miércoles, 30 de junio de 2010

Inesperado crecimiento preferencial de Hugo Chávez sobre un marco de adversidad da la señal de que es necesario aplicar “mano dura”

Mano dura Después del problema eléctrico e hídrico en el país, y luego del último rollo con los alimentos en putrefacción, además del encono mediático por empeorar la percepción del paisaje político venezolano, cuatro temas regurgitan en mi cabeza de analista popular político (así digámoslo, puesto que no ostento título de “sesudo” académico en la materia, aunque me la paso en la calle filmando con mis ojos la diaria vida).  A saber:

  1. Hugo Chávez, de acuerdo a encuestas, sube en la preferencia popular, aumentando su popularidad, rayante en un 60%.
  2. La inseguridad nos mata
  3. Corrupción y motorizados desmoralizan
  4. La lamentable oposición política venezolana luce desguarnecida
  5. Las elecciones para la Asamblea Nacional se presenta como un extraordinario reto de consolidación y continuidad político.

Ello a grosso modo, teniendo en cuenta que los cuatro puntos son una suerte de corolarios de subterráneos procesos, que acomodaticiamente condensamos en breves palabras.

Los puntos de la inseguridad, corrupción y motorizados, que conllevan a incidir en una apreciación maltrecha de la autoridad reinante en el país, es un tema que a diario se presta para que quienquiera desee criticar por criticar se aferre de allí con gran vehemencia.  Por ejemplo, para tomar un aspecto nomás, la expresión típica y resumante de cualquier arrebato opositor es “¡Mira la calle, chico ─señalando a un motorizado─, no hay autoridad!  A este país se lo llevó el diablo.”  Demás está decir y recomendarle al presidente Hugo Chávez que una acción poderosa de ejercicio de la autoridad combatiría en amplia medida el problema y enviaría un mensaje de fuerza a la población (si usted quiere elector), de conciencia y presencia estatales.  ¡Caramba, si el mismo contrato social así lo exige:  usted, ciudadano, desiste de su comportamiento selvático y salvaje y deja en manos del Estado su control para cuando experimente un desbordamiento!  A cambio, usted tiene derechos.

Así de simple, como medida rápida a la mano, si se quiere efectista para quienes quieran ejercer la crítica y enarbolar el consabido clisé de la aplicación de “paños calientes” o maquillaje, que esencialmente nada resuelven.  Pero, antes de continuar desarrollando el punto y pasar a recomendar lo que recomiendo, dejo un acto de conciencia sobre lo esbozado:  el cambio de matriz cultural para exorcizar el problema de la corrupción e inseguridad sabemos radica en un progresivo adecentamiento moral, socioeconómico y educativo, nada subsanable, fundamentalmente, con eventuales encarcelamientos de corruptos y abatimiento de delincuentes. Dejo, pues, bien sentado el clisé, si es que un clisé se puede clavetear aún más sobre el piso semántico: los paños calientes no curan, sino, como sabemos, ejercen su efecto sobre los síntomas, las percepciones y las apariencias, si es que queremos traer estas palabras a colación.

El aspecto político ─aquí voy─ no debe perder su perspectiva y sincronía práctica con la realidad.  En momento electoral como el presente, cuando se apresta la Revolución Bolivariana a consolidar una fuerza operativa en la Asamblea Nacional, conscientes de que los correctivos no han tocado el fondo progresivo del problema en cuanto a corrupción e inseguridad, se impone apelar a las medidas inmediatas a la mano (seguimos con los paños calientes), de ejercicio de la autoridad al menos, no importa que atacando el cariz de la problemática y no sus raíces.

¿Por qué semejante cinismo político, del que  muy argumentadamente se me podría acusar?  Es simple:  existe un ambiente electoral y un sistema político que basa su gobierno y estadía en el arbitrio popular, en el voto, mismo que es necesario procurar.  Para el subsanamiento de los problemas de fondo baste saber que se trabaja en ello, que el proceso es largo y que el liderazgo del presidente Hugo Chávez es garantía de moralidad y compromiso hacia ese sentido.  Por el hecho de que la solución a la corrupción y la inseguridad amerita quizás el decurso de una generación completa no hay que cruzarse de brazos, enviando un mensaje de inoperancia a la población, electora ella.  Asegurar la preferencia electora es garantía de continuidad y de espacio para seguir con el trabajo de educación de masas.

Se debe ejercer acto de presencia y de fuerza estatal y constitucional, lo que nosotros en nuestra jerga llamamos “mano dura”, autoridad, como bien faculta el llamado contrato social.  No es posible que en nombre de protocolares pruritos de una honestidad que ya no es política sino académica se pierda la preferencia electora, de cara como estamos ante un evento de elecciones.  Lo político honesto es saber cuánto se tiene de arraigo en las masas y cómo sostenerse.  Es el uso de la técnica sin sacrificar la ciencia.  Es el manejo de la forma de modo tal que no perjudique la esencia.  Y claro estamos que para seguir luchando por un modelo socialista, según armamento democrático al alcance en el presente, es necesario mantener el voto y la preferencia electoral del pueblo, dado que el avance conquistador de este modelo pide mucho más tiempo.

La aplicación de la “mano dura” es una medida necesaria, con todo y lo dicho sobre que parezca un paño caliente, pero también con todo y lo dicho sobre que capta votos, da una sensación de presencia y acción estatal.  Lo demostró el mismo presidente Chávez subiendo en las encuestas luego que le declarara la guerra a los sectores económicos, metiera entre rejas a unos cuantos y castigara constitucionalmente la lengua de muchos.  Y ello es doblemente significativo si se toma en cuanta que su gestión viene de transitar un momento con el rollo de la electricidad y la escasez de agua, arteramente explotado por la oposición mediática.  Aún hoy vive las secuelas de otro problema al que se le afila punta mediática, como lo es el de los alimentos de la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (PDVAL).

No obstante este último problema, de acuerdo a cifras propaladas esta semana por periodistas como José Vicente Rangel y Eleazar Díaz Rangel en sus respectivos formatos de divulgación, la popularidad de Hugo Chávez experimentó un alza que lo coloca en un 60% de aprobación (uno promedió las encuentras de las últimas semanas y otro se basó en las cifras que presentó la encuestadora GIS XXI).  ¡Es que la aplicación de la ley, de la fuerza constitucional, del poder convencionalmente democrático del Estado, cala positivamente en el elector, aunque sepamos que la aplicación de castigos sólo sea una pequeña parte en la corrección de los problemas!  La gente siente que no está a la intemperie, que el Estado funciona para aquello para lo cual lo contrató, esto es, para protección, corrección y ejemplarización.

Ello nos da pie para desglosar de una vez nuestro consejo en la materia, política y tecnológicamente hablando: despliéguese un operativo de presencia constitucional, sobre propios y opuestos, en materia de inseguridad y corrupción, tomando como modelo el esquema de la guerra presentada a la oligarquía económica en el país.  Extiéndase el operativo, de paso, hacia instancias muy en la percepción del venezolano de a pie, como es el problema de infinito desorden y violencia que presentan los motorizados en la calles en el diario vivir.  El venezolano lo agradecerá y resulta harto ocioso decir cómo.  Téngase como norte que delincuentes, corruptos y motorizados restan votos a diario a la imagen de gestión presidencial, sembrando el caos y una percepción de inexistente autoridad.

Nunca como ahora un simple operativo de seguridad y orden será tan oportuno para efectos políticos.  Y reitero:  ello es ejercicio político, aplicación de tecnología del voto en momento electoral, dejando claro que no resuelve problemas de fondo, como dice el escrito, pero que asegura la continuidad de un modelo político en el poder que trabaja en el asunto y que conciencia que la solución requiere más tiempo.

Jamás imaginó la oposición política venezolana que un simple ejercicio de la autoridad constitucional, como el caso dicho de la guerra contra los sectores económicos contranacionales, emergiendo el presidente de un difícil capítulo de sequía y ataque mediático, y viviendo aún el relacionado con PDVAL, pudiera reportar tanto repunte de aprobación de gestión de parte de la población.  Ello la hunde, incluso más,  en un marasmo de la desintegración y desguarnición política.  Desesperanza sería el mejor semantema para la descripción, dado el caso que el gobierno de Hugo Chávez decida aplicar un orden cerrado constitucional sobre los aspectos mencionados.

viernes, 18 de junio de 2010

Negación y poderío en la oposición política venezolana

Oposición tonta Como es hábito ya en el sector soñador de la oposición venezolana, Chávez “está caído”, tiene miedo, seguramente anda buscando un lugar para exiliarse, de cara al evento electoral asambleísta que se avecina.  Increíblemente se oye semejante historia desde el año 2.000, cuando se empezó formalmente a conspirar contra un líder que venía a enrarecer la meliflua paz de los muertos de la venezolana Cuarta República.  “Aquí nada cambia, todo sigue igual de próspero, eso de los cambios es mentira” ─parece oírse una voz.

Y ocurrió lo que hemos testimoniado es historia:  el presidente “caído de la mata” se ha impuesto en cada combate electoral al que ha llamado (a excepción de uno), cultivando ya un racimo de más de diez victorias.  Pero, insólitamente, en el contexto de una conversación digamos inteligente en la calle, usted puede oírla todavía, sin ningún tipo de pudor de parte del quien habla, como si abofeteara tus sorprendidas neuronas, locuazmente, irremediablemente concluyendo uno que lo que hay es fanatismo u odio donde sospechó inicialmente inteligencia o moderación.

Lógicamente, es la humana negación entrando en acción, como típico mecanismo de defensa.  Negar es poder, ser, permanecer, vencer.  Tal hay que decirlo en descargo de semejantes señores opositores, desde que se sabe que el hombre, en individual, con un televisor al lado, en una cámara de tortura abarcándolo, confundido en medio de una masa humana, es susceptible de manipulación, de estupidación, por más coeficiente intelectual que ostente.  Ya lo decían los nazistas:  la masa es estúpida.  En lo personal conozco a varias eminencias graduadas en ominosos sitios del “saber” que no tienen empacho en proclamar su “agudeza” al mundo.

Como si hubiera una inteligencia convencional y académica (esa que como maquinaria de reloj se usa para la resolución de problemas) y otra emotiva, de carácter social y cultural, ideológica, afectiva (esa que se usa para afrontar los problemas del alma), que bastante puede hablar de la madurez psicológica de un individuo y bastante, también, puede con su subjetividad barrer de un plumazo cualquier construcción estrictamente lógica que se ice sobre el ruedo.  Es decir, que si soy una criatura internamente desequilibrada (iba a decir disociada), pobrísima en afecto y calidad humana, de nada me valdrá el haber ido a sacar veinte puntos en una universidad (donde se me mide básicamente la lógica) para tirar por el suelo cualquier construcción de la ciencia si le parece de mal gusto al muchachito malcriado que cultivo por dentro.

Si científicamente la pared es roja, caramba, a mi no tendrá que parecérmelo obligatoriamente, simplemente porque no quiero, porque me causa malestar, porque todo en la vida es refutable, porque el rojo no es, pues, el color, porque yo soy así personalmente, porque probablemente desde otra dimensión las sustancias componente del dicho color pueden tener otra química y rendir otra tonalidad.  Y punto.

Tal es, pues, el tama loco del que hablamos.  El presidente Hugo Chávez está caído porque yo, opositor venezolano, lo decreto así, espiritualmente, como si siguiera el consejo de un extraño libro metafísico.  “Decreta tu verdad y cancela las objeciones”.  Es una cuestión del alma:  ni inteligencia ni títulos universitarios han de perturbar la implacable corriente y verdad de los espíritus.  Yo creo y es cierto. Yo.

En Venezuela la oposición política se divide en dos tipos de negadores:  los que (con mucho poder) inventan la mentira para negar una verdad y los que creen en ellos (gente sencilla, del pueblo, por lo general), los que no tiene otra profesión que creer.  Como decir, sin faltarle el respeto a nadie, dejado llevar por el entusiasmo metafórico de las palabras, los dueños del circo y sus payasos.  O sea, gente que en efecto está aterrada por el advenimiento de un real sistema de cambio que ha empezado a enfriarle sus inveterados manjares y gente que vive adosada a ella, timorata, incapaz de apostar al futuro, de desembarazarse, sin otra visión de vida que el esclavismo que inocula el capitalismo y que cree a pie juntillas que los distintos nombres que disimulan la explotación humana es realmente progreso.

“Negar es poder, ser, permanecer, vencer”

He oído con sorprendida conmiseración cómo gente que nunca ha tenido un carrizo ni tiene nada en el presente exclama del modo más franco que con Chávez el país se está yendo a pique.  Esto para juzgar los hechos desde el ángulo predilecto del capitalismo salvaje:  tener o tener.  O sea, personas políticas que apuestan lo que no tienen ni nunca han tenido para defender el sistema que los ha empobrecido.  ¿Duro de digerir, no?  Pero, ya dijimos, el asunto se comprende por esa susceptibilidad de los humanos a ser manipulados a través de diferentes medios y formas que otros más poderosos le instalen entre ceja y ceja.

Y he oído también a los reales timadores de la historia:  los que con su poder político y mediático le colocan un medio de manipulación al pueblo sobre su cabeza para pervertirlo, encauzarlo, borregalizarlo.  Para que vaya contra sí mismo, hasta en contra de su propia vida e interés si es posible, como se sabe lo logran  las medidas de shock político y psicológico aplicadas a las masas, resabios del viejo experimento nazista de considerar estúpido al hombre sumido en agrupaciones, perdido de su individualidad, dócil creyente en una mentira hecha verdad después de repetirla diez mil veces.  Burla por la noción “humanidad”.

Son estos timadores los que hablan de desempleo, pobreza, desastres, quiebra, hambre, analfabetismo, caos, por razones que huelga explicar.  Pronuncian las palabras a conciencia, con el pleno cálculo de la mentira que paren, a sabiendas que en la mayor de los rubros que ellos mencionan los organismos internacionales calificadores han declarado superación o progreso.  Ejemplos sobran:  índice de desarrollo humano, desigualdad social, alfabetismo, educación, salud, disminución de la pobreza.

Pero sepamos su cuento:  cuando digan “perdida de empleo” no se refieren a los tontos que los siguen, sino a ellos mismos, que ya no pueden emplear a tantos pendejos para explotarlos como tradicionalmente lo han hecho.  Cuando hablan de pobreza se refieren a ellos mismos, pero no porque los muchachotes no tengan qué comer, sino porque el sistema político les cambia y ya no obtienen las groseras ganancias de antes.  Cuando hablan de libertad de expresión no es porque ellos o el pueblo no puedan decir lo que piensen, sino porque sus mentiras manipuladoras ya no someten y pierden a tanto idiota como antes.  Etc.

Son ellos, la minoría explotadora, los que se hunden, junto a su amado sistema esclavista.  El mundo cambia, como cambió el país, pero no cesan en el lamento desestabilizador que practican desde que sintieron su piso de prebendas temblar. Se hunden e invitan a sus tontos seguidores a hundirse también, con toda la capacidad de perder mundos que desarrollaron con su dinero y sus universidades.  Aún con grandes poderes económicos, embaucan a muchos desprevenidos con sus aventuras y manipulaciones. Véase y no se vaya tan lejos, para terminar:  échele un ojo nomás al banco que se acaba de intervenir, sin real para cubrir a los ahorrista pero cubierto en sus fondos por el gobierno.... Vea, piense, vea… ¿Con que resultado?  Los ahorristas despotricando de quien le paga sus ahorros (el gobierno) y adorando a los bandidos banqueros que les montaban una celada de mayor quiebra y que actualmente huyen en el extranjero.

¿En virtud de qué semejante preciosura de lógica y pensamiento, apoyando a quien golpea y escupiendo al quien ayuda?  Lea el artículo de nuevo para que consiga la respuesta.

viernes, 11 de junio de 2010

La guerra de los imbéciles

Guerra de los imbéciles Los viejos suelen decir “en mis tiempos” para calificar una época como mejor.  O “eso no se veía antes”.  Yo, no tan viejo, puedo creer que no haré tal, pero al dar expresión a criterios estrictamente pesimistas sobre la hora presente que vive la humanidad, no me queda otro remedio que incluirme en el triste geriátrico pintoresco.  Sin salida, al parecer, obligándome a rematar el cuento con el dicho poético de que “todo tiempo pasado fue mejor”

No me autoengañaré para autosentirme mejor ─valga esta palabra─, como recomienda una psicología por allí.  Considero que si alguien reconoce que el derrotero escogido por el mundo no tiene más salida que una guerra, mal puede ponerse a negar la inminente explosión de las bombas sobre su cabeza en nombre de un ridículo y ficticio estado de buena salud.  Puede resultar saludable correr un poco, esconderse y salvaguardarse, si no se es guerrero en combate.

Ya dicen los científicos que si tienes cáncer nada ayuda que tu actitud mental sea positiva.  Las células agigantadamente se multiplican y ello es un hecho físico, químico y biológico, sin contención mental.  Es decir, es mejor identificar el problema y atacarlos con soluciones de la misma naturaleza.

Muchos creen que negar ayuda, cuando la afirmación está sobre sus cuellos.  Podría ser que un moribundo se vaya de este mundo creyendo que no murió y empiece luego a aparecer por allí, paranormalmente.  Dice la leyenda hollywoodense que el Titanic se hundió por la ansiedad de cierta persona en demostrar que la velocidad de la embarcación era una maravilla, negándose a aceptar la existencia de unos témpanos a pocos kilómetros, hecho que obligaría a bajar la velocidad y a desviar el curso.

Hay mucha estupidez en la inteligencia del hombre.  Hace poco también dijo una autoridad (en Chile) que la situación después del terremoto estaba calmada, para no generar pánico, cuando la realidad era que un tsunami distaba a pocos minutos.

Todo es calma, autohipnosis en general.  No pasa nada.  Ni siquiera una calma chicha.  Los mercados están saludables, el número de pobres en el mundo es el normal, el sistema no se estremece, no ocurren mutaciones, hay la guerra que debiera haber, la gente no muere más que en la normalidad mortal, si es eso lo que en última instancia importa por aquello del derecho y el respeto a la vida.

Hablo de la realidad humana en general, mundial digamos, y no de particularidades o nacionalidades que, como ustedes saben, presentan sus propias peculiaridades domésticas, si políticas más apocalípticas.  Me explico con un ejemplo emblemático:  una oposición como la venezolana no compartirá jamás mis palabras para describir su estado de ánimo y situación actual, es decir, jamás dirá que hay calma, que el mundo no pasa, Etc. Etc.; por el contrario, para ella en el país se vive un Apocalipsis, en la medida en que su viejo mundo de prebendas se les va al suelo y su sistema de valores empieza a estrellársele también.

Hablo de la situación humana en general, del hombre como especie, metido en un juego vital sin salida, puesto a pensar como se le enseña, manipulado grandemente por quienes se hacen dueños de los medios de la verdad (no quedó más remedio que expresarlo así).

Por supuesto, dado que el mundo cada vez más se hace aldea global y la información o los hechos están a la vuelta de la esquina, es cada vez más difícil engañar al hombre con versiones de realidad incomprobables.  No diré que el mundo esta siendo invadido por ovnis y crearé un desbarajuste (como hiciera Orson Wells en su tiempo), si cada quien tiene la versión de la vida mundial a la mano por diferentes vías.  Es difícil, como dije, pero compréndase también que las proporciones y las simetrías evolucionan en reciprocidad:  los manipuladores de mundos, como los delincuentes respecto de los policías, le buscan la “vuelta” al gato y la “caída” del sistema. Mutan.

“Tres son los problemas terribles de la humanidad, donde se ejercita la mentira a diario, el cinismo como regla, por un lado,  pero donde, también, por el otro, se acumulan las grandes energías de protesta indignante de aquellos que suelen estar pisoteados e insurgen:  (1) el tema climático y ambiental, (2) el modelo político y (3) las armas de destrucción masiva.”

 

Voy con un ejemplo:  el reciente capitulillo de la llamada Flotilla de la Libertad, masacrada por los israelíes, habría pasado como una tontería veinte años atrás, cuando nosotros, los de entonces pasivos receptores, no teníamos la posibilidad de ver los hechos a ciencia cierta.  Otrora, dije. Pero hoy el mundo estuvo todo metido allá mirando la ocurrencia de los crímenes, debido a la emisión telemática de algunos tripulantes.  Sin embargo, como vimos, dando por tonto al mundo y creyéndolo estático en la idiotez, el gobierno israelí intento “sembrar” el barco con terroristas, de merecible exterminio. Un algo más del cansancia de siempre, por estas épocas.

Y es por aquí por donde, a propósito, se viene la reflexión del escrito.  El intento de creer en un mundo idiota poblado por homúnculos, gobernado por hombres realmente hombres (los que tienen la verdad-verdad y el monopolio de sus medios), no puede conducir a ese estatismo soñado por sus poderosos, a una eternidad parmeniana, de evidentes conveniencias.  No puede desembocar, pues, a lo que llaman “paz”, ese estado que poco a poco como que quisiera irse pareciéndose a la tranquilidad de un camposanto.

La burla a la inteligencia humana supongo tendrá su límite, y parece que mucho de ello hay en el presente.  Por eso digo, con los viejecillos, que las cosas no están bien.  Dotado el mundo como está en la actualidad, con miles de ojos visores, aun se le intenta dar por ciego, generándosele una acumulanate deuda de indignación, explosiva algún día.  Ya casi nadie aguanta:  todo se parcializa hacia el engaño y el maltrato.  Se miente descaradamente, se hace con el mayor cinismo.  Se te dice en tu cara que se te engaña, como si te provocasen, como si quisieran asegurarse de que eres un real estúpido.

¿Qué se busca?  Hablo de los grandes poderes del mundo, abusando de las gentes.  De las organizaciones mediadoras y canalizadoras mundiales, institucionalizando el delito, el crimen, el genocidio, el ventajismo, el poder de uno.  Intentando hacer del mundo una realidad etnocéntrica.  Condenando culturas, proponiendo guerras de civilizaciones, narcoterrozidando al orbe, para pintarse como mejores, para sujetarlo, dividirlo, quebrarlo, manipularlo, gobernarlo...  La ONU, la OTAN, la OIEA, el G8, OMC, la OEA en nuestras inmediaciones, al servicio de un bando, permanentemente satanizando al contrario, como si en efecto el “contrario” fuese eso, demonios, nada emparentados con la especie, de merecible exterminio también.

No censura la ONU los delitos de los propios (¿que pasó con la condena y sanciones a Israel por la masacre?), no se mete la OIEA con las bombas fabricadas por los del bando “bueno” (el suyo), salva el G8 a los bancos y al modelo capitalista y no a los ahorristas, hace lo mismo la OMC, y la OEA en nuestros predios acaba de descubrir ─por decir algo─ el paramilitarismo en Colombia, esa fulgurante colonia de los EEUU, país jefe éste ─por cierto─ del bando “bueno”, de la zona etnocéntrica, de los predestinadamente elegidos.  Satánicos son otros:  Corea del Norte, China, Irán, Bielorrusia, Venezuela, Bolivia, hasta los casi exterminados palestinos, etc.

No puede durar tanto la mentira abierta y su efecto humillante, y por eso digo, con pesimismo, que el mundo se apresta a una explosión.  Mucho hay ya de esclavo que ha desarrollado la conciencia del amo que lo espolea, y por doquier se generan espacios sublevados contra las viejas hegemonías, suerte de terremotos políticos.  Tres son los problemas terribles de la humanidad, donde se ejercita la mentira a diario, el cinismo como regla, por un lado,  pero donde, también, por el otro, se acumulan las grandes energías de protesta indignante de aquellos que suelen estar pisoteados e insurgen:  (1) el tema climático y ambiental, (2) el modelo político y (3) las armas de destrucción masiva.

Los grandes cínicos y engañadores del mundo se retrotraen de las obligaciones de cuidar el hábitat, en nombre de su peculiaridad existencial (las obligaciones son para los pendejos), persisten en presentarnos como saludable un modelo político-económico en debacle (el capitalismo, con todo lo que ello implica en esclavitud y pobreza) y, finalmente, se permiten hacer ostentación de las 5.113 cabezas nucleares que tienen en almacenamiento, además de la miles que mantienen sembradas en diferentes espacios.  El mundo bomba, pues, internamente humillado en su inteligencia y al mismo tiempo temblando por su propia reacción y dignidad, lo cual habrá de ser el precio de su despertar.

Como se ve, toda una ambigüedad pesimista sobre la guerra y la humana dignidad, como emotivos factores de convulsión.

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domingo, 6 de junio de 2010

Guerra y civilización: la propuesta “humanista” del estado de Israel

Israel guerra ¿Es usted pacifista?  Le diré que no conciba muchas esperanzas, en vez de que conciba mucha paz.  La paz no es contigo ni conmigo.  Estemos claros.  El mundo es una guerra.

Desearla puede constituir una fuerte inclinación, sobremanera para quienes se tienen pintado a este mundo como una suprema instancia regentada por el género más elevado de todos los tiempos ─el humano, rey de la creación─ y para quienes lo conciben como un globo de ensayo de la fe, espacio esperanzado de crecimiento espiritual, escalafón preliminar de ganancia celestial.

¿Es usted filántropo, humanista, activista de la no violencia, además, claro está, de pacifista?  ¿Le gusta el mundo con sus hermosos atardeceres, mucha vegetación y animales, aire limpio, conversaciones vespertinas ante la caída del sol, con sus hombres y mujeres dechados de virtudes morales, intelectuales y físicas?  ¿Es usted idealista y confía en que finalmente advendrá una armonía sideral?  ¿Tiene usted alma de monje, beato, predicante, profeta, socialista, de cristiano en el más puro sentido?  Esté, pues, dispuesto a dejarse comer un poco por las hormigas, que pican también hasta en las mejores épocas de paz, especialmente si es abundante el aire natural y esplendente la vegetación con la que usted sueña.

El mundo es una guerra, como siempre ha sido.  Es un gen.  Una loca carrera por la supervivencia, una competencia, desde que se nace.  Es diestro:  le prepondera el lado izquierdo del cerebro, como diría un neurólogo.  Una imagen de un salvaje venciendo obstáculos naturales y sobrenaturales para finalmente ser.  Un pelearse eterno por los espacios, puestos, patios, casas, haciendas, parroquias, municipios, estados, países, continentes, planetas, cielos, estrellas..., ab infinitum.

Y si alguna vez tiene paz no diremos que no hay guerra, sino que sus guerreros descansan, como se ha dado por describir siempre esa naturaleza belicosa del hombre (la paz es el descanso del guerrero).  Vayamos a la historia para comprobar:  nada más abundante y cultivado que la guerra, paso a paso, siglo a siglo.  Es necio enumerar cuando la evidencia abruma.  Sólo dígase que su fruto es experto, decantado a lo largo de generaciones de cosechas.  El hombre, más que guerrero, es un agricultor de la guerra, si es que a usted le gusta ─como a mí─ darle vueltas a las palabras.

Pero el hombre es esperanzado, ser de ideas también, aparte las armas.  Un pequeño margen de ellos ha superado digamos esa inclinación belicista con el cultivo de su conciencia, con su pensar más sosegado, multiplicando sus esperanzas con cada período de paz que la humanidad experimenta, con cada descanso de los soldados (no quedó más remedio que así expresarlo).  Va y se le encima al resollante cuerpo de armaduras, musitándole el descanso, la vida, la familia, las artes, el amor, la paz, un mundo mejor, otro hombre, coloridísimos atardeceres sobre una capa de murmullante vegetación, de murmullantes animales...  Hasta que el superhombre se repone y se apresta de nuevo al combate, que es donde encarna la mortal gloria humana, tal como nos marcara ese también belicoso espíritu de lo griego.

Figura esa aparente condición especial una suerte de confrontación entre un poeta de la paz y un filósofo de la guerra.  Uno que le canta al hombre y otro al superhombre, respectivamente.  Pero el “yo me celebre y me canto” puede dar para todo, inclusive como preámbulo para el hallazgo del superhombre.  Y la cosa se presenta como que no hay salidas.  Suerte de curas bendiciendo mortales armerías.

En épocas de desesperos y esperanzas, el mundo ha tenido sus enviados.  Jesús de Nazaret, uno de los más emblemáticos, vino.  Llegó, afloró su semilla humanista, confrontó a los gendarmes de la tierra, surcó, sembró, predicó el fruto y su cosecha y, finalmente, fue fijado a un asta mayor.  Vivió lo que duró el tiempo de descanso y reacción de las fieras.  Sin embargo, como dijimos, el hombre es una materia de esperanzas, de sueños de cambios, de lucha invencible también de ese otro pequeño porcentaje amante de la vida del que hablamos.  Jesucristo dejó su promesa de volver, aunque ─seamos más vivos─ propuso en realidad que nunca el hombre lo dejase marchar de entre sí.

“[...] debe estar dispuesto a dejarse comer un poco...; por las hormigas en tierra, por los halcones en el aire, por las pirañas en ríos, por los tiburones en mares y por los israelíes en el Medio Oriente.”

Y a fuer de historias belicosas, de naturalezas humanas exhibidas como apetecibles trofeos, hoy la paz y la guerra han evolucionado.  Se ha hecho más artero su gen transmisor.  Ha mutado.  Ha suavizado sus aristas fenotípicas, que no genotípicas, mucho menos arquetípicas.  Se ha hecho ciudadana la guerra, “civilizada”, por supuesto en el sentido de esa cotidianidad que ya no es capaz de procurarnos asombro. Está por doquier, tanto en la realidad, como en la técnica y la teoría.  En los manuales. En la mentalidad educando de las nuevas generaciones.

Es decir ─para decirlo monstruosamente─, ya no es guerra ni paz, es hombre, humanidad, cultura, vida.  Y así como evoluciona la guerra, evolucionan también sus aperos, sus conceptuaciones, hasta grados realmente extraordinarios.

Si ya es bastante que la aceptemos en nuestra filas conceptuales como un carácter de nuestra naturaleza, y la carguemos para arriba y para abajo con nosotros, en la ciudad, como si nada (así lo sueñan sus promotores), la revolución bélica nos pide más aun, un más allá de nuestra capacidades de asombro.  Si cierto es que ya nos recomendó que nos familiaricemos con su carnicería, nos pide ahora otros revolcones de la razón:  olvidar las convenciones en la materia y lanzarnos en la aventura de vivir un mundo que no queda otra opción que definirlo como al revés.

A saber, enemigo no es el soldado del otro bando, sino ahora el hombre de paz, el que ayuda, el que restaña una herida, o una cruz roja organizacional, un pan o un curetaje, como si se hiciera un esfuerzo final para erradicar para siempre a esos idiotas del género humano que contrarían la naturaleza bélicosa de la especie.  Nada más contraproducente al momento que un Jesucristo, un Gandhi o una Madre Teresa.  Asesinarlos se impondría como una inaplazable misión.

Otra convención a desmontar:  muerte a los rendidos, para eliminar físicamente al enemigo.  Quien levante la mano en el terreno de combate para señalar “hombre herido”, debe tomarse como blanco para un tiro.  La muerte le sienta bien; nada digamos, hasta este punto, que la tortura es un fin.  Otra:  no se puede normar a la naturaleza humana, porque ella simplemente es, como desde hace rato lo es ya la guerra en el mundo; de manera que convenciones sobre armamentos, prisioneros o refugiados son cosificaciones de la historias y libros viejos.  Palabras como Ginebra, ONU, OIEA, etc., tendrán que ser abolidas (no obstante su escaso cargamento objetivo, imparcial y humano) para la nueva semántica del porvenir.

Finalmente, no se le ocurra levantar un pañuelo blanco.  ¡No se le ocurra rendirse, caramba, porque cuente con que ya no tendrá ni vida para seguir luchando, en el supuesto que usted pertenezca a ese escaso margen porcentual de luchadores por la paz.  ¿Todavía persiste en su arriegado empeño, no obstante haberle alertado sobre los nuevos vientos y naturalezas de cambio?  La paz es la guerra, y usted, señor pacifista, es un enemigo, a lo menos un soldado de paz, para decirlo en un versátil lenguaje que probablemente a usted no le guste mucho.

¡Ama al género humano y quiere su bien! ¡Ayudar!  Filántropo, humanista, activista de la no violencia, soñador, idealista, criatura de otro planeta, recuerde lo dicho:  debe estar dispuesto a dejarse comer un poco...; por las hormigas en tierra, por los halcones en el aire, por las pirañas en ríos, por los tiburones en mares y por los israelíes en el Medio Oriente.  Si la guerra es lo que viene, es la civilización del futuro y es, yendo más allá, una naturaleza importante de la especie misma, usted, amigo mío ─déjeme decírselo─, es un pedúnculo del pasado biológico del hombre, una suerte de gen recesivo.  No calza con el superhombre hoy y su dilema es mutar.