sábado, 7 de febrero de 2015

Desde mi rancho / Adeco viejo

Yo sí, soy escuálido y a mucha honra, aunque últimamente denominado “escuaca” con alguna intención coprofágica.  Pero no me importa.  Simplemente soy.  Y es “escuálido” mi nombre primero, de pila si ustedes quieren, con abolengo histórico, dado que así fue que nos bautizó el “innombrable”, como ya saben, el siniestro de la verruga.

Vivo en un rancho de Catia, y odio.  Odio que me quieran sacar de él y vengan acá con sus aires de redentores sociales a perturbar esta sana paz de los muertos del sector, esa que apenas mueve las hojas de la mata de mango y no se mete con nadie, aunque se trate de esa mata de mango mi jardín que desde hace rato me tiene cuarteado el piso de la sala.  Pero no me importa, como dije, conozco las entrañas de mi miseria y lo que vale es que no tropiece y me caiga cuando por encima paso.

Soy adeco y copeyano también, de pura casta, hoy un poco reformado en otros colores algo más tornasolados.  Primero Justicia, Voluntad Popular o Un Nuevo Tiempo, MUD, da igual.  En un pasado fui comunista, no me apena decirlo, pero mi “partido del pueblo” llegó al poder y la orden fue dejar de serlo, ¡y allá fue cuando la vaina se dividió y unos agarraron para el monte (ahora están en el poder), otros se hicieron con el coroto político y los restantes, como yo, nos quedamos de pelabolas lamiendo las ollas vacías!  ¡Joda, y por eso es que a veces las tocamos con tanta saña!

No me apena decirlo, repito, y con honra.  Porque en esta vida es lo único que uno se lleva, la dignidad, la decencia, la consonancia con uno mismo.  Adeco y ahora opositor hasta que me muera.  Si el partido ─ahora con Ramos Allup─ manda al cambio, a la división, al voto, a las cabillas, voy porque es mi esencia, aunque hoy por hoy no haya nada que que dividir ni fuerza para ir de votos.  Si tengo que besarle la pelona y cejas a Julio Borges, voy; si tengo que “darle bollo” a un fulano con Leopoldo López, voy; y si tengo que meterme a bruto con Rosales, no faltaba más.

Total, lo importante es ser, permanecer, “vivir la vida”, como diría el prófugo profesor.  Y nada de dejar que estos populistas de nuevo cuño, antes blancos como yo y ahora rojos (¡ah, aquellos tiempos!), colmen de felicidad al pueblo con sus comidas, Mercal, misiones, estudios...  Aunque nosotros, aquí entre a la callada, no logramos nunca un carajo como lo hacen estas hordas, pero, eso sí, lo intentamos y reclamamos el derecho de ser los primeros en tener la idea.

Tenía una mujer, Francisca, pero la tuve que poner de patitas en la calle porque se metió en el “proceso”.  No era tan vieja como yo para aseverar que loro viejo no aprende; apenas vio la franela roja con la imagen del innombrable sonriente, se metió en una serie de misiones de esas que le roban los nombres a nuestros héroes nacionales y ahora es abogada y dirigente de la causa.  Aprendió a leer, la vieja.  Para mí que sigue enamorada, preocupada por mi salud, por si me llega la comida, porque me enteré que el Mercal que pusieron acá tan cerca de mi ranchito fue obra de ella.   ¡Vieja loca!  Esa vaina me tiene tan arrecho que, sin saber por qué, como si buscara consuelo en su profundidad ignota, me he puesto a mirar la grieta del piso durante toda la tarde.