¿Usted recuerda la Crisis de los Misiles en Cuba de 1962, verdad? Dese un paseo por la historia y rememore. Es inevitable su actualidad como medida terapeútica en contra de las acciones de guerra del momento.
Con espanto los gringos descubrieron que en Cuba (¡a una escasa centena y media de kilómetros!) estaban instaladas bases de misiles nucleares, intercontinentales. ¿Qué tal? Como dice la literatura al respecto y como ha debido ser de tenso entonces, fue el momento de la Guerra Fría cuando los dos bloques de poder mundial (EEUU-URSS) estuvieron más cerca de una confrontación nuclear.
El punto crucial fue cuando los gringos (ya avisados por su inteligencia) se determinaron a detener los buques rusos con destino a Cuba, cargados de flores nucleares. Un brusco movimiento allí hubiera desatado la guerra, aquella pesadilla tan figurada por la imaginación del exterminio de la humanidad. Cuba ya había sido cercada por los barcos y la aviación estadounidenses con el propósito de someterla a cuarentena; y los buques rusos tenía la orden del líder soviético (Nikita Jrushcho) de no parar ante el cerco. Toda la imaginación en estertores.
Ya usted sabe el cuento: la revolución Cubana acabó con el prostíbulo mayor de los EEUU en las Antillas y, al adelantar la Reforma Agraria, los intereses gringos rodaron. Y vino lo que suelen realizar los gringos cuando pierden sus intereses, en aquel entonces con Dwight Eisenhower en el poder: bloqueo, instauración de una insurgencia, propaganda, sabotajes, daños a las cosechas y unidades económicas, espionaje, asesinatos, violación de los espacios aéreos y marinos cubanos. Objetivo: salir del barbudo Fidel Castro.
Luego vino John F. Kennedy con su Bahía de Cochinos, donde fue derrotado junto a sus mercenarios y exiliados cubanos. Después se descubriría la Operación Mangosta, plan ya formal del ejército de los EEUU para invadir Cuba.
Es entonces cuando los soviéticos entran en juego a su vez con la Operación Anadyr, cuyo propósito es dotar a Cuba de defensas misilísticas y bombarderas ante la proyectada invasión secreta. El plan de invasión había sido descubierto y se habían desatado los caballos de la guerra, aquellos caballos fríos del silencio de entonces, que aún no soltaban un tiro pero que minaban lentamente el planeta con dispositivos de su potencial destrucción.
Fidel Castro, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, pedía a la URSS una alianza militar, esa que significa que una agresión a Cuba sería también a la URSS y viceversa. Pero los soviéticos, con una visión de interés más global y estratégica, buscaban nomás compensar el ajedrez de su propia seguridad amenazado por los EEUU. Los gringos les habían instalado muy cerquita de su territorio (en Turquía) lanzaderas de misiles, circunstancia que se equilibraba con las acciones de armar a Cuba. Era el juego de guerra de las simetrías de fuerzas. Las preponderancias decisorias las determinaban las cabezas de los bandos confrontados, no los pequeños aliados o países utilizados para sus intereses mayores. Cuando suben las inminencias, las negociaciones entre los EEUU y la URSS se escenifican de forma bilateral, sin la intervención de los líderes de Cuba o Turquía.
Es por ello que el cuento acaba cuando ambos bloques de poder retiran sus respectivas capacidades misilísticas nucleareis: Kennedy de Turquía y Jrushcho de Cuba. Fin de la historia. Tan transido de espanto estaban los gringos que ni reaccionaron a la acción cubana de derribo de un U-2 que realizaba espionaje. Jrushcho condicionó su retiro de Cuba con que EEUU no podría en lo futuro invadirla, ni apoyar acciones para ello; pero en lo atinente a Turquía, los acuerdos como que no fueron más allá del desmantelamiento de las bases, es decir, no hubo compromisos puntuales que a futuro prohibieran, por ejemplo, el reintento estadounidense de instalar nuevas bases amenazantes de la integridad ahora rusa, como es el hecho hoy.
Han transcurrido cincuenta años y los EEUU han instalados sus bases misilísticas y demás complejos militares no sólo en Turquía, sino en Polonia, suerte de punto histórico de honor de la pasada gran guerra. Con su OTAN, parafernalia belicista sobreviviente de la Guerra Fría, los EEUU no sólo han roto la otrora simetría del poder; han rodeado a Rusia.
Ciertamente han cumplido sus términos respecto a Cuba: ni la invadieron en lo sucesivo ni le forjaron una invasión, aunque no retiraron el bloqueo.
Lógicamente hay que sentar para la reflexión dos hechos: en el ínterin cayó el Muro de Berlín y se desintegró la URSS, hoy esencialmente Rusia. Hubo un cambio geopolítico con la consecuencia por todos conocida: el equilibrio de poder mundial, centrado en el pulso que conocimos como Guerra Fría, se desbalanceó, inclinándose a favor del país que al cabo del tiempo conservó sus siglas nacionales definitorias y su vieja organización de poder: EEUU y OTAN, respectivamente. Por el lado ruso, debido a la desintegración de sus repúblicas en países autónomos, el Pacto de Varsovia (contraparte de la OTAN) perdía su razón de alianza. Y acótese que China es un punto de poder a tener en cuenta, con proyección creciente de emporio económico.
En consecuencia (perfectamente validada), hoy se habla de unipolaridad, por decir menos. Quedó la OTAN y los EEUU, con sus viejos genes bélicos, frente a los fantasmales Pacto de Varsovia y URSS, mutado ineficazmente en Rusia, según es muestra que ese país no ejerce el necesario contrapeso geopolítico. Al saberse los primeros sin contención, la evolución lógica es la acción imperial, como es la evidencia de su comportamiento hoy. La literatura política del momento ya rebasa la formalidad silogística de “unipolaridad” y parece cada vez más explayarse en el tema del imperialismo, más grave aun si de dimensión mundial. Es una majadería del razonamiento: si el mundo era bipolar, se hace unipolar al desaparecer uno de los polos; pero, cuando desaparece cualquier tipo de resistencia a la existencia plena de un solo polo, se tiene entonces la forma redonda del poder, esto es, el imperialismo.
Y explica ello tantos hechos, como lo que a toda luz figura una osadía: la conversión de otrora territorios aliados o tomados por URSS en aliados estadounidenses (Polonia, República Checa, entre otros). Colocar la OTAN lanzaderas de misiles sobre su suelo, además de la referida Turquía, tan polémica en el pasado, es expresión clara de la carencia de un contrapeso político en el mundo, del escaso perfil ruso en el panorama internacional, de su ineptitud o incomprensión ante el hacer y deshacer de las potencias occidentales. Sin contar que el contrapeso a la hegemonía planteada se presiente apenas balbucir en el único dispositivo de contrapeso del momento, la Shanghai Cooperation Organization (SCO), siglas presididas por el peso ruso y chino, y conformada por otros países (“istanes”) del Asia Central, como Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguizistán. Dígase que China es el nuevo actor geoestratégico del siglo para redeondear con justicia el asunto.
Dígase, también, que la crisis empuja, como es conocido clisé: los mercados, las zonas de influencias económicas perdidas o debilitadas, las deudas, las deficiencias nacionales internas, son causales que un mal día deciden a un país hacia la guerra. Y ya se sabe bastante de eso: tanto en los EEUU como en Europa (OTAN), los niveles de estabilidad política, sociales y económicos no son precisamente los más vigorosos. Y en parte explica por qué los gringos lucen tan audaces (que no valientes) en sus avances: como el viejo concepto de nobleza, la necesidad obliga. Se lucha por el petróleo, por afincamientos geoestratégicos, por la supervivencia propia. El hambre, sentida o temida, es un guerrero poderoso; la supervivencia es su proyección de combate.
¿Quién y como evitar el camino hacia el imperialismo colonial mundial? ¿Cómo podrá el ruso quitarse el dolor de cabeza de saber que los gringos planifican eventualidades bélicas donde no quedan ellos muy bien parados que digamos?
La respuesta es lamentable: el lenguaje de los EEUU y OTAN, envalentonados por la merma bipolar, es la fuerza. En extremo cuidan la posibilidad de bajas en los combates porque afecta la imagen del ricachón de turno ejerciendo desde Washington; y tanto más extremarían sus escrúpulos si se le incoara un expediente de fuerza en sus proximidades, que amenace su comodidad. Claro: la solución es una ofensiva rusa o china al estilo de los años sesenta, mediante una dosificada frontalidad, de modo que los obligue a retraerse a una mesa de negociaciones, donde reevalúen las simetrías del poder, como cuando el rollo con Cuba y sus misiles que llevamos contado.
No parece existir otra opción. Tal pareciera que los gringos dijeran a cada rato que ellos no prometieron no reinstalar misiles en Turquía, o que, si lo hicieron, fue a la URSS, inexistente ahora. Y si a ello se suma que no han tocado a Cuba, alguien por allí podría inferir ─ingenuamente─ que cumplen sus términos acordados. Pero véase también, para razonar equilibradamente, que tampoco le prometieron a Rusia que no tocarían a la Cuba, sino a la URSS. De forma que, preguntando preguntando, no se entiende cómo es que no han operado directamente contra la isla antillana.
La respuesta, nuevamente, es lamentable, ya para finalizar. Virtud a su tecnología y desde el punto de vista de la moral guerrera clásica, los gringos son unos cobardes (y no es raro que se suiciden en masa por presiones de guerra). Despliegan guerras y se exponen mínimamente a la muerte, lo cual no es malo, si de inteligencia y supervivencia hablamos; y quienes corren con el grueso de bajas son aquellos imbéciles locales, mercenarios y otros sujetos de sanatorio, que se dejan arrastrar traicioneramente en contra de sus propias patrias. Ellos ─los gringos─ atacan de lejos, utilizando aviación, yendo en la retaguardia cuando de confrontar cuerpo a cuerpo se trata. Atacan vía computadoras, casi sin confrontación, ahora con drones (naves no tripuladas), y ello tiene correspondencia con el papel que jugaron durante la segunda guerra mundial, adonde llegaron a tomar posiciones sobre territorios devastados cuando ya los rusos habían hecho el esfuerzo preponderante de derrota a Adolfo Hitler (20 ò 30 millones de vidas ofrecieron en sacrificio).
Cuba, a pesar de su tamaño, haría morder el polvo a unos cuantos soldados yanquis (lo cual sería un escándalo en la Casa Blanca), y tiene que sospecharse que alguna tecnología de los rusos le quedó para que los imperiales no se atrevan a tanto contra ella. Por el mismo estilo se puede razonar que si nuevamente es retomada geoestratégicamente por los rusos (y chinos ahora) y armada con lanzaderas de misiles, los papeles de negociación tendrían que replegarse nuevamente a la mesa de los cálculos capitulativos: se busca contra el belicismo imperial su retiro de Irak, su detención de planes ante Irán y Siria, el retiro de los misiles emplazados en la Europa conexa con Rusia, en Turquía... Lo que es igual no es trampa, como reza el refrán. La lógica de la simetría pide que, como en Turquía en contra de Rusia, una base de misiles en Cuba (o en cualquier otro país latinoamericano) sea desplegada apuntando a los EEUU.
Los gringos, para espantarse otro poquito como en 1962, requieren de una acción de confrontación y simetría del poder que amenacen su soberanía. Piden con clamor (la creencia de invencibilidad obceca), como lo hace también la razón misma, un desempolvado Pacto de Varsovia, una nueva Guerra Fría, un estremecimiento que los haga sudar frío como cuando la determinación de Fidel Castro de atacarlos nuclearmente. El resultado conllevará a un equilibrio del poder en el mundo, siempre preferible a esa suerte de IV Reich imperial que los EEUU han desatado.
Implícito es el mensaje para la Rusia actual, amodorrada, cada vez más perdiendo geoestrategia, y para China, la potencia emergente, que debe valorar la historia para insertarse protagónicamente en ella. El objetivo será la bipolaridad como medida desesperada, los bloques de poder en contraposición, mientras llega el arreglo del humanismo redentor, visto ya que la unipolaridad ─en tan poco tiempo─ no ha sido más que un imperialismo colonialista exterminador. En el momento presente no parece calar la acción de multipolaridad (propuesta utópicamente por muchos) por no existir condiciones políticas reales ni por no tenerse tampoco garantías de que no derivará hacia la misma bipolaridad comentada.
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