello le diera derecho a la propiedad infinita de lo que en justicia tendría que ser de y para el beneficio de todos.

Esfuerzos para nada, dado que el “proceso” (palabra temible a sus oídos) no tuvo marcha atrás y se metió de lleno a reformar las peculiaridades humanas de la tierra.  Hasta hace muy poco seguían oyéndose los chillidos de esos “grandes empresarios” cuyos ojos se aclimataron a ver normal que ellos y los suyos y nada más los suyos e iguales monopolizasen el bienestar de los demás mortales.  Casi nada. No más les faltarían que se proclamasen inmortales.

Fijaos en lo siguiente:  hubo también otro lecheros, por allá en el norte, cuyo comportamiento respecto del rubro que producían fue ejemplar para sus ánimos clasistas.  Preferían tirar la leche también al río antes que verse obligados a venderla a precios que ellos consideraban miserables, es decir, valoraciones que no le reportaban la ganancia acostumbrada.  La cosa fue durante los entretelones de la Gran Depresión, por allá en los treinta del siglo pasado, si mi imaginación no me falla ( y digo imaginación por si acaso fallo).  Al hecho que la gente no pudiese comprarla ni ningún comerciante revenderla o procesarla, era mejor botarla antes que contemplar el ofensivo acto de que alguien la tomase gratuitamente.  Egoísmo primero, antes que altruismo; capitalismo a ultranza antes que comunismo o socialismo, entendiendo por “comunismo” lo que las matrices de opinión divulgan como concepto:  el objeto social, comunitario, compartido; la pérdida, en fin, del sentido de propiedad y costo. El acabose de un tiempo presente.

Pero también fuera de recesiones se ha botado la leche.  ¡Como no!  Allá mismo, en el Gran País del Norte, los empresarios prefirieron en un tiempo lanzársela a los peces, como única medida para obligar a la ascensión de los precios.  Hecho que demuestra, olímpicamente, cómo la prosperidad y la abundancia son contrarias al espíritu monetarista y despiadado de las prácticas capitalistas o neoliberales:  ante la omisión o violación de una de las más nítidas reglas del “mercado”, esto es, que la (sobre) oferta  afecta la demanda, se hacía necesario equilibrar nuevamente la situación pero jamás favoreciendo al habitual demandante con la gracia de regalarle el producto.  ¡Ni en sueños! Había que tirarlo y punto; aplicar alguna otra regla de esas canónicas del liberalismo económico. No vaya a ser que el mundo se contagie con otras novísimas prácticas de la degeneración y la barbarie.

Semejante acto, por supuesto, deja mucho que criticar a la condición humana, si el caso fuera que a la baza capitalista lo tomáramos por modelo.  Ellos mismos, sus grandes exponentes, no pueden nunca renegar de esa condición humana que empuja hacia la socialización o piedad para con el prójimo (al menos, cuando se ven confrontados a ello, en el pequeño círculo de sus humanas relaciones). Al final de las cuentas, son humanos.  Entonces, como para recordar que pertenecen a la especie, ecuménicamente humanista desde el punto de vista de todas la religiones, fundan también grandes empresas digamos de expiación de culpas, centros de ayudas para las grandes masas pobres, estudiantes de bajos recursos, enfermos de toda plaga, etc.  Ni más ni menos como en los viejos tiempos, cuando el rico compraba la bula papal y luego se moría yéndose directo al cielo, con el alma y los pensamientos depurados.

Así tenemos instituciones Rockefeller (tomando un nombre, nomás) para todo:  para ayudar a los pobres –como dijimos-, para ponerlos a estudiar, para curarlos, entretenerlos o insertarlos en cualquier programa rebaja-culpas con el mismo sello patronímico:  escuela, universidad, hospital, todos Rockefeller.  Así mismo como suena, como para que el cielo y la tierra (y también las estrellas) sean testigo de toda la humanidad de que es capaz un nombre, y, también (¿por qué no?) se haga de la vista gorda de toda la leche derramada (petróleo, para el caso) durante su breve paso como empresario feroz por este mundo.  “La vida es una jungla”, podría con mucha facilidad expresar al respecto un esteta de la doctrina capitalista, transido de filosofía.

Lo mismo puede decirse de los medicamentos, tan en boga hoy mismo, y, seguramente, tan necesarios como la leche para la salud humana.  Ambos son objetos del mercado y del libre mercadear, sujetos a la norma técnica del severo dogma capitalista.  Bota la leche inescrupulosamente el empresario agrícola para obligar a la subida de sus precios, como “suelta” sus virus de enfermedades el farmaceuta sumido en la quiebra de no vender sus medicamentos.  Y ambos justificados, si se quiere moralmente –¡cómo se busca un pretexto de paz interior!-, sobre el universo de la práctica capitalista de acumular riqueza, comerciar y ponerle precio a todo, humano incluido.

“Enfermar, pues, matar a un gentío, puede ser sucedáneo en sus consecuencias de anteriores momentos de gloria imperiales, puestos a hablar de un mundo loco, fanático y al revés, donde se pone a mundo a sopesar las bondades de lo que se posee con la muestra cruenta de lo que se puede dejar de poseer. “

Probablemente suene más tenebroso que un empresario de semejante cepa ideológica se ponga a liberar virus a la atmósfera para así enfermar a la población y luego enriquecerse vendiendo sus medicamentos.  Probablemente suene hasta imposible para el entendimiento, humano y con matiz religioso o cristiano, para detallar más y poner la cosa más cuesta arriba.  Pero ya sabemos a lo que lleva la masificación y comercialización de lo humano, interpretando al “hombre” como esa dualidad establecida entre idea y tiempo, ideología y época, criatura capitalista, neoliberal, tecnócrata o lo que sea:  el hombre es un guarismo y una moneda que termina ejerciendo peso en el interior del bolsillo.  Un ser político y económico cuya condición lo lleva a aberrar de sus originales esencias, así sean las de la misma especie animal, en nombre de otras de más seria calaña que los instintos mismos.

De modo que vemos cómo entra la política al cuento, desde el mismo momento en que el hombre es esa figura de ideas que defiende su polis como condición económica y su contexto ideológico como arma de combate.  Es decir, caballeros, el gran capitalismo del mundo, el gran país capitalista y los grandes hombres capitalistas, hoy en crisis, defendiendo sus intereses y visiones de mundo.  Por extensión, la gran clase de los ricachones y políticos  defendiendo su mundo conocido en hundimiento. Los plutócratas.

La gran crisis, pues, que lleva  a la locura de aferrarse al borde del precipicio a costa de los pelos de todos. Los locos kamikaces del sistema que, a título de conservación de su estatus económico y medios de vida para los fines, no les importa ni el completo universo y manifiestan resolución de exterminio.  Todo o nada son sus extremos, y lo que medie en su interior es humana materia de ejecución plausible.  Por ello no extrañan los rumores de que una clase política estadounidense, en nombre, por supuesto, de la defensa de su sistema de vida e intereses económicos, anda hoy desatada dispuesta al todo del todo.

Sea ya a enfermar a una población, para retomar el capital en bancarrota, como se murmura es el caso de ciertos políticos que “soltaron” el virus responsables de la actual pandemia de gripe porcina para recuperar sus empresas vendiendo el tratamiento y, al mismo tiempo, “distraer” la atención de la justicia que actualmente se afana por aclarar sus acciones como torturadores y criminales de guerra; sea ya para volar edificaciones completas y justificar doctrinas de ataque, como se dice fue el derribamiento de las Torres Gemelas y su consiguiente “lucha contra el terrorismo”, hecho que a un tiempo hizo la política de “proteger” a una nación mientras llenaba los bolsillos de quienes inventaban las guerras.

Para redondear el rumor, diremos que hablamos de gente como Donald Rusmfeld, el “ex secretario de Defensa de Bush […] directivo desde hace 20 años del laboratorio Gilead Sciences, Inc. la firma con sede en California que fabrica y tiene los derechos de ‘Tamiflu’, el supuesto remedio contra la influenza que aterroriza al mundo.”*  Y, lógicamente, de toda su camarilla de trabajo en el gobierno estadounidense pasado, todos interesados en salvar el pellejo ante las investigaciones que se les adelantan como torturadores, conservar su estatus económico y hacérselas de mártir y prócer de la integridad histórica e ideológica de los EEUU.  Pensando siempre como la clase elitista y plutócrata a la que pertenecen figuras nombrables de la misma guisa:  si caen nuestras empresas, caemos; si caemos, cae el país; y, si cae el país, se cae el sistema completo.  Razones sobran para luchar.

Claramente se ve en medio del contexto que botar la leche para recuperar precios o soltar virus voladores para generar  enfermedades son acciones que tienen el mismo propósito procedimental ideológico y no se paran en valoraciones éticas o morales:  el fin justicia los medios.  Héroes para el mundo y la historia serían, pues, personas como Rumsfeld y sus homólogos, salvadores de la patria, del sistema político e ideológico que los cobija, para poner las cuentas grandes, tal como lo fue un Ronald Reagan para la grandeza imperial de los EEUU o lo ha sido un George W. Bush-Dick Cheney para las apetencias mercantilistas de la plutocracia política a la que pertenecen.

Lo cierto del cuento es que ya subieron las acciones de la mencionada empresa, así como las ventas en un 4% a escala mundial en el sector farmacéutico; nadie mira que haya políticos asesinos en los EEUU, pendientes todos de salvar el pellejo; así como nadie tampoco cae en la cuenta que el sistema económico imperial se desmorona pedazo a pedazo, soñando como están todos con que no caiga el nuevo sueño americano:  sostener a los EEUU.

Enfermar, pues, matar a un gentío, puede ser sucedáneo en sus consecuencias de anteriores momentos de gloria imperiales, puestos a hablar de un mundo loco, fanático y al revés, donde se pone al hombre a sopesar las bondades de lo que se posee con la muestra cruenta de lo que se puede dejar de poseer.  Es un viejo cuento político, con ribetes maquiavélicos, como es simple pensar.

Cuando la política entra en acción en el cuento de las argumentaciones, el mundo y la razón se pueden poner patas arriba.  Es fácil botar la leche por nada, por ideas, por patriotismo o lo que sea, con tal de cerrar el paso a otras propuestas de crisis o progreso, pero como sea otras.  Con tal de oponerse al paso del tiempo, que tiene que renovar la materia humana con sus nuevas historias.  Tal como ocurrió en Venezuela, como dijimos arriba:  empresarios botando la leche nomás para generar escasez y luego que la gente hable mal de la gestión de gobierno del flamante Hugo Chávez de entonces, portador de una propuesta distinta para el pueblo venezolano.  Con tal de desestabilizar. En lenguaje de guerra, se llama técnica de “tierra arrasada”, emblemáticamente puesta en práctica por los rusos ante la penetración alemana, II Guerra Mundial.

Soltar unos virus, en fin, es un juego de niños si con ello se logra “trancar” el paso de la Historia.  El hombre se hace sujeto de sí mismo, de sus propias pasiones, desplegándose en sus dimensiones conocidas, si anacrónicas, hacia la costumbre y el dogma, si más crítica y vitales, hacia un presente o futuro revolucionarios.  No puede defender intereses que no le depare su particular visión de la vida, peor si perteneciente a lo que se denomina como de viejo cuño o en decadencia.  Son los típicos lastres de la Historia, reacios al cambio, pergaminos de la razón, sombra de las cavernas, únicamente aprovechables en su fenecimiento físico y cultural, como en este aspecto razonaba el filósofo José Ortega y Gasset cuando fijaba a treinta años el paso de una generación humana. Que tal tiempo constituía el ciclo de los cambios.

Notas:

* “Expertos alertan sobre guerra biológica y negocio de Donald Rumsfeld con la ‘gripe porcina” [en línea].  En YVKE Mundial.  - 27 abr. 2.009. - [5 pantallas]. - http://www.radiomundial.com.ve/yvke/noticia.php?23578. - [Consulta:  30 abr.  2.009].

jueves, 23 de abril de 2009

Hugo Chávez, el hombre anti-cumbre, y su inevitable protagonismo

Sin duda Hugo Chávez es el hombre de las pasiones, de todo tipo.  Su presencia vuelve y revuelve la atmósfera de los presentes, unos afectos a su figura moral y propuesta política, otros, furibundos opositores a cualquier cosa que de él dimane.  Otros adolecen de la conocida bipolaridad amor-odio, esos mismos que, para reconocerle una bondad, se ensañan contra cualquier defecto que la estética o ética convengan en criticar.

Así nada puede extrañar que un día la cojan contra su verruga, el color de su piel o el tipo de cabello para, a duras penas, atreverse a reconocer el efecto saludable de sus Misiones o la relativa tranquilidad económica que le deparó al país al disminuir en gran parte la tremenda dependencia que se vivía respecto de los EEUU, país hoy en bancarrota económica, jalonando hacia su centro de desastre a los países que tradicionalmente practicaron una política de entrega hacia ellos, como México, Centroamérica, etc.

En el plano internacional, ni hablar.  Fuera de la conocida página WEB Youtube, no hay figura humana más popular en el mundo, ateniéndose al criterio de humanizar como persona a la mencionada página por parte de los organizadores del concurso:  un buen día decidieron realizar la medición, pero al notar que el venezolano se imponía en las encuestas, decidieron joder la vaina y meter a Youtube, o sea a tí (tu), como participante para lograr contener los inevitables resultados.  Cualquier cosa menos darle el crédito a quien resultaba odioso dárselo, según intereses ideológico-corporativos.  Algo así como establecer una comparación entre objetos o seres completamente disímiles:  ¿que te parece la trompa de un elefante en comparación con las antenas de una hormiga?

Previamente el hombre ya se había impuesto como el más popular, por encima de George Bush, en una encuesta realizada por una empresa inglesa, por más que en la misma se  hizo trampa y, en los descuidos, se le sumaban puntos al ser más impopular de los EEUU.  Todo con el laudable propósito de evitar que un “comunista” o “socialista” salte a la palestra con condecoraciones que, desde el punto de vista del sistema ideológico, resulta inadecuado reconocer.  Ni más ni menos.

Cosa cuesta arriba, por cierto, dado que es difícil sortear a la atención que un hombre haya acometido la tarea de revolucionar sin violencia, sin derramamiento de sangre, a una sociedad completamente entregada a la matriz imperial, capitalista y neocolonial, anticomunista, para señas, como era Venezuela respecto de EEUU.

La situación cobra visos de estado de alerta cuando el “hombrecito” con su gesta empieza a contaminar a los países vecinos y a ser la comidilla internacional de las cofradías tanto de derecha como de izquierda.  Las primeras, reclamando que el “bendito” comunismo ese ha debido estar muerto y enterrado desde hace tiempo, las segundas, sumidas en el sopor de los tiempos inactivos, cobrando un nuevo ánimo para el combate.  La caída de la antigua URSS parecía haber dicho la última palabra tanto para unos como otros.

Hugo Chávez es proponente de socialismo, por supuesto, fundamentalmente humanista, como manda la ética y hasta el dogma, y formalmente adecuado a su particular realidad venezolana sobre su contexto latinoamericano.  Haber sido rescatado por las masas populares de un faccioso golpe de Estado derechista lo consagra y lo pone como eje central de una historia que parece única en su género.  Desde entonces las masas, las comunas, el pueblo, ha sido el eje de su política molesta para los centros del poder político en el mundo, neoliberalmente acondicionados para hacer prevalecer el interés particular sobre el general, situación típica de esclavitud y explotación disfrazada, como le cabe al cerebro dilucidar.

Semejante envalentonamiento democrático, tal condición de fortaleza moral, no le deja dudas al barinés a la hora de hablar, de decir, de denunciar, de romper el protocolo, de sentenciar o acusar.  Está calificado, dado que es portador de una voluntad popular que le ha aprobado cualquier “locuacidad” que se haya propuesto acometer, sea ya la de retar desde el tamaño de un pequeño país al “más grande imperio de todos los tiempos” (como se llaman los mismos gringos), sea ya la de implementar reformas en materia agraria, utilizando los procedimientos de la convención democrática y el debido proceso, sea ya el ensayar un inusitado estilo de copar comunicacionalmente al país con su presencia mediática, en cuyas intervenciones nunca faltan elementos de coloquialidad que inevitablemente lo identifican con su pueblo, tanto con el afecto como con aquel que padece el mal moral amor-odio.

“De forma que habrá que concluir, después de notar este “protagonismo” de Obama en la Cumbre de Las Américas, que Hugo Chávez es, en efecto, un hombre anti-cumbre, dado que se las embolsilla todas en virtud de su carisma político y poder de penetración mediático.”

Y tal delegación de liderazgo es hasta automática en relación con los otros líderes regionales, que proponen en él la voz que puede hablar por ellos en las reuniones o cumbres donde asistan.  Hasta Fidel Castro lo tiene como algo más que su pupilo o hijo político.  De modo que el presidente venezolano tanto en lo interno nacional como externo latinoamericano disfruta de esa suerte de certificado moral que recoge  el pesar general de haber permanecido en la pobreza colonial mientras se enriquecían los explotadores de pueblos, los grandes engañadores.

Así, pues, usted no tuvo por qué extrañarse cuando vio a Hugo Chávez satanizar en vivo al presidente de los EEUU en plena sesión de la ONU, cuando manifestó que el lugar donde había hablado George W. Bush olía a azufre y a otras sustancias del averno; no ha debido sorprenderse menos cuando le ha tocado decirle crudamente las cosas a sus contendores, con lujo de detalles en la denuncia, detalles tan ciertos que de suyo resulta osado revelarlos.  Larga es la fila de presidente neocoloniales contra quienes ha ensayado su verbo incendiario, ello sin mencionar los internos elementos de la política venezolana.

De forma que volvemos al principio, cuando aseveramos que Hugo Chávez es el hombre de las pasiones y arrebatos políticos.  Vea usted nada más la reciente Cumbre de Las Américas, donde la expectativa mundial era la presencia del flamante presidente de los EEUU, Barack Obama, el otro hombre que han dado por llamar de los “cambios”,  aunque dicha denominación comporte encontradas interpretaciones.  Y resultó que el enfilado protagonismo terminó siendo definido por la menor o mayor actuación de Hugo Chávez.

Previamente flotaba en el ambiente la caracterización de que el presidente venezolano es un hombre anti-cumbres, el mismo que a cada rato ha vociferado que las mismas no sirven para un carajo, porque mientras los líderes mundiales andan en ella, los pueblos andan de abismo en abismo. Y la prensa malintencionada de la derecha política no perdía la oportunidad de tratar de proyectar el encuentro como un choque entre negros ideológicos, uno del norte y otro del sur.  Sobremanera se afanaba por evitar que los “colosos” se encontrase amigablemente, estrechasen sus manos y vuelva el molesto ser revolucionario de Venezuela a acaparar más atención de la que por sí sólo ya era diestro en acaparar.

Pero vea usted.  El hombre de las sabanas de Barinas nuevamente hizo de las suyas.  No sólo fue buscado por el presidente norteamericano para estrechar saludos, sino que le devolvió una visita fuera de protocolo para obsequiarle un libro sobre la toma de conciencia histórica en América Latina, como lo es Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.  Ello subió los ritmos de la prensa, así como de la venta del libro.  La misma despedida de Obama, “Adiós, adiós, amigo”, generó tan incómodos orgasmos en los sectores de la derecha internacional que es mejor detallarlos para valorar más precisamente ese tan augurado protagonismo de Obama en la Cumbre, malogrado por el “señor” Chávez.  Vea usted cómo Obama es protagonista en la cumbre pero en la medida en que su conducta está tenida por la de Chávez:

  • “Obama siembra la semilla de la reconciliación con Cuba y Venezuela” titula un furibundo diario antichavista español
  • La cadena de noticias CNN, también adoloridamente antichavista, corta una entrevista del presidente estadounidense en el momento en que no reniega de su acción de estrechar relaciones con países inocuos para los intereses propios
  • Dick Cheney, ex vicepresidente de los EEUU, entrevistado por otra cadena de noticias desaforadamente antichavista (Fox News), expresa su malestar porque Obama saludó a Chávez
  • En general, los medios estadounidenses y de sus partes satélites resalta que la acción de Obama lo hace merecedor de “duras críticas”
  • Los medios de comunicación venezolanos, los mismos que añoran la toma de batuta de los EEUU sobre América Latina, no se hacen de rogar y también sueltan su grano de arena a la matriz de opinión de hacer notar el “error de Obama”, y se sueltan a expresar su preocupación porque, finalmente, el norte y el sur se integren.
  • Un legislador republicano lamenta que Obama con sus acciones haya legitimado a Hugo Chávez, enemigo incendiario contra los EEUU, en sus palabras.

De forma que habrá que concluir, después de notar este “protagonismo” de Obama en la Cumbre de Las Américas, que Hugo Chávez es, en efecto, un hombre anti-cumbre, dado que se las embolsilla todas en virtud de su carisma político y poder de penetración mediático.  Y no es para menos:  Hugo Chávez comporta la esperanza de los desguarnecidos y olvidados de la tierra, si queremos ecumenizar su figura,  sea calando en Asia, Europa o Latinoamérica.  La acepción de “esperanza” como algo que se desea ocurra, genérica y vaga, se concreta en él (Hugo Chávez) con visos de humana personalidad, como es de lógica esperar respecto de cualquier líder.

lunes, 20 de abril de 2009

La desgracia de Obama

Obama y rey saudí Probablemente sea Obama uno de los más “desgraciados” presidentes de los EEUU, atendiendo a la literalidad semántica del término, esto es, impedido en su desarrollo, estropeado en su naturaleza, despojado…

Quizás no sólo de los EEUU, en tanto figura gobernante del país que funge como el imperio de la época, con ramales de poder por doquier, necesariamente con una mayor proyección histórica y universal.

Tal vez lo sea en mucho de tantos tiempos y lugares, como tantas figuras del pasado a la cabeza de viejos y no tan viejos imperios que han alimentado la Historia de la Obama inmortalhumanidad.  Si habláramos del líder de un pequeño país del África o Suramérica, por citar, deliberadamente, zonas de “bajo” desarrollo, es decir, de gran anonimato, la cosa no tendría gran repercusión.  ¿A quién demonios le puede interesar el estado de impedimento o desgracia de un presidente de esas áreas?  (Bueno, la cosa cambia; por ejemplo, Hugo Chávez es uno de los  presidente de “esas áreas” y no es figura tan anónima que digamos).

Pero hablamos de Obama, el actual presidente de los EEUU, un país con disfraz de república y democracia, sumido al momento en una galopante crisis financiera, esencialmente imperialista, aunque formalmente manipulador de su propia imagen.  Ya ustedes saben:  los salvadores del mundo, los correctores, los policías, la fuerza del bien, los demócratas, la Libertad, los derechos humanos, el progreso, el entendimiento; nociones todas que le acreditan como licencia para interferir en cualquier sitio, cuando los hechos no empiecen a desarrollarse en acuerdo con sus intereses.  Todo, menos lo real, imperio injerencista.

A nadie se le oculta la fruición con  que sus mismos políticos y analistas se autodenominan “el país más poderoso de la Tierra”, a la hora de pintar sus campañas políticas, sus propuestas, sus ciudadanos, sus empresarios, su gentilicio, su peso específico en el mundo, su fuerza militar (sobremanera), amén la tecnología.  Tanto es así que parecieran más bien querer insinuar que son el fundamento de la actual vida, con contornos casi apocalípticos en todas las materias, como si la dichosa frase la hubiesen arrancado de las páginas mismas de las Sagradas Escrituras, de sus Revelaciones, para ser más preciso.  Como si se dijera, en fin, que tocar a los EEUU es alterar el “orden de cosas” del Cosmos.  Ni uno ni dos jinetes apocalípticos; un ejército.

Bueno, Obama es el presidente de ese lugar tan recargado de fuerzas y semántica histórica, del mismo modo como en el pasado hubo tantos “jefes de gobierno”, reyes o emperadores de cuanto país se ha hecho con las riendas de influencia en el mundo.  Háblese del “pequeño” David israelita, de quien nadie podría imaginarse regiría “grandemente” los destinos de su pueblo; háblese del descomunal César o dubitativo Claudio, el primero asesinado por su desmedido esplendor de poder, incapaz de acoplarse a las exigencias del “sistema”, así como el segundo por lo contrario, por disimularse nada soberbio ni codicioso, cauto hasta para tomar agua, antítesis de lo que le convenía a la Roma imperial en liderazgo; háblese del emperador Luis XIV, el mismo que se acostaba sabiendo que le pertenecía lo que alumbraba o no el sol mientras él dormía.

Pero ¿por qué la desgracia, si se habla precisamente de un pasado y unas figuras de la magnificencia histórica imperial?  Simplemente por ello mismo, por eso de que la “nobleza obliga”, sobre cuyo concepto se erige lo que tiene un paradigma humano como sistema y se sacrifica lo que tiene una persona como humano.  Más simple aun:  fue elegido bajo los dinteles de la esperanza y la sencillez, pero está enclavado en el engranaje implacable, despersonalizado y casi inhumano  de la maquinaria imperial.  No hay más salidas.

Su trabajo es “ser” aquello para lo cual su pueblo no lo eligió, esto es, una figura atípica del poder para salvar al poder mismo y continuar espoleando la estupidez de un pueblo que, como se vea, le dijo “ni tan tontos” a la hora de elegirlo.  “Hemos visto, sabemos algo de no-democracia”.  De modo que Obama se halla en ese callejón shakespereano de responder a esa inteligencia y sentimiento que lo eligieron o responder a esa burda maquinación que lo puso allí para que votasen por él y salvase luego el sistema de cosas del imperio.

Porque Barack Obama es esa “diferencia” elegida, puesta en el poder con el mandato de cambio, y al mismo tiempo puesta en el poder con el mandato de no-cambio y, por agregadura, de recuperación de la fuerza perdida.  Y negro electo por ello mismo, porque encarna el desplome de un sistema de cosas “blanco” y porque el poder imperante, el sistema tras bastidores, es tan celoso de su casta y raza que al cálculo le convino sacrificar a un negro como a un cordero, también de color negro.

Fijaos:  si Obama fracasa y deja caer el sistema de los “blanquitos” (esto es, no rescatándoles su feneciente poder aunque sea a despecho de la voluntad popular) será por negro, y si por otro lado le falla a la voluntad popular que lo eligió, es decir, no cumple el mandato a lo Robin Hood de quitarle al potentado para darle al más débil, será también por lo mismo, por lo que de paradigma tiene un estigma, negro en este caso, sumiso esclavo de los tiempos, incapaz de sostener un ideal elevado, prototipo de la miseria moral y el caos.  Un hombre vendido, pues, como desde pasados tiempos en el Congo se inició el negocio.

A Claudio lo odiaba el Senado por atípico, por su apariencia lerda, por sus taras físicas y tartamudez; y a César, por lo contrario:  hombre de armas, sensual e intelectual, aunque en este último sentido el primero no era nada tonto.  De forma que, deslizándonos sobre esta rápida simpleza, concluimos que no es el Hombre en su dimensión personal lo que le conviene al poder, sino el Sistema, en tanto monolítico engranaje, lo que a sí mismo se basta.  Con el permiso de la imagen, y la disculpa misma de Obama, muy fácilmente podría decirse que un gato o alienígena podría ser presidente de los EEUU si tiene el doblez o la inteligencia suficientes para ser objeto manipulable de los tentáculos poderosos de la clase plutocrática estadounidense. Tal no sería problema al arte publicitario, que con toda seguridad habría de encargarse de presentar como normal lo contrario.

“Porque Barack Obama es esa “diferencia” elegida, puesta en el poder con el mandato de cambio, y al mismo tiempo puesta en el poder con el mandato de no-cambio y, por agregadura, de recuperación de la fuerza perdida.”

Ya en un pasado a un becerro de oro se le sacrificaron innumerables corderos para obtener su favor, y fue el dichoso becerro de oro, mientras el otro dios estaba perdido en el desierto, centro de atención y poder del pueblo, o del nuevo sistema que lo rigió en el ínterin.  Porque es la imagen o una idea poderosa lo que se utiliza para sostener los formatos del poder; que se sea humana, animal, negra o blanca, es una incidencia del discurso de los tiempos.

He allí el drama obamano:  el hombre de la crisis pintado de negro por la derecha política estadounidense para confundir a las masas, para despistar, para buscar un respiro, para generar un caos epistemológico, para protegerse y, al final de las cuentas, salir ilesos como paradigmas si el sistema de valores de poder norteamericano se hunde.  No es loco pensar que después del descalabro volviesen los negros a ser perseguidos como responsables de la crisis, y los nacionalistas, los blancos, los procedentes de la vieja Inglaterra, asumiesen nuevamente el protagonismo de “sanear” el país con la implementación de draconianas medidas de excepción.

Mientras tanto, el drama particular del “negro”, el hombre amarrado por el poder para servirle, con independencia de lo que piense o idealice, importa un comino.  Ya en el pasado Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy pagaron el precio de la diferencia, de cesar por un momento en complacer a la maquinaria del poder, cuanto más Obama, negro y diferente en lo formal arraigado, imperdonable si incurriese en comprometer las esencias.  Usted seguramente ya ha tenido tiempo para pensar en los frescos precedentes del hoy presidente de los EEUU:  Colin Powell y Condelezza Rice, el primero silenciado cuando precisamente empezó a perfilarse como hombre de poder (no era su hora) y la segunda convertida en uno de los perros más agresivos que ha diseñado el sistema para custodiar sus intereses.  El poder blanco estadounidense, el sistema imperial, el estatus de valores, el paradigma, no tolera protagonismo no autorizados ni bolígrafos de colores que no manchen la superficie a escribir  con otra sustancia que no sea la blanca.

Fiesta hubo en un lugar africano de donde procede la familia paterna de Obama; expectativa en el Medio Oriente, en Rusia, en América Latina…  Ganaba las elecciones en “el país más poderoso de la tierra” un hombre estigmatizado por su condición y raza, exponente como sea de esas viejas cicatrices que dejó la historia reciente de la discriminación mundial.  Pero usted y yo sabemos que el imperio manda e impone, importando poco lo que un maniquí piense.  Es un sistema, un viejo modelo de la opresión arraigado, una pieza de relojería para el control humano, poder de la plutocracia, cuatro o cinco familias desmedidamente millonarias (con ideales ellas) mandando, suerte de Estado personal o de clan familiar entronizado en el Estado político y fraudulentamente democrático que comporta el gobierno de los EEUU.

De hecho, hay autores que afirman que aguas adentro hubo un golpe de Estado en el país, durante la reciente época de George W. Bush, por el hecho de estar favoreciendo el presidente más impopular de todos los tiempos a grupos comandos mercenarios por encima del negocio que, en tinta y papel, ha de corresponderle a los militares:  la guerra.  El llamado clan nacionalista habría tomado las riendas del poder político (ese leve matiz de la diferencia entre los potentados estadounidenses), destituido al entonces Secretario de Defensa e impuesto a un hombre como Robert Gates como centro de la fuerza y el poder.  Como si hubiesen avizorado el porvenir.

De forma que el “negrito” Obama devendría en ser algo mucho más severo a lo que venimos argumentando en el este escrito, es decir, que más allá de ser el convencional presidente atenazado por los alambres formales del poder, es un figura secuestrada por los militares, tanto cuanto más su perfil escapa a la matización del paradigma:  negro ejerciendo el poder de los blanco, inevitable exponentes de viejas y olvidables causas de la deshonra moral (racismo, asesinatos, discriminación, explotación, cuantos miles de actos violatorias de la humanidad “negra”, tanto mártir diseminado en el camino de construcción de la “patria”).

Por supuesto, el sistema que secuestra es inteligente y posee el tino de dosificar los atisbos de realidad que den pie a pensar que los EEUU cambian como cofradía de poder imperial:  el mismo hecho de albergar ya a un presidente negro es ya una gran muestra.  Lo demás de los cambios tiene que rodar sobre ruedas aceitadas.  Es capaz de autoinfligirse golpes, pequeñas heridas, aparentes giros de timón que den cobertura a la esperanza de rectificación y cambios.  Cualquier superfluo podría racionalizar como señales la fijación de fecha retiro de las tropas en Irak, el desmontaje de la prisión de Guantánamo, el criticismo con las medidas de rescate financiero, la actitud de mayor apertura hacia algunos factores de poder y cambio en el mundo…

Incluso, puede ir más allá y hasta tolerar que a los países “progresistas” les hacen falta hombres al timón de la misma cepa, capaces de comunicar a sus puesto de trabajo los urgidos ideales de la ilustración personal a objeto de humanizar el sitial del poder político del mundo.   Ni más ni menos Obama, se dirá.  Ni más ni menos con su libertad personal, su capacidad de pensar y ejecutar, según su nación y conciencia.

Obama y ChávezPero mucho de ello rueda al piso cuando el tigre imperial, ese de carne y hueso que se esconde detrás del de papel obamano, saca la garra terrible de su fuerza y prepotencia y hace palidecer al triste funcionario norteamericano:  si baja la cabeza ante un monarca saudita, como ocurrió hace poco, es porque su pasado servil acude a aflorar sobre su oscura piel; y si estrecha la mano de un líder como la figura de Hugo Chávez, es porque lo legitima, posee la debilidad de identificarse con los propios de su sangre y raza, yendo en sentido contrario al interés rampante  de los EEUU, algo así como la preservación del poder tradicional, blanco, trasatlantico, genéticamente imperial, esencialmente plutocrático.

Como si tuviésemos que aforizar en la discusión, para concluir, que ni Obama es libre ni de pasado ni presente, ni los EEUU cambian un carrizo con su ópera bufa de  hacerles cambios de piel a su manada de lobos.

lunes, 13 de abril de 2009

Oposición y socialismo venezolano

Después de cada histórica derrota que ha tenido durante la década que ya lleva Hugo Chávez en el poder, la oposición política venezolana ha quedado sumida –a excepción de las dos últimas confrontaciones electorales- en una especie de limbo lamentable de la derrota, sin opciones inmediatas para continuar con su lucha no tanto de oponerse al “régimen” del “dictador” como sí de demostrarse a sí misma que no ha desaparecido.

Fue siempre un empeño de vida o muerte, con toda la lógica contumacia que ameritara desplegar, haciendo caso omiso del estado lastimoso en que quedaba su cuerpo sobre la arena política, musitando invariablemente que la Venezuela progresista se perdía, que el pasado había sido mejor, que le habían hecho trampa y que ella, la oposición derechista venezolana, con todo y su mordedura de polvo, era mayoría.

De tanto mirar tan insólito cuadro, nos acostumbramos –también insólitamente- a ello, unos ansiando la llegada de tiempos menos humillantes para su bando, otros sintiendo en el corazón la amplitud generosa del vencedor para con el vencido, contentos con que los nuevos tiempos revolucionarios contemplasen esa humanidad “novedosa” para con el adversario, dado que “revolución”, en lenguaje histórico, es exterminio de filas, desarraigo de la causa combatida, promoción siempre de una inusitada versión del “hombre nuevo”.

Mucho fue el que lamentó que la propuesta revolucionaria de esta ocasión contuviera en extremo contemplaciones  para con el vencido, tanto más cuanto mayor era la insolencia del acezante enemigo, quien aun desde el polvo de la derrota en el que había quedado reducido, seguía escarneciendo, acusando, jamás reconociendo, abriéndole la puerta injerencista del país a fuerzas extranjeras para a cualquier precio evitar su extinción política.

Tales desalentados, a quienes podríamos denominar de la “línea dura” de los cambios, sufrieron un mundo con tanta actitud conciliatoria para con el adversario, siendo la más emblemática de ellas el llamado a reencuentro que hiciera Hugo Chávez una vez rescatado de las garras de golpe de Estado de 2.002.  Durante, antes y posteriormente, la impresión que se obtuvo siempre fue la de la burla y el desprecio a la condición oficial y legítima de la nueva autoridad, objeto político preferente de la voluntad popular, jamás recibiéndose a cambio una señal que pudiese interpretarse como un gesto de reciprocidad.

Al paso del tiempo, habida cuenta de la conspiración de abril y el golpe de Estado de 2.002, la posterior declaración de “vacío de poder” del máximo tribunal del país, además del paro petrolero, amén del permanente estado de desestabilización política en que la oposición sumerge al país; el ánimo de estos hombres de la “línea dura” termina de ser devastado por la concesión de amnistía política que diera el Presidente de la República el 31 de diciembre de 2.007, como si en vez de intento de pacificación de la patria se le diera más bien un premio de honor al mérito a tanto felón opositor, incansable maquinaria de destrucción nacional inclusive después de ser desarticulada políticamente.

Gesto político nada compadecido con las páginas históricas revolucionarias de la Francia de la guillotina, de la Rusia zarista desheredada o de la China en Revolución Cultural.  Porque en una revolución muere hasta el vástago que en su adultez pueda amenazar la implementación cultural de la nueva sociedad, como es cuento hasta mítico de tanto infante asesinado para evitar regresiones o rupturas en la cadena de las nuevas formas políticas.

Pero ya vemos:  la Revolución Bolivariana impulsada por Hugo Chávez desempolva el viejo sueño de la integración panamericana, concertación idealizada de múltiples factores socio-políticos en función patria, altar de la tolerancia y el reencuentro de tanta disimilitud histórico-cultural donde no caben, por ejercicio socialista humanista,  nociones radicales como razias o firmas de decretos a muerte.  Venezuela reaviva la esperanza de la franquicia socialista internacional, pero no desdeña valores humanistas de adecuación nacional que podrían ser sacrificables a título del dogma filosofo-político, para nada a gusto de los más radicales.  Todo dogma, como cabe suponer, ensalza un valor a despecho de otro, así sea humanista.

Y el socialismo a la venezolana, como ya es notable con este su único capítulo histórico de la Revolución Bolivariana, no contempla la liquidación a cartilla de la oposición política derechista, fomentándola, por el contrario, como medida saludable de participación democrática.  De allí el hecho de la supervivencia opositora bajo el “régimen” de Hugo Chávez, así como el malestar desilusionado de los más obstinados.  Porque es de Perogrullo argüir, ante tanto avance de los siglos ya, ante tanto experimento político con la teorización y su praxis, que una propuesta filosófica o política tiene que centrarse primordialmente en su objeto, en el Hombre, en su peculiaridad e idiosincrasia, en su tonalidad propia y circundante, en el hecho contextual, si es que el bien buscado es el entendimiento y una causa comunes.  A menos que hablemos de teorías comerciales o publicitarias, el hombre nunca ha sido una receta exitosa; del mismo modo que luce desaguisado  traer a colación una doctrina extemporánea o extraterritorial (aunque patrimonio común de la humana inteligencia) para aplicarla a la cartilla.

La necesaria adecuación da el fruto del hallazgo y de la causa común, como dijimos, incluso bajo vertientes de la diferencia.  Será tan razonable y legítimo hablar de socialismo a lo chino como a lo venezolano, dada la peculiaridad de cada psique y contexto, teniéndose que centrar la preocupación en que un conglomerado jamás pierda la perspectiva de la idea humanista primordial ni la capacidad de estrecharse en fenómeno nacional incluso por encima de particulares diferencias.  La propuesta socialista venezolana implementa la figura de las comunas políticas, atendidas y rescatadas de la marginalidad, bajo la égida cultural del bipartidismo (y no de un partido único), por la sencilla interpretación de que es una noción casi secularmente arraigada en la psique del venezolano, a pesar de comportar en la práctica responsabilidad de la mayoría de los males del país.

“Que hoy –un poco más fortalecida como fuerza política- aparezca otra vez la oposición venezolana con una nueva herramienta que consiguió el camino para derrocar a Hugo Chávez, como lo es la promoción de la conflictividad social, la caotización de la calle y el despliegue de una campaña mediática centrada en una “desbordada” corrupción administrativa […], es sintomático de que no ha madurado el nivel de conciencia”…

Cien años de capitalismo y neoliberalidad tienen su peso en el gentilicio de cualquier país, y sobran las consideraciones sobre lo que sea necesario hacer para arraigar una idea en un terreno viejo y abonado por otras de orientación contraria.  La figura y genio del líder que labra el sendero de penetración de las nuevas propuestas también tienen su peso a la hora de las adecuaciones mencionadas, de las que –como llevamos dicho- sobrevive hasta el momento la oposición como actor necesario en la eventualidad política del país.

Y sirva este último punto para dejar sentado lo que quizás pierdan de vista los más puristas interpretes y seguidores del experimento socialista venezolano:  Hugo Chávez amnistía y llama a conciliación porque de modo simbólico, inconciente y hasta mágico, responde a su contexto temperamental nacional, esto es, la cultura, la tradición, el uso, lo arraigado, el gentilicio, sea genuino o transculturado, pero siempre en sintonía con el hecho psíquico-cultural nacional.  Paga en la historia política con su llamado a la conciliación el haber participado en una asonada militar que, cualquiera sea la motivación idealista, derramó sangre y paga también con su amnistía presidencial la deuda política de haber sido él mismo amnistiado por el temible monstruo combatido de la Cuarta República.  Es lógico pensar que el Hugo Chávez, de acá para adelante, ha de ser uno más liberado de deudas morales, menos escrupuloso a la hora de atornillar un futuro político crítico con la historia política inmediata venezolana.

De modo, pues, que la propuesta del partido único luce cuesta arriba en tanto en la psicología nacional esta arraigada la noción del bipartidismo.  De hecho, uno de los méritos del ascenso revolucionario bolivariano es el respeto a las formas de uso político consagrado, como lo son los partidos concurriendo a elecciones (a pesar los vicios conocidos), lo cual lleva a concluir en alarde que Hugo Chávez utilizó las mismas armas de perpetuación del adversario para vencerlo. 

Así tenemos que el concepto “oposición”, jamás destruido a pesar de haber rozado por inercia propia los límites de su extinción, es una noción “habilitada” en la psique nacional en su cosificación partidista, y plantea su requerimiento a la hora de teorizar transformaciones políticas en el país.  Dado que la revolución socialista bolivariana es un ensamblado de postulados teórico-ecuménicos con ideales precipitados de una historia fundacional amada, es decir, una concertación hasta de formas en disidencia, difícilmente propondrá la abolición del otro para existir, si no, mejor, una toma de conciencia republicana y social, con gradación moral, de avance hacia un modelo de real nacionalización  y una  más transparente y equitativa distribución de la riqueza.

Entre tanto, habrá oposición para rato, si nos atenemos a los resueltos de la presente reflexión y al hecho mismo de la cultura nacional.  Razia, borrado o erradicación del otro, son conceptos que no habrán de entrar en el diccionario humanista del ejercicio político, como habrá de tenerse en cuenta el “mandato” de vivir en la tensión de la diferencia, en el esfuerzo de buscar un objetivo moral común para las partes, aceptando y construyendo con el otro.  A la especie de que Hugo Chávez fortaleció por conveniencia política a la oposición venezolana, a fuer de tolerancia e impunidad, tiene que responderse con esa otra especie que delinea al hombre como ser de cultura, sujeto de ideas, obra de su tiempo, esclavo de sus formas e ideas sociales, que lo llevan a reformar o revolucionar su entorno en la medida de la posibilidad de “encaje” del trauma, valiendo aquí el aparente cálculo que parece manejarse.

No existen zares o monarcas por ningún lado a quien o cuyas familias herederas aniquilar; por el contrario, ha de existir la figura alentada del ciudadano, cualquiera sea su condición, sobre el plano presentando el desafío de ser amparado por el Estado y asimilado en su diversidad ideológica, científica, progresista o religiosa, siempre respetando, lógicamente, lo que ha concertado la nación abrazar como ideal fundamental de prosperidad y soberanía.

Que hoy –un poco más fortalecida como fuerza política- aparezca otra vez la oposición venezolana con una nueva herramienta que consiguió el camino para derrocar a Hugo Chávez, como lo es la promoción de la conflictividad social, la caotización de la calle y el despliegue de una campaña mediática centrada en una “desbordada” corrupción administrativa (Operación denominada “Jaque al Rey”, ni tan nueva en sus argumentos), es sintomático de que no ha madurado el nivel de conciencia que, sobre una nueva realidad política en cambios, anteponga el interés general al particular, así como es indicio también de que hasta ahora han resultado inútiles los esfuerzos de la revolución boliviariana en su objetivo de concertar y crear conciencia (y ellos –sabemos- se logra a través de la presión de las grandes masas).   Todo un gran trabajo, de fuelle utópico casi, como bien se corresponde en su jerga con el discurso revolucionario.

miércoles, 1 de abril de 2009

Del egoísmo revolucionario y otras libertades para América Latina

No queda otra opción, sino la soledad, como diría un poeta.  Pero no es una queja, como muchos insinúan pintar cuando dicen que EEUU descuidó su agenda en América Latina y por eso es que hay revoluciones por estos lares; es, por el contrario, una certificación de realidad, de que el supuesto “descuido” puede no ser tal, sino el efecto de una creciente toma de conciencia nacional-social (con el permiso de la expresión) que se disparó en nuestros países de tanto no aguantar precisamente “tanta atención” procedente de la tan conocida matriz imperial, capitalista y neoliberal que son los EEUU, resumida actitud extensible a cuanto país extranjero nos haya visto con esos neocoloniales ojos que descubren graneros del mundo por doquier, surtidores coloniales infinitos para sus economías o “patios traseros” para sus grandes posaderas.

Y conciencia de cualquier modo que haya dado a luz la propuesta revolucionaria de atendernos a nosotros mismos, sin importar lo que diga cuanta mentalidad sumisa intente detractar los rebrotes de autonomía con los argumentos consabidos de la dependencia obligada, si es que quiere aspirar al desarrollo.  ¡Puras pamplinas!  Se hartaron los reyes europeos de explotar a sus pueblos hasta que estos, no pudiendo ya comer para paliar sus necesidades, se alzaron en armas por su derecho también a la vida.  Se alzaron en revolución, para decirlo de otro modo, y no una vez, sino muchas, para decirlo, además, con más convicción.

Y hay que decir que había por allí –¿cómo no?- mucha idea ilustrada, tanta reinterpretación de conceptos libertarios de los antiguos, nociones en general que proponían un mundo para todos, hablando de igualdad, y un libre albedrío, hablando de libertad.  Pero la idea por sí sola no arraiga, como sabemos, si no tiene ese macetero que es el ser humano con su universo de necesidades, combustible final de cualquier revolución verdadera.  Es la gente, los pueblos, las masas, con sus deficiencias y necesidades, y su percepción de injusticias, que se hace gran alumna de una idea libertaria.  Y por ello es que toda revolución es víscera primero antes que idea, a menos que queramos obviar que un soporte animal –de carne y hueso- nos sostiene como seres humanos.  El platonismo es una noción que cala luego, sumando su ejército de grandes ideales al combate.

Sin cuidado habrá de tenernos el argumento que presenta a los poderosos –siempre una minoría- como los agentes de cambio en el mundo.  Siempre requerirán de las masas, aunque no más sea para recordar a qué especie pertenecen –se dira-.  Y aun en el supuesto de que llegasen a suprimir –mágicamente- a todo ese conglomerado de débiles que presuntamente son los pueblos –esos bichos que se alzan en revolución-, siempre entre sí habrá poderosos más débiles que otros, surgiendo sin remedio, eternamente, la noción “pueblo” entre filas propias.

De manera que habrá de importarnos un comino que haya sido la miseria y la explotación arraigadas el germen responsable de tantos despertares en América Latina.  ¿Qué demonios puede importar que mil idiotas lacayos salten a la luz pública insultando a sus pueblos con ignorancia y falta de compostura si la nueva actitud de las masas, en virtud de sus necesidades, cada día va comprendiendo que ha sido vilmente engañada y que no hay pobreza sino exclusivamente para ella?  ¿De cuál bendita universidad de las “luces” se nos habla?   Así las cosas, con el pueblo latinoamericano desplegado en el aula de las calles (como es la presunción hoy día), es cuando la idea y el conocimiento  han de intentar normar las acciones y canalizar los afectos.  Es lo que se conoce como el “trabajo” revolucionario.

¿Qué habrá de importarnos que hayan intentado “despojarnos” de nuestros valores e historia, si de pronto, en virtud del despertar generalizado y la percepción descomunal de la injusticia inveterada, descubrimos que los tenemos y pueden, de facto, definirnos e identificarnos en el combate?  ¡Que prediquen los mil lacayos el olvido de su propia historia, pero que se marchen también hacia sus futuros soñados!  Nos necesitamos a nosostros mismos.

“[…] pero jamás se deje de rematar que sí, que estamos en revolución generalizada, proponiéndonos nuestro propio ser, nuestra propia soledad redentora, nuestra propia atención, nuestra propia alternativa y autosuficiencia, nuestro propio destino, independiente de tanto “amigo” que nos dispensa con la prosperidad de lidiar hasta por un mendrugo de pan.”

En consecuencia, no es una desgracia en modo alguno “descubrir” que nuestros pueblos están solos o “descuidados” de la agenda de países como los EEUU, sistemático explotador de pueblos, réplica eterna de cualquier imperio y futuro soñado de tanto lacayo, cipayo o pitiyanqui, como es uso al momento definirlos.  Para tan buena compañía, es preferible la soledad, y rectifíquese aquí lo que quiso decir el poeta:  soledad es encuentro con el alma, identificación consigo mismo, recogimiento, atención propia.  Y rectifíquese también lo que es una revolución genuina, al menos para América Latina: la mirada histórica hacia el interior, hacia lo propio, lo nuestro, lo nato, lo ser humano que somos con todo y nuestras mil historias de fracturas y diversidades.  Nosotros primero, deduciendo de esta noción egoísta la capacidad de unión y autosuficiencia que habremos de desplegar para ayudar a otros posteriormente.  Simple principio animal de supervivencia, lo cual no tiene que parecer un delito. Egoísmo y revolución pueden ser sinonimias en tanto derecho a la vida.

Porque cansados estamos de ser países de hecho, confeccionados a la medida del uso imperial.  Sencillas colonias surtidoras o almacenadoras de recursos potenciales.  Y potencias en sí –¡cómo no!-, en la medida en que nos atragantemos con nuestros propios recursos naturales o geoestratégicos, en nada aprovechables para uso propio, aunque sí para otros.  Como reza el mandato del lacayo:  el progreso esta en el norte, lo contrario al sur, pues, a nosotros mismos, a nuestro ensimismamiento redentor.  Sea, en fin, Argentina la potencia alimentaria para otros, pero no para su propio pueblo; sea Venezuela el antro social para los suyos pero mar de hidrocarburos para otros mundos; sea Chile la mina de todos, sin propiedad de sí misma. Séase cualquier calamidad, menos lo que se puede y debe ser.

Para compañías así, que nos hagan obviar a nosotros mismos, es mejor la soledad, dado que un amigo así pareciera comportar una propuesta de erradicación vital.  ¿Quién lo quiere?  ¿Cuánto puede mortificar el descuido de su “amistad”, como se queja tanta mentalidad vasalla a la hora de explicar por qué en América Latina existe tanta retoma propia de conciencia histórica, digamos que como en los viejos tiempos de las guerras patrias?

De forma que no tiene que existir ningún escrúpulo a la hora de dejar sentado que la revolución se viene por los caminos motivacionales de la miseria y la injusticia. O de la explotación. Dígase, en fin, que la ola de cambios que se experimenta en Venezuela y en la América Latina toda tiene su germen de expresión en el llamado “Guarenazo” vivido en Venezuela, por poner un ejemplo y para seguir con esa tradición “que Caracas dio”, aunque Guarenas no quede en Caracas ni Caracas sea América completa; afírmese sin ningún rubor ante el lacayo erudito que es cierto, que el país –como la América del Sur completa- es pobre, subdesarrollado, en nada parecido a los “grandes” países del mundo amados tanto por él y que han cimentado su riqueza sobre la sangre de los otros; que es una sarta de hambrientos y saqueadores cuya gente ha tenido históricamente que robar para comer, incapaz siquiera de pagar el valor de un transporte público, y, de paso, en nada parecida a los pudientes ciudadanos de la vieja Europa, por mencionar el lugar del planeta de mayor afición a gusto.

Dígase hasta con orgullo todo lo que no quiera oír el bendito erudito con sus teorías occidentales de la autoestima (ser otro y no uno mismo), el progreso (EEUU es el primer mundo) y el glamour (la imitación es un encanto), pero jamás se deje de rematar que sí, que estamos en revolución generalizada, proponiéndonos nuestro propio ser, nuestra propia soledad redentora, nuestra propia atención, nuestra propia alternativa y autosuficiencia, nuestro propio destino, independiente de tanto “amigo” que nos dispensa con la prosperidad de lidiar hasta por un mendrugo de pan.  En este sentido, un solo latinoamericano que se preocupe por sí mismo, primero, es hondamente revolucionario.  Demasiado tiempo nos han hecho amar a un prójimo impuesto, y no parece ni natural ni correcto que se extinga la llama propia en aras de la fortaleza de otras extranjeras fogatas.  Tal situación comporta, ni más ni menos, una cultura de la miseria y la muerte, y no puede ser ni ética ni moralmente aceptable que se ice como una bandera de la prosperidad y progreso para ningún pueblo de la Tierra.