Los recalcitrantes extremos de la derecha política venezolana denostan que La Vinotinto ─nuestra selección de fútbol─ coseche sus mejores logros durante los diez años del gobierno de Hugo Chávez, el “innombrable” (como le dicen) destructor de su histórico estatus de privilegios.
Sí, es verdad, se alegran por La Vinotinto, por nuestro gentilicio proyectado en el ámbito internacional, pero su resentimiento no los deja soltar a pierna suelta su grito de felicidad. “¡Qué viva La Vinotinto! ─¡coño ─se retraen─, pero es en el gobierno de Chávez, no joda!─. ¡Que viii...!” Jamás reconocerán el apoyo brindado por las políticas del gobierno central al deporte nacional, menos al fútbol, al que ahora le va bastante bien, con chance hasta de coronarse campeón si se toma en cuenta que ya le tocó las nalgas a Paraguay cuando le empató el juego en cuatros minutos de tiempo de descuento.
Nunca se había visto a la selección nacional viajar tanto para enfrentar amistosamente tantos equipos en el mundo, cultivando y diversificando su experiencia de juego; para foguearse y avanzar lentamente en su nivel ─esto hay que decirlo: le ha costado al equipo subir en su nivel─. En una década se pulieron, se perfilaron, salieron del foso de la cenicienta donde la historia nos había metido. En una década cambiaron la historia del medio siglo pasado.
“Hoy el equipo juega y el país sufre y goza con sus respectivas penas y alegrías, aunque algunos pujen y se contengan, podridos de mezquindad nacionalista.”
Suena grande ─y muy sugestivo─ eso de que no le había ganado a Chile en los últimos 44 años y monumental que por primera vez pasa a cuartos de final. Tanto era el desánimo nacional que a modo de broma se decía, cuando La Vintotinto perdía: “Jugaron como nunca y perdieron como siempre”. Pero, en fin, la historia cambió para el presente, presente que juzga al pasado, cuando nunca se vio, por ejemplo, que un jefe de Estado siguiera con detalle y atención personal los juegos, felicitara a los jugadores, aupara al equipo, hiciera bromas estimulantes con otros jefes de Estado sobre la emergencia y superioridad de nuestro equipo. Peor aún, ahora que un jefe de Estado lo hace, ellos, la recalcitracia política venezolana, no pierden la ocasión para demostrar de qué están hechos, de la vieja crema rancia del pasado: se burlan y gritan que el innombrable empava al equipo.
La Vinotinto le gana ahora a Uruguay, a Chile, Bolivia, empata a los grandes como Brasil y Paraguay, y la recalcitrancia política derechista venezolana sigue apegada a su perdición pretérita, a la mezquindad, a la estupidez, a la locura, a la ingratitud y desconocimiento para con el presente. Con flema, argumentan que el equipo se fogueó en la humillación del pasado ─como le corresponde a un principiante: son sus palabras─ para ostentar la adultez y dignidad del presente. Simple evolución. Jamás relucen que nunca antes hubo política de Estado concreta que estimulase el deporte y puliera con brillo de perlas, como ahora.
Algún día el país político evolucionará hacia el brillo y adultez que se requieren para tener una oposición derechista consciente de que la patria es una sola y que todo lo que se queme en su ara, en su beneficio, es para todos, para el hecho de la venezolanidad sin mezquindades. En la madurez política de la derecha política se tendrán (¡también!) cojones para reconocer tanto las faltas propias (golpe de Estado, por ejemplo) como virtudes ajenas, como la política del Estado presente en apoyo al deporte, para la igualación social, para el reparto con criterio de la riqueza, para el enderezamiento de entuertos, como era tarea del viejo Quijote.
Quince años atrás La Vinotinto perdía o ganaba sin pena ni gloria: casi nadie se enteraba. Hoy el equipo juega y el país sufre y goza con sus respectivas penas y alegrías, aunque algunos pujen y se contengan, podridos de mezquindad nacionalista. ¡Qué viva Venezuela, caramba, para todos y todas!
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