La Vinotinto, el equipo de fútbol venezolano, ganó el juego ante Paraguay, como también en su ocasión se lo ganó Brasil. Pero, como sabemos, factores no puramente futbolísticos sentenciaron los resultados que hemos oído, esto es, que el equipo vinotinto perdió el juego. Se dice que esa es la historia oficial, aunque ya sepamos en este siglo XXI de acumulada historia que transitamos que no necesariamente lo que es oficial es contentivo de la verdad. Se dice, como corolario, que no enfrentará en la final del domingo a Uruguay y que disputará el tercer lugar ante Perú.
Pongo unos ejemplos históricos de cosas “oficiales”, carentes de verdad. ¡Dioses, hay muchos! Pero puedo decir, con toda la sorna y goce revanchístico del mundo, lo que le ocurrió a Galileo Galilei, aunque sea un ejemplo alejado del tema pero no de la verdad. Para la Iglesia Católica, oficialmente era un hombre equivocado, renegado respecto a las disposiciones y verdades de dios, en su tiempo amenazado con la quema por esos atrevimientos copernicanos de corroborar al sol como el centro de nuestro sistema planetario. Resumo: fue declarado oficialmente mentiroso y obligado a abjurar de sus razones, aunque la verdad estuviera con él y no con dios, como es hecho conocido. Ridículamente fue declarado “absuelto” por la Iglesia en el siglo XX.
En el ámbito deportivo habrá cantidad de situaciones similares donde las historias paralelas circulen con su verdad-verdad por encima de las fementidas historias oficiales. Viene a mi mente, por ejemplo, el gol “sucio” de Maradona ante Inglaterra (si no me equivoco), razón por la cual fue bautizado en la ocasión como “la mano de dios”, esta vez implicando a dios con lo oficial, a la sazón, con lo falso. Para ese entonces Argentina ganó e Inglaterra pudo haber escrito este artículo para aseverar que la historia cierta es la paralela y no la oficial, donde ella ganó realmente la confrontación.
Como un rayo, me pasa por la mente ─otra vez alejándonos del tema futbolístico, pero acercándonos en verdad─ la historia antigua que relata el enojo de Ayax Telamonio ante el favoritismo de los dioses y Agamenón por Ulises, a quien premian con la armadura de Aquiles como honra guerreril. La historia oficial relata que Ayax se volvió loco, manchó su espada con la sangre de animales, a los que mató en medio de una crisis inducida por los dioses, razón que al final lo determinarían a suicidarse; pero la historia paralela sabe que Ayax Telamonio fue uno de los pocos guerreros que no utilizaba el favor de los dioses para vencer en sus combates, debiéndose a él y sus recursos, a su condición humana a secas, sus triunfos y aureola de mayor guerrero de la historia antigua después de Aquiles (nadie desmerece a Ulises, que era pura inteligencia y condición bélica, pero con mucho artificio y mimo desacreditadores divinos). Jamás se encomendaba a dios para salir a combatir y ello lo hundió finalmente, como puede un árbitro hundir en el presente a un equipo de fútbol con una decisión “oficial” y carente de realidad, para no decir equivocada. Como ocurrió con Venezuela, pues.
“La Vinotinto, nuestra selección, ganó convincentemente el juego el día de ayer, como llevamos dicho, y el día domingo próximo se enfrentará a Uruguay[...]”
El equipo venezonalo ─que se encomienda mucho a dios, por cierto─ marcó el gol de la victoria temprano, en el primer tiempo, tanto que sería suficiente para su victoria “oficial”, según vimos posteriormente que Paraguay no tenía fuelle para vencerlo; pero ya supimos cómo el arbitro Francisco Chacón, cual el antiguo Agamenón de los premios, volteó la tortilla de la historia para anular la marcación y poner a circular la versión paralela del triunfo de La Vinotinto. Fue juez ─hay que decirlo─ que se paseó el campo de juego de arriba abajo buscando faltas en contra de nuestra selección nacional, aunque al final el tiro le saliera por la culata y los paraguayos le pagaran con la moneda de la ingratitud, insultándolo y haciéndolo quedar como uno de los mayores ridículos de la historia (oficial) del fútbol actual.
El juego se hizo polémico con las decisiones del árbitro y hasta un presidente de país ha levantado su voz para reclamar los arbitrajes ante los entes normativos del fútbol (Conmebol). El árbitro al final, quizás movido por la conciencia, procuró equilibrar los hechos en el juego(debió dolerle un mundo), sacando a un jugador de Paraguay, expulsando tontamente al director técnico y adjunto, pero muy tardíamente entonces para los efectos reparadores de su metida de pata. El juego pasó a penales, donde sabemos que el dios Azar hace de las suyas.
Venezuela ganó el juego con creces ante Paraguay. Le marcó el gol necesario para su triunfo, además de demostrar pundonor y dominio a lo largo del juego. Que Paraguay mantuviese más tiempo la pelota es un hecho que no se puede comparar con la concreción y amenaza de gol del equipo venezolano cuando estuvo en dominio del balón. El equipo paraguayo no sólo fue un fiasco de triunfo “oficial” en el terreno, no sólo ante Venezuela, como dijimos, si no ante Brasil, cuando se la pasó cuidando el arco para que no le metiesen el gol que los eliminase, como en justicia debió ocurrir; es también uno de los mayores sofismas deportivos de nuestro tiempo. Como recordaremos, a Brasil le ganó a fuerza de favores del dios Azar de los penales, como parece hacérsele costumbre.
El equipo paraguayo es una de esas locas situaciones de las historias oficiales fallidas que llevan a una selección a una final. Sin ganarle a nadie, sin demostrar contundencia, con cinco empates a cuestas. ¡Insólito! Las reglas del fútbol debieran reformarse y evitar que un equipo avance con un racimo de empate superior a tres, obligándolo a ganar el cuarto juego. Es de loco que el perdedor real gané los juegos, aunque lo haga oficialmente.
La Vinotinto, nuestra selección, ganó convincentemente el juego el día de ayer, como llevamos dicho, y el día domingo próximo se enfrentará a Uruguay (a quien le ha ganado en anteriores ocasiones) en la final de la Copa América 2.011, con mucha posibilidad oficial (a veces convergen oficialidad y realidad) de coronarse campeón del evento. En ese juego paralelo de la imaginación real (y valga nuestra indignación y desencuentros semánticos) no presenciaremos pelonas brillantes de árbitros parcializados corriendo de aquí a allá en pos de personales ilusiones, pescando detalles para sus fantasías y adoleciendo de irrealidades, como dijera Borges por ahí en uno de sus cuentos. ¡Pa’ lante, Vinotinto y mucha suerte!
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