miércoles, 28 de octubre de 2009

Desprecio gringo

EEUU nos desprecia profundamente.  Un pito vale para ellos nuestra cultura, nuestros valores patrios o históricos, mirándolos, según sus pretensiones, como eventuales objeciones a su política colonizante de devastaciones nacionalistas. Un carrizo valen para ellos nuestros liderazgos, soberanías, leyes, mejoras sociales; por el contrario, son piedras en el camino, vallas a tumbar, para ellos poder ejercer su prerrogativa de dominio.

Una nación sin convicciones históricas y fundacionales suficientemente fuertes es para ellos un candidato fuerte a colonia, base militar o granero energético.  Un país sin una arraigada conciencia histórica se le figura un pasto fácil para las llamas, para la aniquilación del poco valor que pueda resguardar.

Necesario es el vacío, la ignorancia, el caos, para ellos ejercer, maquiavélicamente, su hegemonía.  Un Simón Bolívar molesta, en tanto icono de lucha por la libertad y contra la opresión procedente de imperios.  ¿Por qué?  Porque su sola mención, su solo recuerdo, invoca sentimientos de pertenencia, de patria, de igualdad, de conciencia y lucha contra el invasor.  De resistencia, hecho que le resulta enormemente costoso al país norteño en la eventualidad de una guerra domeñante, invasión o expropiación.

Son ellos quienes, en nombre de semejantes apetencias imperiales, hacen del desprecio cultural una política de dominio.  Son ellos quienes inventan y ejercen la tesis de la aniquilación de culturas, de guerra de civilizaciones.  Son ellos quienes pregonan y ejercen el modelo unipensador en el mundo, ése que te demuele en un país una estatua del Che Guevara o Sandino para colocar una del payaso de McDonald's, y hablar luego de libertad, unidad o uniformidad, derechos civiles, libre albedrío y tantas otras pajas instituidas en sus discursos.  Son ellos quienes nos desprecian.

Matar al líder para acabar con la resistencia; incendiar las bibliotecas, para acabar con las memorias históricas; robar las obras civilizatorias,  los íconos culturales, las joyas históricas, la arqueología, para figurarle a los pobladores que tales son solo sintomatología de un mal recuerdo, de un país débil que se llamó tal, de una noción de nación tan frágil que es una invitación ─suponen ellos─ a que los lugareños se aborrezcan a sí mismos y los amen a ellos.  (Véase nomás el caso Irak). Tal es el discurso del desprecio, del irrespeto a la inteligencia de los demás, cínicamente sin importarles que a la víctima no se le esconda una de las evidencias más grandes del sistema solar:  que son ellos, los EEUU, su dirigencia que no su pueblo, la entidad que cultiva más odios en la Tierra.

Otrora (Guerra Fría) fue la lucha contra el comunismo y el antisemitismo su bandera cínica de combate, su política de Estado abusiva e invasora, su discurso caza-bobos y despectivo de la inteligencia de los pueblos.  Hoy son el terrorismo, el narcotráfico y el militarismo, las nuevas herramientas discursivas de dominio, el nuevo modo de decirte que les importa un gajo lo que pienses o seas, en aras de avasallar y penetrarte para pisotear tus fundamentos:  tu historia, tus valores nacionales, tu sentido de pertenencia, tu psique colectiva; y en aras de implementar ellos, finalmente, su hegemonía.  La nueva manera de despreciarte en tu ser histórico para ellos fundar sobre tus huesos una nueva colonia.

No otra cosa hace cuando con descaro puede acusar al mundo entero de militarismo, y son ellos quienes venden el 75% de las armas que se producen en el mundo, y tienen un presupuesto militar y de defensa superior a la suma de los presupuestos militares del mundo.  ¿Qué le puede importar quién cuando lo acusa de desarrollar o comprar armamento y amenaza con invadirlo?  Un carajo. ¿Qué de historia, nombre, inteligencia, nacionalidad, puede importar en ti si cada una de tales cosas resulta para ellos un problema, una estupidez nacionalista a resolver, o, mejor dicho, una nadería a aniquilar?  ¿Dónde queda la lógica, la inteligencia, la estadística, que eventualmente se pueden invocar para concitar la justicia?  ¿De qué sirve saber que tienes razón si a la final morirás igualmente bombardeado?  No está la razón al servicio de la vida, podría, para el caso, sentenciar el filósofo.

“Yo soy idiota, tú eres idiota, ellos piensan…”

Y para el caso de América Latina y el Caribe, no puede ese país (EEUU) ejercer un mayor despectivo cinismo.  Allí nadie puede ser inteligente, ni tener historia, ni hablar de estadísticas, ni de lógica, ni tener próceres, ni moral, ni patria, para rebatir nada.   Es un “patio trasero” y punto, al que en la actualidad le calzan sus últimas irrefutables invenciones:  narcotráfico y militarismo.  Venezuela se arma dizque nuclearmente (lo dicen así como así) y el resto de los demás países o coadyuvan al narcotráfico o son narcotraficantes.  Un Bolívar, Martí, Sandino, Guevara, son solo objeciones histórico-nacionalistas que impedirían el florecimiento de su dominio cultural y civilizatorio, o, en el mejor de los casos para ellos, rótulos tras los cuales se solaparían la subversión y el terrorismo. Lo que ellos dicen ha de ser la verdad y lo que los demás oyen debe de ser cierto; el resto de cualquier consideración es estúpido.  Yo soy idiota, tú eres idiota, ellos piensan…

Somos militaristas y narcotraficantes, y punto, sobremanera ésta última acusación, que ellos providencialmente parecen haber reservado para nuestros países.  No puede tener lógica ─ni la merece─ quien será destruido.  Como si tal fuese el eslogan de sus maquinaciones, de su política imperial.  Veamos el sarcasmo sobre este punto del narcotráfico:

¿Para efectos de qué puede servir que alguien exponga que Puerto Rico, por ejemplo, es dominado por ellos en mar, tierra y aire, y es ese país un paraíso para el narcotráfico; que alguien denuncie que ellos utilizan dineros del narcotráfico para financiar guerras, como el caso Irán-Contras respecto de Nicaragua; que ellos son el principal productor de marihuana y el mayor consumidor de cocaína en el mundo; que la producción de droga aumentan donde ellos es establecen supuestamente a “ayudar” con su DEA; que el Plan Colombia aceleró los índices de producción de estupefacientes; que ellos solo certifican y penalizan ─metiéndolos en listas “negras”─ a quienes sólo producen y no a quienes consumen descomunalmente, como ellos; que obliguen a otros países invadidos (por razones de narcotráfico) a ejercer impunidad hacia ellos, como el caso de Colombia, donde sus soldados tienen una especie de derecho de pernada sobre la población femenina, a quien violan sin que los pueda penalizar el Estado?

Solo hay una respuesta:  para nada, para sólo ver que a los caballeritos del norte les importa un carrizo tu inteligencia y tus convicciones.  ¿No fue a eso, por cierto, que vino Obama a las cumbres de nuestros países, para a burlarse en propia cara de nuestros presidentes y ejercer un profundo desprecio de Estado?  Parece allí, a propósito, quedar institucionalizado el desprecio del que hablamos.

Somos narcotraficantes, terroristas y militaristas, y punto.  Que alguien, llevado por el silogismo o la lógica, argumente que la cosa parece un invento (o una burla, mejor dicho) y que no parece justo que quien adolezca de llagas llame a los demás llagosos, es un firme candidato a ser hecho burla por sus inusitadas conclusiones.   Un loco, probablemente un suicida, un bicho nacionalista, algún anacronismo que no parece apreciar el progresista pensamiento del mundo.

No pareciera tener gran valor que las evidencias hagan parir una pregunta como esta:  ¿con todo lo que sabemos, con lo que se sabe de ellos, qué son ellos cuando nos hablan de militarismo y nos imputan como narcotraficantes?  Según ellos, nadie parece suficiente aquí para contestar; y lo mejor que se puede hacer es esperar que ellos nos “soplen” la respuesta.

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