Que EEUU un día decida, poderosa y arbitrariamente, designar el presidente de Venezuela y que los venezolanos y el mundo mastiquen esa decisión sin capacidad de asombro, es un acto de realismo mágico propio de estos maravillosos espacios latinoamericanos. Es, como se vea, el conquistador llegando a insospechados parajes que lo deslumbran o incomodan y, seguidamente, empieza a nominar, a rellenar, a poner orden en lo extraño o reacio a su gusto o cultura.
Es Hernán Cortés escribiéndole a Carlos V que se precisan nuevos nombres para las singulares cosas o hechos. O son los soberbios romanos llegando a la inculta Germania, donde proclaman suyas las tierras, poniendo y quitando líderes tribales.
Es, en fin, conquista, sempiterno comportamiento humano. El soldado y el aborigen juntando extrañezas. Civilización y barbarie. El hábito conquistador es el sometimiento y no hay sorpresa, por ejemplo, en la boca de Biden o Trump cuando nombra cónsules para un país amazónico como Venezuela o cuando, insólitamente, proclama en sus escuelas que el Amazonas debe ser rescatado porque está en manos de seres desalmados.
Para los locales, acostumbrados al brillo de lo extraordinario, gente que nada en ríos tan anchos como mares y presencian tormentas con el sol reluciente en el cielo, no hay registro de sorpresa cuando un extraño proclama que sus líderes deben ser cambiados y, de facto, pisando estatutos y constituciones, se atreven a realizar nombramientos "oficiales", como el hecho por los EEUU con Juan Guaidó como presidente encargado, interino o de transición para Venezuela.
El resto del mundo calla, y algo de lógica habrá de contenerse en tal actitud cuando los mismos afectados callan. Los EEUU y la UE, en patota, proceden contra Venezuela y le nombran un virrey, y el país luego acude a sentarse con el virrey en conversaciones en México para hablar de los insondables mares y estrellas, legitimando, como se vea, la violación, asumiéndose una postura criticablemente sumisa. Es entonces cuando la magia se hace real y se tiene en consecuencia un país con sendos presidentes, uno en el irreal imaginario y el otro en el imaginario real, para completar este sancocho de realismo mágico. Ante tal situación, los países aliados como China, Rusia, Irán o Cuba no pueden pujar para reventar una burbuja de magia que no rompe ni siquiera el principal implicado. ¿Se verá a alguno de estos países entrar en combate contra los EEUU porque estos se atrevieron a nombrarle un presidente postizo a Venezuela? El otro escenario donde un tercero actuaría para ayudar sería por caridad, por piedad, por defender a un desvalido pisoteado, cual un quijote "desfaciendo entuertos".
Pero Venezuela no es un país que esté para lástimas. Es una república heroica, horno de héroes, como pocos países en el mundo con historias patrias. Tiene un destino y no es la sumisión propia de un realismo mágico. Una visión clara habrá de extenderse a su frente: si no se es libre, se es esclavo. Venezuela es una nación madre, generadora de formas y vidas; y es un país padre, batuta de combates. Véase la historia, la guerra de independencia, la aculturación continental.
Por ello, fuera la magia, lo que no hay es respeto en esta narrativa. Fuera la magia, puede comprenderse que exista diplomacia y hasta astucias para ganar tiempo con unos diálogos de paz en México entre el gobierno y la oposición bajo la vista rectora de los EEUU; pero ése es el problema: la mirada rectora de nadie y la participación en tales diálogos del impuesto presidente. No puede la diplomacia comulgar con concesiones que atenten contra la misma conformación genésica de un país. Ser un país como Venezuela y no ser anticolonialista y libertario es una contradicción hasta biológica, como habría reacomodado la frase Salvador Allende. No puede el país estar bajo régimen de supervisión de segundos o terceros, recibiendo hojas de ruta, como si fuese un contrario derrotado en una guerra, como la pobre Alemania de la primera y segunda guerra mundiales.
Venezuela se tiene que armar y reformar el plano constitucional (artículo 13) para permear cooperaciones de naciones aliadas, como demanda el agitado nuevo tiempo y como lo ha demandado siempre la historia. Las forjas jamás son solitarias. El humanismo como bandera, ése que pinta al país como manso y pacifista, incapaz de defenderse para no parecer agresivo, debe quedar para las tapas de los libros contentivos de utopías. Necesario es invocar la responsabilidad en la dirigencia para con un país fantásticamente rico, riqueza que no la defienden los aires ni la magia ni las buenas intenciones de nadie; riqueza que, por el contrario, invita al ataque y al saqueo de otros países filibusteros. Esta es una profecía: de no haber disuasión armada contra el agresor, Venezuela, en caso de una conflagración entre potencias, será ocupada militarmente por sus acervo mineral y petrolero, y por su estratégica posición geográfica.
Países dignos y ejemplares hay hoy que han sostenido su posición autonómica y libertaria. Corea del Norte ante los EEUU, así como Irán. Cuba. Nicaragua. ¿Por qué no Venezuela? Realismo mágico hay en continuar asistiendo a conversaciones de paz que revalidan la sumisión y en no detener a Juan Guaidó, que camina por las calles de Venezuela como si no hubiese cometido una traición patria.
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