martes, 5 de junio de 2012

Liderazgo y cambios sociales en Venezuela: caminos de soberanía, vientos de guerra

Con lo de ayer suscitado en la OEA, nuestro país, Venezuela, fundador de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y propulsor de la “Carta Social de las Américas” desde 2001, gana el cetro de país líder en la promoción de cambios sociales revolucionarios no sólo en América sino en el mundo. Eventualidad que, como veremos, no se desarrolla aquí con el propósito de un inútil envanecimientos sino, por el contrario, para correlacionar unos puntos de alertas y supervivencia.

La Carta Social se aprobó, finalmente, después de once años de combate, y ahora se hace materia constitucional continental la obligación de los gobiernos de promover la justicia social entre sus pueblos.

Y también, a instancias indubitables de Venezuela por su decisión reciente de desembarazarse de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se arponeó la servil catadura foránea y parcializada de este ente, volcado a la manipulación de nuestros pueblos desde instancias extrañas a nuestra sociología.  Ecuador y Bolivia fueron puntas de lanza en el fustigamiento de esa suerte de bolsa de los vientos del desastre y retrogradez.

Con mucho, en conclusión, podría decirse que se desmontó lo que por décadas ha frenado el desarrollo social y económico de nuestra América.  Se sembró, más que una semilla, una estaca de la desinstitucionalización de la misma OEA, más allá de los predios de la CIDH.

¿La razón de semejante aseveración?  Como el mismo secretarios general lo dijo, José Miguel Insulza, obligado prácticamente por los países asistentes a aflorarse en moralidad:  “[la CIDH es] uno de los últimos vestigios del neoliberalismo”.  Expresión por sí sola explicativa.

Pero barajándola se entra en el detalle histórico de la opresión, modalidad de vida ejercida por los gobernantes neoliberales agremiados en la OEA en contra de sus propios pueblos, y dirigidos por el autor intelectual y fáctico de los crímenes contra el desarrollo en América Latina y Suramérica: los EEUU.  La OEA ha sido un organismo centinela al servició del clan opresor secular y capitalista en el hemisferio, contraria a cualquier brote de cambio social positivo, con dispositivos como la CIDH para sonar las alarmas e ir en contra de quien osado hiciese el intento de quebrar los barrotes de la explotación secular.

Simple explicación de una historia de cárceles y camisas de fuerza.  El mecanismo era así: identificado el agente cambiante (digamos revolucionario para no andar por ramas), en el acto saltaba la susodicha OEA a fustigar con sus manotas diversas, una de ellas la también susodicha CIDH, quien no dudaba en calificar de “violador” de los derechos humanos a cualquier “revoltoso”, figura jurídica esta que allanaba el camino a intervenciones e invasiones.  Los ejemplos, caramba, sobran.

Piénsese nomás en Venezuela, país que ha venido realizando cambios en materia social desde 1998, promoviendo la equidad y justicia sociales:  desde la creación de la CIDH, por allá en 1979 (en plena hegemonía de la derecha política), hasta 1999, sólo emitió un recurso de amparo a solicitud de una parte venezolana, por supuesto en contra del establishment; pero, en lo que va del gobierno de Hugo Chávez, a trece alcanzan las sentencias de amparo a favor mayoritario de organizaciones contrarias al bienestar popular o social.

Tal estadística habla por sí sola y hace que sobren las explicaciones.  OEA y CIDH, entes prejuiciados, parcializados y al servicio de dictaduras y clanes económicos extranjeros y nacionales a expensas de las masas populares, condenadas al silencio y la resignación.  Factores contrarios al progreso social, político y económico en la región.  Ogros institucionalizados en contra de la socialización del poder y bienes humanos.  De allí que solo haya que dar un pasito para redondearlas como agentes de la retrogradez y estancamiento positivista, de la explotación clasista, de la manipulación extranjera. Quien va contra la mayoría popular defiende y enquista a la minoría neoliberal.

Y de allí que ayer, movida por el terror de un decreto de extinción, se haya visto conminada a aprobar la Carta Social de las Américas, aunque resulte paradójico el hecho justo cuando la organización luce más desguarnecida, como bien ha de alegrar (imaginamos) a quienes abogan por la debilidad de acciones socializantes.  La palabrita “social” seguro sonó a pesadilla en muchas mentalidades y fue razón para soterrar empecinadamente por tanto tiempo su espíritu del cambio.

 

“Quien va contra la mayoría popular defiende y enquista a la minoría neoliberal”

 

Por ello decimos con el mismo Insulza que la OEA (y no sólo en un órgano de ella como la CIDH) es una institución puramente neoliberal, en decadencia, saludable en su desmontaje, por consiguiente.  Lo decimos a su despecho, porque el Secretario General de la OEA hoy parece ser el candidato que trabaja el apoyo de los EEUU para su lanzamiento en Chile.  Ni más allá ni más acá, para decirlo con sabor crítico venezolano, el candidato del imperio en su natal país cúprico.

Ahora sólo resta no esperar lo que parece imposible en este mundo de las injusticias sociales (todo escrito tiene su verso y reverso):  que el notorio liderazgo de nuestro país y gobierno en materia social y revolucionaria (amparo del mayoritario marginado) precipite la baza de aquellos poderosos que ofendidos se puedan sentir con la autonomía e independencia de nuestro pueblo.  Aunque, metido en el alma de un soldado, gozoso del combate y presea prometida de la libertad, semejante sutileza ha de importar un carajo.

Nada extrañaría que los EEUU y su combo, reunidos allá en su círculo geoestratégico militar, en cualquier rato decidan que pierden peligrosamente su granero o patio trasero, a saber, Suramérica, aliada crecientemente con China y Rusia, para mayor colmo.  Y entonces decidan “rescatarnos”, como acostumbran ellos con sus manuales, con invasiones, genocidios y asesinatos selectivos y sistemáticos, todo en nombre de la “libertad”, “progreso”, “estabilidad” y “seguridad” regionales.  Exorcizarían con sus medidas criminales de salvamento no al anacrónico fantasma comunista que puebla sus mentes de guerra fría, sino a este viejo socialismo de los nuevos tiempos que les aguza el sueño.

Ante ello, en su precipitación e inminencia, no hay talismán que valga.  El incrédulo podría decir:  "'¡Pamplinas, quién atacará a una región que progresa y crece y se sirve a sí misma sirviendo a su pueblo, y no ataca ni se mete con extraños!”  Pero el peligro es real, más cuanto si la historia ha demostrado que el progreso y pacifismo de un país no es causal disuasivo de destrucción ni invasión si en su seno se oculta algún codiciado tesoro.

Libia es el último ejemplo histórico de la saga.  Era el país más prospero y rico del África, con índices de progreso superiores al de los mismos países europeos, con una moneda fuerte, liderazgo regional, pero con la maldición de atesorar en su entrañas petróleo y agua, y encarnar geoestrategia en su ubicación en el mapa.  A nadie le importó semejante configuración de progreso, independientemente de su sistema político, por cierto, con derecho a existencia y singularidad cultural, a despecho de la cosificación explotadora del neoliberalismo internacional.  Gadafi ensayaba un modelo de atención tribal que enfurecía a los señores de la guerra y del metal:  ¿Qué sentido tiene el dilapidar (no invertir) el dinero en malolientes masas populares?

Sumado al hecho de que Venezuela llama una atención de paradigmas revolcados con su liderazgo, postulados y progresos sociales, el petróleo y el resto de sus recursos naturales han de encarnar, desgraciadamente, la maldición de los pueblos de paz pero con riquezas que invitan al ataque y guerra de conquista. Es esto ya clisé en la consideración de los analistas, consideración que se dispara con las triunfantes discusiones en la OEA, su desmontaje, la abolición de la CIDH, con la creación del ALBA, la fundación de la UNASUR, el logro de la CELAC… En fin, con la soberanía e independencia, agentes de desobediencia digna ante el opresor.

Estaremos esperando, pero, de una vez, como todo ciudadano del mundo con dignidad, nuestro país ha de alzar la voz para proclamar sus derechos de existencia y libertad por encima del cualquier temor o amenaza, en ejercicio de la moral y ética, en procura del bienestar social popular, nacional y continental; teniendo en mente que, precisamente por el temor y la pusilanimidad, es que los pueblos dejan de ser libres y se acostumbran a la esclavitud.

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