Sorprende cómo lo que incuestionablemente es una virtud de una nueva forma de ejercer la política, más humanista y solidaria, huelga decir mancomunadora, puede devolverse negativamente contra el virtuosos que la promueve, aunque no hay que hacer de esto un hecho lamentablemente pesaroso porque el promotor siempre tendrá a la mano recurrir a lo corriente político. Me refiero a la actitud del presidente Hugo Chávez en relación a factores opuestos que, a fin de cuentas, son seres humanos con participación política que merecen la consideración inherente. Tales son, temáticamente, la oposición política venezolana, Colombia y los EEUU, aunque este último suena ya con un aire corporativo, casi marciano. Y el talento desplegado para con ellos, sin retribución, es la confiada buena fe y la tolerancia.
Uno, con mucho de idealismo, ejerciendo la política como vida, y otros, con ideologías prestadas, criollas, viviendo de la política, como ha sido el mundo, mismo al que no parece gustarle los cambios, sumido en el sueño del hábito, y al que es preciso estremecer para enamorarlo o confrontarlo.
Con la oposición política venezolana ya la historia fue escrita y tuvo la ocasión de saber hasta dónde podía llegar la trapacería y el abuso de la magnanimidad concedida, descarada hasta niveles tan insólitos que, incluso en el trance de merecer ser recriminada por los errores cometidos, se permitía el reclamo de que podía ser regañada en exceso. Siempre había que respetar sus derechos según el debido proceso y, más allá de hacerlo de tal modo, el presidente de la república se excedió siempre en generosidad, con el corolario reciente de la amnistía concedida a todo golpista en este país. Obviamente no referimos al golpe de Estado de 2.002 y a la impudicia manifestada por sus ejecutores, tanto durante como después. Al día de hoy el capítulo de concesión no ha sido reciprocado; por el contrario, ha sido correspondido con deslealtad, incluso se ha pretendido aprovecharlo para hacer lucir a Hugo Chávez como un hombre que no está en sus cabales. Quienes fueron considerados generosamente por causa de la comisión de delitos, hoy se alían a intereses extranjeros para defenestrar a su bienhechor.
Me recuerda la fábula de Esopo del hombre que salva la vida de una serpiente y como pago obtiene después una mordida fatal, huyendo el aspid entre la hierba.
Con Colombia lo anterior alcanzó un grado cumbre. Su presidente, haciendo gala de aprovechador de la buena fe de los demás, logró en un momento persuadir al mandatario venezolano de amistad, hecho que Chávez notaba en el apoyo que a cada paso daba, como el Banco del sur, las declaraciones de apoyo y amistad, como cuando Uribe dijo defenderlo de presiones en los EEUU, o cuando simulaba secundar las propuestas bolivarianas de integración. Todo para quedar esparcido después por los suelos cuando se descubre que Uribe y sus paramilitares se habían complotado para asesinar a Chávez o para derrocarlo alistándose en el bando de los EEUU, secundados por la oposición interna venezolana, que juega a la traición patria de modo casi genético. El capítulo del canje humanitario constituyó la prueba de fuego para la descabellada afirmación uribista "el presidente Chávez es mi amigo" y más que eso incluso, porque el acto desmentidor de amistad derivó en confirmación de enemistad y doblez, lo cual necesariamente no tenía que ser del modo como lo concibe G.W. Bush, con eso de que si no se está a favor se está en contra. Podían ser presidentes en relaciones, sin amistad. En este capítulo, el humanismo de un presidente al proponer la unidad próspera de un continente, la conciliación de las partes en litigio en Colombia y al lograr la liberación de unos rehenes, fue trastocado hacia conceptos acusadores de narcotráfico, guerrilla, narcoguerrilla y terrorismo. Así sin vaselina, como si nada, del modo más desvergonzado imaginable para la razón humana.
Lo anterior, es decir, el presidente tiránico por buena gente y el presidente narcoterrorista por liberador de rehenes, de cara a los EEUU, conduce a que Hugo Chávez adquiera la diáfana delimitación del enemigo a ser vencido, como en su tiempo lo adquiriera Salvador Allende, Manuel Noriega o Saddam Husseim, todos a quienes se les ocurrió realizar un reclamo a favor de los suyos, su país. La fuerza imperial, ocupada con sus problemas de expansión en el Medio Oriente, mantenía relegado al país contestatario de América Latina, Venezuela, a quien oía continuamente promulgar su soberanía e independencia de su instancia administrativa y política sin realmente intentar cortarla, significativamente, con hechos de autonomía alimentaria, energética o tecnológica. Es decir, el presidente Hugo Chávez, en su gesto de no extremar las hostilidades quizás con la esperanza de alcanzar en algún momento una situación de diálogo (ha declarado varias veces que con "Clinton se podía hablar"), nuevamente ha sido pescado en el pecado de su buena voluntad y lo que no aprovechó en acelerar o extremar en su momento hoy le pasa factura del modo más despiadado.
En efecto, expulsado con sus pretensiones expansionistas en el Medio Oriente con el capítulo de Irán y Rusia, EEUU se consigue con las manos desocupadas para dedicarse a Venezuela y, sin pérdida de tiempo, tomándole el pulso a situaciones de la política interna nacional, deciden tomarle también la palabra a Hugo Chávez y no creer que sea capaz de romper las relaciones diplomáticas y comerciales con ellos, los EEUU, dado que en el tiempo en que pudo hacerlo con ventaja ni siquiera tomó previsiones para su posterior eventualidad, esto es, ampararse contra el desabastecimiento alimentario que ello significaría, ampararse contra la quiebra de suministros al parque automotor y contra el cerco económico y tecnológico en general. La confiada acción norteamericana, que hoy se precipita con su trasnacional Exxon Mobil y con una propuesta de declarar terrorista a Venezuela por parte de una congresista, encuentra hasta ecos de burla en su vocero presidencial cuando dice "Ya hemos oído eso antes", aludiendo a la amenaza de Hugo Chávez de cortar el suministro de petróleo. De modo que para esta ocasión el enemigo de Venezuela, el gobierno de los EEUU, aparejada al aprovechamiento de la buena voluntad presidencial, aprovechó también la falta de soporte reales de un discurso que apuntaba al prescindimiento de tradicionales dependencias.
Y se la juegan, porque arriesgan dejar de percibir 1.2 millones de barriles diarios para sus economía, lo cual representa para Venezuela un 40%, aproximadamente, de cuota de exportación, cosa que pone en evidencia que también en este punto el presidente es pescado en su confianza por mejorar las relaciones a futuro, no tomando la previsión negada del caso.
La palabra de un hombre de ideas políticas como Hugo Chávez, volcado a su país, a la solidaridad y confianza en el ser humano, es una medida de garantía humanista, pero ha sido aprovechada por sus detractores políticos, contrapesándola con el viejo modo de hacer política, de suyo inmoral, ventajista, con la facilidad para el crimen sin rendición de cuentas y el engaño, como fue la idea que concibió la creación del paramilitarismo colombiano. Ciertamente, y con visionario acierto, el presidente ha estrechado relaciones con el otro polo de poder en el mundo, Rusia y China, y con países solidarios como Bielorrusia e Irán, y ha dictado en lo interno los lineamientos fundamentales para el logro de la autonomía alimentaria y socio cultural, en asuntos como la tierra y el poder comunal; pero hay que decir también que no es menos cierto que el ataque imperial ha puesto en evidencia que hemos estado faltos de tiempo, lentos, imprevistos, incautos, aplicando medidas con cosechas de tipo agro-cultural de mediano plazo, cuando se ha debido corresponder la semántica del discurso presidencial en la realidad con un accionar más rápido y previsor: confrontar la dependencia de los EEUU con el aseguramiento y conquista de nuevos mercados que compensarían las deficiencias de una futura eventualidad interruptora diplomática y comercial.
Naturalmente que no es fácil quebrar, en cinco u ocho años, una cultura de relaciones políticas y comerciales, de dependencia mutua, que ronda ya el siglo. Sin embargo la previsión es la previsión, y no admite razonamientos confiados a riesgo de perder su propia condición definitoria. En la coyuntura presente, cuando el imperio ataca y le precipita el cáliz de la violencia a Venezuela, obligando al presidente a jugar sus cartas con Argentina, Bielorrusia (hoy de viaje por allá), entre otros, con el propósito de conjurar seguras deficiencias de suministro alimentario y tecnológico como consecuencia de una eventual afectación de relaciones, lo que se impone, sin preámbulos, es hablar alto con la otra contraparte del poder en el mundo, Rusia, única medida disuasiva para los EEUU. La jugada política del momento debe olvidar, momentáneamente, el suave paradigma del humanismo que confía en la calidad del género humano y asumir que quienes dirigen la gran política imperial mundial no pertenecen a la especie. La consumación de una alianza, como venga que consagre el término de no agresión al aliado, sea rememorando a la Cuba de la Crisis de los Misiles o la URSS de la época y así constituya una retrotracción hacia la época de la Guerra Fría (da igual, ya estamos en ella otra vez), es una ingente necesidad del tamaño de la supervivencia política de un país tiene la oportunidad histórica de su felicidad.
Los EEUU ya ha soltado sus caballos de guerra y ya realizan ante la opinión pública lo que ya resulta típico cuando se aprestan a un abuso imperial: el discurso aparentemente baladí, soso, ingenuo, hasta inexplicable, de llamar a lo blanco negro, a lo liberador terrorista o a lo defensivo agresor nuclear, para ir calando en los organismos internaciones con pedimentos de autorización a intervenciones militares, aunque ya sabemos, con el capitulo de Irak, que no lo requieren para actuar. Por lo pronto ya piden -increíblemente- que Venezuela sea declarada terrorista mientras mueven sus piezas en Colombia y rocían el dólar golpista entre los cipayos nuestros.
Y en tal contexto, mientras la oposición política venezolana aparezca identificada con el interés extranjero, de manera inconstitucional, se debe traer a colación otra inherencia humanista y nacionalista del discurso presidencial, que no se puede dejar de prever en la ocasión, como ya si hizo con el asunto de las dependencias: bajo ningún concepto o modalidad puede tomar nuevamente el poder, ni siquiera bajo los resultados electorales favorables, seguramente amañados por los laboratorios psicológicos de la propaganda y el chantaje vital. ¿Quién irá permitir regalar el país al extranjero? Y valga aquí –qué importa mi desmedro desde el punto de vista de una democracia inútil y desleal que no valora las reglas de su propio juego cuando tiene la oportunidad de real legitimidad-, y valga lo que usted lector me quiera endilgar: sea ya su crítica a la idea del gendarme necesario, sea ya su desaprobación a las medidas especiales de alarma que facultan la toma de grandes decisiones, sea su lamento de un de estado de guerra donde la oposición ha de ser neutralizada y hasta considerada del bando invasor, sea ya su conmoción ante la instauración de una suerte de dictadura de las masas que, en unión cívico militar, responda como mayoría para el preservamiento y defensa de la patria. Una guerra, pues, como en los viejos tiempos, con el objeto de preservar la conquistada Venezuela.
Tómese la previsión del caso. José Martí decía, en Nuestra América, que “Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada como los varones de Juan de Castellanos”; los tiempos no parecen haber cambiado. ¡Sabe, amigo, cuanto peso me quito de encima al poder contrapesar así a tanto opositor por allí que del modo más sencillo pide un golpe de Estado o invasion para Venezuela, dizque porque no le gusta Chávez! Yo pido mi contragolpe, así de simple, también. ¿Tú qué opinas?
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