lunes, 3 de marzo de 2014

Fantasía ultrachavista sobre cómo disolver el conato de golpe de Estado presente

Del mismo modo como un opositor, con sus vándalos quemando calles y arrancando árboles, fantasea con derrocar al Pdte. Nicolás Maduro y con instaurar una dictadura de derecha en Venezuela, tutorada por los EEUU, así los chavistas también tienen sus fantasías para acabar de una buena vez con el bochinche.  Ponga atención para que no tergiverse, compadre, y no salga luego a decir que aquí vendemos gasolina para incendiar nada.

Antes de entrar en reflexiones, hay que recoger el sentimiento que corroe el espíritu de quienes enarbolan las banderas que dejara el comandante Hugo Chávez, y no precisamente a partir de estas circunstancias, sino desde hace muchísimo tiempo cuando el comandante empezó a perdonar al adversario y se empezó a decir que había chavistas más chavistas que el mismo Chávez.  Gente que sigue a Chávez, pero que nunca le perdonó las escenas de ese capítulo.

¿Se acuerda?  ¿Es usted uno, por cierto? ¿Sintió cómo se le estrujó el alma cuando Chávez, después del golpe de 2002, llamó a diálogo a una gente que se burló luego del gesto?  ¿No le pareció, muy en su interior, que semejante actitud de perdonar y eximir golpistas entonces parecía exceder el concepto de magnanimidad que podía practicar un líder revolucionario?  ¿No se llegó a decir que resultaba harto peligroso que el humanismo de la revolución llegara a tanto y que una situación estable no se podía definir por su capacidad de adoptar hechos contrarios a su propia vitalidad?

¡Ah, es usted uno de ellos!  Bueno, bienvenido.  Pertenece a un extenso sector con dilemas epistemológicos y hasta existenciales.  Ya sabe usted, al estilo “Ser o no ser” shakesperiano.  La eterna discusión sobre poner la otra mejilla revolucionaria de modo tal que el boxeador se canse de golpear, hasta que comprenda que comete un error y se dé cuenta de que el golpeado, junto con sus ideas, es grande y loable al grado tal de ser seguido o imitado.

Pero, bien, fueron ideas y acciones del comandante, y ya sabe usted, señor revolucionario con problemas existenciales, se trataba del mandato del líder bajo históricas circunstancias, muy difíciles, estemos claros.  Y cuando la circunstancia raya en lo confuso, ambiguo, fuera del canon de la recomendación histórica, a un revolucionario no le queda más que mantener la unidad y la disciplina.  Era Hugo Chávez, y lo hecho, a pesar del resquemor de tantos seguidores entonces, bien hecho quedó, dada la continuidad democrática de la propuesta revolucionaria hasta el presente, doce años después.  La historia dio la razón y absolvió.

Hoy se repite el esquema.  Los mismo golpistas (perdonados en el capítulo anterior) dando el golpe y el gobierno, nuevamente, tendiendo la alfombra roja del diálogo, llenando de golpista la sala Ayacucho de Miraflores.  Más allá de cuestionar o apoyar el asunto, nos remitimos a lo nuestro:  a ese sector digamos ahora ultrachavista que transpira por ahí y revive viejas amarguras, y a sus fantasías para resolver esta vaina de una buena vez.  Hartos andan ya en la redes sociales escribiendo que los opositores sí que pueden hacer su oposición plenamente (con golpismo incluido), pero que ellos, los chavistas mayoritarios del país, no pueden ejercer plenamente su chavismo, independiente de que puedan catalogarlos como más papistas que el mismo papa, es decir, a riesgo de que puedan catalogarlos como otra cosa diferente al chavismo sin ser propiamente antichavista.  ¿No se los dije?  ¡Tremendo lío epistemológico y existencial!

En sus fantasías estos ultrachavistas ─digámoslo así─ no aprueban esa Conferencia Nacional por la Paz donde abrevan los golpista para ganar tiempo e intentan confundir en aras de su plan subversivo presente; mucho menos si se presentan para mancillar al mismo presidente y para hablar con ínfulas de chantaje, es decir, buscando una nueva mejilla para golpear, como se acostumbraron.  Nada de eso.  El ultrachavista ya no tiene rostro que ofrecer y, por el contrario, propone que llegó la hora de exigirle la cara al contrario, de quien tiene que emanar la propuesta de diálogo y las llamadas de paz sobre los suyos, amén de la petición de disculpas puesto que ha sido él quien ha cometido la falta. 

Este ultrachavista parte de la apreciación de que es la oposición quien tiene la responsabilidad de llamar a la paz a los suyos, y pronunciarse y decantarse entre cívicos y no violentos.  Y, fundamentalmente, parte también del hecho de que es el chavismo quien ejerce el poder, mismo que, en virtud de mecanismo de sostenimiento constitucional, debe mantenerse.

Divaga constantemente con que el gobierno corre el riesgo de caer de persistir en su actitud autoflagelante, mejillesca, dando absurda cobertura al perdón de tan inveterados golpistas y a una especie de institucionalización del golpe de Estado en Venezuela.  Los golpistas rompen, el gobierno repara y perdona, y se prepara para la nueva asonada de los mismos protagonistas.  Perenne ciclo.

El ultrachavismo quiere luchar y equilibrar la historia.  Quiere radicalizarse.  Quiere limpiar de escupitajos sus mejillas fermentadas ya y, si es cierto que no procura vengarse por las patadas pasadas, quiere dejar claro que no más en el presente; que ahora es poderoso en tanto ha recuperado la conciencia de que es la expresión política mayoritaria en el país y que, consecuentemente, hará cumplir la ley, proponiendo castigos por su transgresión.  Así de sencillo.

Y quiere dejar claro que no ha luchado aún, como expresara brillantemente el gobernador de Anzoátegui, Aristóbulo Istúriz, en la misma Conferencia por la Paz, de manera que esas palabras, más allá de su literalidad, a partir de hoy queden a la libre interpretación de vándalos y golpistas.  ¿Amenazas?  Difícil es así verlo cuando se trata nomás de hacer cumplir las leyes.

  • Entonces sueña con recuperar moralmente la plaza Altamira mediante una marcha roja que la cope aplastantemente y durante el tiempo necesario para que se desarticule la guarimba que la encarna como símbolo.  Supone que no ha de haber problemas porque se tratará de una toma pacífica, cívica, por supuesto, dispuesta a responder si es provocada; que el alcalde Ramón Muchacho no se opondrá, dado que no se ha opuesto a la actividad de los grupos que ejercen la violencia dentro de su municipio, y si lo hace confrontando con su policía, tanto mejor, porque quedaría al descubierto su posición parcializada y promotora del golpismo que alberga dentro de su propia casa, hecho que induciría al decantamiento y toma de posiciones necesarias para corregir desde el Estado; y supone también este fantasioso ultrachavista que no habrá adversario para la toma ciudadana de la plaza Altamira, dado el talante cobarde de los guarimberos que hacen vida en tal municipio:  corrieron como conejos cuando los motorizados chavistas pasaron por sus calles, olvidando el guarimbeo.  Y así con Altamira con los otros tantos puntos de las específicas urbanizaciones en llamas.
  • Tomaría militarmente las instalaciones eléctricas del estado Bolívar, luciérnaga clave de Venezuela.
  • Declararía una emergencia en las fronteras totales del país con el propósito de asfixiar la alimentación externa de los planes de derrocamiento.
  • Sujetaría firmemente a los medios radiales, de TV y redes sociales a códigos de éticas y reglamentación, tomando en cuenta que los medios de comunicación constituyen el armamento primordial del golpe suave y de esta guerra de cuarta o quinta generación, misma que está en curso dentro de la patria de Bolívar.  Si las emisoras están subvirtiendo el orden y la paz, las cerraría sin pérdida de tiempo.
  • Prepararía unas amplias celdas, porque si miles son los que transgreden, a miles habría que detener.
  • No permitiría el cierre total de ninguna vialidad importante en el país.  Es inconstitucional.  Y esto lo tomaría como punto de honor.  Quienes jalean en tales eventos suelen ser los violentos dentro de las tomas urbanas, y si cierran, deben ser capturados.
  • Allanaría la Universidad de Carabobo de confirmar el entrenamiento de paramilitares en su seno.  Ningún país del mundo permitiría una vaina así.  Si hay riesgos de incremento de desórdenes durante tal acción, son pequeños comparados con lo grave que se gesta a futuro en su matriz.
  • Realizaría una operación relámpago en Táchira, donde al parecer se gesta un movimiento paramilitarista secesional.  Acá urge la mano dura y a fondo de los cuerpos de inteligencia y del sector militar.  Es asunto de integridad patria.
  • No permitiría el mancillamiento de ningún efectivo del orden público, castigando con severidad al infractor, sea quien fuere.  El ejercicio de la autoridad es fundamental en cualquier sociedad y se define como uno de los pilares del contrato social.
  • Incorporaría el monitoreo aéreo de las zonas subvertidas mediante helicópteros.  Es vital precisar la logística de los revoltosos.  Durante la cuarta república el Estado de entonces no tenía reparos en utilizar helicópteros para reprimir protestas y lanzar gente desde el vacío; aquí se pide nada más el monitoreo, pero si se precisase su acción para desmontar un relajo y devolver el orden a la ciudadanía en un sector determinado, no opondría ningún reparo.
  • Emprendería acciones contra los alcaldes opositores prestados a la guarimba.  En Colombia intentó el Estado inhabilitar al alcalde Gustavo Petro nomás por no recoger una basura; ¿qué no le saldría de pena a cada uno de los bichitos nuestros por infringir leyes allá en la malograda patria de Gaitán?
  • No daría la libertad a ningún golpista y lo hundiría en el encierro de una cárcel por muchísimos años, como manda la ley.   Y haría pagar a cada uno de los responsables por las muertes generadas en las guarimbas, así fuesen cientos.
  • Asumiría que es una guerra, pero no contra los tontos útiles guarimberos, sino contra quienes los utilizan; y bajo tal consideración pondría en acción a todos los componentes de la FANB sobre la geografía nacional.  Obstruiría logísticas, apoyos, recursos, etc.
  • Desplegaría una campaña al estilo “Chávez” en el ámbito mundial, explicando el desarrollo de un golpe en Venezuela.  OEA, ONU, UNASUR, MERCOSUR, ALBA, Petrocaribe.  Al enemigo se le pica adelante, más aun si comunicacionalmente.
  • Promovería alianzas concretas militares con China o Rusia.  Esos países, ante el ataque estadounidense y europeo, están necesitados de reconfigurar su simetría de poder en el mundo.  Nuestra América, sumida en el duelo del poder, si no apuesta por un aliado en breve será recolonizada como el “patio trasero” que siempre delineó el imperio norteño.
  • Comprendería que bajo tales esquemas de guerra de desgaste, de colores, naranja, de cuarto o quinta generación, el tiempo favorece a los majaderos, quienes utilizan tácticas no convencionales de combates para ir minando lentamente la moral republicana y la cohesión institucional.  Un ejercicio del Estado de derecho es fundamental.  De dar largas, podrá ocurrir que el adversario de unifique en miles de fragmentos dispersos en la geografía nacional (su ejército asimétrico), y aún hay tiempo para prevenir con la energía legal.

Sobra decir que para un ultrachavista el cuido por el formato diplomático o por el qué dirán es un asunto precisamente de formas, secundario, pues es lo esencial revolucionario lo que se encuentra bajo amenaza.

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