lunes, 19 de enero de 2009

Breve psicopatología de la razón política opositora venezolana

Locura Como la de todo gobernante que pierde su raíz con la gente por andar enfrascado con sus alturas (como ocurría normalmente en el pasado), la lógica opositora es simple y preconcebida.  Nada variable, como si el principio de la historia fuese igual a su final, y el mundo y sus impresiones fuesen una sola cosa, una única percepción parmenidiana.  Nada cambia y hay que asumir que el país es el mismo de siempre, el mismo que va y vota y luego se echa a dormir según su suerte, sea ya para navegar sobre las olas de los privilegios (las minorías) o para sufrir penurias (la inmensa mayoría).  La vida sigue y ellos, la derecha política desplazada del poder, pretenden haber quedado estatuidos e instituidos como una verdad eterna.

Y es así como hoy –inclusive con sus nuevas generaciones-  son los mismos de siempre:  no ha amanecido para ellos, no ha llegado a su final su historia política, actúan como si continuaran en el poder sometiendo a escarnio al pueblo venezolano con la burla de su democracia, acostumbrados a mandar y a que les obedezcan, con una sola percepción de lo que es la vida:  simplificación e imposición.  Todo un rasgo psicológico, se viva en las alturas de una colina clase media o en las de un cerro, hábitat de la marginalidad.  Conceptuación de la vida que un padre transmite a un hijo, apoyado –lógicamente- en lo que conoce, en lo que vivió y en cómo le gustaría seguir viviendo. Un modelo paradigmático, sistematología del dominio y poder, defendido por amos y esclavos, según el establishment haya calado en las conciencias.

De forma que no tendría que sorprender que un pobretón defienda a ultranza su vida pasada, única escuela de su vida donde, paradójicamente, no se le  inocularon nociones para entenderla.  Como aquellos esclavos asustados con la libertad que no vacilan en volver sobre sus viejos pasos, por no conocer más sendas.  Tal es el sistema, de dominio estatuido; como si dijera, para el caso, miedo a la libertad.  Tal, la educación, única orfebre de las conciencias que puede explicar cómo es que un ser humano un día decide ir hasta contra su naturaleza biológica.  Tal es el Hombre, ser de ideas, criatura política.

Naturalmente, menos sorprende que un adinerado esboce sus opiniones políticas del modo como lo hace:  con costumbre, por educación, por visión de mundo, paideia, aunque semejantes precisiones ya no encuentren soporte en la realidad, como es el caso del que hablamos, la Venezuela de los cambios.  Aunque a veces expresen pesarosamente que el nuevo modelo político es una calamidad porque perciben menos dinero en sus arcas, reconociendo así que hay un cambio, pero esencialmente propugnando sus viejas nociones:  todo sigue igual, nada ha cambiando, el mundo es uno solo, lo conocido es mejor, al diablo con los benditos cambios, ¿para qué?

“Y así negritos y blancos de la vieja usanza, pobres y ricos, esclavos y amos, hablan como por discursos dosificados, como si fuesen portadores de pilas recargables en las viejas fuentes de su educación y existencia”

Y así negritos y blancos de la vieja usanza, pobres y ricos, esclavos y amos, hablan como por discursos dosificados, como si fuesen portadores de pilas recargables en las viejas fuentes de su educación y existencia, por hábito y sistema anclado en sus medios de comunicación de masas y sus conceptuaciones de conciencia.  Aunque con su insólito modo de vida inauguren una suerte de segunda dimensión de lo real, donde los sentidos no funcionen para percibir la vida y la lógica humana adopte ribetes de contrasentido y locura.  Como el otro lugar donde se supone viven los fantasmas, esencias que no han comprendido que han muerto y se la pasan figurándose que están vivos, jodiendo a los mortales.  Ni más ni menos.

Porque de otro modo no se puede explicar que semejantes personas políticas asuman que el presente no es más que el pasado, eterno y futurístico, cosa que se nota al oírlos hablar o conversar con ellos. Del modo más insólito casi que se podría hasta escuchar que Hugo Chávez no existe, no tiene un programa de gobierno en curso y que el país sigue siendo el igual de toda la vida, donde ellos señoreaban o eran señoreados, según se sea el amo o el esclavo cultivado por el sistema. Una estampa de Rómulo Betancourt, con su vieja democracia, no se puede evitar al libre asociar del pensamiento.

Están en la calle, el Metro de Caracas, en las busetas del transporte público, rozándote hombro con hombro, como si fuesen en verdad criaturas ciertas.  Y allí, de lo más natural, te espetan su carga de pasado, asumiendo que el mismo lago de sus “sueños” de ayer en nada ha cambiado.  Perlas como “somos mayoría”, cuando en el poder no se asientan, colocan contra el suelo los soportes de la lógica humana y no te dejan pestañear de pura incredulidad; o que el supuesto gobierno “revolucionario” no ha hecho nada y es, por el contrario, el responsable de los males que puede vivir el país.  Eximios alumnos de una férrea educación de clases:  tal para cual, según estipuladas funciones culturales.

Es la derecha política con sus fantasías, ciega de realidad, con su ideología de pasado, conservadoramente estatista, donde su líder mental (el rey, la monarquía, la pureza de clases, el sistema legalizado de opresión popular) comanda la psique inveteradamente, aunque del viejo cetro lo que quede sea un palo tirado en el camino.  No existe esperanza para quien ideológicamente sea un perfecto alumno, porque semejante estado de la conciencia se llama fanatismo, cosa que no es más que la refinación de una idea hasta el grado (retrógrado) de comulgar, exquisitamente, con los instintos.

Así se palpa en la calle hoy, como ayer y como todos los mañanas que tengan que amanecer.  De cara a una eventualidad, como la planteada con el tema de la enmienda constitucional presente, el comportamiento opositor es simple, de cajón, como se dice en Venezuela, con data de insistencia de una década ya:  Chávez está caído, no tiene gente, nadie lo apoya, es un tirano, hace trampa en las elecciones, engaña a los venezolanos, da hambre, es un asesino, se quiere eternizar en el poder, patatín, patatán.  Y así con toda reforma, elección, reelección, consulta o cualquier otro evento de participación popular suscitado en el país desde su llegada al poder.

No importando que con su actitud se noten las costuras, rozando con la chocarrería, porque tanto a la ignorancia a secas como a la ilustrada poco habrá de importarle lo que su misma condición no puede ver, como es lógico.  Y así, del modo más chocarrero posible, se sueltan a suponer que tu inteligencia es un tiro al blanco para el desprecio y la ofensa; que tu inteligencia vale una paja a la hora de imponer sus fantasías.  Como cuando te dicen que salen a protestar espontáneamente por la democracia en Venezuela, cuando se nota a leguas que siguen lineamientos forasteros a la causa histórica nacional, como los emanados de la reciente reunión de la dirigencia opositora develada en Puerto Rico, con Colombia y el Departamento de Estado norteamericano.

El estupor llega a un techo cuando se le oye plantear que es espontánea, legítima y ajustada a realidad su nueva estrategia de acción política:  el estudiantado tomando la calle (la burguesía estudiantil), los medios de comunicación concentrándose en la negación de gestión (parcialización mediática) y la atención internacional concitada a la supervisión conducida (derecha política mundial).  Lineamientos todos desplegados de la mencionada y reciente “Reunión de Puerto Rico”, esfuerzo de conspiración en contra del cariz constitucional de la enmienda. Esto por poner un ejemplo.

Lo chocarrero nunca dejará de causar malestar en la medida en que se pretenda asumir como postura seria de vida, peor incluso como programa político para un país, inevitablemente sonando a burla, aunque de antemano se sepa que quien lo despliega (la oposición política venezolana) lo hace bajo la desquiciada convicción de que su fantasía es lo real.  Aunque de antemano no lo creamos. Cuestión de educación y conciencia.

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