Ver a Aquiles, el de los pies ligeros, enjaulado y exhibido ante los ojos curiosos del mundo, tiene que ser una calamidad, peor que el destino de breve vida que le concedieron los dioses a cambio de gloria. Claros hay que estar. El homicida de los tiempos homéricos vivió un régimen de honor y cualquier modalidad de existencia deshonrosa que alguien pudiera obligarle a vivir habría devenido en la muerte para él. Otro guerrero contemporáneo al pelida así lo certifico: Áyax Telamón se suicidó cuando el jefe supremo desconoció su honor en la repartición de unos trofeos de guerra.
Hoy, edad de la informática, no se manejan tales códigos personales de modo tan feroz o literal. El honor varía según la cultura y, aunque esencialmente no pierde su esencia, se matiza. Hoy, pues, otros matices culturales le mueven el destino al monigote humano. Se vive la era de la astucia y la mentira, tema sociohistórico. La época del taimado Ulises, finalmente, venció. Aquello que empezó con el cobarde de Paris, raptor de Helena, es la modalidad de hoy. Paris el arquero, cobarde como todo arquero que ataca a distancia y no disputa el honor en un combate cuerpo a cuerpo, como es el código de la época, sobrevivió. La coronación de esta evolución queda expresada en la muerte de Aquiles por flecha del mismo Paris. El mejor guerrero de Grecia cayendo ante el cobarde.
Tres mil doscientos después un cobarde como Francisco de Paula Santander, quien se escondía para no combatir y trató de asesinar a Simón Bolívar en varias ocasiones, se convierte en prócer de la independencia de Colombia. Tal es el viaje de la codificante cultura. Santander sobrevive, como bien se lo procuró con sus artimañas, y se hace un potentado, dueño de tierras y del país neogranadino. Pero desde el ángulo honorífico, es un detrito humano.
Evoluciona la guerra y sus modos, y en virtud de lo tecnológico, se salva la vida, lo que en un pasado podía verse como cobardía. Antes eran soldados kamikazes, hoy drones; antes, combates cuerpo a cuerpo, luego flechas a distancia. Es historia, la cultura, la tecnificación. Hoy mismo se dice que la cobardía queda dispensada al tener un origen genético. Pero hay algo: si es cierto que lo tecnológico a lo largo de la historia (como un arco o un dron) modifica la modalidad de combate; y también es cierto que hoy no se resuelve una guerra con un combate cuerpo a cuerpo, el concepto de honor, fundamentalmente, no cambia. Siempre un hombre que, heroicamente, rompa filas en el bando contrario y lo aniquile al precio mismo de su vida, prescindiendo de drones o misiles, será un valiente homenajeable para la posteridad. En mezcolanza: Aquiles, Áyax, Antonio Ricaurte, Bolívar, Guaicaipuro, la URSS durante la segunda guerra mundial…
Bella es la muerte de Héctor en combate hace tres mil doscientos años como la de Ricaurte en batalla detonando unas pilas de explosivos durante la Guerra de Independencia, en 1814. Lo que no cambiará jamás es la fealdad y pusilanimidad de la cobardía, por más justificación cromosómica que pueda tener.
Alemania, la de los belicosos teutones de la Edad Media, o la de la sangre germánica que descompuso al mismísimo Imperio Romano, o la de los temibles soldados avanzando en blitzkrieg durante la segunda guerra mundial, es ese Aquiles hoy enjaulado, exhibiendo los huesos de su honorable pasado. Vergonzosamente es esclava de los EEUU, impendida en su desarrollo e iniciativas (como se lo hizo Francia después de la primera guerra mundial), depositaria tonta de arsenales nucleares. No se hable de Japón, país de los kamikazes, emporio severo del honor, tierra de los samuráis, belicosísimo imperio del sol naciente, hoy sometido al yugo estadounidense, sin libertad siquiera para tener su propia constitución, con economía y desarrollo tecnológico controlados, otrora campo de experimentación humana bajo el efecto de una explosión atómica. También, como Alemania, muestra sus honorables huesos del recuerdo en la triste jaula, para que todos se burlen. Finamente, Corea del Sur, maniquí de los EEUU ante sus hermanos de sangre, los norcoreanos. Es un país que en el pasado enfrento a Japón, con estirpe de guerra, hoy, inexplicablemente sin honor, esclavo, reducido, perro azuzado desde unas cadenas contra su propia sangre.
Cambian las armas, los esquemas de combate, pero no los hombres con su hambre de inmortalidad.
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