martes, 10 de marzo de 2015

Conversación en la calle: el inefable espíritu de un opositor ante la invasión

─¿Supiste? ─me preguntó el comerciante con ese aire de alboroto callejero─.  Los gringos ahora tienen las manos libres para meterse en Venezuela.

─¡Ah, sí, me enteré! ─le respondí sin darle mucha importancia para evadir honduras y recibir mi fotocopia lo más rápido posible.  Pero el hombre quería hablar.

─Era lo que faltaba.  Ahora Maduro sí que tendrá que bailar fino.

─¿Y eso por qué, hombre? ─le pregunté haciéndome el pendejo.

─¿Te parece poco?  Se trata de los EE.UU, y Venezuela es una amenaza para ellos.

─¡Pues, sí me entero! ─le dije algo arrechón─.  ¿Pero tú también te enteraste, no?  Maduro tiene una carta entre los bigotes.

─¿Cuál? ─me preguntó realmente curioso─.  ¿Qué puede ser?

─¿No lo sabes? ─lo trabajé deliberadamente para desconcertarlo─.  El hombre ya pidió la habilitante para legislar directamente y lo más seguro es que en un dos por tres tengamos a los rusos con bases militares aliadas.  Esos carajos están de toque para venirse con ese lío que tienen con los gringos en la frontera con Ucrania; desde Venezuela o Nicaragua les devolverían la moneda.  ¡Y perro a cagar pa`l monte, mi compadre!  Se acabaría tanto envalentonamiento.  ¿Alguna vez oiste de Cuba y la Crisis de los Misiles?

En efecto, el fotocopista se desconcertó unos momentos, no sabiendo qué hacer con el papelero en las manos.  Buscó auxilio en un viejo que esperaba turno en el local, pero yo aproveché el lapsus antes de que abriera el pico escuálido para  soltarle una pastilla moralizante.

─Ellos eligen a sus presidentes por allá y acá nosotros no chistamos nada; pero de regreso, nos pagan con que no les gusta ni Chávez, ni Evo, ni Correa, ni Ortega en Nicaragua, y, como no los tragan, los quieren tumbar.  ¡No joda, hay que tener coraje para calarse tanta desigualdad!  ¡Coño, hay que respetar!  Esos carajos no han comprendido que ya nadie vive acá en esclavitud ─y miré al viejo con énfasis─ y que todo el continente suramericano ha cambiado.    ¿Ya supiste, por ejemplo, que la UNASUR le dio todo el apoyo a Venezuela, expresando que no permitirán injerencia estadounidense?

─Sí, papá, pero ellos defienden sus intereses ─me refutó con una idea aparentemente luminosa, según brillo y ánimo en su cara.

─¡Ah!  ¿Nosotros no? ─le repliqué arrechísimo por dentro.

─¿Cuáles? ─me preguntó despectivamente no sé si con fortuito cinismo o majestuosa ignorancia.  Y, la verdad, cuando le respondí no supe si lo hice con el semblante descompuesto por la firmeza de la idea expresada.

─Soberanía.  ¿Te parece poco?  Nuestro país...

Algo me dijo sobre un ecuatoriano que le había dicho que se limpiaba el culo con la soberanía de su país porque ellos allá tenían la economía dolarizada; pero consideré que ya había lascerado bastante mi autoestima patria con tanta vileza.  Así que cogí mi copia, pagué y me fui por esas calles pensando en las mil y una manera que tiene el ser humano de ser estúpido, esclavo y colonia de otros, caliente con tanta carencia de dignidad venezolana, ignorancia, lavados cerebrales.  Pensé en lo inventado sobre las bases militares para molestar al paisano y me lamenté, sincera e impotentemente, que en verdad no pudiésemos por traba constitucional instalar unas bases militares rusas o chinas en el país para apadrinarnos ─¡joder, es la guerra y en la guerra nos aliamos!─ en el enfrentamiento contra los miserables y darles un poquitín de su propio chocolate en las fronteras de su misma casa.

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