Uno se pregunta por qué la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, teniendo razones importantes para cuestionar el formato de la derecha latinoamericana y, sobretodo, la traumática de su propio país, no actúa con la energía necesaria para emprender reformas que justifiquen el apoyo que le brinda la izquierda nacional y que sean cónsonas con el credo socialista que -habrá que suponer- ejerció desde la época en que hizo resistencia a la dictadura de Augusto Pinochet. Es un tema para rascarse la cabeza, porque de los cuatro presidente post dictadura que ha tenido Chile, todos por la Concertación de partidos por la Democracia, ella es la única que presenta una hoja de vida en la que no se descubre una actuación política pro dictadura ni contraria a los postulados del socialismo, con la salvedad de su propia gestión presidencial. Patricio Aylwin y Eduardo Frei, por su parte, no pueden presentarse de igual modo: el primero de ellos hasta formó un Bloque de Derecha para apoyar el golpe que a la postre derrocó al presidente Salvador Allende. Ricardo Lagos, en cambio, sirvió en bandeja de plata su país al capital extranjero, concretando firmas de tratados de libre comercio, el más conspicuo de ellos con los EEUU.
En ese país las cosas no están puestas en su lugar.
Michelle Bachelet, que sufrió en carne propia la persecución de la dictadura y se sabe que uno de sus parientes hasta murió en la cárcel por causa de las torturas, parece debatirse entre el recuerdo de una vieja militancia política del lado de la izquierda y una flagrante actuación que se esfuerza por complacer a los iracundos sectores económicos de la derecha, pretendiendo estar bien con dios y el diablo, como bien manda la vieja manera de hacer política, aquella de postulados camaleónicos. Semejante duplicidad de personalidad no le ha rendido tributo satisfactorio a ninguna de la dos partes, ni a ella misma, y habría que sospechar que la ambigüedad de criterios que ostenta no va más allá de ser un reflejo ideológico del partido que la postuló a la presidencia: la Concertación,conformada por sectores de la izquierda que se esfuerzan por cerrarle la puerta del poder a la derecha y por sectores conservadores cuya naturaleza económica tironea hacia el lado derecho, sin dejar de lado la presión que ejerce la sempiterna ave de rapiña norteamericana.
Hay que estar claros: Michelle Bachelet no ha sido ni siquiera una variación de los gobiernos anteriores. Pareciera querer comportarse a estas alturas como la presidenta de la transición, con senda cañas de pescar buceando en corrientes irreconciliables. Y en política, donde más vale tener cualquier posición que ninguna, la supervivencia se ve amenazada cuando se es ambiguo o timorato.
Ahí están las pruebas, en la actualidad política. Nada con tinte socialista ha sido promovido en su gestión, ni siquera el gobierno participativo que prometió, y su blandenguería con la derecha, paradójicamente, le ha sido retribuida con una feroz campaña de satanización liderada por el famoso diario golpista El Mercurio, agente de la CIA. Estos sectores son insaciables y recalcitrantes, y en su bolsa no hay cabida para "fantasmas" comunistoides, ni siquiera cuando son maleables cual cobre, como Michelle Bachelet.
La carencia de posición definida en política suele ser calificada con la dulce expresión "falta de liderazgo", que en criollo, en Venezuela, suele a su vez llamarse "culillo" o "falta de cojones", y que no está muy lejos de la campaña que le tienen encendida en su país: una mujer sin cojones, de claro ataque a su condición femenina. Ni los suyos se arriesgan políticamente para defenderala, como si la campaña fuese completa. A la presidente de Chile le hacen falta las manos que le cortaron a Víctor Jara durante la dictadura, aludiendo a la fortaleza que hizo valer aquel mártir en defensa de sus ideas y al hecho mismo de ser manco de ambas manos, dada la inacción de la presidenta.
La izquierda en Chile es una institución acéfala hoy por hoy, siempre que haya la pretensión de vendernos "liderazgos" como el que comentamos.
Por todo lo dicho es que no me sorprendo que la derecha continental celebre el socialismo light de Chile, ese al que un país dominado estructuralmente por la derecha le da un chance para ejercer el poder y guardar así una apariencia de amplitud, a la vez que se aplaca un poco el aullido opositor y -¿por qué no?- se calma también el remordimiento por todos los crímenes cometidos, desde el asesinato de Allende, la muerte de Victor Jara y la ingente cantidad de muertos de Pinochet. Ni siquiera una memoria así vale el esfuerzo de una reacción.
Por eso la adulancia derechista venezolana pide a gritos una Michelle Bachelet, si es que una situación de izquierda es inevitable evadir como marco político.
Dejo al lector también la oportunidad de oír, después de leer tan largo texto: se trata de una canción encañonada (no dedicada, eso se hace con cariño) al dictador Augusto Pinochet, Ojalá, de Silvio Rodríguez
Si queremos ir un poco más alla, aquí está Pablo Milanes:
Michelle+Bachelet Socialismo+light Política-Chile
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