Tengo en mis manos el resultado de cuatro encuestas en relación a la figura del Presidente de la República. El primero corresponde al Instituto Venezolano de Análisis de Datos (IVAD), de Félix Séijas (hoy por hoy lo más serio y certero del país), julio de este año: el 69% de la población aprueba la gestión presidencia (1). El segundo resultado revela la situación preferencial de Hugo Chávez más allá de nuestra fronteras, en Colombia, en el mes de junio, y corresponde a la encuestadora Ipso Napoleón Franco, en materia de liberación de secuestrados: el 49% de los colombianos aprueba (2). El tercero es de Barómetro de Gobernabilidad Latinoamericano y de la Península Ibérica (Iberobarómetro 2008), realizado el pasado mes de mayo: el 54% de los venezolanos aprueba la gestión del mandatario (3). Finalmente, me acaba de llegar el cuarto resultado, correspondiente al Grupo de Investigación Social XXI (GIS): 69,81% de los venezolanos esta de acuerdo con el desenvolvimiento de la gestión presidencial, medición que coincide con el primer mencionado (4).
¿Y a que viene semejante perorata sobre la largueza de Hugo Chávez en las encuestas, si el hombre no es candidato para nada, dado que las elecciones que se avecinan son de carácter regional y municipal? ¿Será que el autor de estas líneas sufrió un lapsus lagunario de esos que atacan por ahí a tanta gente que se pone a mirar el cambiante mundo de la política?
Es asunto es que dichos resultados, más allá de poner en relieve la fortaleza ante la opinión pública de la imagen de uno de los estadistas probablemente más estigmatizados en la historia política, sirve para esbozar dos reflexiones: (a) ¿servirá dicha fortaleza personal para repetir en estas elecciones el sempiterno efecto de "portaaviones" que acostumbradamente despliega el Presidente de la República en cada justa electoral? y (b) ¿implican semejantes resultados que la oposición política venezolana continúa siendo esa marginalidad que resta en las encuestas (Chávez 70%, y oposición y abstención el resto)?
(a) ¿servirá dicha fortaleza personal para repetir en estas elecciones el sempiterno efecto de "portaaviones"?
La materia da para extender una larga reflexión, minuciosa ella, con cita de cifras por regiones o estados, proyecciones, opiniones, etc.; pero el perfil de este artículo es breve y genérico, afincado en la elucubración política, siempre laborante sobre un terreno movedizo. Y este terreno movedizo es el elector mismo, en este caso el pueblo venezolano, de quien no se puede esperar (después de cien años de capitalismo desatado) que deje de responder a presupuestos emotivos o efectistas de la propaganda, propios de la sociedad de consumo imperante. Los mass media han hecho su agosto sobre las masas −y valga la redundancia−, como en cualquier sociedad occidentalizada del planeta, entronizándose como elementos de peso en el perfilamiento psico-social de la gente.
De modo que no se puede asumir que las masas presentan, monolíticamente, una estabilidad de criterio político, el mismo que se espera y se presupone en un elector ganado hacia la conciencia socialista. Hay que estar claro, para comenzar: el elector ganado a la causa socialista es, fundamentalmente, una elaboración escalada de conciencia que requiere tiempo en su forja, culto por antonomasia, brillante en su asertividad social y claro en su papel como unidad política (el voto) ; en contraste, el elector de corte capitalista o neoliberal, tiene todo el perfil de un producto que "sufre o goza" con los vaivenes del mercado: responde a lo que le han inoculado es el humanismo, es decir, su bienestar personal por encima del colectivo, cualquiera sea su grado de instrucción educativa, y en función de ello emite su opinión (el voto como agradecimiento o reclamo). Los primeros aparejan la imaginación de lo terreno, de lo consciente reflexivo, y los segundos, de lo volátil o cambiante, de lo emotivo reflexivo. Unos según las ideas y otros según sus emociones. Estoicos unos, hedonistas otros, si por un momento lo podemos así mirar, extremándonos un poco con las imágenes.
Y en Venezuela hay que estar claros, doblemente: con todo y los éxito del proceso de cambios implementado, la Revolución Bolivariana requiere de mucho más tiempo para sedimentarse en el plano ideológico de la población, no pudiendo cultivar a aún, a escala segura, grados de conciencia política que le permita barruntar de una manera más científica, si se me acepta el contrasentido. Es cierto que a lo largo de la década del gobierno de Hugo Chávez su voto duro se ha decantado en un 30%, aproximadamente, como es cierto que las masas presentaron condiciones óptimas para aceptar el discurso del cambio en 1998, expoliada como estaba a la vera de un período de cuarenta años de sometimiento derechista. Pero no deja de ser cierto también que son 10 años nomás de prédica reconstructiva contra el siglo de ventajas que ha cultivado la derecha política sobre las mentes venezolanas. Ello precipita un molde con el que se hace necesario "trabajar".
Y ello implica, también, un mundo aún por explorar debidamente y conquistar, en el sentido positivo del término. El encanto inicial bolivariano, es decir, el desencanto de las masas por los desastrosos años pasados de gobierno derechista, no puede considerarse una factoría política que rinda dividendos eternos, más allá de una situación coyuntural para presentarle al país una propuesta de gobierno y novedosa en sus enfoques. No se puede hacer ciencia proyectiva desde tal punto, so pena de perder el terreno ganado en virtud del reagrupamiento reactivo de la oposición venezolana. Pasado el efecto, si no se ha sembrado el gusano de luz revolucionario en las mentes venezolanas (con todo y su lento progreso), no habrá nada más que recoger los resultados adversos en las urnas electorales. Y nadie dice que no se haya sembrado...
Y el efecto, en efecto (valga el efectismo), ha declinado, puede decirse, no privando ya en el discurso oficial con tanta fortaleza como en los comienzos, dado que la oposición trabaja la matriz de opinión de que el Presidente de la República envejece en el cargo, repitiendo el esquema temporal por él mismo criticado, no mencionando, como es lógico, que durante una década se hayan coronado empresas de provecho social que nunca se imaginaron durante su medio siglo de gobierno; matriz de opinión que, a propósito de lo dicho, encuentra una mentalidad venezolana abonada para su desarrollo en la misma cultura ideológica capitalista de los cien años.
Sin embargo, después de una década, tenemos al Hugo Chávez no devaluado que presentamos en las cifras, poderoso rival, cuyo cariz personal político no parece contentarse con limitarse a la frontera geográfica de Venezuela. Semejante salud política, más los tantos ideológicos cultivados (no suficientemente todavía) a lo largo de su evolución, es lo que ha mantenido a flote al proceso de cambios que se le propuso al país, suerte de columna vertebral del descomunal animal político. Lo demás, es decir, las cuotas de inseguridad política, corresponde al segmento de la ideología contraria o a la ambigüedad, refiriéndonos a la mentalidad política descrita arriba, hecho que perfila al venezolano de calle −y de gabinete también− como "ser de derecha", dado el tiempo de exposición a tan específica visión de mundo neoliberalista, que no se quita de un sombrerazo.
Y es así, a no dudar. Si no, véase lo que más ha atentado contra el gobierno bolivariano: tanta mentalidad forjada en el barro político de la vieja IV República penetrada en las filas. Hay la percepción de que el presidente lo hace "bien", como lo demuestran las encuestas, pero que su equipo de gobierno, su entorno, es un lastre. Pedúnculos políticos del pasado que incurren, a título de gobierno, en las mismas prácticas abominables criticadas. Estos le hacen un daño inconmensurable al proceso de cambios que quiere anidarse para siempre entre la conciencia política del venezolano. Razón tiene José Ortega y Gasset cuando dice que una sociedad cambia en el tiempo de una generación, apreciando que una generación dura unos treinta años, aproximadamente. No parece fácil desencajarse el gorro de la prédica y práctica neoliberales.
Es lo que llaman el "chavismo sin Chávez", operación política que se aprovecha de la estructura discursiva revolucionaria para seguir disfrutando de las mieles del pasado, incapaces de cambios mentales fundamentales. De forma que, como lo demuestran las encuestas, ya la opinión pública diferencia entre lo que es un Chávez honesto y rectilíneo, y lo que es un chavismo que sirve para aprovecharse de las circunstancias y medrar de lo más lindo. Y lo sabe tan a ciencia cierta que, aquellos que no quieren nada con el horrendo pasado pero que le temen también al futuro, juegan con la fantasía de su posibilidad como modo de vida (el chavismo si Chávez), ganado el venezolano de a pie como está a la práctica de su viejo modelo, como llevamos dicho.
Lo demostró la derrota del 2 de diciembre de 2007, cuando la Reforma Constitucional (2D). El modelo de vida de libre mercado y propiedad privada fue presentado por la propaganda política como un bien heredado (la mentalidad) en riesgo de pérdida, siendo en este sentido fulminante la famosa propaganda de El Carnicero o El Panadero(5). Al venezolano, al que se le venía dando en conceptos sociales y económicos como nunca antes, se le asustó con el cuento de que ya no se le daría más, quebrándosele el plano de sus nociones preconcebidas respecto del modo de vivir y debilitándosele la panorámica de las nuevas nociones por adquirir. Como si se dijera que "Más vale malo conocido que bueno por conocer", a despecho de que la bondad del nuevo sistema ya la estaban disfrutando. En el entonces, cuando la matriz revolucionaria encajaba el terrible golpe electoral, fue frecuente el sentimiento de que se vivían los estragos de una traición política.
Y eso nos lleva al punto sobre el cual se ha de ser realista: el 2D dejó claro que la gente aun recibiendo puede dejar de dar, es decir, puede no apoyar una proposición política en virtud de una precisa manipulación mediática que le exacerbe el sentimiento de perder aquello en lo que siempre ha vivido, el llamado "patrimonio cultural", en términos grandilocuentes, o la terrible costumbre, en términos cotidianos. Y nos sigue llevando el punto al hecho de que el pueblo venezolano hoy sigue respondiendo al estereotipo facilista de los pasados cuarenta años de ”democracia” que concibe al sistema político como un aparataje para colocar a la gente donde "hay", donde "saque", donde "le den". Nos deja el punto, también, en la evidencia de que el camino de sembrar y cambiar conciencias es largo, y en la perla final de que no es el pueblo venezolano todavía ninguna avanzada confiable de cultura socialista. A pensar en ello. Por supuesto, hay la excepción mencionada de los “duros” ideológicos, pero de escasa fuerza (incluso en su 30%) ante los esfuerzos de proyectada reagrupación que hace la oposición venezolana.
En consecuencia, la respuesta al primer planteamiento respecto del efecto "portaaviones" es no, dado que la evolución del criterio político del elector discrimina hoy entre lo que es Chávez y el chavismo si Chávez, lejos del momento inicial en que apoyaba sin restricciones por el mero hecho de rechazar el pasado. Ello debo conducir a la cautela.
(b) ¿implican semejantes resultados que la oposición política venezolana continúa siendo esa marginalidad que resta en las encuestas (Chávez 70%, y oposición y abstención el resto)?
Respecto del punto (b), que si la oposición es ese margen porcentual que resta del apoyo popular a Hugo Chávez, obviamente se tiene que decir que no, puesto que no es la preferencia por Hugo Chávez la misma que por su partido de gobierno, como se entiende. Pero piénsese en lo siguiente: la misma experiencia exitosa de unidad del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), amén de su bochornoso pasado de inconsistencia política, ha llevado a la oposición a pensar seriamente en la unidad como factoría con rédito político, con todo el grado de dificultad que implica que una mentalidad de la derecha política sacrifique su apetencia personalista y se someta a disciplina.
El histórico opositor, con toda la fragmentación y declive partidista de los últimos años, ha rondado la cifra del 20% (véase la encuesta del GIS XXI, que le da un 23,4), siendo su mayor dificultad canalizar unitariamente y bajo el efecto de la confianza a sus seguidores. Su problema es el emsamblaje, la unidad, el orden y concordia en la propuesta de gobierno al país, cosa que no da pie con bola, suerte de pequeños grumos acomplejados ante la panoplia chavista. Dígase que no se ha recuperado del “sacudón “revolucionario al que fue sometida la tradicionalidad política del país.
Pero una vez superado el estigma ciego de apoyo a Chávez porque se rechaza el pasado, una vez ensamblada como estructura política unitaria y contando con el aval de una cultura neoliberal en la mentalidad venezolana, que tiende al pasado, sin duda la oposición política habrá de inspirar una mayor confianza a sus seguidores y hasta habrá de ganar nuevos adeptos, probablemente ubicando su número mágico en la frontera del 30% de las preferencias. De modo que el país político, siendo condescendiente con el hecho opositor y severamente autocríticos con la vertiente chavista (a efectos de alertar, se sabe), habrá de dividirse en tres sectores en la medida en que se polarice: 30 ó 40% revolución, 30% oposición, 30% abstención, según comportamiento y tendencias históricas de los números.
Conclusión bipolar
Así como la Revolución Bolivariana tiene que empezar a ser valorada por lo que cultiva en el presente y promete a futuro, y no porque lo que haya liquidado del pasado, para amarrar el éxito político; del mismo modo es deseable que el desorden opositor se supere y se transforme en una propuesta leal de gobierno para con el pueblo venezolano. Porque hay que dejarlo claro: el país está urgido de una oposición política que se ensamble coherentemente, que le haga una propuesta concreta al país y que ronde una cifra aceptable en la preferencia popular al grado que le haga pensar en la posibilidad de acceder limpiamente al poder a través de unas elecciones, y no por medio de la conspiración, la traición nacional o los golpes de Estados.
Vea lo que al respecto opina un conocido analista y encuestador, a propósito del esfuerzo o "pacto de unidad" que hiciera la oposición venezolana en enero de este año para enfrentar el chavismo, acicalada como había amanecido por la sorpresa de su victoria el 2D: "es demasiado tarde para la oposición, los 8 puntos de ventaja que en algunas gobernaciones tenían producto de la catástrofe oficialista del 2 de diciembre, se ha reducido a 0" (6). A la falta de programa, se le suma el desorden interno, que es lo que mata más rápido.
Hecho que es lamentable y que me hace exclamar, como aclarar, que no me apesadumbro tanto porque decrezca eventualmente la posibilidad de acceder al poder del oposicionismo venezolano como por tener la certeza de que el país tendrá en su seno −todavía− una factoría política que no le queda otro camino que apostar por la violencia y la zancadilla. Porque mientras la oposición se sienta perdida, sin esperanzas en las cifras porcentuales −vale decir−, será golpista. Tiene que preocuparnos el país en su civilidad, en su grado de madurez política.
Notas:
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