Todos sabemos de qué se trata, blancos y negros, chavistas o golpistas, tirios y troyanos. Las protestas, bajo la fachada estudiantil, son un pretexto cualquiera para intentar incendiar al país. Leopoldo López y su Voluntad Popular, y sus redes populares, tuvieron todo el tiempo del mundo, mientras duraba su inhabilitación política, para dedicarse a ello. Hasta paramilitares nos trajo y los sembró en Táchira, a la sombra de una fascista relación entablada con Álvaro Uribe Vélez. A la calladita, mientras desde la MUD le daban hasta con el tobo en las continúas peleas que escenificaban por liderazgos, canalizó recursos económicos de los EEUU para comprar voluntades en Venezuela y recursos humanos y operativos desde la vecina Colombia.
El Estado lo descuidó, hechizado quizás con el teatro llamativo de peleas domésticas montado por la oposición, ahora sabemos adrede, y lo dejó operar tras bastidores a sus anchas, engañado por el cuerpo de actores de la MUD. De continúo el gobierno se empeñaba en ver peleas a cuchillo entre Capriles y otros factores, entre Primero Justicia y otros factores, y jamás tomaba en consideración a Leopoldito, derrotado él, marginado, inhabilitado, calladito, trabajando como loco (y traidor) para su nueva organización política, Voluntad Popular.
Y ahí se tienen los resultados. De pronto aparece cual Rambo e incendia la gasolinera de Caracas, articulado dentro de un acabado plan de derrocamiento que probablemente incluya la eventualidad de su detención misma. Según informaciones pescadas por la inteligencia del gobierno, se ha podido comprobar que su repentina y violenta emersión sobre el tapete político del país no es nada caprichosa y obedece a un esquema con prolongaciones temporales que alcanzan al mes de mayo, momento cuando, según cálculos golpistas, se implante un gobierno de transición en Venezuela. Es vox populi que Leopoldo López sería quien lo presidiría, y es claro que las acciones buscan reeditar el libreto del golpe de abril de 2002, con el aliciente de que ahora con Maduro (y no Chávez) las cosas tendrían que ir más fácilmente.
Podría decirse que la actitud confiada del gobierno y de los venezolanos en general que aspiramos a una convivencia y estabilidad política en el país ha derivado en esto, a la imperdonable situación de violencia presente. Nos dormimos todos en la esperanza de la reconciliada estabilidad, estimulados por la carencia de sintomatologías extremistas durante un período de tiempo significativo en el record de una oposición venezolana violenta y comprada por intereses extranjeros. Según lo presente, caro le ha salido al país un mes de diciembre y enero con aparente paz. Y caro ha de salir también la moraleja, una vez superados las escaramuzas: ¡jamás el gobierno debe bajar la guardia con la derecha venezolana y debe de desconfiar hasta de las más prometedoras propuestas o pronósticos de paz! Como decir: bueno es para sentirse y seguir vivo que ocurran estos estremecimientos de tierra. No los buscamos por pendejos.
Pero lo más importante, y que todos sabemos también, es lo que se está esperando en el momento presente con el estiramiento de las situaciones de protestas en el este de Caracas: el pronunciamiento de algo, alguien, empresarios, si un militar, mejor. Allá está la plaza Altamira huérfana aún, otrora púlpito para la conspiración de militares y tantos otros actores de la carpa golpista. En el contexto de las tropelías que ocurren en su entorno, bajo la mirada ajena de los cuerpos de seguridad del municipio Chácao y con el apoyo de otros que harto conocemos, la plaza espera y ofrece su tentadora humanidad de “gloria” al sector empresarial y a algunos militares por ahí para que se atrevan a apoyar el golpe escondiendo los alimentos y enseres del pueblo, los primeros, y reluciendo las armas traidoras, los segundos.
De manera que es vital para este zarpazo golpista de hoy prolongar lo más posible la situación hasta que ocurran los decantamientos dichos, y así tomar la vitalidad necesaria para enrumbar su plan hacia los esquemas consabidos del golpe de abril de 2002. “¡Maduro, fuera!, ¡Maduro, vete ya!”, como soñada consigna, pronunciada desde un micrófono ante multitudes enardecidas, y el acompasamiento del intervencionismo internacional que ya sabemos: la UE, la OEA, los EEUU, la ONU, etc., y los gobiernos de Colombia, Perú y Chile como actuales perros de guerra del imperialismo estadounidense en América Latina. Para la consecución de tal vitalidad no importarán los medios, y lo digo con sentido de recomendación para mis paisanos y con la debida conciencia de peligro implicado, según historia ya vivida: cuando ellos, la oposición extrema, sienta que la protesta declina por cansancio, impotencia o cualquier otra razón, acometerán baños de sangre para alimentarla, como en la imaginación podría alimentarse a una especie de vampiro monstruoso que pide sus necesarios sacrificos humanos. No son pamplinas: recordemos al lamentablemente célebre João de Gouveia.
Ente ellos mismos se matarán para obtener la cuota de sangre necesaria para el prolongamiento de sus intentos de incendio masificado, así como entre ellos mismos, allá en el este de Caracas, se trancan las calles, se queman las calles, se pisan entre sí, respiran humo de las chamusquinas, cierran los comercios, apedrean sus sus propios carros. Es una locura al descubierto, y esto para el gobierno revolucionario: locura al descubierto no coge desprevenida a gente cuerda.
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