A no dudar Hugo Chávez se ha convertido en un habilidoso político de la supervivencia, tomando "supervivencia" en el sentido positivo de lo que se esfuerza por prevalecer y prosperar, y alejándonos de la semántica que coloca su significado en el plano de las cosas que desaparecen o que ya son marginales. No es igual afirmar que sobrevive la gacela como especie en virtud de los numerosos ejemplares que hay hoy en día en África a decir que también sobrevive el jaguar aquí en América en virtud de los 2000 ejemplares que apenas quedan todavía. Uno es un concepto de supervivencia y abundancia, y el otro, de mengua, de uñas que todavía rasguñan el velo de la vida.
El Hugo Chávez habilidoso en supervivencia, cual explorador de montañas políticas, no es ese concepto en fuga de lo que aún queda, lejos de imaginarlo así −a propósito− en esta América Latina de los cambios, con tierra fértil para revoluciones hoy en día; es ese animal político que, aun sabiéndose próspero en su hábitat natural, en el alma popular de las voces americanas, lucha no para no menguar, sino para multiplicarse y no perder vigencia, efectividad, poder de influencia, capacidad de respuesta, arrastre... Pegada política o punch, en su voz inglesa.
Así lo ha demostrado con sus últimas movidas sobre el tablero, piezas políticas mejor denominadas como "del desconcierto". No es pequeña la responsabilidad de un líder que encarna la esperanza de un gran sector de los desposeídos de la Tierra y la de los de algún modo viudos ideológicos de la izquierda, derrumbada en su formato tradicional y doctrinario de hacer política. Tampoco es pequeño su papel en el concierto de las naciones suramericanas de hoy, siglo XXI, que buscan ensamblarse en un formato de poder mancomunado. El tamaño del compromiso obliga, no a la concesión de espacios para con el enemigo, como muchos han criticado por allí, sino a la conservación de la preponderancia específica política de "poder hacer".
Y en ese altar no puede escatimarse la quema de los más diversos recursos que apunten al concepto de la supervivencia política progresiva, contante y sonante, como se suele hablar en los mercados, buscándose en lo posible mantener los toques de actualidad y pertinencia. En modo alguno se habla de hegemonías, un estadio más allá de la pervivencia, porque semejante concepto pertenece a la categoría histórica de lo neoliberal combatido por los espíritus curtidos en las ideas de corte socialista. Nadie busca evolucionar hacia lo sobradamente conocido como plaga política y económica del mundo. Contrario a ideas hegemonizantes, se busca más bien un consenso, un contrato más humanista y humanizante, una concordia política entre las naciones que aproveche el suelo político arrasado por las ideologías funestas mercantilistas del siglo XX para construir un futuro de salvación. En tal sentido, el llamado "socialismo del siglo XXI" funge como el ave fénix de los países asolados por las pestes del neoliberalismo mundial.
Para tan ingente tarea de construir sobre ruinas una nueva geometría de poder político, nada peor que aferrarse a radicalidades, como parecen recomendar los fundamentalistas de la izquierda política, aferrados al viejo modelo en derrota del siglo XX, no tanto en términos ideológicos como sí en los términos prácticos del ejercicio del poder. Es mutatis mutandi como cualquier especie se perfecciona y sobrevive −que de supervivencia hablamos−, corrigiéndose sobre su marcha histórica. De otro modo, no aprendiendo del pasado genético o no ejerciendo la memoria histórica, no se puede hablar de una criatura inteligente, de un hombre, o de un animal político, sino de otra especie o cosa.
El fundamentalismo rinde culto a lo disecado y, por extensión, lo muerto. La flexibilización, sobre la base de un eje fundamental, que eche mano del espectro de las argucias políticas al alcance a objeto de prevalecer, sostenidamente, es una actitud más cónsona con la naturaleza inteligente de ese bípedo erecto que se desplaza sobre la corteza terrestre. Aquí nadie propone vender ni conceder nada. Se trata de no repetir la lamentable historia del "fin de las ideologías", de traumático recuerdo para muchos. Un Chávez muerto, sitiado o bloqueado, no le rinde servicios a nadie, siendo, para peor, lo que aspira el enemigo. Para poder seguir rindiéndole frutos a la revolución de los pueblos en el mundo se precisa estar vivo, política y hasta biológicamente. Este caminar sólo pide cerebro y que no se pierda el alma en sus pasos.
¿O es que acaso el arte de la política, en su gran extensión discursiva o dialéctica, contante y cultivante de un gran bagaje cognitivo sobre aspectos humanos, y en su dimensión técnica de conservación del poder, es una disciplina exclusivamente abierta a plenitud a los políticos de la derecha? ¿No puede un político de la izquierda, por aquello de la religión doctrinaria, echar mano de recursos que aplicados sobre la psique colectiva le asegure un crédito político, aclarándose siempre que no traicione el contenido de la idea como sí explote la posibilidad flexible de la forma? ¿No puede un político de la izquierda aventurar una frase ambigua de gran poder político que le permita, por ejemplo, ganar tiempo ante determinada coyuntura en su país porque dentro de las filas de la religión partidista los cancerberos ideológicos se "ponen bravos"?
No se puede así, limitadamente, ejercer la política tradicional, siéndose de una izquierda delicada pero moviéndose sobre el plano paradigmático establecido por la derecha política, bastante hosco por cierto. No de otro modo se puede combatir a plenitud al enemigo político, que no escatima argumentos de propio cuño para el ataque: con sus propias herramientas y discursos. ¿No es Hugo Chávez, por ventura, resultado de una lucha política establecida contra la derecha artera tradicional, en cuya escenificación utilizó los formatos y dialéctica política propios del sistema para vencer? ¿No ganó Chávez su estatus a punta de elecciones, siguiendo el esquema ese del fementido discurso político contemporáneo que las privilegia como la esencia "democrática" de las sociedades civilizadas del mundo? Si vamos al caso, la "democracia" en el mundo occidental es una farsa, donde el concepto "pueblo" es una idea que supuestamente está representada por sus líderes elegidos; contra ello, en primer término, un alma castiza y religiosa tendría que estar en desacuerdo, con todo lo que ello tenga de invitación para tomar el poder por otras vías.
Pero no, el presidente venezolano se sometió al formato, como el viejo Allende, siendo en tal sentido su descendiente político, aunque más favorecido precisamente por conocer la historia del pionero. Vencedores de enemigos con sus propias armas y recursos, como dios manda para prevalecerr en la guerra. Sabedor del inevitable contraataque de la derecha política, a diferencia de Allende, Hugo Chávez apertrechó ideológicamente a su pueblo para el combate y la resistencia. Lo dotó de un arma ideológica. Tal es una verdad de aquí a Pekín, como se dice, que lanza al intelecto a preguntarle a los radicales viudos del siglo XX lo siguiente: ¿es que acaso queremos repetir la historia del Chile de Allende, con su emblema de inmolación y rigidez política? En este sentido Chile no es diferente a Venezuela: ello es lo que busca el enemigo, y recibe ayuda desde adentro, desde las filas mismas de la revolución.
Si de lo que se trata es de enclavar un nuevo modo de pensar y vivir, a saber, bajo el humanista esquema del socialismo −por mencionar la punta−, no se puede perder de vista que el contexto actual de las naciones se ubica en el plano ideológico y cultural propio del enemigo a vencer, debiéndose por fuerza sujetarse a la convención. No hay otra vuelta; las armas "jamás vistas" del futuro esplendoroso habrán de llegar vía al trabajo de una educación progresiva sobre las masas. Los paradigmas, los estigmas, difícilmente cambian repentinamente con métodos de fuerza o con inmaduras utilerías utópicas. La historia está allí con sus emblemas para quien quiera beberla.
Por ello no puede extrañar ni puede ser reprensible que el jefe de Estado venezolano eche mano de los recursos técnicos que le brinda el arte político para sobreponerse a eventualidades adversas, sin que necesariamente abandone la matriz ideológica que lo alumbró. Como todo político en el aspecto formal y en aras del combate o la supervivencia política, tiene derecho al recurso del impacto, de la confusión, de la ambigüedad, de la sorpresa o de lo que sea que apuntale su posición señera en el entramado político coyuntural que aspira a un "nuevo orden" para la América Latina, orden no tan nuevo por lo que tiene de bolivariano e integracionista en su gesta. ¿O no lo tiene, debiendo fenecer como el soñador idealizado de idealizados mundos, entregándole el completo bastón de mando a quienes no tienen reparos en asumir la política como un campo de combate de la "tecnología" de las masas?
Y ya lo vimos desde el capítulo estremecedor del 2D de 2007, cuando la derrota de la Reforma Constitucional. El Hugo Chávez que se erigió como nuevo en la lid política no vino a cuento porque en algún momento cediera en sus presupuestos ideológicos, sino porque empezara a echar mano de artilugios desconcertantes para el enemigo en el plano de las estrategias políticas, el primero de ellos el manso y civil reconocimiento de la derrota reformista, hecho que, como se vio, para nada pareció tener semejante carga peyorativa, dado que desargumentó la matriz de opinión que propalaba a nivel mundial que Hugo Chávez era un tirano en Venezuela. Y, como ya se sabe, los tiranos no aceptan ni derrotas ni reconocen resultados electorales.
Semejante fase del desconcierto, magnífica desde su accidental inicio, dio pie con bola en el sucesivo acaecer político del país, cultivando sonados triunfos en aspectos internos que incorporan a la oposición, como la retroacción del famoso currículo educativo, la cuestionada Ley del Sistema Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia, y la reunión con los empresarios (junio 2.008), a quienes urgió unirse en una "gran alianza nacional productiva", naturalmente, aclarándoles antes que la "vía venezolana es por el socialismo", pero bajando el tono de la radicalidad, conversando, manteniéndose políticamente a flote, desconcertando, sin abandonar el discurso contra el libre mercado, tratando de sumar alguna voluntad allí donde palpita el corazón del oposicionismo venezolano.
Por supuesto, como ocurrió con el 2D, el efecto político fue paralizante, a más de desconcertante. El Chávez político levantó reacciones encendidas hasta dentro de las filas propias, teniendo un efecto desarticulador sobre la oposición venezolana, más específicamente desargumentador. El capítulo de currículo educativo y la mencionada ley dejaron frías en las calles las marchas y protestas proyectadas para sumir en el caos a la ciudadanía venezolana. El asunto con el empresariado suscitó el encono y la incomprensión de algunos sectores laborales, quienes conceptualizan al patronazgo como enemigo. "Al enemigo ni agua", fue el lema enarbolado para formularle su desacuerdo, críticas que en modo alguno conciben que se pueda conversar con el factor adverso, mucho menos creerse eso de que pueda albergar una conciencia socialista, como es la invitación del presidente. El agua y el aceite no comulgan, según conceptualización tradicional.
Pero el punto maestro de la nueva faceta chavista, replicada sobre la experiencia del éxito interno, ha sido su implementación en el plano de la política internacional, concretamente en lo que atañe a la relación con Colombia. Fue fulminante para el mundo político opositor, cuyas campañas de satanización mediática se basan en la racionalidad ideológica, oír de labios de Chávez que probablemente la lucha armada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sea un hecho obsoleto. No digamos nada de la actual reunión del mandatario con el presidente colombiano, Álvaro Uribe, cuya presencia es protestada en Venezuela por sectores de la sociedad civil. Sencillamente pasmante, con efecto desarticulador en las políticas de ataque opositor. ¿No es, pues, Chávez el tirano al que hay que atacar por andar prometiéndole el infierno comunista a los latinoamericanos?
Y mientras el mundo opositor se recupera del desdibujamiento de la imagen con que alimentan sus ataques, y mientras reagrupan sus nuevos cañones de ataque hacia lo que imaginan es el real talón de Aquiles chavista, el hábil político gana el tiempo requerido para el examen de sus fuerzas y la concepción de flamantes y poderosos artilugios de combate político a futuro. Nadie puede negar que el presidente venezolano haya logrado desmontar con su maña el argumento mediático de que es un coadyuvante terrorista y amparador del narcotráfico, en momentos en que los EEUU activa la IV Flota de la Armada y la pone a circular alrededor del continente. Todo el empuje argumental del enemigo, con amenazas de guerras entre hermanos, sino de inminencias intervencionistas, de pronto se ve tirado por los suelos, situación a la que no se habría arribado jamás −por cierto− de persistirse en el empeño severo que recomiendan los radicales de siempre.
Que el enemigo se desconcierte por obra y arte del maquinar político, y en el intervalo del pestañeo se opte por huir o atacar, no merece encarnar ninguna crítica política, más si quién acomete la acción no ha dado pruebas fehacientes de ninguna traición o reblandecimiento fundamental. No es patrimonio particular de ciertas tendencias políticas aprovecharse permisivamente del humano legado de la ciencia y el arte. Todo lo contrario, el conocimiento del hombre, la psicología de las masas, el arte político, es un patrimonio universal presente en la despensa de cualquier mortal, para la batalla dialéctica, para la reflexión, para quien, en apoderamiento de él, procure avanzar sus propuestas.
Que el obrar chavista como técnica política confunda, sorprenda, gane tiempo, reagrupe o suavice asperezas, sin que la propuesta bolivariana pierda su perspectiva integracionista y socializante, incluso en circunstancias de arremetida internacional, tiene todos los visos de una bendición del cielo, en vez de ser un motivo de preocupación en boca y pluma de los cancerberos ideológicos de antaño y siempre, prestos para la recomendación de rígidas recetas de la derrota, según experiencias históricas. Comprender que la tríada hombre-ideología-y-tiempo constituye un sencillo insight de aplicación fundamental, probablemente no entre dentro de los duros cálculos de su intelectualidad ideológica. Para ellos, va el saludo de los tiempos que pasan…, con todo el respeto que merecen las mentalidades que honestamente sostienen sus puntos de vistas.
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