miércoles, 23 de enero de 2008

De la queja a la traición o cuando se ha fracasado en la vida


De antiguo he sabido de gente que se queja y se queja por su situación presente sin poder evitar el facilismo de culpar a los demás, tanto más fácilmente si el supuesto responsable de sus males es un ente corporativo político, como un gobierno. Tanto así fue -y es hoy- que simplemente se convirtió en un hábito descalificatorio entre los venezolanos que gusta presentar al gobierno de turno como el responsable de sus males personales. Es cuento viejo. Es decir, para ir al grano con los ejemplos, que si tu mujer te abandona o te despiden del trabajo por borracho, la culpa es del gobierno de turno y no tuya. Así, siempre resulta inocente el que prefiere tenerse como sospechoso de fracaso.

La cosa se complicó cuando el mismo gobierno empezó a contagiarse de sus gobernados, lográndose la institucionalización de la echadera de culpas como hábito nacional cuando un presidente dijo en un discurso "Recibo un país hipotecado", aludiendo a la gestión anterior. La cosa así planteada, desde arriba, ahora parecía liberar a un poco de gente de la culpa por sus fracasos personales, devolviéndole un poco de salud mental al venezolano, aunque en el fondo supiera que cada quien es responsable, mayormente, de sus propios pasos, a menos que hablemos en el país de una situación política de deterioro encarnizado de los derechos humanos fundamentales, lo cual le reconduce el destino a cualquiera. Aunque es de creer que la libertad de pensamiento inalienable, porque cada quien es libre de pensar lo que le dé la gana, inclusive bajo condición de muerte.

Al cabo del tiempo el Estado ha devenido en una suerte de vertedero nacional de culpas, con efecto liberador y hasta motivante para animarse a quemar unos cuantos cauchos en una vía pública, lo cual parece complementar en muchos casos la terapia. Tenemos, pues, a un venezolano quejón, de pasado y presente, porque lo lógico es que los segundos hayan nacido de los primeros. Estamos por todos lados. Para comprender el fenómeno hay que convenir en que no existen problemas, sino gobiernos, aunque un elector de esos, y no sólo venezolano, jamás haya subido a un tribunal a responder no sólo por sus actos y fracasos personales, sino también por su voto, a menos que convengamos en que su castigo esté implicado en el resultado de su elección misma.

Tenemos, en fin, a un quejón que, así como elector que vota por lo que le da la gana sin que jamás nadie le pida cuentas, así también le echa la culpa al gobierno de sus problemas, cualquiera sea, como un gran blindaje contra el destino. Me he enterado, inclusive, que el fenómeno ha arraigado hasta entre algunas etnias que poco conocen del Estado, y no precisamente por inacción estatal, sino por decisión y vida propias.

Tengo un amigo cuya vida personal está vuelta un embrollo. Naturalmente, Hugo Chávez desde hace años es el culpable de sus desgracias, hasta desde el mismo momento en que su esposa empezó a engañarlo. Al menos eso es lo se palpa cuando se le oye exclamar "Las mujeres hoy no valoran el matrimonio... Mira lo que hacen...¡Este gobierno!" Al rosario de quejas suma el pesar que el jefe no le aumenta el sueldo, sumándole el otro que le hace llegar reportes de que en otros países, como EEUU, la gente vive en el paraíso con sueldos y poder adquisitivos súper sónicos. No se cansa de hablarme de una amiga agringada que va y viene del país, cada vez más humillándolo con su alto nivel de vida cuando se lo detalla.

La amiga en cuestión se gradúo de ingeniero en Venezuela en tiempo pasado y logró colarse en el gran país del norte aceptando el trabajo de lavar platos, como hispano indocumentado a quien se le paga menos por el chantaje de la delación. Lógicamente, a mi amigo semejante situación le parece una simple escala de niveles a ir superando hasta "triunfar en la vida”. Poco le importa que se sea ingeniero o médico degradado allá en tierra gringa; con astucia lo comenta poco y prefiere centrarse en los rojos labios de su amiga cuando se mueven para narrarle maravillas. Aunque no me ha vuelto a hablar de ella desde una gran contrariedad que sufrió en su país amado: uno de sus hijos tuvo que huir a México porque el Departamento de Estado lo requirió para embalarlo hacia Irak. Ella misma, inclusive, empezó a tener problemas con las autoridades de inmigración.

Tartamudeante cuando lo dice, lo he visto reconocer, sin embargo, algunas medidas del gobierno venezolano en materia laboral, como eso que se preocupe por defender al trabajador de la actitud depredante que asumen a veces los jefes en su sed de ganar en todo terreno, lo cual a veces parece comprender que no es de origen del presidente. Por ejemplo, lamentó bastante una medida de la frustrada Reforma Constitucional que obligaría a los patrones a cancelar prestaciones o deudas adquiridas con los trabajadores despedidos hasta durante un plazo de 10 años. Con la reducción de la jornada laboral a 36 horas no estuvo de acuerdo porque iba en contra de los empresarios, que son quienes le dan empleo.

Pero en general abomina del Presidente de la República, culpable de todas sus miserias. Fiel a la tradición, no tiene pelitos en la lengua para expresarlo. Inclusive el gobierno -en su criterio- ha sido culpable de algunos trastabilleos con las notas de su carrera universitaria, porque lo desmotiva que se tenga que estudiar tanto para ganar unos sueldos luego que no son iguales a los de EEUU, hoy, por cierto, sumergidos en una gran depresión económica, seria tan seria que ya se rememora el desastre que significó para su gente cuando se llegó al extremo de hacer colas para comer una ración de sopa. Hablo de la Gran Depresión de 1930.

Pero mi amigo nunca habrá de razonar ello. Igualmente en su ánimo está vivo el prurito por emigrar en busca de un “mejor horizonte”, como es el clisé. De todos modos, dado sus amarres sentimentales y obligaciones familiares, dudo mucho que pueda estar montando en un yate para despedirse de la patria, donde Chávez no lo deja crecer.

Paso con mi amigo y comento otros casos, de más alcurnia, si así nos podemos referir a la gente de farándula que tiene mejor poder adquisitivo, muchos de ellos ricos de tradición.

Leo una columna de Jesús Bustindui, en Últimas Noticias (6 de enero de 2.007, p. 59), donde aparece una actriz -en su criterio ex, porque dice que ya no trabaja-, Rebeca González, quien sin mucho ambage manifiesta su intención de marcharse del país
porque aquí nadie la llama y ella siente "como que no hago falta". Sin caer en la audacia de afirmar que le echa la culpa también a Hugo Chávez, como es la tradición venezolana, queda abierta la posibilidad cuando recuerda su comadrazgo con Carlos Andrés Pérez, sus momentos de dirigencia sindical y sus comparaciones con Doris Well y Marina Baura. Como si dijera "tiempos pasados, tiempo mejor". Pero ella no es la única en esta película: ya María Conchita Alonso, cubana de nacimiento, se le había adelantado a todo el mundo, yéndose de empresaria para México.

Al final remata –la señora González- con una frase toda llena de confusión, culpa o inmodestia: "Le he dado a mi país todo lo que tenía, pero tengo mucho más que darle". Afuera, por supuesto, completaríamos nosotros.

Pero no se necesita estar sintiendo el impulso del viaje hacia lo desconocido para conjurar la sensación de fracaso personal o miseria que pueda estar viviendo un venezolano cualquiera bajo las condiciones degradantes del "régimen". Hay otra cepa de venezolanos, ya políticamente más opositores, que van más allá de la simple y tradicional echadera de culpas al gobierno, concretándose a declararlo más específicamente como infrahumano, oprobioso y violador de los derechos humanos, merecedor, por consiguiente, del derrocamiento.

"¡Cuánto no habrá por ahí, bajo la eventualidad de un golpe de Estado, que considere su vida un fiasco y relinche de gozo cuando se le ofrezca un puesto muy bien remunerado para cazar chavistas"...

Tales venezolanos afirman que jamás se irían del país, por convicción patria y luchadora, prefiriendo quedarse para luchar contra el "tirano", como denominan a Hugo Chávez. Como todos los demás quejones, aman a EEUU, y conciben entre sus planes la original idea de no irse hasta allá, sino traerlo hasta acá, inclusive con el desastre económico que actualmente está viviendo, generador de pérdidas millonarias, quiebras de empresas y desempleo. Para ellos siempre será preferible coletear un piso a un gringo o limpiarle el moco a su hijo, que soportar el reclamo nacionalista e integrador de Hugo Chávez en América Latina. En otras palabras y en términos prácticos, proponen apoyar una invasión militar contra Venezuela, alineándose, insólitamente, cuales pitiyanquis, con el soldado gringo o colombiano, lo cual en la práctica parece ser lo mismo, desde la hora en que Colombia decidió traicionar el espíritu independentista latinoamericano, por allá en 1829 y, con especial énfasis, desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Si no se va a la montaña, hay que hacer ella venga.

Para muestra, doy un botón, refiriéndome nada más al espacio que usa la expresión derechista en la Internet, sobretodo en algunos sitios de opinión. Y si sumamos a este botón otros sitios y otras expresiones donde se le mienta la madre a Hugo Chávez con el mayor libertinaje de expresión del mundo y donde la imagen presidencial es pintarrajeada como homosexual con la mayor naturalidad del mundo, concluimos que la derecha venezolana, en sintonía con el espíritu imperial extranjero y la conspiración en ciernes, se soltó el moño, perdiendo la mascarada de seguir ocultando, formalmente, su ansiedad de golpe de Estado. Échele un ojo a estos post: "¿Tendrá USA que invadirnos?" y "Reactivan 4ta. flota de marina de EUA en el Caribe" (en sus comentarios).

Más allá de la tradición culpabilizadora de la que hablamos, para estos venezolanos el asunto parece concretarse en una cuestión de simple lógica: culpar para luego traicionar. O en su sino hamletiano: ¿culpar o traicionar?. A tales compatriotas, más que censurarlos por el exceso de una baja emoción del momento o pérdida de la compostura cívica en sus expresiones, les sugiero que examinen más detenidamente los matices del porvenir que pretenden depararle a Venezuela. Es una cosa seria.

No se trata de andar coartando ninguna libertad de expresión, porque en efecto la han ejercido con complacencia, plenamente, sin represión ni consecuencias. Se trata de concordar que la misma no se puede basar en el escarnio ciudadano ni en el desmontaje de valores nacionales que perfilan su comportamiento como actos de traición a la patria, ni más ni menos. Note nomás como uno de ellos, con gran desparpajo, dice "me da mas rabia con Chávez que [por su culpa] tenga que estar de acuerdo con esas opiniones", es decir, verse en el trance de alinearse con los gringos en caso de invasión; y como un comentarista tranquilamente exclama "terminen de invadir para ver cuál es el aguaje de Chávez". Sonrío de pena para con ellos cuando me acuerdo del vidente que fue detenido por vaticinar la muerte de Rafael Caldera, presidente de la República entonces; ¿qué no habrían hecho con ellos? Publicar en primer plano, con responsable identificación, "Caldera eres un marica y un coño de tu madre", o subvertirse o promover traición a la patria, habría sido digno de observación para comparar realidades.

Dejando el tema de la culpa o la traición atrás, lo que sí habría que decir, quizá como su consecuencia, es que da frío a veces asomarse al campo cavernoso de la extrema derecha como opción política, más cuando se convierte en consuelo y albergue de sujetos frustrados en su plano personal que miran en el poder y la defenestración un modo de ejercer revanchas. Memorias tenebrosas de esta modalidad política en el poder encarnan en la dictadura de Augusto Pinochet en Chile y, sin ir muy lejos, en la seudo democracia venezolana de la cuarta república. Más horrible no canta la muerte.

Yo le diría a un fracasado de esos que no necesariamente alcanzarían una situación de triunfo personal por conseguir un puesto ejecutivo bajo una dictadura, dedicados a cazar gente, como muy claramente perfilaron que podrían hacer de llegar al poder los alcaldes Leopoldo López y Capriles Radonsky cuando persiguieron ministros de estado y atacaron embajadas durante los hechos golpistas de abril de 2.002. ...A menos que convengamos en considerar exitoso a un hombre asesino.. ¡Cuánto no habrá por ahí, bajo la eventualidad de un golpe de Estado, que considere su vida un fiasco y relinche de gozo cuando se le ofrezca un puesto muy bien remunerado para cazar chavistas y revertir el proceso avanzado bolivariano! ¿Cuánto?

No más palabras.



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