Desde un principio el plan es aniquilar al          otro.  Tal es la historia          de la          civilización humana.  En          cada cultura hay          un Caín que empieza, aunque en ésta presente los dos hermanos          están vivos:  EE.UU. y          Rusia, intentando preponderar el uno          sobre el otro, aunque a veces parezca que ninguno se dejará          matar y otras veces          parezca que otro lleva las de perder, alimentando el ego del          contrario.
Mientras uno no prevalezca sobre el otro no hay          imperialismo, sino bipolaridad.           Uno          contiene al otro a través del juego de la confrontación, las          amenazas, la          carrera militarista, la conformación de alianzas y bandos, la          lucha por el          dominio de espacios geoestratégicos.  Los          imperios históricamente ejercen yugo sobre el mundo conocido, y          ha habido en el          mundo casos muy contados, mientras más antiguo el tiempo, más          abundantes.  Al presente          no lo hay.  Roma es el          ejemplo emblemático de uno en la          antigüedad.  EE.UU. hoy          no lo es, no          obstante opinión de muchos:  controla          un          porcentaje geoestratégico, pero el mundo se ha convertido en una          totalidad de          factores diversos con conatos, más bien, de surgimiento de          situaciones que apuntan          hacia la multipolaridad.  Países          fuertes          como China insurgen y parecen reclamar su sitio entre el pulso          de la          bipolaridad, desarticulándolo, haciéndolo multipolar.
No se dice que no haya actitudes imperialistas,          viejos sueños de ser dominantes como los antiguos.  EE.UU. tuvo su breve sueño          con la          desintegración de la U.R.S.S.  Se          imaginó          unipolar (imperio) y en el acto inició una serie de movimientos          envolventes de          lo que quedaba del gigantesco titán emergido de la Segunda          Guerra Mundial.  Irak fue          su blasón iniciático.  Se          propuso obtener el Medio Oriente para          adueñarse de un conglomerado de riquezas de carácter          estratégico.  Libia, Irán          y Siria rápidamente surgieron          como los botones a descoser del diseño sobre el que trabajaba.  Sueños algo más lejanos en          sus planes son          marcados sobre el plano:  China          con su          nuevo poder en Asía, Venezuela y la Amazonía con sus recursos          naturales que          invitan al saqueo en Suramérica.
Rusia, la federación que quedó del deslave          político          de la U.R.S.S., un día eleva los costos de sus hidrocarburos a          Europa.  Lo hace como          país vendedor que es.  Europa          se alza.  Manda que se          meta sus costos por el trasero y          cuenta en su altanería con los perros falderos que alimenta en          arabia:  Arabia Saudita,          Qatar, Emiratos Árabes          Unidos, etc.  Ellos          tienen la materia          prima requerida, faltando nomás tirar un oleoducto a través de          Siria para Europa          y compañía, los EE.UU.
Se entusiasman Europa y los EE.UU. y generan una          guerra en Ucrania, y subsiguientemente una serie de sanciones          contra la grosera          Rusia.  ¡Venir a acá con          sus          hidrocarburos y energía!  Pero          surge un          inconveniente por allá, desde donde maquinaban la solución del          acá.  Bashar al-Assad, el          mandatario de Siria, se          opone al oleoducto sobre su territorio por aquello de no          prestarse al juego de          ataque de sanciones contra un país aliado, Rusia (Rusia por          allá, por lados de          Ucrania).  Entonces se          desbocan los          caballos.  Los europeos          tiemblan, tanto          de necesidad como de cólera.  ¡Venir          un          perro asiático a oponerse a sus planes!
Trabajan los europeos y los EE.UU. para aplicar a          Arabia Saudita y a Qatar en una guerra contra Siria, y así nace          el Emirato          Islámico, grupo de terror creado para apoderarse del área sobre          Siria por donde          habría de pasar el negado oleoducto.           Soslayadamente llueven los recursos para la incipiente          organización          terrorista que, después de unas primeras acciones, visto lo          fácil que les          resultó tomar objetivos, se hicieron autónomos y ya no quisieron          obedecer a sus          amos.  La jugada se          complica.
En el juego entra Turquía e Israel, quienes          apoyan          la nueva célula del terror sobre Siria no tanto para que una          porción de su terreno          sirva para proyectar un oleoducto hacia los necesitados          occidentales, sino para          sus propios propósitos.  Pescan          en río          revuelto.  Turquía sueña          con echar a sus          incómodos hacia el norte de Siria, a los kurdos; e Israel pacta          con este          proyecto para buscar su propia ventaja:           controlar a Siria por el norte desde el sur. 
El Emirato Islámico se hace Estado.  Se adueña de pozos de          petróleos, de arqueologías          valiosas, de agua, de desiertos, de tierras, y los vende,          empezando a alimentar          su autonomía con sus propios ingresos.  No          hay límites para ellos.  Cuando          sus          antiguos amos (los occidentales) les reclaman la primera          obediencia, amenazan          con llevarles chalecos de explosivos a sus tierras (hoy lo          hicieron con          Francia).  Francia,          Inglaterra, Italia,          EE.UU.  Se llega a un          punto muerto.  Los          islámicos sin duda realizan un trabajo de          peinado en la zona de enemigos de Occidente, pero no de la          manera proyectada          para asegurar un beneficio concreto y controlado. Hay          indecisión.  Y así, a          pesar de la imperfección de los          planes, los dejan operar.  Como          dice el          dicho:  mal que bien…
Cuando Rusia entra con sus bombardeos          sofisticados,          arrasando a los intocados en Siria, ocurren dos cosas:  (1) asume el país su rol          bipolar en el mundo,          haciendo contrapeso a los sueños faraónicos de los EE.UU. y (2)          desmonta la madeja          de mentiras sembradas en Siria vía desinformación, es decir, evidencia que          no se luchaba un          carrizo contra el terrorismo y que, por el contrario, se apoyaba, se          dejaba hacer y          pasar, desenmascarando la persistencia ilegal de Occidente de          querer deponer          porque sí a un gobernante legítimo, a Bashar al-Assad.
Ello trae a colación un tercer factor,          paralizante          para los EE.UU.:  no se          puede sumar a los          bombardeos rusos contra el Estado islámico, como manda la lógica          que dice que          no se puede apoyar el terrorismo, porque de inmediato iría          contra sus aliados          en la región del conflicto:  Arabia  Saudita,          Qatar, Turquía, Israel, todos complicados en la aventura de la          diversidad de intereses.  Entonces          las          potencias, EE.UU. y Rusia conversan.  Resultado:  Bashar al-Assad se queda y          Rusia hará el          trabajo que nunca podrán hacer los EE.UU.:           bombardear al Estado Islámico, el aborto aliado.  De manera que su vida, la          del Estado          Islámico, ha de ser breve, como ya se aprecia en la correrías y          huidas que          protagonizan.
Se trata de una estruendosa derrota para          Occidente,          de la que los EE.UU. se retiran de la manera más económica:  abandonando a sus          terroristas y en la          apariencia preservando su juego de aliados en el área para          futuras          maquinaciones:  Turquía,          Arabia Saudita,          Qatar, Israel, etc.  Se          cae el sueño          turco de correr a los kurdos, el de Israel de someter a Siria,          el de Arabia          Saudita y Qatar, de lamer con más vigor los dedos de los pies de          Occidente.  De hecho, en          el estrujón de la experiencia,          Arabia Saudita salió severamente perjudicada:           bajo la mirada enconada rusa, por un lado, y bajo la          mirada ahora indiferente          gringa, por el otro, con quien al parecer se les acabó el          romance; además la          monarquía tiembla y es muy probable que en breve se desmorone:  su rey es impopular entre          la familia real y          hay la percepción de que llevó al reinado a una guerra          innecesaria con Yemen.
El Medio Oriente, cercano a un estallido de          ingentes          proporciones, sirve de tabla de apoyo para restaurar de nuevo          los codos de los          colosos en el pulso, los EE.UU. y Rusia, de igual a igual,          restaurando y perpetuando          la Guerra Fría que empezó al finalizar la Segunda Guerra          Mundial.  No hay imperio,          hay bipolaridad con motes,          más bien, de multiplicidad de poder:           China, Irán, baluartes asiáticos, por mencionar dos          nombres.
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-- Oscar J. Camero, @animalpolis
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