viernes, 29 de agosto de 2014

El motorizado en Caracas, delincuente licenciado

El motorizado es un tío reciente en Venezuela como lote, cultura, gremio y organización.  Es un fenómeno del año 2005 en adelante en tanto notable, agresivo, forajido, criminal, incívico.  Notablemente peyorativo, lamentablemente hasta el sol de hoy. Es la mayoritaria realidad, tanto si el lector camina o no camina por la ciudad y la cosa no le parece tal.

Antes había motos por doquier, nadie lo duda, como en cualquier país con tanto tráfico, pero sin ese perfil tan siniestro con que se le aprecia hoy.  Mas eran minorías, al grado que se sentía como una especie de prenda, objeto accesorio guardado en la casa para pavear, casi como hoy se utilizan las bicicletas, sacadas los domingos por sus dueños para ejercitarse.  Excepción hay que hacer con las motos de la gente en las barriadas populares, especialmente en los cerros, donde la moto se erige prácticamente en una necesidad para subir y bajar, para remontar zonas donde el vehículo a cuatro ruedas no entra en medio de intricados callejones y escaleras, y rendir en la actividad llamada vida diaria.

El motorizado era una especie tímida, apenas asomada en las calles, apabullada por el mayoritario tráfico de vehículos con carrocería. Entonces era muy frecuente utilizar ese medio de transporte para trabajar como mensajero, como aún se hace preferentemente.  Al tope tal que el motorizado era prácticamente el mensajero, el trabajador rápido de una empresa bancaria o de entrega de correspondencia.

Durante los noventas se dio en Caracas la modalidad del atraco y "arrebatón" desde las motocicletas.  Delincuentes se lanzaban en motos al atraco, a dejar mujeres desparramadas sobre la calle, llorando por una cartera o cualquier o otro bien preciado. Fueron controlados.

Después la ciudad empezó a crecer más, el tráfico a oxidarse, la calle a hacerse inviable.  Y empezaron a llegar las motos chinas, baratas, solución ávida para una ciudad congestionada como Caracas, deseosa de movimiento.  La motocicleta se hizo solución, reina en la ciudad, porte en los barrios (el equivalente a un carro en la urbanización), moda y necesidad.  Medio mundo la compró y luego como que no halló qué hacer con ella, para exagerar un pelín la nota.    Se transformó en la herramienta rápida de traslado, en medios de trabajo, además de los ya conocidos mensajeros.  Surgieron los mototaxistas, fenómeno pionero de la caótica situación del tráfico e incivilidad vehicular vivida hoy en Caracas.  Las esquinas fueron tomadas para terminales de motos, captandoras de pasajero; las aceras avasalladas, utilizadas frecuente como vialidad para escapar de las colas; los semáforos y reglas de tránsitos violentados; los peatones en las aceras atropellados, muertos, sacados de sus propios cauces de circulación. Si usted disiente, lo invito a caminar por el centro de Caracas.

Los mototaxistas no son los motorizados en general, responsables por tanto del caos completo mencionado.  Pero sembraron la semilla del desorden con su nueva modalidad de trabajo, a veces sin identificarse, con un pasajero a cuesta al que llevan a toda velocidad a su destino, no respetando la normativa citadina vial.  A veces atracando al mismo pasajero, a cuenta de ser o hacerse pasar por mototaxista.  A cuenta de envalentonarse y llenarse la boca para decir que se “come” la luz porque tiene que trabajar y vive de eso. En el crecimiento de la semilla hay, además, responsabilidad del Estado permisivo y del ciudadano de a pie pendejo.

La escuela del desorden vial en Caracas empezó con los mototaxistas por ahí en el 2005, más o menos, gremio numeroso, gente con una máquina y necesidad de trabajo; el caos se hizo luz desde el momento en que la autoridad los certifica, así como así, con chaleco y casco, sin mayor exigencia y normativa, con escaso control, dando pie para que luego el motorizado se crea, en medio de su escasa instrucción vial estatal, calificado para cometer delitos tranquilamente en las calles.  Luego copiar y pegar, imitar y ejecutar por el resto de los motorizados citadinos, fue clase fácil.

No hay motorizado que respete leyes que no se hacen respetar.  O sea, no hay una cultura sedimentada sobre el hecho responsable de manejar una moto, más si se va trabajar con ella.  Es para juzgar, pensar y empezar a establecer responsabilidades.  Imberbes muchachos montados en motos practican “caballitos” en medio de la ciudad, a veces poco antes de montar a un parrillero, sea amigo o pasajero, no ya sin casco, cosa que a fin de cuentas no importa un carajo, sino sin la conciencia de ser un actor social.  ¿Qué es más conveniente buscar, la culpa o la solución al problema?  ¿Culpa del ciego con el garrote o de quien se lo da? ¿Solución que restringe y reeduca?

Caracas vive un drama.  El Estado para no discriminar, para reconocer derechos de organizaciones sociales, de motorizados agremiados, les ha dado cobertura, les ha hecho refugios en la autopista Francisco de Fajardo, ha pedido que respeten sus derechos, los ha montado a transitar por la autopista en aras de virtualizar prebendas constitucionales; pero no los ha educado. No lo ha exigido, pulido, enviado a la escuela. No ha hecho respetar de parte de ellos, los motorizados, la porción que le corresponde respetar, como en cualquier pacto social:  las leyes, la ciudad, sus ciudadanos.   Si ellos necesitan violentar una señalización vial en virtud de su trabajo, el ciudadano de a pie necesita, por su vulnerable parte, atravesar la calle.

Demás está señalar que la ciudad así, con tanto ingrediente ácido, es un coctel fermentado de intranquilidad social. Un ciudadano que sale de su casa y atraviesa la calle tranqulamente para leer un periódico en la palza adyacente a su residencia, nunca votará al diablo, como dice el refrán, sino que votará, electoralmente, a quien le procure tan simple acto ciudadano.

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