Ya robustecido, con el dedo del alma debidamente          emparedado, vuelvo a la calle al día siguiente, miércoles  (http://zoopolitico.blogspot.com/2015/07/despues-de-la-tempestad-6.html).  ¡Que toda la sampablera que          había vivido          ocurrió el día martes, día de la semana en que abre el mercado          de Quinta Crespo,          dos días después de las elecciones primarias del domingo!
Bajé en el ascensor de mi edificio no sin cierto          escozor contra la luz del nuevo día, en medio de uno de esos          momentos de          molesto desaliento que a uno le embarga durante la lucha.  "Pero ¿por qué gente en el          país con tan poco          sentido de patria?", pensé, mientras a través del pasillo de la          planta baja          enfilé mis pasos hacia la reja exterior y el quiosco del "amigo"          David, que          está frente a la entrada del edifico.           "Porque, veamos, ¿qué es aquello que hacemos que tiene a          tanta gente en          el mundo y en el país contrariada?           Predicar algo de justicia, corrigiendo pasados; igualdad,          retribución          para las ingentes masas de explotadas durante la IV República;          control del          libre mercado, más presencia del Estado en el desarrollo          económico y político,          metiendo en cintura a los leoninos de siempre que sacan la tripa          al venezolano;          dictar leyes para proteger a los desvalidos históricos, la          mujer, el niño, los          ancianos.  Equidad.  ¡Ah, pero esa vaina arrecha          y descubre la          hipocresía de todo el mundo!  ¿No          se llenan          la lengua un montón de escualidones cuando habla, invocando          derechos humanos,          ideales, justicia, progreso, prosperidad?…           ¡Puf, qué basura!  ¿A          qué se          refieren?  Supongo que a          la vara personal          y monetaria de medición.  No          es raro en          ellos considerar que hay violación del derecho humano en una          política que          favorece a una mayoría de "pelagatos" y mete el ojo en el ojal          de su          bolsillo.  Como si          dijeran, remedando a          su vulgar estilo al Cristo con los fariseos:           'Métete con el santo, pero no con la limosna."
Al salir encuentro que el quiosquero no había          abierto, cosa rara en tantos años, lo más seguro por el impacto          del capítulo          del día anterior.  El          árabe de la          zapatería apedreada, donde milagrosamente me cobijé, conversó un          rato conmigo y          me dijo que los chavistas y él mismo habían agarrado a unos          escuálidos Baralt          arriba mientras huían y los comprometieron a pagarles las          vitrinas.  Algunos se          pusieron a llorar y otros          invocaron los derechos humanos.           Uno          amenazó ridículamente a la policía que se había presentado en la          persecución          con demandarla porque violaba su debido proceso, y, después de          entregar su palo          y cabilla, mencionó pertenecer a una red de monitoreo de los          derechos humanos          avalada por la OEA y PROVEA, esta última en Venezuela.  Terminó gritando, mientras          lo metían en la          furgoneta policial, profiriendo que iría a la Corte          Interamericana de los          Derechos Humanos.
El árabe rió un rato conmigo, exclamando "─El          imperio y la televisión los tienen locos",  mientras terminaba de darme          los detalles de lo          que yo me había perdido al enconcharme en mi casa.  Le pregunté por el          quiosquero y me dijo "─Ese          es un gallina que vuela de miedo"; de la señora Nancy, la vieja          cacatúa, cuyas          bolsas él tomó con los melones rotos y nuevos, además de unos          huevos, dijo que,          si no se aparecería, se prepararía un manjar.           Le dije que yo había pagado BsF. 700 por las reparaciones          de esa compra          y me respondió que no era su problema, que las bolsas le          pertenecían por          reparaciones a su local si la dueña no aparecía.  Al fin no supo decirme qué          pasó con ella.  Sólo me          aclaró que al parecer el gritón, el          que se presentó como abogado cuando me abordó el día anterior,          era un pariente          del malogrado Dr. Pancho y me recomendó que me cuidara de sus          locuras y de su          guardaespaldas, el corpulento de la pelea.
Bien mirado el asunto, me dije que había salido          barato de aquella especie de justa política, aparentemente          armada para generar consecuencias          más allá del simple desahogo de un montoncito de escuálidos          bravos por unas          elecciones que no siquiera eran suyas.
─Paisano ─me dijo el árabe, sirio para más          detalles,          afecto al gobierno de Venezuela por su posición a favor de          Bashar al-Asad          contra EE.UU.─, ¿por qué usted no se dedica a estar tranquilo en          su casa en vez          de andar por allí alborotando a tanta gente?           Hay mujer, hijos, televisión en casa, real para salir a          comer o pasear…          ¿Para qué tanto lío?
─¿Cómo es eso, Mustafá? ─le pregunté no creyendo          que          el árabe pudiera creer que yo andaba por el mundo buscando          discordias cuando          frente a sus propios ojos había sido víctima del ataque de una          sarta de          opositores.
─Me refiero a que otros pueden hacer el trabajo          de          la lucha, hombre.  Hay          que ser          inteligente.  ¿Por qué no          dormir y comer          en casa fino con mujer?  ─me          dijo con su          español aporreado, señalando mi dedo también aporreado para          soportar su          discurso─.  Mira que          nosotros apoyamos          gobierno, pero no completo porque no pega socialismo con nuestra          sangre.  Lo de uno es          vender por montón, a manos          llenas, sin dedos rotos, si es posible sin control, y todos          felices.
Terminé de reírme un rato con el árabe,          celebrando          sus loqueras, aunque verdades de fondo para él.           Bajé de una vez hacia el mercado y zona de mis reuniones          políticas, pensando          entre jocoso y severo que, de ser cierta la palabra del árabe,          mucho camarada          tendría que andar incómodo en el gobierno con semejante          disyuntiva          genético-ideológica, especialmente unos cuantos llamados Tarek          que, si es          cierto que los nombro en una generalización, no por ello dejan          de ser de ascendencia          árabe y pueden presentarse de pronto sustraídos de las          predeterminaciones          genéticas, histórico-culturales y biológicas.
"─Es sólo una ocurrencia ─me dije mientras miraba          pasar debajo de mis pies el cemento de las aceras─.  El humano es un ser          principalmente de ideas".
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Oscar J. Camero / Sígueme en @animalpolis / Más: Perfil Google
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