Ok, Chávez volverá. Estiman que para principios de febrero ya esté repuesto, aunque aún bajo tratamiento (ojo, no me he contagiado ni del periodista Marquina ni del Dr. Bocaranda). Pero, una vez el presidente en casa, ¿quién paga por esa cantidad de platos rotos de la desestabilización a propósito, precisamente, de su eventual no retorno?
¿Quién paga por los daños morales al país, por las pérdidas económicas (en Táchira destrozaron a montón)? ¿Quién paga por la lesión en la dignidad, autoestima o imagen de Venezuela en el ámbito internacional, hecho que se traduce en un argumento arteramente utilizado para categorizarnos como país “primitivo”, en pañales cívicos, país bochinche, por quienes desde hace mucho están interesados en colonizarnos a fondo y de una vez por todas?
¿Quien paga esa traición interna que se presta para el ataque externo? Ese lacayismo que denuncia Alí Primera en sus canciones.
Y dígase esto sin contar que aún, para el 23 de enero, presuntamente la oposición venezolana (derecha política) prepara nuevamente su circo desestabilizador nacional, buscando precipitar una declaración extranjera, una mano imperialista que se entremeta en nuestro país y les dé una mano redentora.
Muy, pero muy lamentable.
“¡Bochinche, bochinche!”, exclamaría Francisco de Miranda, “Esta gente no sabe hacer sino bochinche”. Y por ahí se va el lamentable retrato político de la Venezuela opositora después de tantos esfuerzos cívicos y civilizadores de la revolución socialista hasta por ella misma, después de tantos años de comprensión de su causa perdida (la de la derecha), de sus ideas y esquemas en crisis, de tolerarles el delito, en plena entrada en el siglo XXI. Después de tanto tiempo de soslayarle asonadas, golpes de Estados, plazas Altamira, paros, guarimbas, sin que nadie pague por ello debidamente. Después de tanto corroborar que, ni con el ofrecimiento del mil cielos y perdones, ni mejores constituciones o indultos o vistas gordas o lo que fuere, su naturaleza es reparable, adaptativa o cambiable.
“Un opositor venezolano de estos es una criatura vestigio de épocas pretéritas coloniales, cuando habitó el dinosaurio del vasallaje imperial, ese de rodillas callosas, aún sobreviviente en cuerpo y alma en muchos especímenes [...]”
Situación de lo más injusta para con el venezolano de a pie, ese a quien la revolución bolivariana conceptuó como destinatario del pago de una deuda social e histórica acumulada. Circunstancia que, sin duda, nos grita que el país no se merece la oposición que tiene; y que, también sin duda, nos expone la incorrespondencia emotiva entre una dirigencia opositora y sus seguidores electores, hecho que, otra vez, nos devuelve a la situación de afirmar que ningún venezolano se merece semejante fraude, asíntota que nos revela que la gente llana que apoya a tal dirigencia lo hace porque en realidad adversa a Chávez y no por el mérito propio de su organización y cúpula. Hecho que demuestra, en fin, que nuestra oposición no es nuestra, es ajena, extraña, satelital o extraterrena.
Gente directriz que no vive en el país en cuerpo y alma, que, para decirlo con mayor horror, come afuera, en el extranjero, y defeca dentro, sobre nuestras nacionales fronteras, teniéndonos nomás que como país excusado. Gente que obedece al foráneo para atacar al interno, a su propia patria, de cualquier manera, en nombre de sus capitales intereses. Gente rica, “especial”, que no quiere a esa otra aunque vote por ella, porque es fea, hedionda, pobre, sin clase, no más que provista de una mano para votarles y un cerebro estúpido y vacío para recibir los gases que le expelen. Gente, en fin, que no se cree gente (o sea, venezolano que no es venezolano) y que no está realmente donde usted la ve que está. ¡Vaya complejidad locuaz, señores! ¡La oposición fantasmagórica! ─se dirá.
¿Pero, entonces, qué son esas criaturas, esa clase dirigente, esa cofradía, ese grupo selecto, ese “súmmun”? Se llaman a sí mismos “ciudadanos del mundo”, esto es, gente que piensa que la patria no es el terruño donde naces, sino que lo es el cosmos, el planeta, no teniendo, en consecuencia, cuotas morales que pagar respecto al lugar específico de procedencia, ni culto que ejercer, ni ley que observar. Por el contrario, semejante cuadro sirve para justificar el delito y la traición que prevarican de lo más bello. “Somos ciudadanos del mundo y no ofendemos a Venezuela con nuestras acciones. ¡Volamos!”
Un opositor venezolano de estos es una criatura vestigio de épocas pretéritas coloniales, cuando habitó el dinosaurio del vasallaje imperial, ese de rodillas callosas, aún sobreviviente en cuerpo y alma en muchos especímenes, pero sobreviviente ─podría decirse─ en tanto el hecho es que espíritu tan lamentable perdurará hasta que se marchite completamente el cuerpo de la especie que lo comporta (una generación dura 30 años, decía un pensador por ahí). Ciudadanos del mundo, sin compromisos, cuyos cuerpos portafolios vegetan en Venezuela, cual plantas nefandas, y cuyas almas revolotean sobre otras fronteras, traicionando hasta a la Madre Tierra, cosa contraria a lo que ellos mismos se imaginan veneran.
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