Es duro. La ilusión ─que no el análisis─ llevó a Volodímir Zelenski y a María Corina Machado a estar seguros de que sus objetivos se alcanzarían una vez que un político tan decidido como Donald Trump gobernara los EE. UU. Pero no ocurrió; por el contrario, Trump no los apoyó, y se desandó el camino transitado por la imaginación.
Porque fue una utopía lo que entre ambos floreció, aunque lejos el uno de la otra. Ganarle una guerra a la potencia nuclear más poderosa de la tierra siéndose un ejército prácticamente convencional es una desfachatez neuronal equivalente a ganarle unas elecciones democráticas al partido político de mayor arraigo popular en la historia de Venezuela siéndose prácticamente un grupúsculo fascista con arraigo en el extranjero, como todo fascismo.
Trump quiere su plata. Aduce que su país entregó 500 mil millones de dólares a Zelenski para financiar una guerra inútil e imposible, del mismo modo que denuncia que la Agencia de los EE. UU. para el Desarrollo Internacional (USAID) es un nido de corrupción que estafó a los estadounidenses con un monto de millones de dólares entregados a la ultraderecha venezolana por concepto de ayuda humanitaria que nunca se concretó al no ser derrocado, tampoco, Nicolás Maduro. Ucrania está virtualmente derrotada, con pérdida significativa de territorios, y Venezuela, fortalecida por su lucha feroz contra las sanciones, se encamina hacia un nuevo período presidencial que termina en 2031.
Suele la imaginación elevar al soñador a gran altura sobre el firmamento, desde cuya "grandeza" aspira a contemplar la vastedad de sus logros y poder; pero suele la realidad propinar duros golpes contra el suelo. Trump ha propuesto a Zalenski que pague la deuda con las ricas tierras raras, gas y petróleo que posee Ucrania; y ha encomendado el desmantelamiento de la USAID y la investigación de los fondos entregados a los pilluelos de la derecha política de Venezuela, entre ellos mil 700 millones de dólares asignados a Juan Guaidó, así como otros montos para María Corina Machado y su ONG Súmate, Julio Borges, Leopoldo López, Antonio Ledezma, Miguel Pizarro, David Smolansky, periodistas como Carla Angola, entre otros muchísimos vándalos saqueadores de imperios.
Pero lo que más duele es el trato, tanto más cuando proviene de quien tendría que haber emanado el apoyo final. Zelenski le alzó el tono a Trump, negándose a empeñar a futuro a Ucrania; y de inmediato el vicepresidente de los EE. UU., J.D. Vance, lo amenazó con que lamentará el haber hablado mal de Trump. La dureza de tales palabras y tratos han de doler como palo a perro, asestado de modo inmisericorde, como si el enemigo fuese Ucrania y no Rusia. El colmo de la indignación se concretó en esas reuniones de paz entre Trump y Vladimir Putin iniciadas en Arabia Saudita, sin la presencia de la involucrada Ucrania y con el agravante de una evidente empatía entre ambos mandatarios.
De igual modo, fue fortísimo el golpe recibido por la ultraderecha venezolana cuando presenció la reunión entre Richard Grenell (enviado de Trump) y Maduro, ambos conversando sobre petróleo, gringos presos e inmigrantes, como si ellos, lo opositores, no existiesen y no hubiesen ganado las elecciones, como tanto se esfuerzan para que así lo crea el mundo. Es otro trato para perros. Impío es el golpe cuando, de hecho, es él, Donald Trump, el baluarte final para sostener la lucha fascista en Venezuela. Sin los EE. UU. hay Maduro para rato y oposición bajo tierra. De paso, les corta a ellos, a sus soldados, el financiamiento, empieza a perseguirlos con el FBI y, como corolario, le bombea millones de dólares al "tirano".
La crueldad mayor está en haber ilusionado al "presidente electo" más allá de los márgenes de lo posible, a ese pobre viejito ahora sin patria, encallado en algún lugar del mundo con su esposa e hijas, esperando retornar al ultraderechista juego del envite y la tramposería, como se dice en Venezuela.
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