lunes, 1 de septiembre de 2014

Cuentos sobre motorizados y peatones desesperados

Sigo con los motorizados.

En meses pasados crucé comentarios con una columnista también de Aporrea y hablamos de la posibilidad de reunirnos un lote de escritores de ficción e intentar publicar nuestros materiales, dado que la mayoría de las editoriales del país y del Estado andan es pendiente del tema político.  Me pareció razonable, pero en el momento me agarraba fuera de base por no tener al día mi caos.

Mi amiga desapareció.

He arreglado el material que he podido y en lo que va de año he escrito dos libros de microrrelatos sobre un tema respecto del cual soy un peatón avezado y sufrido (los motorizados) y otro sobre la ciudad de Caracas, en ficciones, es claro.  El primero se llama 20 motocuentos y un peatón desesperado (a émulo del poemario de Pablo Neruda) y el segundo aún no tiene nombre, probablemente Caracas te quiero, nombre de uno de sus relatos.

Antes de caer en las garras del vil capitalismo, que te ofrecen expresas herramientas de publicación, ofrezco mi material por esta vía a editores interesados, locales o nuestros, teniendo claro que me refiero por los momentos al material cabalmente terminado, el de los motorizados, ficción que cuajó en derroteros de la crítica social, mayormente pesimista, como fue seguro la experiencia vital de quien la concibió y escribió. Es decir, ofrezco una muestra del conjunto para dar una idea.

Se trata del minicuento número 16, sobre el drama mismo de ser motorizado, especie sometida a riegos procedentes, más de las veces, de su propia imprudencia.  Pero el conjunto de textos en general habla de la ciudad aporreada por este medio de transporte y sus conductores, los peatones, el tráfico, los fiscales, los funcionarios de Estado y sus políticas al respecto, la delincuencia, casi que esbozando una cultura del motorizado, si me es permitido decirlo.

En sus manos:

“16

LAS MOTOS MÁS POPULARES DE VENEZUELA

En el Hospital Miguel Pérez Carreño cortan la pata al motorizado sin mucho chiste.  No hay camas disponibles, menos especialistas tan escurridizos como los cirujanos y traumatólogos, y las enfermeras y empleados te sueltan en rosario a cada rato que no se pueden dar el lujo de ocupar durante tanto tiempo los espacios y especialistas con un motorizado que, las más de las veces, es un cabrón irresponsable que ha dañado a muchos y no tiene contemplaciones para joderse a sí mismo.

─¡No, Sugar, por favor no me lleves para allá, hermano!  Me quitarán la pierna...

─Tranquilo, Batracio, estaremos contigo.  Eso que te dijeron es mentira.

Lo llevaban entre dos, hamburguesado entre el chofer y el parrillero, con la pierna al aire porque el destrozo y el constante goteo de sangre no permitían bajarla.

─Te estás desangrando, hijo ─terció el otro─.  Hay que resolver rápido.  Yo que tú me calmaría, pana, Los médico son los que saben y no puedes andar con esos miedos.

─Te lo digo, Jorge, ahí cortan patas por departamento...

Entonces tuvieron también que sostenerle la cabeza porque se desmayó.

Cuando llegaron a emergencias, después de encadenar su moto a un tubo de las defensas del hospital, ellos mismos hicieron de camilleros y se abrieron paso hasta el lugar parsimonioso de los enfermeros, quienes saltaron en su auxilio cuando los vieron.  Rápidamente los suplantaron y les pidieron que esperasen en la sala de espera.  Pero ellos insistieron y fueron detrás de su amigo, como se lo habían prometido.

Entonces a través del largo pasillo les hicieron preguntas:

─¿Qué le pasó?

─Rodó desde la moto.

─¿Cómo fue?

─Se le atravesó un peatón y se lanzó contra un carro

─¿Y la moto?

─Quedo en el sitio, echa leña.

─Tiene severo traumatismo en el pie.

─Sí, enfermero, fue muy duro el golpe.

─Bueno que lo trajeron rápido porque, si no, se desangra.

─Somos sus cuates.  Eso fue hace cinco minutos en la avenida San Martín.

─¿Y que marca es la moto?

─Una Bera, doc.

─Bien, hemos llegado al pabellón de los motorizados.  Hasta acá ustedes llegan.  Regresen y esperen afuera.  Después que lo atiendan, les informaremos.

Antes de irse, pudieron ver detrás de los hombres de la vigilancia que estaban apostados en la entrada un recinto circular con tres grandes puertas, copadas de camillas y convalecientes, muchos de ellos con las extremidades sobre cabestrillos o en el aire, las más de ellas amputadas.

No pudiéndose contener, preguntaron a los vigilantes qué eran las habitaciones.

─Son los departamentos de amputación motorizada ─dijo uno de ellos con macabro gusto─.  El primero es para los Skygo, el otro para los Bera y el último para los Empire Horse, el más congestionado.

Sugar y Jorge se miraron a los ojos con consternación. “

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