martes, 22 de septiembre de 2009

Dos engaños: Obama negro y secuestrado

Son cosas en las que no nos podemos equivocar, por más que la buena fe empuje a buscar esperanzas tras los rostros, hasta escondidas entre los dientes.  Por supuesto, nada más saludable que leer entre líneas, como en labor de inteligencia, buscando la señal, el mensaje, la verdadera intencionalidad de quien en medio de la política no puede expresar más allá de las amarras de su posición y compromiso.

¿Por qué lo dicho?  ¿Es que seguimos acaso acusando al hombre de izquierda de pobre tonto soñador, padeciente de irrealidad (como decía Borges en uno de sus cuentos), fusilado por teorías voladoras, careciente de terrenalidad, que no comprende el juego político y se la pasa dejando ir la oportunidad de interpretar las señales entre bastidores de los discursos y gestos, forjando inutilidades para orientar un proyecto político?  Probablemente.

No estoy hoy hablando ni de Hugo Chávez ni de Barack Obama, el primero orientado hacia la izquierda y el segundo como la gran pantalla del ardid imperial donde han de buscarse las señales a identificar, figuras (de paso) de gran responsabilidad política respecto de las cuales es fácil inferir acusaciones.  Para el caso, el primero ha dado muestras siempre de estar bajo un estado de alerta, pendiente de la movida política y del guiño del ojo del contrario, denunciándolo cuando ha intuido el fraude, el doble discurso.  Muestra de ello fue la reciente Cumbre de Las Américas, a la que vino Obama a ensayar discursos de confraternidad para luego hacerse el loco al regresar a su casa; en la ocasión, el presidente venezolano fue de los primeros en denunciarlo, con todo y que como Jefe de Estado tiene el limitante diplomático en su contra.

El segundo parece agotado ya de tanto escurrir el bulto.  No encuentra cómo conciliar el discurso redentor que lo llevó a la presidencia de los EEUU con la actual posición práctica que lo obliga a ser una pieza más del entramado donde familias muy poderosas domeñan a la población mundial.  Se ríe Obama, con su carismática sonrisa, y ya nadie cae a pie juntillas a creerle, y esto ─¿cómo que no?─ lesiona los pronósticos de tanto escribidor u opinador de la izquierda que desde un principio se imaginó ─no sabía que utópicamente─ que Obama sería el astro mandado por el cielo para reordenar el mundo.  Quien lee de utopías, vive en ellas.

¿A quien me refiero, pues?  A nosotros mismos, a los que escriben, opinan y hasta cierto punto generan matrices de opinión, de expectativas, …de falsas percepciones.  Dejemos a los presidentes tranquilos, que bastante tienen con ejercer su rol ante la realidad que los eligió y su compromiso personal ante la Historia.  Uno con un compromiso ante un pueblo y otro ante un sistema, para no ser tan severo con tanto lector ─también─ soñador.

Me refiero a la esperanza misma de los pueblos, que a veces se emborracha de su propia ilusión y se va a caminar ese derrotero de estrellamientos; y al escribidor iluso de la izquierda ─lo somos todos en más o menos medida:  ¿acaso tiene algo de malo el sueño?─, que recoge el sentimiento pero lo embadurna luego de teorías, para pararlo después a caminar en la dirección sesgada.

No es así la historia.  No puede el parto político de la idea estar supeditado a la hormona preponderantemente; mucho es el fuelle que se requiere para el humor frío, para la toma de decisiones crudas no importando el quiebre de la dulce autoestima, tipo rigor científico, que sabe que dos más dos es cuatro sin importar que tu te arreches o tengas un orgasmo con tan cierta confirmación.

Así, pues, carajo, a la altura de los tiempos no podemos andar con la ilusión de una carta bajo la manga de la bondad del tal Obama.  Que sea negro no lo acerca a los miles de kilómetros de construcción de rieles ferrocarrileros bajo el látigo y el sol, ni lo hace más comprensible de la causa mestiza de los millones de latinoamericanos.  ¿De donde diablos sale tal percepción, por los cielos?  Obama es un ardid del sistema imperial, hoy cambiante de máscara, agotado en su propio discurso de sostenimiento, requerido del pretexto de una variación para seguir acometiendo el engaño y la explotación. (Nótese que Obama y sistema ya adolecen de lo mismo).  Una tuerca más del sistema relojesco, y una vuelta de tuerca en sí misma.  El color de su piel en nada asegura que vaya a ir en contra de su estatus, origen nacional o creencias.  ¡Vaya ridiculez!

Pero si nosotros insistimos, señores escribidores, en seguir ordeñando un intelecto complaciente, ese que se niega a ver que el negrito es un tigre blanco, ¡ahí tenemos en Colombia nuestras bases militares!  ¡Para pendejos sabios que escriben!  Aún andan algunos argumentando que el muchachón es un secuestrado del sistema político norteamericano, negados a ver la luz de otro astro rey.

De una vez por todas ha de venir la comprensión de que EEUU, más que un país con nombre y apellido, es una sistematización de fuerzas dominantes, en el que hasta el propio pueblo realiza un trabajo de zapa pero sin saber para que o quiénes.  Quien entra en el juego, es el juego mismo.  No puede entrar a sus entrañas, so pena de indigestión, quien no concilie con sus vísceras, aunque todavía tengamos amigos por ahí persuadidos de que los gatos mutan en ratones.

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