La desintegración, sucintamente; o la recolonización de los países y su reconversión en lo que es ella actualmente, un protectorado. Tal sería el panorama, la herencia implicada en su sumisión a poderes y culturas ajenos a propia idiosincrasia, suramericana y soberana.
¿A qué mentirse?
Anda el país de Santander por ahí metiéndose en casi todas las organizaciones de nuevo cuño para la conformación de la patria grande en América Latina y el Caribe prácticamente no como un adefesio político, sino como una infiltración hegemónica de los EE.UU. y su guerra contra los pueblos libres en el área. La CELAC, la UNASUR, etc.
Como su pueblo es sangre hermana de lo suramericano, nadie propone su exclusión de agrupaciones fraternales; el problema es con su dirigencia, los amos del valle, los que hacen de Colombia su billetera y catre: ¿por qué no sincerarse y dejarse de tanta hipocresía? ¿Por qué faltar a la lógica y a la justicia del pensamiento? ¿Por qué si te crees tan arrecho, distinto y superior juegas a juntarte con tu “hermanos” cuando la realidad es que te quieres deber a factorías extranjeras? Como si pretendiera abiertamente, a título de “hermano”, desplegar un papel de quinta columna en América Latina, reportando hacia el polo que la define ideológicamente: Europa, la OTAN y los EE.UU.
Colombia, estando en América Latina, no le pertenece, lamentablemente para el pueblo, que es quien finalmente sufre la inconsistencia de sus gobernantes. Su reino no es de este suelo.
¿Qué hace en UNASUR presuntamente conformando una alianza suramericana cuando sus mentores son los EE.UU., de quien nadie ignora procura la división del continente? Entra al foro con la legitimidad de país y sale con la catadura de espía. Estremecer la mesa, despaturrarla tiene que ser su misión.
¡Un país con siete bases militares extranjeras en su territorio, no se sabe si fabricando ya armas atómicas, miembro de una alianza suramericana! Hecho inexplicable en tanto en UNASUR se cuece una unidad precisamente para exorcizar amenazas como las que definen a Colombia, ello sin preguntarse, seriamente, contra quién serían esas armas nucleares que presuntamente trama en sus entrañas.
No se metió en el ALBA por descarado principio de parcialidad hacia los EE.UU., cuya ALCA fue derrotada en su implementación política y económica por Hugo Chávez, y ella misma, Colombia, era su principal ansia desatada en América Latina. Después se consoló firmando tratados de libre comercio con los EE.UU.
Según pasado y presente, hay la impresión de que Colombia siempre se resintió en separarse como colonia de España. Hoy se prosterna ante los EE.UU. y para nadie es sorpresa que, si no al estado cincuenta y tanto, aspira por lo menos a ser la Israel de América Latina. Dicho por sus propios gobernantes. Piénsese en Álvaro Uribe, por ejemplo; ¿qué se puede esperar?
Piense en aquella vez cuando tomó partido por Inglaterra en contra de Argentina cuando la guerra de Las Malvinas.
Ayer su prócer, Francisco de Paula Santander, intentó muchas veces asesinar al Libertador, Simón Bolívar, adalid de la independencia suramericana. Ello sin alegar que las clases pudientes del país siembran el odio contra Venezuela hasta hoy, emblema de soberanía y libertad, cuna de la libertad de América Latina, de Bolívar y, más recientemente, de Hugo Chávez, el creador de la revolución Bolivariana.
Colombia es un problema en la región con su entreguismo a potencias extranjeras. No se puede esperar de ella neutralidad cuando es ella misma quien empuña el garrote titiritero. Nadie puede quemarse las manos porque no agreda a Venezuela en medio de una confusa configuración circunstancial armada, terminando de aplastar el poco de latinoamericanismo que pudriese aún albergar en su pecho y obedeciendo de plano a su clara vocación alienígena.
Colombia está armada ─es la excusa─ porque tiene una feroz guerrilla a la que enfrentar, y entonces recibe el apoyo de “bondadosos" países como los EE.UU. con su Plan Colombia que, amén de “combatir” al narcotráfico (las cifras han aumentado), también le echa una “ayudidita” con los irregulares.
Colombia es una bomba, problema de todos. Las conversaciones de paz en La Habana (¿cómo siquiera se han hecho?) deben cristalizar lo más rápido posible. Debe desmontarse la guerrilla para quitar la lógica imperial de que el país necesita estar invadido para ser ayudado contra tales “plagas” de la civilización. Hasta a eso llega la razón simple: recomendar dejar las armas subversivas, en un principio realistamente justificadas, para ahora luchar no tanto contra un Estado capitalista, salvaje y espurio de pueblo, sino para ejercer la soberanía patria. Si hay paz, si no hay guerrilla, se supone que habrá entonces menos enemigos a enfrentar con tantas bases militares. A menos que el enemigo sea la casa misma, los vecinos, Venezuela y su petróleo, la unidad latinoamericana, indócil a colonialismos ésta, como lo soñó Bolívar.
La lógica política dice que esa paz a la que se aspira en La Habana ha de ser imposible. No le conviene a los EE.UU., que requieren una eterna excusa de intervención más allá del narcotráfico, ni a la dirigencia militar del país neogranadino, a quienes se les metió en el seso ahora ser europeos, ser OTAN, ser miembros de una fantasmagórica “Alianza del Pacífico” contra China, actualmente la primera potencia económica del planeta.
En vez de apostar a lo propio, a Suramérica y el Caribe, a la unidad, a la historia férrea y soberana vernácula, a la diversidad de relaciones económicas y políticas con el mundo, Colombia quema sus castañas en los templos de unos decadentes EE.UU., ante el ídolo de la unipolaridad. Y tomó esa decisión desbordante de ventosas en una hora en que el país del norte ha sido desplazado como primera economía, come más de lo que produce, vive amenazas internas de estallido por causa de su descomunal deuda y se abate desesperadamente sobre el mundo con guerras en busca de su hegemonía perdida.
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