jueves, 6 de marzo de 2008

De la OEA y otras decadencias: de cómo se enjuician las bombas y no a los bombarderos


Está claro que la Organización de Estado Americanos (OEA) se tiene que reformular, como también la Organización de la Naciones Unidas (ONU), última esta concebida en el aire post guerra de la II Guerra Mundial, fase mejor conocida como Guerra Fría. La ONU posee una estructura y correlación de intereses que no son representativos de la globalidad mundial, organización donde manda un grupo aliado de países post guerra que se agarraron el mundo para ellos. Financiada por el mismo grupito amo del mundo, con sede en uno de los países del grupito, su trabajo último ha consistido en certificar el acto de depredación de países de diferentes culturas y más pequeños en boca de los grandes aliados que conforman la estructura capital de la organización. Más concretamente, su tarea es evitar que los países pequeños, intervenidos, explotados, sojuzgados, insurjan de cualquier modo contra el interés establecido por los señores de la guerra.

La ONU no va más allá de constituir un argumento retórico en la boca política de los grandes países, mientras ganan tiempo y preparan invasiones, para finales despojos de república y nacionalidades. Su gran traspié es y ha sido Irak, donde hizo el teatro de prohibir la invasión a ese país de parte de los "aliados", para certificarla después autorizando inspecciones, reparaciones y divisiones político-geográficas. Una burla al colectivo internacional, al derecho internacional, a la esperanza de amparo internacional ante agresiones, que debió concretarse en su disolución inmediata y refundación. Una renuncia masiva de sus integrantes ha debido ocurrir para asestarle al agonizante esquema del pasado el palo necesario de muerte. Pero no fue así y por ahí sigue rigiendo la fulana organización, más campante que nunca, penetrando en países, haciéndole el lobby a las grandes potencias, ubicándole las reservas petroleras y energéticas en puntos del planeta para luego autorizarle la incursión militar y expoliadora al cónclave que la regenta. Haciendo el ridículo internacional para ver hasta dónde el mundo aguanta, como es el mismo comportamiento imperial de los EEUU, su miembro principal, quien trata a medio mundo como idiotas a la hora de adelantar sus invasiones y asesinatos.

Igual ocurre con la OEA, muy a propósito ahora con el actual problema generado por Colombia y su violación de fronteras ecuatorianas. Mención aparte de Insulza, su secretario general, quien ha hecho un esfuerzo de claridad y centro objetivo, la organización no resiste un examen en su contexto, estructura y funciones, demostrándolo ayer mismo durante sus deliberaciones para mediar en el conflicto colombo-ecuatoriano. Como en Irak con la ONU, donde la organización al parecer no quiso darse por enterada de su inutilidad cuando el interés de uno de sus miembros se imposo sobre cualquier estatuto, la OEA también como que no quisiera ver en la acción de trasgresión colombiana la mano peluda e interesada en la guerra de uno de sus miembros, EEUU, quien la soporta financieramente en la mayor parte de sus gastos, cosa que, para empezar, ya es una inmoralidad.

Toda reconducida ella, pronunciándose en lengua inglesa en su moderación (otro absurdo de la organización cuando la mayoría de sus miembros habla el español), enmarcándose en la vieja escuela de la diplomacia timorata (esa que simula querer salir del santo para seguir recibiendo sus favores), decide dar cincuenta mil vueltas retóricas para concluir lo que ya ha sido concluido desde el principio de los tiempos, a saber, la inviolabilidad del territorio de un país, escurriendo el bulto de sancionar al infractor con una condena, sólo porque este infractor, Colombia, es aliado de su principal benefactor económico en el ámbito administrativo y burocrático, los EEUU, de quien hay que decir también que la provee (a la OEA) de un edifico sede en Washington. ¿Se ha visto semejante colmo? (Su sede debería estar en Suramérica y alternada).

Una organización al servicio de una mayoría de países de habla española, sesiona en inglés y en tierras lejanas a las latitudes del conflicto. ¡Quién ha dicho que los EEUU se consideran como los nuestros, países suramericanos, o compartidor de nuestros intereses comunes, para no hablar de zonas geográficas! Ellos hablan de "patio trasero" refiriéndose a los países de América Latina, más o menos como hablan los españoles de nosotros cuando nos llaman "sudacas"; ellos hablan de las Américas, para distinguirse ellos mismos en su calidad de América del Norte. Ellos hacen la distinción constantemente, de un país y otro, de una cultura y otra, de un gentilicio y otro, de una riqueza y otra, poseyendo, por interés contrario, la visión de explotarnos arteramente en nuestros recursos naturales con sus trasnacionales, sin ninguna sincera preocupación de solidaridad con nuestros problemas latinoamericanos; y pretenden, de paso, sin ningún tipo de escrúpulo y con el mayor cinismo, también llamarse nuestro iguales cuando les conviene colarse en las filas de una organización que debería ser puramente nuestra, sólo nuestra (uso el posesivo deliberadamente), suramericana (incluyendo México sin importar que esté más arriba) o latinoamericana, de exclusiva deliberación de nuestros problemas.

"Preparémosno, pues, a émulo de la OEA, para la audiencia donde habrá de ser condenadas las bombas y no los bombarderos"...

¿Qué hacen los EEUU como miembro de la OEA, tan diferente ellos, cultural y geopolíticamente, participando de nuestra problemática mayoritariamente suramericana, española, latina o subdesarrollada, como e ellos mismos les encanta definirla? Infiltrarnos y controlarnos, sencillamente. Soportarse en un piso jurídico del derecho internacional para coaccionarnos con el cuento de que son nuestros iguales (ahí no hablan de patio trasero), con derecho a reclamo y participación. O los EEUU se salen de la OEA o deben nuestros países renunciar masivamente a ella para fundar una organización más apropiada y menos contaminada de insidias imperialistas; algo así como la Organización de Estados Suramericanos (OES). De otro modo no puede haber soberanía, ni autonomía, ni independencia de criterio, sino injerencia extraña. (Y valga aquí lo de “extraño” por iniciativa de ellos mismos, que hablan de las Américas, de Doctrinas Monroe y patios traseros).

Las pruebas están a la vista. La OEA habla inglés (ayer se moderó en tal idioma), tiene su sede en Washington y es financiada por los estadounidenses. Y en más evidencia se coloca cuando, como lo demostró ayer, fue incapaz de condenar a un país agresor como Colombia, cuando la totalidad de sus miembros, en declaraciones por separado, lo han hecho, a excepción de los EEUU, quien ha declarado apoyar la incursión militar neogranadina en territorio ecuatoriano porque dizque cazaba terroristas "en caliente". Absurdo este, porque la calificación de terrorista la han dado ellos y Colombia nada más, cosa que hace pensar que el asunto es más grave en la organización de lo que aparente en lo que respecta a sobrevalorar el criterio de uno solo de sus miembros, sospechándose parcialización cuando todo un conglomerado parece obviarse.

Absurdo esto, por tratarse –como dijimos- del miembro más extraño, más alejado geográficamente y menos compartidor de intereses comunes respecto de los demás integrantes, pero miembro al fin y con mayor peso dentro de la organización. Curiosamente la organización no ha fallado en una condena contra Colombia, pero si en contra de su delito; siendo curioso también que el país más influyente de la organización la haya defendido (a Colombia), como si nadie se atreviera a desdecirlo aduciendo que se hace necesario condenar concretamente al país trasgresor para evitar en lo sucesivo la comisión de más desmanes. Ayer la OEA hizo ostentación del viejo discurso de la diplomacia a dos aguas, esa que través de sofismas mantiene viva la raíz de los problemas y los condena nomás en sus efectos, jugando sospechosamente a no mirar más allá de una solución sucedánea y parcializada de la crisis planteada, como ha sido uso y abuso de la ONU en sus materias.

Falló como falló el criterio de Washington, muy típico en su estilo de ocultar las verdaderas causas de los problemas (o sus abusos) con marañas discursivas sobre la democracia, los derechos humanos y la democracia, preservando viva la causalidad de las situaciones, muy conveniente para ellos en su intencionalidad de explotarlas hasta sus últimas consecuencias. Falló condenando la violación del espacio, pero no al violador, quien sonríe feliz tras las cortinas. Falló condenando el robo del ladrón, mas no al ladrón. De modo que, con la anuencia imperial, habrá que presumir que el delincuente, Colombia, siga cometiendo sus fechorías, bombardeando países y soberanías, con esa suerte de licencia para matar que le expide la OEA, porque no de otro modo hay que interpretar cuando se condena el acto y no al responsable que lo perpetra. ¿O hay que entenderlo de otro modo, más “civilizado”?

Preparémosno, pues, a émulo de la OEA, para la audiencia donde habrá de ser condenadas las bombas y no los bombarderos, léase Colombia o Álvaro Uribe Vélez.

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