A través de la ventanilla se veía la inmensa masa de agua del Caribe. El avión se preparaba para aterrizar en el aeropuerto de Maiquetía, realizando sus giros finales. Fulanito no podía con su vergüenza. A su lado estaba su compañero de andanzas, Zutano, quien, más expresivo que él, lloraba calladamente. Y más atrás, en el resto de la tripulación, cundía el rostro coagulado de la decepción.
Los habían devuelto desde México. Veinticinco regresaban con las manos vacías, más pobres e inútiles que una moneda perdida en un bosque. Así lo sentían. Habían partido desde Colombia y pasado por el Tapón de Daríen con el propósito de ingresar al mejor país del mundo, pero los rechazaron y, peor aun, los amenazaron con marcarlos con expedientes para que nunca más pudieran entrar a la tierra de George Washington. Una raya total.
Fulanito se repetía mentalmente lo injusto que le había resultado la vida. Ahora mismo tenía que estar caminando por las calles de ese gran país, pensando en su inmenso futuro. Quería ser famoso, igual que Zutano, que deseaba ser actor, como Brad Pitt. Ya habían tenido cierta experiencia en Barinas y Caracas uno y otro, el primero Fulanito cantando música llanera en algunos restaurantes y luego Zutano, que había hecho de extra en una película filmada en Sabana Grande. Claro está: estarían ahora mismo buscando empleos sencillos por los que pagaban montones de dólares, trabajos como limpiar un piso u ordenar cajas en un depósito. Empezando, en fin, por el principio.
Pero el presidente de los EEUU se puso furioso y les cerró la puerta a los inmigrantes, especialmente a los venezolanos. ¡Terrible vaina! Pidió garantías para quien llegara, y ése que llegara tenía que tener muchos dólares para asegurarse que no hiciera de indigente en el país estrella, un tío adinerado que lo cobijase y arribar en un vuelo pagado, como lo hacían los viajeros normales en los aeropuertos.
-¡No, joda, mi pana, tanto sufrimiento vivido en Daríen! –se quejó Fulanito con Zutano-. ¡De vaina nos morimos ahogados en Darién! ¡Y todo para esto, para regresarnos!
-¡Ese viejo es un hijo de puta! –se dolió Zutano, aludiendo al presidente de los EEUU.
"Y pensar que debo hasta el alma", se puso a pensar tristemente Fulanito, hundiendo su rostro en las manos. Sus papas y tíos, a regañadientes con el hijo rebelde y en fuga, financiaron sus gastos a toque de ruina. Y él siempre los callaba asegurándoles que les enviaría mucho dinero o se los llevaría a ellos mismos. Táchira, Colombia, Darién, Panamá, EEUU… ¡Cada escala fue un trabajo, un ahorro, un gasto, una aventura! ¡Una penuria el todo! ¡México! Y ahora regresaba con los cuencos vacíos, la vida casi empeñada, debiendo mirar rostros seguramente burlescos. ¡Vaya con la pena! Lo más molesto es que seguramente estaría el mugroso gobierno venezolano esperándolos para ofrecerles ayuda…
-¡El peor de todos es Maduro! –se vengó Fulanito corrigiendo a Zutano-. ¡No hay vida en Venezuela! ¡Aquí lo que se canta es música llanera!
Las azafatas empezaron su rutina previa al aterrizaje, una hablando y la otra ilustrando. Venezuela, mientras tanto, desfilaba a pedazos en las ventanillas. Azul el mar, como un dispensario, les generó un fugaz alivio en el espíritu. Fulanito, a pesar de que lo reprenderían las azafatas, se levantó de repente, no pudiendo contener un flechazo de optimismo en medio de lago tan espeso de vergüenza. Zutano lo miró frontalmente, levantando el rostro desde el suelo donde lo tenía esparcido: "¿Qué haces, loco?", le pregunto alarmado.
Pero ya Fulanito estaba encarando emocionado a sus derrotados paisanos del avión. Les habló despechadamente, compartiendo su pensar, arengando con ademanes a la esperanza que, en su opinión, todos debían albergar para practicar un cambio futuro en sus vidas. ¡Que no desesperasen, pues! ¡No! Su voz pronto se quebró y, ante la inminente llegada de algún funcionario de seguridad, llenó con fuerza sus pulmones y explotó casi con ira:
-¡Qué vivan los Estados Unidos de Norteamérica, no jodan!
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