martes, 23 de julio de 2024

PSICOLOGÍA SOCIALISTA Y EL VOTO CALLADO DEL CHAVISMO

Si por la procacidad se midiera la preferencia política de una persona, habría que decir que la derecha es mayoritaria en Venezuela. Eso no hay ni que pedir que se compruebe porque es un hecho público y notorio. El opositor, derechista para el caso, no pierde la oportunidad para dejar claro que no aprueba al "régimen", aun cuando en el contexto no quepa la aclaratoria ni cuando nadie le haya pedido semejante fe. La calle, el comercio, el metro, el transporte público, la plaza están llenos de opositores que predican su descontento abiertamente. Es como si buscaran una sintonía para compartir su especial gentilicio, una naturaleza que suponen superior. Empatía, pues, a su manera. De modo que un extraño podría llevarse la falsa impresión de que en el país la oposición es más y que, en verdad, el gobierno que lo preside se apalanca en una minoría, siendo, consiguientemente, dictatorial.
Por el contrario, la persona de tendencia opuesta, en este caso el chavista o socialista, es callada, no obstante la matriz de opinión adversa que lo retrata como horda desdentada con privativos impulsos primitivos. A menos que ande en el trabajo proselitista en la barriada o calle (¡Viva Chávez!), no se le oirá pregonar su determinación política por ningún ámbito. Mantiene su hermetismo hasta cuando parlantes opositores lo conminan a develarse y es posible que, por vergüenza ajena y un silencioso sentimiento de superioridad, asienta con la cabeza para dejar pasar el animalesco momento.
─ ¡Sí, hombre, chico, es verdad, tú tienes razón! ─exclamaría pensando con satisfacción que a la hora del voto secreto ninguna presión o chantaje de este mundo podría evitar su rojiza expresión.
Además, aliviaría su aparente cobardía ante la discusión (el partido encomienda la irreverencia en la discusión) haciendo suya la felicísima frase de Mark Twain que, repetida en voz alta, parece tener el poder de un exorcismo:
─ "Nunca discutas con un estúpido, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia."
Y, lo más seguro, es que se haya librado también de una aparente derrota al evitar la discusión dado que el opositor venezolano, por calaña psicológica, suele vociferar y acorralar en cayapa. Su mecánica consiste en criticar algún aspecto pesaroso de la gestión gubernamental (agua, burocracia, etc.), constatar luego algún acompañamiento (o sentir el condescendiente silencio) y desatarse después en "valentía" ante el mundo. Y ahí, mandíbulas batientes, ya no lo contiene nadie.
De manera que el debate tiene sus espacios y tiempos razonables. Hacerlo en un terreno lleno de borrachos, por exagerar con un ejemplo, podría derivar en violencia, hasta en mortandad. El ánimo extremista de la derecha venezolana quedó patentado cuando en Caracas, durante las protestas antigubernamentales del 2017, acometió una serie de linchamientos políticos. Una doméstica, por ejemplo, al servicio de una casa potentada y adversa al "régimen", incurriría en una falta neuronal al expresar en porfía su convicción política.
La derecha tiene su expresión suma en Adolfo Hitler, el más connotado fascista, que, en sus inicios, no vacilaba en trompear en la calle a cualquiera que le adversara su soñada Alemania superracial. Conocido es que, con el tiempo, creó su famosa sección de asalto contra cualquier convicción oponente, las Sturmabteilung o camisas pardas.
Por su parte, una persona con ideas socialistas, chavista llamado en Venezuela, está llamada a expandir la revolución, pero debe tener, ante todo, la misión de conservarse vivo para ejecutar su tarea. Arriesgar la vida en un combate contra la estupidez ─remedando a Twain─ podría no ser enteramente una misión revolucionaria. Se impone, en fin, identificar circunstancias para la acción. Piérdase la vida cuando, como propaló Simón Bolívar de Antonio Ricaurte al decir que defendió un parque volándose a sí mismo con la pólvora, corra peligro una causa central de la dialéctica. No es tarea del chavista andar floreando al gobierno, especialmente cuando llagas hay para la cura; pero sí lo es, como en todo socialista, andar reflexionando sobre la deconstrucción de un mundo históricamente desigual e injusto, y ello entraña riesgos y necesarios atisbos de cordura. El chavista ha de ser un conspirador perpetuo, y como tal no puede andar revelándole a cualquiera sus códigos. Esta máxima explicaría muchas veces el obligado silencio que guarda en ciertas circunstancias de la expresión política.  

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