Los Estados Unidos andan por el mundo sembrando discordias, como lo mandó su preceptor, Nicolás Maquiavelo. «Dividan para gobernar», les dijo, y ellos se lanzaron por los cuatro rincones a demostrar su pasta de buenos estudiantes.
En realidad, ese aforismo no es del florentino, sino del emperador Julio César, un experto en conquista y combates. Pero fue Maquiavelo quien lo ensambló catorce siglos después en su obra El Príncipe como parte de una teoría de conquista y mantenimiento del poder.
En sus enseñanzas, ese poder se conquista con tres principios: (1) fuerza, (2) astucia o virtud y (3) adecuación a la fortuna. El tema de la fuerza y la fortuna es ampliamente explicado por la historia. Sin embargo, la astucia o virtud es lo que hace distintivo a este terrorífico profesor y a sus seguidores.
Es decir, es lo que define específicamente lo maquiavélico y lo diferencia de criaturitas conquistadoras como Alejandro Magno o el mismo Julio César. Estos podían ser astutos en un sentido de grandeza y magnanimidad; pero todo el mundo sabe que la cuestionable astucia profesada por Maquiavelo y sus fans no tiene nada de virtud moral. Es esa que vuela cabezas y aconseja eliminar físicamente al enemigo para ser mejor temido que amado.
En fin, eso son los Estados Unidos, como se lleva dicho. Desde 1775 se lanzaron por el mundo a ejercer control y expansión, llevando a la práctica estos dos principios como reglas emblemáticas del nuevo imperio. En ninguna parte donde aterrizan concilian, sino que ponen a sus eventuales súbditos a pelear entre sí para mantenerlos debilitados y mejor gobernarlos, explotarlos y hasta bombardearlos.
Véase la historia. Irak-Irán, Libia, Vietnam, las Coreas, Japón-China-Taiwán y tienen a los países latinoamericanos enfrentados. ¡Brotes de guerra por doquier!
En cuanto a erradicar oponentes, la lista es extensa. Connotadas víctimas o sobrevivientes son Salvador Allende, Fidel Castro, Jacobo Árbenz, Qasem Soleimani, Joao Goulart y hasta Hugo Chávez, si no asesinados, hostigados o desplazados del poder a través de operaciones encubiertas.
Las reseñas oficiales pintan que los gringos así protegen sus intereses, pero todo el mundo sabe que pintan de rojo al planeta.
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