I
Tenga una mirada retrospectiva no muy larga nada más y comprenderá. No es muy difícil imaginarlo, tanto así que parecen ya unas cartas echadas. Es más, dígase que una parte inicial del trabajo ya está hecho y que el proceso de desmontaje está en marcha, incluso con su antecedente histórico del inicialmente exitoso golpe de Estado de abril de 2002, finalmente resultante en fracaso para los complotados.
Siéntese que a esta alturas de la civilización, cuando todo el mundo parece pensar (inteligente o tontamente), a nadie se le oculta cuáles son las motivaciones de los embates de un estado militar y militarista contra otros más desarmados, vulnerables y, sobremanera, brillantemente dotados de recursos naturales, renovables o no. Nada digamos de la manifiesta intencionalidad (llamada cinismo en estos días de invasión), tanto más ilustrada (para el caso de Venezuela) cuanto más fue patente la participación de ominosos poderes en el referido golpe de abril.
Todo está claro, y dígase que si no se ha intentado una intervención abierta contra Venezuela es porque aún se transitan las premisas de la muy moderna lógica diplomática de la guerra, si no hay contraposición en los términos. Pero redondéese que ya nadie cuida las apariencias y que el mundo luce claro, como una cosa plana sin enmarañadas selvas, selvas donde siempre hay que hacer un esfuerzo de investigación para conocer, por ejemplo, el perfil de las llamadas cadenas alimentarias biológicas y saber quiénes son los depredadores y quienes los depredados.
La tecnificación y el industrialismo, aunado al desmedido consumismo del modelo capitalista que atenaza al mundo y que parece resistirse a suceder, incluso por encima de la conciencia de la vida misma, han sentado sobre el mundo un maderamen de infraestructura que, al basarse sobre un recurso no renovable y con pocas décadas de vida, como el petróleo, no parece prometerle al confort de hoy grandes esperanzas de mañana. Entonces el mundo se desboca, revolotea entre angustias, empuja a la guerra por seguir procurando y acaparándose el vital combustible de la “felicidad”.
El molde mundial es energético y cambiar esa realidad no es cosa de pasar una página, tan simplemente. Privan criterios económicos, de la mayor radicalidad posible, como es la esencia del modelo capitalista, de donde depende la estabilidad de una realidad social. Quebrar la secuencia es quebrar el molde, con consecuencias dentro del mismo seno de los países más dependientes del llamado “oro negro”, especialmente en los países con más confort, más industrialismo, más ricos, mejor armados y más militarizados y militaristas.
La empresa es ─dentro de la lógica capitalista─ utilizar la infraestructura energética presente con el menor gasto posible en cambios, hasta que se agote la última gota de petróleo en el planeta. Independiente si para obtener una gota haya que derramar toneladas de sangre, cosa que aun así sale menos costosa ─seguiendo con la óptica cruel capitalista─. Si no maximizando ganancias, minimizando pérdidas, pues, como manda el credo. De manera que, cuando se avecine la extinción de esa última gota, exista un potencial no mermado ─económicamente hablando─ para afrontar el cambio, sin importar que otros sean los mermados, empobrecidos, con problemas para transitar el viraje tecnológico, incluso hablando de países con yacimientos de petróleo (que a lo mejor para entonces ya no serán de su propiedad).
La pregunta lógica es: ¿por qué iniciar un traumático cambio en la infraestructura de la tecnología energética de los países desarrollados, industrializados y gran consumidores, y afectar prematuramente el confort de sus sociedades soportes del sistema, si aún hay petróleo fácil y hasta barato en el mundo? Es ridículamente más barato y sencillo, como se dijo, tomar militarmente las reservas de otro país a andarse planteando costosos cambios infraestructurales de explotación, por ejemplo, de la energía eólica, solar, de los biocombustibles, de la gasificación del carbón, del hidrógeno, de la fisión nuclear, etc.
Mientras el petróleo se acaba en el mundo, las potencias exploradoras parecen fortalecerse sitiándolo, abonando estratégicamente para realizar el giro tecnológico para cuando llegue, en la consideración de algunos plazos y cifras, como los que siguen: en el 2.025, junto a China, EEUU consumirá el 40% de petróleo mundial; la vida efectiva de la industria petrolera mundial tendrá un mercado de unos 70 u ochenta años; hay países (Venezuela y Arabia Saudita) con reservas hasta para 200 años; EEUU virtualmente ya no tendrá petróleo propio más allá de dos años, dado que consume 7 mil 300 millones de barriles anuales de unas reservas calculadas en 16 mil millones.
Sáquese la cuenta del tamaño de la crisis y del peligro que significa que un conjunto de países militarmente armados anden sin petróleo ─la base energética de su modelo capitalista─, con el agravante de no disponer de una tecnología sustituta suficiente para el momento, sino extendida para la época en que el petróleo merme definitivamente sobre la Tierra. Sin duda una guerra de fácil pronóstico, con saldo arrasado para los países-yacimientos. No hay que ser augur para decir semejante simpleza.
Alguien podría decir que el primer mundo ha convertido en ética el bienestar de sus pueblos, de sus sociedades, y es su compromiso sostener el modelo político y económico que actualmente lo soportan, no importando que aniquilando otras “éticas” de menor valía. Otros dirán que es el duro afán de lucro del sistema que empuja, capitalista y transnacional. Otros, que es una hipocresía la aparente preocupación por el sueño tranquilo y próspero de un europeo o norteamericano, dado que el hecho figura un redil de reses que sostiene a los plutócratas del sistema, quienes usan la estabilidad de sus países como bases de operaciones para lanzarse sobre el resto del mundo... Etc.
Pero lo que no hay que dejar de decir es la verdad: está planteada una guerra sin cuartel por el petróleo entre tres bloques mundiales: Rusia (que tiene petróleo, pero busca también geoestrategia), China (gigante consumidor) y Europa y EEUU (países extremadamente armados), estas dos últimas referencias aliadas en bloque. A la par que exploran o sitian yacimientos, no pueden evitar suponerse que conquistan el mundo, en tanto es un hecho que constituye un posicionamiento geoestratégico con perfil de apoderamiento mundial la ocupación de un país surtidor en cualquier parte. La otra cara de la verdad (más desgraciada para los pueblos) es la división de tal lucha en dos bandos: las potencias industrializadas sedientas (el depredador) y los países surtidores (el depredado).
Ante el hecho, en todo caso hay que prevenir a los estadistas tarados que en algún momento, en nombre del derecho internacional, puedan imaginarse sustraídos de la realidad descrita. Siempre la miopía amerita el acercamiento de planos y la ilustración. Por el bien propio y del pueblo, y por el porvenir de una nación sobre la faz de la Tierra. No se dejará desplomar el conglomerado de intereses mundiales en torno al petróleo como base de la “felicidad” (poder, estabilidad, preponderancia) para sacrificarse por un ridículo país surtidor, seguramente poblado por salvajes que jamás sabrán lo que es la vida desde el ángulo “superior” del primer mundo ni qué hacer con tantos recursos. En tal caso, se hace necesario denunciar la estupidez. Dígase como se dice, que la necesidad tiene carra de perro, aún en países que se precian los más civilizados del planeta, y vendrán finalmente por su mordida vital.
II
Volviendo al principio, sobre cómo presumen ha de caer el presidente bolivariano Hugo Chávez, es decir, el custodio ejecutivo del país con mayores reservas en el mundo, hablábamos de diplomacia, de diplomacia de la guerra, de manual de guerras y golpes, y decíamos que, si mal es verdad los trabajos ya se le han avanzado con ese propósito, no ha caído porque no han madurado los trámites lógicos de la moderna guerra de cuarta generación que se le plantea, después del torpe bastonazo imperial del golpe de Estado de 2002.
El trabajo adelantado es la acusación de narcotráfico, terrorismo y guerrilla que todos conocen, además del entrenamiento y agitación que los factores exógenos interesados practican sobre un sector de la masa estudiantil, con financiamiento artero. El objetivo es lograr el descrédito y la desestabilización, comprendiendo siempre que estos constituyen el primer paso de la guerra cuartogeneracional: manejo de los medios transnacionales de comunicación (con afincamiento interno) para mentir goebbelianamente y convertir lo falso en verdad y viceversa, y proyectarlo al mundo para manipular a la opinión pública y llenar los requerimientos del formulario del Consejo de Seguridad de la ONU para, finalmente, proceder. Teniendo en cuenta, también, que este “proceder” es el paso segundo, la toma, el sitio, la invasión, directa (tropas extranjeras) o indirecta (tropas nativas marionetas).
Tal es el esquema: se agitará a través de los estudiantes (se juega en la actualidad con desatar una matanza, un error, un tiro, un fallo, un muerto) y otros factores civiles hasta la hora de las elecciones de 2.012, momento marcado como orgásmico en el plan concebido para lanzar el grito de fiasco electoral cometido por un militar que lo que busca es perpetuarse en el poder (Hugo Chávez), sin importar que haya ganado en buena lid, como se dice. OEA, Consejo de Seguridad de la ONU, EEUU, DDHH, como instituciones mundiales policíacas de la “verdad”, esperarán al acecho.
“hay que acotar que mentir sobre Venezuela y meterse con ese cuento en el país mayor reservorio de petróleo del planeta, tiene que sonar por fuerza a una fantasía de la malevolencia humana con capacidad para detonar las alarmas de la tranquilidad civilizatoria”
Para el caso que el plan falle y aún no se encuentren maduros los racimos de esta fase difamatoria que justifique la intervención militar, lo más seguro es que el Presidente de la República inicie un período de gobierno francamente imposibilitado por la desestabilización. 2.012 a 2.018 es un período que tiene la particularidad demoníaca de contemplar a una potencia militar vecina sin petróleo ya debajo de su tierra, muy cerca de la hora de las alarmas del año 2.025, cuando su necesidad de hidrocarburos sea prácticamente inviable, pacíficamente hablando.
Siéndose franco, dígase que los EEUU no se han delineado más frontalmente en contra de América Latina porque todavía la sienten segura, bajo su égida, como su “patio trasero”, su granero, pues, ni amenazada ni amenazante significativamente a sus intereses, reservándola estratégicamente para momentos más acuciantes de crisis. El petróleo venezolano está contado ─con toda seguridad, como el de Libia─ como parte de sus reservas imperiales, del mismo modo como ya tienen contabilizado la Amazonia en su haber de riquezas naturales. ¿Quién se atreve a decirme que me engaño sobre la catadura moral de semejante dirigencia de país y aliados?
Y como dijera Kissinger respecto de Egipto y de su entonces gobernante Mubarak, que había que dominarlos como piezas claves para el dominio del área geoestratégica africana y del Medio Oriente, no hay duda que ya los EEUU (siempre sus aliados detrás) sentenciaron que dominando a Colombia se tiene a Venezuela, o sea, petróleo. Nadie habrá de dudarlo a la luz de tanta historia reciente de injerencia, especialmente durante el gobierno de Álvaro Uribe.
Finalmente, para terminar de delinear este tenebroso imaginario de la toma de Venezuela y su petróleo, se puede figurar que, de prosperar su saqueo y la intervención extranjera, acuñadas en una oposición interna, podría intentarse dividir el país en las partes de la conveniencia expoliadora: una con petróleo y otra sin nada de reservas, con mucha población y problemas, tal vez separadas por una zona de exclusión de vuelos militares a partir de la Faja Petrolífera del Orinoco. Entonces, en medio de tal situación, se concretarán los gobiernos autónomos eternamente soñados por los sectores extremistas de la oposición venezolana en los actuales estados Zulia y Bolívar (quizás la costa con Monagas y Sucre), donde ejercerían suertes de protectorados imperiales proveedores de petróleo a cambio de la infinita libertad ( protegida) de hacer con la cosa pública lo que personalmente se quiera.
III
Por supuesto, algunos inconvenientes para el obrar extranjero en pro del petróleo venezolano se han presentado con la figura de Hugo Chávez (llamémosle fortalezas), a la luz de los últimos acontecimientos en Libia como país petrolero ya intervenido, y a la luz de la técnica de manual que utilizan las potencias para golpear a quien sin importar en un tiempo fue su aliado o marioneta. Nombres pueden rodar sobre la mesa, además de Gaddafi: Noriega, Saddam, Ben Alí, Mubarak, todos derrocados por el viejo amigo poderoso, tanto más cuanto conocidos en virtud de una alianza que permea inevitablemente conocimiento sobre las debilidades como eventual país enemigo en una confrontación o ataque futuros. Chávez no se ha aliado con los EEUU, ni con Francia o Inglaterra, las actuales potencias que codician el petróleo y la geoestrategia mundial y que parecen empujarse locamente hacia una megalomaníaca conquista del mundo. Mucho menos ha sido peón o marioneta.
Otra fortaleza a considerársele a Hugo Chávez en favor de una no intervención en Venezuela (o que explica por qué ha tardado), y dentro de un cronograma atípico que él genera para la aplicación de las “recetas” injerencistas por parte de las potencias, es el apoyo popular, jamás decaído en 12 años por debajo del 54%.
Consideración aparte, hay que mencionar el carácter pacífico y constructivo de un país como Venezuela (fuerte en su identidad por su marcado valor histórico), de difícil desmontaje por el esfuerzo mediático invasor, por más que se afinque ─como lo ha hecho─ en sectores apátridas internos que juegan a la desestabilización. Dicho a grosso modo, con todo lo que tenga para desarrollarla como una consideración aparte, agredir a Venezuela podría comportar la agresión que se le hizo a Polonia como factor desencadenante de una opinión y reacción mundiales en el inicio de la segunda guerra Mundial o la carga desencadenante del balazo magnicida que dio paso a la primera. Sobre la perspectiva actual de que lo que pasa con Libia es un extremo del cinismo de las potencias y de las institucionalidad mundiales, a quien se le roba petróleo con la justificación de un inicial y criminal bombardeo sobre civiles; o de llo que pasó con Irak, a quien se le birla su petróleo con la manida pero funcional mentira en su tiempo de las célebres armas de destrucción masiva; hay que acotar que mentir sobre Venezuela y meterse con ese cuento en el país mayor reservorio de petróleo del planeta, tiene que sonar por fuerza a una fantasía de la malevolencia humana con capacidad para detonar las alarmas civilizatorias de la paz mundial.
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