sábado, 14 de octubre de 2017

¡QUE VIVA CHÁVEZ, TIBISAY LUCENA!

Después de su desmayo post referendo, el opositor volvió en sí sólo para encontrarse con la inminencia de unas elecciones regionales que no podía comprender.  Recuerda que poco antes de caer en una especie de coma, justo después de su espectáculo frenético en la avenida Francisco de Miranda, cuando incendió un camión y luego lo tuvieron que recoger malherido del suelo, el país inteligente odiaba por completo al CNE y su Asamblea Nacional Constituyente, especialmente el sector político opositor.

Y ahora que despertaba, todo flácido y vehemente, y encendía la televisión para actualizarse, descubría que la oposición, su ejército orgulloso, todo amado en los combates callejeros, en guerra reciente contra el régimen y sus instituciones, ahora se valía de mismo CNE odiado para postularse cívicamente en elecciones.

─¡Me lleva el diablo! ─gritó como un demente, y casi vuelve a desmayarse.

Su madre lo asistió tomando su brazo por encima de su hombro, llevándolo nuevamente a la cama.  Era la tercera vez que, intempestivamente, se lanzaba hacia la ventana para liberar su ofuscación.  La señora tenía ojeras, y sufría bastante con lo que le decían los vecinos sobre su hijo.  Dizque era un radical, un hombre en extremo impulsivo, agresivo, incendiario, osado en sus protestas políticas, a veces avergonzante, como el día cuando decidió defecar desde el emparrillado del balcón hacia la avenida para protestar contra el régimen madurista.

Ella era opositora, como toda criatura racional en Venezuela, así como su marido, padre de la criatura, pero no cabía en su cabeza la explicación para comportamiento tan díscolo en su hijo.  Una contradicción viviente, según miraba el interior de su apartamento y evaluaba los hábitos de vida:  cajas de alimentos CLAP por doquier, ropas con logos y eslogan gubernamentales, un carné de trabajo ministerial y otro de la patria, las llaves de un vehículo financiado por el Estado, los teléfonos de fabricación bolivariana…  Su hijo había tocado la sima de un abismo ininteligible, como un quijote de la libertad, esquizofrénico divino por un ideal.

─¿Es verdad, madre? ─despertaba para preguntar con miedo.

─¿Qué, hijo mío?

─Las elecciones…   ¡Esa mierda regional!...  ¿En verdad son reales o yo sigo en coma?

─Tú estás bien hijo mío.  Son ciertas esas cosas, pero tu estas bien.  ¡Lo que anda mal es el mundo, cuyo corazón es Venezuela!...

─¿Y cómo lo explicas, mamá?  Ayer yo mismo casi muero intentando volar el CNE, y ahora resulta que todos en la oposición, es decir, Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia y otras traiciones adicionales, se arrastran ante Tibisay Lucena para ganar unos miserables cargos.  ¿Y el país qué?  ¿Y los muertos que nos cargamos, más de cien, para darle sangre a la nuestra lucha?  ¿Y las piedras y la resistencia por la paz?  ¿Y el futuro… la democracia y toda esa paja que nos lanzó a la calle?...

─Lamentablemente es verdad, hijo mío ─le dice su madre, mesándolo, la frente sudada─.  La oposición ahora respeta al CNE y espera ganar gobernaciones.  Casi todos los candidatos son adecos, cosa que yo sé que tu tanto odias, y todos, todo el que participe en los comicios, jurarán respeto y sumisión ante el CNE y Tibisay Lucena.

─¡No joda, mamá! ─exclamó, pálido─.  ¿Sabes qué?...

─¿Qué, hijo mío?

─¡Que viva Chávez!

Intentó nuevamente levantarse, convulsamente, pero su madre lo arropó con su cuerpo.