De buenas a primeras, no deja de sorprender el interés de Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, en algunos asuntillos de estos lares. Por ejemplo, eso de querer rescatar a la plagiada ex candidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt
Claro, cuando uno cae en cuenta que la doña también posee la ciudadanía francesa, la sorpresa baja un poco. Sin embargo, incluso con ese atenuante, no deja de ser una temeridad pretender, desde su definida posición conservadora, meter su palangana en un río tan revuelto como la situación de la guerrilla en Colombia, menos cuando pretende acopiar la influencia del presidente Chávez para sus propósitos, no obstante ser definido por los Estados Unidos (EEUU) como integrante de un fatídico eje maligno.
Pero Sarkozy sigue adelante en su tentativa, ahora con el agregado de que él o la primera dama francesa podrían visitar Venezuela. (¿Ingrid Betancourt a cómo de lugar? )
Por otro lado, mientras aquí baja la arrogancia características de la derecha conservadora y coquetea con los demonios, Nicolas Sarkozy hace gala de su real definición política al dirigirse a la ONU y sumar filas con los EEUU en el caso Irán: se requiere -dice- más mano dura antes de que se haga tarde; "la debilidad no conduce a la paz, sino a la guerra", sugiriendo una rápida y militar solución a la tentativa iraní de hacerse con un artefacto nuclear.
Yendo un poco más atrás, cuando fungía como ministro del interior, en ocasión de los disturbios protagonizados por excluidos e hijos de inmigrantes, los cuales en una sola noche destruyeron 600 autos y obligaron a declarar un estado de emergencia, el señor hijo de inmigrante -por cierto- no dudó en declarar estar dispuesto a "limpiar a manguerazos" a la "basura social", como solución al problema.
Sin duda son rasgos audaces de una personalidad polémica, pero que en política se deben refrenar so pena de incurrir en errores conducentes a estigmatizaciones peleadas con el ideal progresista, como, por ejemplo, acusaciones de fascista, nacista, ultraderechista, guerrerista, violador de derechos, o cualquier otra figura por la misma línea. A menos que...
A menos que semejante sacrificio le reporte recompensantes beneficios, proporcionalmente mayores a la pérdida, como, por ejemplo, liberar a una ciudadana francesa que luego se erigiría en aliada y segura presidenta de un país suramericano muy controversial como Colombia, títere y conceptual patio trasero de los sacrosantos EEUU. Y la cosa daría una gran rentabilidad a futuro en una región donde, más que en ninguna otra parte del mundo, presentan las social-democracias una rápida decadencia, con acezantes sobrevivientes en México (Felipe Calderón), Perú (Alan García) y el mismo Uribe Vélez en Colombia.
Sólo así se explicaría el porqué galo, cuando podrían muy naturalmente estar condenando a las FARC como organizaciones terroristas, en consonancia con la pretensión de los EEUU de así oficializarlos, refiriéndonos a los EEUU como el gran émulo occidental que a cada rato recibe muestras de sumisión por parte de sus muchachos aliados.
De ser cierta una especulación como la dicha, el tal Sarkozy tendría que ser calificado como un extraordinario actor político, capaz de emprender acciones calculadas a mediano plazo, contrarias a su temperamental locuacidad. Y en el supuesto de que sus acciones estuvieran concordadas con los gringos, no habría más que hablar de un tipo calculador y siniestro, en el ¿mejor? sentido maquiavélico.
El problema es que el papagayo se les enreda un poco a los eventuales complotados con la mediación del presidente venezolano Hugo Chávez, quién, más allá del canje humanitario planteado, busca darle una connotación de "conversaciones de paz" al asunto, poniendo en guardia a las fuerzas imperiales interesadas en mantener a Colombia dividida perennemente para poder controlarla y justificar su presencia militar en el sitio, por un lado, y haciendo caer la hipócrita máscara de Álvaro Uribe como actor interesado en resolver una problemática bandera de sus país, por el otro.
Todos hemos vistos cómo el presidente Uribe ha puesto trabas a su propia propuesta de conversación y canje, propuesta que, por cierto -y esto explica todo-, tuvo que plantear ante la avergonzante posibilidad de que los honores se los llevara un presidente extranjero, como Sarkozy, colocando en claro una verdad titánica: a Álvaro Uribe le interesa un carajo la paz de Colombia. Su negativa a despejar un área colombiana para las conversaciones, su cerrazón a conceder un ápice de las exigencias guerrilleras, su negativa a oficializar el permiso de viaje de las FARC ("esos angelitos", en su palabras), su locura de proponer la presencia de congresistas estadounidenses en la reunión, hablan de una circunstancia de esquizofrenia política que sólo encuentra explicación en un contexto como el colombiano, donde el presidente debe ser un triste instrumento del mantuanismo colonial (que no quieren ninguna paz) y al mismo tiempo debe ser una especie de guabina política que se las tiene que arreglar para salvar su figura en el contexto de la lucha por las apariencias.
Uribe hace denodados esfuerzos por satanizar su propia propuesta, logrando con ello la satanización de Chávez, tratando de asimilarlo de una vez por todas al paradigma narcoguerrillero -en su jerga-, propósito final de tantos seres interesados. Pero lo cierto es que, sin preverlo quizás, Sr. Sarkozy, Bush o Uribe, lo que se está gestando es un enorme tiro por la culata para sus propios planes, con un Chávez influyente en el ámbito político neogranadino, con más perfil internacional y, de algún modo, desmitificador de una fuerza armada alternativa cuyo génesis liberal se ha pretendido desconocer y hundir en el fango de una conceptualización degradante.
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