Después de unos cuantos tablazos históricos sobre          las cabezas con el susto del petróleo, los venezolanos de nuevo          ─¡por enésima          vez!─ se proponen escarbar en la tierra para intentar sembrar el          futuro de la          república.  
No hay porvenir para un país si cifra su futuro          en la          existencia finita e incierta de un recurso como el petróleo,          menos si sometido          está el rubro a vaivenes macabros de orden bélico, político y          económico; al          acabarse el mineral,  logicamente          también          tendría que ocurrir lo mismo con el país.           Puede un país desaparecer por causa de extrema          dependencia en el          petróleo.  Libia hoy,          después de la          guerra que atenazó sus reservas, no dependiendo de otro recurso          para          alimentarse, no es un país sino una nación desmembrada.  Arabia Saudita, una          monarquía que sólo          produce petróleo y de él vive por entero, según especialistas,          no es tampoco          propiamente un país en los términos sistémicos de la definición,          incluso sin          que necesariamente se le entorpezca el suministro.  Llegado a desaparecer el          hidrocarburo, no          quedaría  ni trono ni          reino.
Venezuela, país que no produce otra cosa más que          dependencia exclusiva del petróleo, no es excepción.  Acabado, entorpecido,          birlado o lo que fuere          su petróleo, no quedaría de ella más que la nación hermanada por          raza y lengua          creada conceptualmente por la gesta independentista libertadora.  Como país, como estructura          geográfica,          política, cultural y administrativa financiada por los recursos          del petróleo,          se vendría al suelo.  No          existe otra          fuente de ingresos al día de hoy que levante el gasto          organizacional de su estructura          de manera importante, menos de modo alternativo.
Por eso he allí la vuelta de la mirada hacia la          tierra, de modo desesperado, a la siembra.           Sin petróleo no hay patria, podría sentenciar hoy para          Venezuela un          burlesco crítico, según es grave la absoluta dependencia; y el          petróleo hoy anda          dando tumbos de precios en el mercado internacional, con          proyecciones de caída          crítica por debajo de los $20.  Si,          como          dicen las malas lenguas, producir un barril cuesta entre $13 y          18, venderlo a          20 ó menos es basar la vida en una baratija.           Peor aun, podría constituir una ruina.
Entonces sembrar ha sido el sueño mirado y          remirado          con cada crisis.  Imaginar          en un santiamén          que si se va el petróleo quedaría la agricultura y la cría… de          haberse          cultivado...  Durante el          paro petrolero          se ideó un programa "Todas las manos en la siembra" bajo un          fondo de angustias          porque no manaba el dinero producto de la venta de          hidrocarburos, saboteada          entonces como es conocido.  Pero          el país          sorteó la crisis y volvió a ser el país          aparentemente sólido y solvente en términos económicos, con un          barril que en          algún momento se especuló podría llegar a los $200, y se          revistió nuevamente con          el sentimiento saudita de la riqueza.  Pura          la ilusión futurista, en el olvido quedaron los arranques          agrícolas.
Hoy vuelve la crisis, peor que peor porque el          petróleo podría generar pérdidas de caer estrepitosamente.  Y vuelve el susto del          acabose del país,          cualquiera sea su modelo político, y el llamado a la tierra, a          la cría y a la          siembra, incertidumbres que en algo se podrían haber mitigado          con seguir el mencionado          plan agrícola delineado durante la crisis del paro petrolero.  Pero como dice el dicho, el          hombre es el          único animal que choca dos veces con la misma vaina.
Bajo el mismo contexto de susto y estampida, el          país          hoy, nuevamente, prepondera la actividad agrícola entre una          lista de catorce          (los llamados 14 motores productivos de un plan de emergencia)          para intentar          salir del modelo rentista petrolero y lograr cierta holgura          existencial basada          en otros ingresos.  El          gobierno la          denomina como el "motor agroalimentario", buscando potenciar la          producción          alimentaria en el campo y el desarrollo de la industria          agropecuaria,          incluyendo en el esquema de incentivo el desarrollo de la          agricultura urbana como          medida desesperada de la creación de conciencia hasta en el          meollo mismo de la          ciudad, si mal es cierto que los esfuerzos que se han hecho en          el campo han          fracasado y la clase campesina o rural se quiere hacer urbana y          ya no se quiere          quedar nadie en el país para sembrar (más 70% de la población          del país se          concentra hoy en las urbes).
A los fines se creó el Ministerio del Poder          Popular          para la Agricultura Urbana (MPPAU) y, hace apenas unas horas, la        Corporación  Venezolana          para la Agricultura Urbana y Periurbana, con la idea de, más allá del propósito surrealista de          sembrar a la orilla de una quebrada, en la ladera de un complejo          urbanístico o          en el interior mismo de los apartamentos o casa, implantar la          conciencia          ciudadana de que el venezolano debe participar en la hechura o          producción del          bocado que se come.  Mención          especial          merecen los conceptos de verticalidad productiva urbana en su          tiempo enunciados          por Hugo Chávez cuando hablaba de soberanía alimentaria.  El tiempo le dio la razón,          y también las experiencias          en otros países con cultivos urbanos verticales, como los          ensayados en Singapur          y en algunos países europeos.  El          reto,          ya netamente urbano frente a lo fracasado rural, es combatir la          estupidez al          respecto de la clase aburguesada, llamada media corrientemente,          misma que en su          tiempo hizo burla miserable del presidente Chávez cuando propuso          conceptos de          cultivos urbanos, huertos organopónicos o gallineros verticales.
Ya en un marco de supervivencia, de cambio de          paradigma y superación del rentismo          económico petrolero, la reflexión del venezolano debe apuntar a          un retorno          decidido hacia la actividad agrícola y pecuaria alimentaria,          dejando al          petróleo en un plano secundario y, mejor aun, utilizando sus          ingresos para          financiar y  cavar con          mayor profundidad          el surco sobre la madre Tierra.  No          tiene          por qué esperarse, estúpidamente, el látigo doloroso de una          nueva crisis para pensar          en serio salvar no tanto al planeta, como manda el Plan de la Patria, sino al país.           ¡Esta es la crisis y, como toda crisis, debiera de ser la          última!
El llamado es a no dejar pasar la oportunidad          para          que prenda de una buena vez la conciencia de la siembra y la          producción          alimentaria en la población, no dejando después, con toda la          fuerza de la          conciencia adquirida, dejarse arrebatar la oportunidad de          implementar cambios paradigmáticos          necesarios para la supervivencia de la nación venezolana.  Evitar en lo posible que          los mismos          gobernantes, dada la eventualidad de recuperación de los precios          del petróleo y          la maldición saudita de sentirse de nuevo millonarios e          invencibles, se olviden          de los planes verdaderos de recuperación económica, agrícolas          para el caso.  Se debe          organizar el poder popular para los          efectos y ser protagónico en la materia.           Hoy mismo que se inicia el "Plan de 100 días para la          siembra urbana", ya          hay tema para reconvenir al mismo Presidente de la República          cuando exclamó "y          cuidado si no supera los recursos que ingresan en Venezuela por          el petróleo",          aludiendo a la posibilidad de ingresos por concepto de minería.  En un contexto de cambio          paradigmático, de          recreación consciente, lo ideal es que se amenace desbancar al          petróleo con la          productividad agrícola y no con ninguna otra actividad,          exagerando un poco las          cosas y tomando como recurso hiperbólico las palabras del          presidente.